Custodia

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Saludo

Bendición

miércoles, 14 de septiembre de 2022

 14  Septiembre, Miércoles. 24ª Sem. del TO,  Feria,  Verde


Primera lectura

1Co 12, 31 - 13, 13
Quedan la fe, la esperanza y el amor. La más grande es el amor
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios.
HERMANOS: Ambicionen los carismas mayores. Y aún les voy a mostrar un camino más excelente. Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde.  Si tuviera el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber; y si tuviera fe como para mover montañas, pero no tengo amor, no sería nada.  Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría. El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal;  no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.  Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca. Las profecías, por el contrario, se acabarán; las lenguas cesarán; el conocimiento se acabará.  Porque conocemos imperfectamente e imperfectamente profetizamos;  mas, cuando venga lo perfecto, lo imperfecto se acabará.  Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre, acabé con las cosas de niño.  Ahora vemos como en un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es ahora limitado; entonces conoceré como he sido conocido por Dios.  En una palabra, quedan estas tres: la fe, la esperanza y el amor. La más grande es el amor.Palabra de Dios.

Salmo

Sal 33(32),2-3. 4-5.12 y 22 (R. 12b)/R. </strong>Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como herdad.
V.  Den gracias al Señor con la cítara, toquen en su honor el arpa de diez cuerdas; cántenle un cántico nuevo, acompañando los vítores con bordones. R./
V.  Que la palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales; él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra.  V. Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él se escogió como heredad. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.

Segunda lectura



Aclamación

Aleluya, aleluya, aleluya
Tus palabras, Señor, son espíritu y vida; tú tienes palabras de vida eterna.

Evangelio

Lc 7, 31-35
Hemos tocado y no han bailado, hemos entonado lamentaciones, y no han llorado
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
EN aquel tiempo, dijo el Señor: «¿A quién, pues, compararé los hombres de esta generación? ¿A quién son semejantes?  Se asemejan a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros aquello de: “Hemos tocado la flauta y no han bailado, hemos entonado lamentaciones, y no han llorado”. Porque vino Juan el Bautista, que ni come pan ni bebe vino, y dicen: “Tiene un demonio”;  vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “Miren qué hombre más comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores”.  Sin embargo, todos los hijos de la sabiduría le han dado la razón». Palabra del Señor


24ª semana. Miércoles

HACER EL BIEN CON LA PALABRA


— La palabra es un gran don de Dios y no debe emplearse para el mal.

— Imitar a Cristo en su conversación amable con todos. Nuestra palabra ha de enriquecer, alentar, consolar...

— Pasar por la vida haciendo el bien con la conversación. No hablar nunca mal de nadie.

I. Con alusión a alguna canción popular o a un juego de los niños hebreos de entonces, Jesús reprocha a quienes interpretan torcidamente sus enseñanzas la sinrazón de sus excusas. Son semejantes a los niños sentados en la plaza que se gritan unos a otros aquello que dice: Hemos hecho sonar la flauta y no habéis danzado, hemos cantado lamentaciones y no habéis llorado. Y nos transmite a continuación el Señor lo que comentaban algunos del Bautista y de Él mismo: Porque llegó Juan, que no comía pan ni bebía vino, y decís: Tiene demonio. Llegó el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: He aquí un hombre comilón y bebedor, amigo de publicanos y de pecadores1. El ayuno de Juan es interpretado como obra del demonio; a Jesús, en cambio, le llaman glotón. San Lucas no tiene reparo alguno en referir las acusaciones que se dijeron contra el Maestro2.

