Custodia

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Saludo

Bendición

martes, 13 de septiembre de 2022

 

San Juan Crisóstomo, obispo y doctor de la Iglesia, memoria obligatoria

Oficio de Lecturas


V/. -Señor, Ábreme los labios.

R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.


Invitatorio

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina


Ant: Venid, adoremos a Cristo, Pastor supremo.

Venid, aclamemos al Señor,

demos vítores a la Roca que nos salva;

entremos a su presencia dándole gracias,

aclamándolo con cantos.


-se repite la antífona


Porque el Señor es un Dios grande,

soberano de todos los dioses:

tiene en su mano las simas de la tierra,

son suyas las cumbres de los montes;

suyo es el mar, porque él lo hizo,

la tierra firme que modelaron sus manos.


-se repite la antífona


Entrad, postrémonos por tierra,

bendiciendo al Señor, creador nuestro.

Porque él es nuestro Dios,

y nosotros su pueblo,

el rebaño que él guía.


-se repite la antífona


Ojalá escuchéis hoy su voz:

«No endurezcáis el corazón como en Meribá,

como el día de Masá en el desierto;

cuando vuestros padres me pusieron a prueba

y me tentaron, aunque habían visto mis obras.


-se repite la antífona


Durante cuarenta años

aquella generación me asqueó, y dije:

"Es un pueblo de corazón extraviado,

que no reconoce mi camino;

por eso he jurado en mi cólera

que no entrarán en mi descanso."»


-se repite la antífona


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


 

Himno


Puerta de Dios en el redil humano

fue Cristo el buen Pastor que al mundo vino;

glorioso va delante del rebaño,

guiando su marchar por buen camino.


Madero de la cruz es su cayado,

su voz es la verdad que a todos llama,

su amor es el del Padre, que le ha dado

Espíritu de Dios que a todos ama.


Pastores del Señor son sus ungidos,

nuevos cristos de Dios, son enviados

a los pueblos del mundo redimidos;

del único Pastor siervos amados.


La cruz de su Señor es su cayado,

la voz de su verdad es su llamada,

los pastos de su amor, fecundo prado,

son vida del Señor que nos es dada. Amén.


Salmo 101 - I: Deseos y súplicas de un desterrado


Ant: Mi grito, Señor, llegue hasta ti; no me escondas tu rostro.


Señor, escucha mi oración,

que mi grito llegue hasta ti;

no me escondas tu rostro

el día de la desgracia.

Inclina tu oído hacia mi;

cuando te invoco, escúchame en seguida.


Que mis días se desvanecen como humo,

mis huesos queman como brasas;

mi corazón está agostado como hierba,

me olvido de comer mi pan;

con la violencia de mis quejidos,

se me pega la piel a los huesos.


Estoy como lechuza en la estepa,

como búho entre ruinas;

estoy desvelado, gimiendo,

como pájaro sin pareja en el tejado.

Mis enemigos me insultan sin descanso;

furiosos contra mí, me maldicen.


En vez de pan, como ceniza,

mezclo mi bebida con llanto,

por tu cólera y tu indignación,

porque me alzaste en vilo y me tiraste;

mis días son una sombra que se alarga,

me voy secando como la hierba.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Mi grito, Señor, llegue hasta ti; no me escondas tu rostro.


Salmo 101 - II:


Ant: Escucha, Señor, las súplicas de los indefensos.


Tú, en cambio, permaneces para siempre,

y tu nombre de generación en generación.

Levántate y ten misericordia de Sión,

que ya es hora y tiempo de misericordia.


Tus siervos aman sus piedras,

se compadecen de sus ruinas,

los gentiles temerán tu nombre,

los reyes del mundo, tu gloria.


Cuando el Señor reconstruya Sión,

y aparezca en su gloria,

y se vuelva a las súplicas de los indefensos,

y no desprecie sus peticiones,

quede esto escrito para la generación futura,

y el pueblo que será creado alabará al Señor.


Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario,

desde el cielo se ha fijado en la tierra,

para escuchar los gemidos de los cautivos

y librar a los condenados a muerte.


Para anunciar en Sión el nombre del Señor,

y su alabanza en Jerusalén,

cuando se reúnan unánimes los pueblos

y los reyes para dar culto al Señor.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Escucha, Señor, las súplicas de los indefensos.