Lógicamente, la Sabiduría divina se manifiesta de manera distinta en Juan y en Jesús. Juan prepara el conocimiento del misterio divino mediante la penitencia; Jesús, perfecto Dios y perfecto hombre, es portador de la salvación, de la alegría y de la paz. «Por uno u otro camino –comenta San Juan Crisóstomo– teníais que haber venido a parar en el Reino de los cielos»3. El Señor termina así este breve pasaje del Evangelio, que leemos en la Misa de hoy: Y la sabiduría ha sido manifestada por todos sus hijos. Pero muchos fariseos y doctores de la Ley no supieron descubrir esa sabiduría que llega hasta ellos. En vez de cantar la gloria de Dios que tienen delante, emplean sus palabras en la maledicencia, tergiversando lo que ven y oyen. Sus ojos no ven las maravillas que se realizan en su presencia, y su corazón está cerrado ante el bien. ¡Qué distintas eran aquellas otras gentes, a las que en tantas ocasiones el Señor tenía que imponer silencio porque todavía no había llegado la hora de su manifestación pública! Y cuando esta llega, próxima ya la Pasión, toda la multitud de los que bajaban, llena de alegría, comenzó a alabar a Dios en alta voz por todos los prodigios que habían visto, diciendo: ¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el Cielo y gloria en las alturas!4. Algunos fariseos pidieron a Jesús que les hiciera callar, pero Él les respondió: Os digo que si estos callan gritarán las piedras.

La palabra es un gran don de Dios que nos ha de servir para cantar sus alabanzas y para hacer siempre el bien con ella, nunca el mal. «Acostúmbrate a hablar cordialmente de todo y de todos; en particular, de cuantos trabajan en el servicio de Dios.

»Y cuando no sea posible, ¡calla!: también los comentarios bruscos o desenfadados pueden rayar en la murmuración o en la difamación»5.

II. A Jesús le gustaba conversar con sus discípulos. San Juan nos dejó constancia en su Evangelio de sus confidencias de la Última Cena. «Conversaba mientras se encaminaba a otra ciudad –¡aquellas largas caminatas del Señor!–, mientras paseaba bajo los pórticos del Templo. Conversaba en las casas, con las personas que estaban a su alrededor, como María, sentada a sus pies, o como Juan, que tenía reclinada su cabeza sobre el pecho de Jesús»6. Nunca rehusó el diálogo con quienes se le acercaban en las situaciones de cultura, de tiempo... más diversas: Nicodemo, la mujer samaritana que había ido a buscar agua al pozo del pueblo, un ladrón cuando su dolor es más grande... Con todos se entendía Jesús y todos salían confortados con sus palabras. Y en esto también hemos de imitar al Maestro. A veces tendremos que vencer la tendencia a permanecer callados, o la inclinación a hablar con poca medida. Y siempre será una ocasión de vencer el egoísmo de estar en nuestras cosas para ocuparnos de lo que preocupa a los demás.

La palabra, regalo de Dios al hombre, nos ha de servir para hacer el bien: para consolar al que sufre, al que por cualquier circunstancia está pasando una mala temporada; para enseñar al que no sabe; para corregir amablemente al que yerra; para fortalecer al débil, teniendo en cuenta que –como dice la Sagrada Escritura– la lengua del sabio cura las heridas7; para levantar amablemente a quien ha caído, como Jesús hace constantemente. A muchos, que andan perdidos en la vida, les enseñaremos el camino. «Me acuerdo una vez –relata un buen escritor– que en el Pirineo, a mediodía, avanzábamos perdidos por las altas soledades (...). De pronto, envuelto en el gritar del viento oímos un son de esquilas; y nuestros ojos azorados, poco hechos a aquellas grandezas, tardaron mucho en descubrir una yeguada que abajo, en una rara verdor, pacía. Hacia allí nos encaminamos esperanzados (...). Pedimos camino al hombre, que era como de piedra; y él, volviendo los ojos en su rostro extático, alzó lentamente el brazo señalando vagamente un atajo, y movió los labios. En la atronadora marejada del viento, que ahogaba toda voz, solo dos palabras sobrenadaban que el pastor repetía con terquedad: “Aquella canal...”, estas eran sus palabras, y señalaba vagamente allá, hacia la altura. ¡Cuán bellas eran las dos palabras gravemente dichas contra el viento! (...). La canal era el camino, la canal por donde bajaban las aguas de las nieves derretidas. Y no era cualquiera, sino aquella canal que el hombre conocía bien entre todas por su fisonomía especial y propia que para él tenía; era aquella canal. ¿Lo veis? Para mí esto es hablar»8: enriquecer, orientar, animar, alegrar, consolar, hacer amable el camino... «Descubro también que mi persona se enriquece por medio de la conversación. Porque poseer sólidas convicciones es hermoso; pero más hermoso todavía es poderlas comunicar y verlas compartidas y apreciadas por otros»9.