Salmo 101 - III:


Ant: Tú, Señor, cimentaste la tierra, y el cielo es obra de tus manos.


Él agotó mis fuerzas en el camino,

acortó mis días;


y yo dije: "Dios mío, no me arrebates

en la mitad de mis días."


Tus años duran por todas las generaciones:

al principio cimentaste la tierra,

y el cielo es obra de tus manos.


Ellos perecerán, tú permaneces,

se gastarán como la ropa,

serán como un vestido que se muda.

Tú, en cambio, eres siempre el mismo,

tus años no se acabarán.


Los hijos de tus siervos vivirán seguros,

su linaje durará en tu presencia.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Tú, Señor, cimentaste la tierra, y el cielo es obra de tus manos.


V/. Escucharás una palabra de mi boca.

R/. Y les darás la alarma de mi parte.



Lectura


V/. Escucharás una palabra de mi boca.

R/. Y les darás la alarma de mi parte.


Juicio contra la Jerusalén pecadora

Ez 8,1-6.16-9,11

El año sexto, el día cinco del mes sexto, estando yo sentado en mi casa, y los concejales de Judá sentados frente a mí, bajó sobre mí la mano del Señor.

Vi una figura que parecía un hombre: de lo que parecía la cintura para abajo, fuego; de la cintura para arriba, como un resplandor, un brillo como de electro. Alargando una forma de mano, me agarró por la melena; el espíritu me levantó en vilo y me llevó en éxtasis entre el cielo y la tierra a Jerusalén, junto a la puerta septentrional del atrio interior, donde estaba la estatua rival. Allí estaba la gloria del Dios de Israel, como la había contemplado en la llanura. Me dijo:

«Hijo de Adán, dirige la vista hacia el norte.»

Dirigí la vista hacia el norte, y vi al norte de la puerta del altar la estatua rival, la que está a la entrada. Añadió:

«Hijo de Adán, ¿no ves lo que están haciendo? Graves abominaciones comete aquí la casa de Israel para que me aleje de mi santuario. Pero aún verás abominaciones mayores.»

Después me llevó al atrio interior de la casa del Señor. A la entrada del templo del Señor, entre el atrio y el altar, había unos veinticinco hombres, de espaldas al templo y mirando hacia el oriente: estaban adorando al sol. Me dijo:

«¿No ves, hijo de Adán? ¡Le parecen poco a la casa de Judá las abominaciones que aquí cometen, y colman el país de violencias, indignándome más y más! ¡Ahí los tienes despachando esbirros para enfurecerme! Pues también yo actuaré con cólera, no me apiadaré ni perdonaré; me invocarán a voz en grito, pero no los escucharé.»

Entonces le oí llamar en voz alta:

«Acercaos, verdugos de la ciudad, empuñando cada uno su arma mortal.»

Entonces aparecieron seis hombres por el camino de la puerta de arriba, la que da al norte, empuñando mazas. En medio de ellos, un hombre vestido de lino, con los avíos de escribano a la cintura. Al llegar, se detuvieron junto al altar de bronce. La gloria del Dios de Israel se había levantado del querubín en que se apoyaba, yendo a ponerse en el umbral del templo. Llamó al hombre vestido de lino, con los avíos de escribano a la cintura, y le dijo el Señor:

«Recorre la ciudad, atraviesa Jerusalén y marca en la frente a los que se lamentan afligidos por las abominaciones que en ella se cometen.»

A los otros les dijo en mi presencia:

«Recorred la ciudad detrás de él, hiriendo sin compasión y sin piedad. A viejos, mozos y muchachas, a niños y mujeres, matadlos, acabad con ellos; pero a ninguno de los marcados lo toquéis. Empezad por mi santuario.»

Y empezaron por los ancianos que estaban frente al templo. Luego les dijo:

«Profanad el templo, llenando sus atrios de cadáveres, y salid a matar por la ciudad.»

Sólo yo quedé con vida. Mientras ellos mataban, caí rostro en tierra y grité:

«¡Ay Señor! ¿Vas a exterminar al resto de Israel, derramando tu cólera sobre Jerusalén?»