Muchas de las personas que nos rodean andan perdidas en su pesimismo, en la ignorancia, en la falta de sentido de lo que hacen... Nuestras palabras, siempre alentadoras, han de indicar a muchos los caminos que llevan a la alegría, a la paz, a descubrir la propia vocación... «Aquella canal», por aquel camino se encuentra a Dios. Y muchos encontrarán a Cristo en esas confidencias normales llenas de sentido positivo, que se dan en medio de la vida corriente de todos los días.

III. La palabra «es uno de los dones más preciosos que el hombre ha recibido de Dios, regalo bellísimo para manifestar altos pensamientos de amor y de amistad con el Señor y con sus criaturas»10, y no podemos utilizarla de modo frívolo, vacío o inconsiderado, como ocurre en la locuacidad, y menos aun para faltar con ella a la verdad o a la caridad, pues la lengua –como afirma el Apóstol Santiago– se puede convertir en un mundo de iniquidad11, haciendo mucho daño a nuestro alrededor: discusiones estériles, burlas, ironías, maledicencia, calumnias... ¡Cuánto amor roto, cuánta amistad perdida, porque no se supo callar a tiempo!

¡Qué alta consideración tenía Jesús de la palabra y de la conversación!: Yo os digo que de cualquier palabra ociosa que hablen los hombres han de dar cuenta en el día del juicio12. Palabra ociosa es aquella que no aprovecha ni al que la dice ni al que la escucha, y proviene de un interior vacío y empobrecido. Esa manera descontrolada de hablar, esos modos difícilmente compatibles con una persona que busca la presencia de Dios allí donde se encuentre, suelen ser síntoma de tibieza, de falta de contenido interior. El hombre de bien, de su buen fondo saca cosas buenas; y el hombre malo, de su mal fondo saca cosas malas13.

De esas conversaciones, en las que se pudo hacer el bien y no se hizo, pedirá cuenta el Señor. «Después de ver en qué se emplean, ¡íntegras!, muchas vidas (lengua, lengua, lengua con todas sus consecuencias), me parece más necesario y más amable el silencio. -Y entiendo muy bien que pidas cuenta, Señor, de la palabra ociosa»14. De la conversación vana y superficial a la murmuración, al chisme, al enredo, a la susurración o a la calumnia suele haber un camino muy corto. Es difícil controlar la lengua si no hay presencia de Dios. De nosotros, de cada cristiano que quiere seguir a Cristo, se tendría que decir que en ninguna circunstancia nos oyeron hablar mal de nadie. Por el contrario, de cada uno se debería poder afirmar que pasó por la vida, como Cristo, haciendo el bien15. También con la palabra, con una conversación sencilla llena de interés por los demás. Aun el mismo saludo ha de llevar el bien a quienes nos encontramos cada día: es como decirles: ¡qué alegría haberte encontrado en mi camino!



14 de septiembre

EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ*


Fiesta

— Origen de la fiesta.

— El Señor bendice con la Cruz a quienes más ama.

— Los frutos de la Cruz.

I. Por la Pasión de Nuestro Señor, la Cruz no es un patíbulo de ignominia, sino un trono de gloria. Resplandece la Santa Cruz, por la que el mundo recobra la salvación. ¡Oh Cruz que vences! ¡Cruz que reinas! ¡Cruz que limpias de todo pecado! Aleluia1.

La fiesta que hoy celebramos tiene su origen en Jerusalén en los primeros siglos del Cristianismo. Según un antiguo testimonio2, se comenzó a festejar en el aniversario del día en el que se encontró la Cruz de Nuestro Señor. Su celebración se extendió con gran rapidez por Oriente y poco más tarde a la Cristiandad entera. En Roma tuvo gran solemnidad la procesión que, antes de la Misa, para venerar la Cruz3, se dirigía desde Santa María la Mayor a San Juan de Letrán.

A principios del siglo VII los persas saquearon Jerusalén, destruyeron muchas basílicas y se apoderaron de las sagradas reliquias de la Santa Cruz, que serían recuperadas pocos años más tarde por el emperador Heraclio. Cuenta una piadosa tradición que cuando el emperador, vestido con las insignias de la realeza, quiso llevar personalmente el Santo Madero hasta su primitivo lugar en el Calvario, su peso se fue haciendo más y más insoportable. Zacarías, Obispo de Jerusalén, le hizo ver que para llevar a cuestas la Santa Cruz debería despojarse de las insignias imperiales e imitar la pobreza y la humildad de Cristo, que se había abrazado a ella desprendido de todo. Heraclio vistió entonces unas humildes ropas de peregrino y, descalzo, pudo llevar la Santa Cruz hasta la cima del Gólgota4.

Es posible que desde niños aprendiéramos a hacer el signo de la Cruz en la frente, en los labios y en el corazón, en señal externa de nuestra profesión de fe. En la Liturgia, la Iglesia utiliza el signo de la Cruz en los altares, en el culto, en los edificios sagrados. Es el árbol de riquísimos frutos, arma poderosa, que aleja todos los males y espanta a los enemigos de nuestra salvación: Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor, pedimos todos los días al signarnos. La Cruz enseña un Padre de la Iglesia «es el escudo y el trofeo contra el demonio. Es el sello para que no nos alcance el ángel exterminador, como dice la Escritura (cfr. Ex 9, 12). Es el instrumento para levantar a los que yacen, el apoyo de los que se mantienen en pie, el bastón de los débiles, la guía de quienes se extravían, la meta de los que avanzan, la salud del alma y del cuerpo, la que ahuyenta todos los males, la que acoge todos los bienes, la muerte del pecado, la planta de la resurrección, el árbol de la vida eterna»5. El Señor ha puesto la salvación del género humano en el árbol de la Cruz, para que donde tuvo origen la muerte, de allí resurgiera la Vida, y el que venció en un árbol, fuera en un árbol vencido6.

La Cruz se presenta en nuestra vida de muy diferentes maneras: enfermedad, pobreza, cansancio, dolor, desprecio, soledad... Hoy podemos examinar en nuestra oración nuestra disposición habitual ante esa Cruz que se muestra a veces difícil y dura, pero que, si la llevamos con amor, se convierte en fuente de purificación y de Vida, y también de alegría. ¿Nos quejamos con frecuencia ante las contrariedades? ¿Damos gracias a Dios también por el fracaso, el dolor y la contradicción? ¿Nos acercan a Dios estas realidades, o nos separan de Él?

II. La Primera lectura de la Misa7 nos narra cómo el Señor castigó al Pueblo elegido por murmurar contra Moisés y contra Yahvé, al experimentar las dificultades del desierto, enviándole serpientes que causaron estragos entre los israelitas. Cuando se arrepintieron, el Señor dijo a Moisés: Haz una serpiente de bronce y ponla por señal; el herido que la mirare, vivirá. Hizo, pues, Moisés una serpiente de bronce y la puso por señal, y los heridos que la miraban eran sanados. La serpiente de bronce era signo de Cristo en la Cruz, en quien obtienen la salvación los que lo miran. Así lo expresa Jesús en su conversación con Nicodemo, recogida en el Evangelio: Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea tenga vida eterna en él8. Desde entonces, el camino de la santidad pasa por la Cruz, y cobra sentido algo tan falto de él como es la enfermedad, el dolor, la pobreza, el fracaso..., la mortificación voluntaria. Es más, Dios bendice con la Cruz cuando quiere otorgar grandes bienes a un hijo suyo, al que trata entonces con particular predilección.