Me respondió:

«Grande, muy grande es el delito de la casa de Israel y de Judá; el país está lleno de crímenes; la ciudad, colmada de injusticias; porque dicen: "El Señor ha abandonado el país, no lo ve el Señor." Pues tampoco yo me apiadaré ni perdonaré; doy a cada uno su merecido.»

Entonces, el hombre vestido de lino, con los avíos de escribano a la cintura, informó diciendo:

«He cumplido lo que me ordenaste.»

R/. Cuando veáis que está en el lugar santo el execrable devastador, habrá una gran angustia; si no se acortasen aquellos días, nadie escaparía con vida; Por amor a los elegidos se acortarán.

V/. No dañéis a la tierra ni al mar hasta que marquemos en la frente a los siervos de nuestro Dios.

R/. Por amor a los elegidos se acortarán.


L. Patrística


Para mi la vida es Cristo, y una ganancia el morir

San Juan Crisóstomo, obispo

Homilía antes de partir en exilio, 1-3 (PG 52,427*-430)

Muchas son las olas que nos ponen en peligro, y una gran tempestad nos amenaza: sin embargo, no tememos ser sumergidos porque permanecemos de pie sobre la roca. Aun cuando el mar se desate, no romperá esta roca; aunque se levanten las olas, nada podrán contra la barca de Jesús. Decidme, ¿qué podemos temer? ¿La muerte? Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir. ¿El destierro? Del Señor es la tierra y cuanto la llena. ¿La confiscación de los bienes? Sin nada vinimos al mundo, y sin nada nos iremos de él. Yo me río de todo lo que es temible en este mundo y de sus bienes. No temo la muerte ni envidio las riquezas. No tengo deseos de vivir, si no es para vuestro bien espiritual. Por eso, os hablo de lo que sucede ahora exhortando vuestra caridad a la confianza.

¿No has oído aquella palabra del Señor: Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio ellos? Y, allí donde un pueblo numeroso esté reunido por los lazos de la caridad, ¿no estará presente el Señor? me ha garantizado su protección, no es en mis fuerzas que me apoyo. Tengo en mis manos su palabra escrita. Éste es mi báculo, ésta es mi seguridad, éste es mi puerto tranquilo. Aunque se turbe el mundo entero, yo leo esta palabra escrita que llevo conmigo, porque ella es mi muro y mi defensa. ¿Qué es lo que ella me dice? Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.

Cristo está conmigo, ¿qué puedo temer? Que vengan a asaltarme las olas del mar y la ira de los poderosos; todo eso no pesa más que una tela de araña. Si no me hubiese retenido el amor que os tengo, no hubiese esperado a mañana para marcharme. En toda ocasión yo digo: «Señor, hágase tu voluntad: no lo que quiere éste o aquél, o lo que tú quieres que haga». Éste es mi alcázar, ésta es mi roca inamovible, éste es mi báculo seguro. Si esto es lo que quiere Dios, que así se haga. Si quiere que me quede aquí, le doy gracias. En cualquier lugar donde me mande, le doy gracias también.

Además, donde yo esté estaréis también vosotros, donde estéis vosotros estaré también yo: formamos todos un solo cuerpo, y el cuerpo no puede separarse de la cabeza, ni la cabeza del cuerpo. Aunque estemos separados en cuanto al lugar, permanecemos unidos por la caridad, y ni la misma muerte será capaz de desunirnos. Porque, aunque muera mi cuerpo, mi espíritu vivirá y no echará en olvido a su pueblo.

Vosotros sois mis conciudadanos, mis padres, mis hermanos, mis hijos, mis miembros, mi cuerpo y mi luz, una luz más agradable que esta luz material. Porque, para mí, ninguna luz es mejor que la de vuestra caridad. La luz material me es útil en la vida presente, pero vuestra caridad es la que va preparando mi corona para el futuro.

R/. Por el Evangelio sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso, lo aguanto todo por los elegidos.

V/. El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?

R/. Por eso, lo aguanto todo por los elegidos.



Oremos:


Oh Dios, fortaleza de los que esperan en ti, que has hecho brillar en la Iglesia a san Juan Crisóstomo por su admirable elocuencia y su capacidad de sacrificio, te pedimos que, instruidos por sus enseñanzas, nos llene de fuerza el ejemplo de su valerosa paciencia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

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