Muchas gentes huyen de la Cruz de Cristo como en desbandada, y se alejan de la alegría verdadera, de la eficacia sobrenatural que llena el corazón, de la misma santidad; huyen de Cristo. Llevémosla nosotros sin rebeldía, sin quejas, con amor. «¿Estás sufriendo una gran tribulación? -¿Tienes contradicciones? Di, muy despacio, como paladeándola, esta oración recia y viril:

»“Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada la justísima y amabilísima Voluntad de Dios, sobre todas las cosas. Amén. Amén”.

»Yo te aseguro que alcanzarás la paz»9.

III. Cruz fiel, tú eres el árbol más noble de todos; ningún otro se te puede comparar en hojas, en flor, en fruto10.

El amor a la Cruz produce abundantes frutos en el alma. En primer lugar, nos lleva a descubrir enseguida a Jesús, que nos sale al encuentro y toma lo más pesado de la contradicción y lo carga sobre sus hombros. Nuestro dolor, asociado al del Maestro, deja de ser el mal que entristece y arruina, y se convierte en medio de unión con Dios. «Si sufres, sumerge tu dolor en el suyo: di tu Misa. Pero si el mundo no comprende estas cosas, no te turbes; basta con que te comprendan Jesús, María, los santos. Vive con ellos y deja que corra tu sangre en beneficio de la humanidad: ¡como Él!»11.

La Cruz de cada día es una gran oportunidad de purificación, de desprendimiento y de aumento de gloria12. San Pablo enseñaba con frecuencia a los cristianos que las tribulaciones son siempre breves y llevaderas, y el premio de esos sufrimientos llevados por Cristo es inmenso y eterno. Por eso el Apóstol se gozaba en sus tribulaciones, se gloriaba de ellas y se consideraba dichoso de poder unirlas a las de Cristo Jesús y completar así su Pasión para bien de la Iglesia y de las almas13. El único dolor verdadero es alejarnos de Cristo. Los demás padecimientos son pasajeros y se tornan gozo y paz: «¿No es verdad que en cuanto dejas de tener miedo a la Cruz, a eso que la gente llama cruz, cuando pones tu voluntad en aceptar la Voluntad divina, eres feliz, y se pasan todas las preocupaciones, los sufrimientos físicos o morales?

»Es verdaderamente suave y amable la Cruz de Jesús. Ahí no cuentan las penas; solo la alegría de saberse corredentores con Él»14.

El trato y la amistad con el Maestro nos enseñan, por otra parte, a ver y a llevar con una disposición joven, decidida, alejada de la tristeza y de la queja, las dificultades que se presentan. Las veremos, igual que han hecho los santos, como un estímulo, un obstáculo que es preciso saltar en esta carrera que es la vida. Este espíritu alegre y optimista, incluso en los momentos difíciles, no es fruto del temperamento ni de la edad: nace de una profunda vida interior, de la conciencia siempre presente de nuestra filiación divina. Esta disposición serena, optimista, creará en toda circunstancia un buen ambiente a nuestro alrededor en la familia, en el trabajo, con los amigos... y será un gran medio para acercar a otros al Señor.

Terminamos nuestra oración junto a Nuestra Señora. «“Cor Mariae perdolentis, miserere nobis!” invoca al Corazón de Santa María, con ánimo y decisión de unirte a su dolor, en reparación por tus pecados y por los de los hombres de todos los tiempos.

»Y pídele para cada alma que ese dolor suyo aumente en nosotros la aversión al pecado, y que sepamos amar, como expiación, las contrariedades físicas o morales de cada jornada»15.

La devoción y el culto a la Santa Cruz, donde Cristo dio su vida por nosotros, se remonta a los mismos comienzos del Cristianismo. En la Liturgia se tiene constancia desde el siglo iv. La Iglesia conmemora hoy el rescate de la Cruz del Señor por obra del emperador Heraclio en su victoria sobre los persas. En los textos de la Misa y de la Liturgia de las Horas la Iglesia canta con entusiasmo a la Santa Cruz, pues fue el instrumento de nuestra salvación; si el árbol a cuya sombra pecaron de desobediencia nuestros primeros padres fue causa de perdición, el Árbol de la Cruz es el origen de nuestra salvación eterna.

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