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jueves, 8 de agosto de 2024

Lecturas y reflexiones +

 

Santo Domingo de Guzmán

Memoria obligatoria

08 Agosto

Biografía

Nació en Caleruega (España), alrededor del año 1170. Estudió teología en Palencia y fue nombrado canónigo de la Iglesia de Osma. Con su predicación y con su vida ejemplar combatió con éxito la herejía albigense. Con los compañeros que se le adhirieron en esta empresa fundó la Orden de Predicadores. Murió en Bolonia el día 6 de agosto del año 1221.

Primera lectura

Jr 31,31-34

Haré una alianza nueva y no recordaré los pecados

Lectura del libro de Jeremías

YA llegan días -oráculo del Señor- en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No será una alianza como la que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto, pues quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor -oráculo del Señor-.
Esta será la alianza que haré con ellos después de aquellos días -oráculo del Señor-: Pondré mi leyes su interior y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que enseñarse uno a otros diciendo: «Conozcan al Señor», pues todos me conocerán desde el más pequeño al mayor -oráculo del Señor-, cuando perdone su culpa y no recuerde ya sus pecados.

Palabra de Dios.

Salmo

Sal 51(50),12-13.14-15. 18-19 (R. 12a)

R. Oh, Dios, crea en mí un corazón puro.

V. Oh, Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R.

V. Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti. R.

V. Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
El sacrificio agradable a Dios
es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú, oh, Dios, tú no lo desprecias. R.

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya
V. Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia,
y el poder del infierno no la derrotará. R.

Evangelio

Mt 16,13-23

Tú eres Pedro, y te daré las lleves del reino de los cielos

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
«¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?».
Ellos contestaron:
«Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas».
Él les preguntó:
«Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?».
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
«Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo».
Jesús le respondió:
«¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia,
y el poder del infierno no la derrotará.
Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.
Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo:
«¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte».
Jesús se volvió y dijo Pedro:
«¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres mí piedra de tropiezo, porque tú piensas como los hombres, no como Dios».

Palabra del Señor.

Pistas para la Lectio Divina

Mateo 16, 13-23: La confesión pública de la identidad del Maestro: ¿Qué tan profunda es mi fe? “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”

Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la América Latina (CEBIPAL) del CELAM

Siguiendo el ritmo del Evangelio de Mateo nos colocamos hoy ante la experiencia de fe más alta y más clara. Después (1) del cuadro negativo de los paisanos de Nazareth, (2) de las interpretaciones erradas del rey Herodes, (3) de la fe en progreso del mismo Pedro y (4) del grito de ayuda reconocido como auténtica expresión de fe la mujer cananea, nos colocamos hoy (5) ante la confesión de fe de Simón Pedro.

El contexto inmediatamente anterior es importante. Esta quinta escena se presenta en contraluz con dos relatos previos en los que los fariseos y saduceos:

(1) Son reprendidos por Jesús por pedir un signo para creer (Mt 16,1-4), y de hecho Él no les da un signo diferente de los de su misión (explorar los signos de los tiempos);

(2) Son puestos como ejemplo de la actitud y de la doctrina que no hay que seguir (Mt 16,5-12).

El evangelista también está suponiendo que conocemos todo el itinerario de Jesús que ha venido narrando y que comprendemos que éste es el punto de llegada de su actividad precedente.

Curiosamente Jesús nunca les pidió a sus discípulos que le dieran una opinión sobre sus discursos o sobre las obras de poder que realizaba sino únicamente sobre su propia persona. Para Jesús esto es importante: ¿qué están comprendiendo acerca de su identidad? Es de esta manera que los quiere conducir hacia un conocimiento claro y profundo, del cual brota una confesión de fe sin equívocos. Pues bien, en el centro del evangelio no está tanto su anuncio sino la mismísima persona de Jesús.

Cuando Jesús pregunta qué opina la gente acerca de él, le responden: “Unos que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas” (16,14). La gente tiene a Jesús en una alta consideración, pero no pasa de una figura profética similar a la de los grandes profetas portavoces de Dios. Si esto es así, sería uno de tantos ya que muchos han venido antes y otros vendrán después. Con esta clasificación se deja entender que ya hay una gran valoración de Jesús pero que corre el peligro de no ir más allá de rotulaciones ya conocidas; por tanto, la opinión pública no ha llegado todavía a lo que realmente importa: al descubrimiento de la relación inédita, única y particular, que Jesús tiene con Dios.

Cuando Jesús les solicita a los discípulos su propia opinión, Simón Pedro responde: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (16,16). El apóstol reconoce la doble relacionalidad que caracteriza de manera inequívoca a Jesús:

· Para el pueblo es el “Cristo” (Mesías): el único, el último y definitivo rey y pastor del pueblo de Israel, enviado por Dios para darle a este pueblo y a toda la humanidad la plenitud de vida (como ya se vio en la multiplicación de los panes y en los otros milagros).

· Para Dios es su “Hijo”: vive en una relación única, singular con Dios, caracterizada por el conocimiento recíproco, la igualdad y la comunión de amor entre el Padre entre ellos (ver 11,27).

Aquí no se habla de un Dios abstracto ni genérico, se trata del Dios viviente, el único verdadero y real, que es vida en sí mismo, que ha creado todo lo que es vida y con su inmenso poder vence la muerte. Jesús es el rey y pastor que en cuanto Hijo del Señor de la Vida se compromete con la vida de su pueblo, es el Mesías que profundamente ligado al poder vital mismo, al Dios viviente. Y el don de la vida será comunicado mediante la donación de la suya propia en el camino de la cruz, como lo anuncia en la segunda del texto de hoy (16,21).

La reacción negativa de Pedro le merece la reprensión y ser llamado de “Satán”, porque piensa a nivel humano y no acepta el camino de sufrimiento de Jesús (16,22-23). ¡Vaya ironía! Al discípulo modelo Jesús le dice delante de toda la comunidad: “¡Tú eres escándalo!” (16,23).

El culmen del camino de la fe no es la confesión de boca sino la confesión con la vida. En la ruta de la cruz tomará cuerpo este tipo confesión de fe que precisaba, en primer lugar, pasar por los labios.

Habrá entonces que comenzar a caminar en esta segunda etapa con una apertura de mente y de corazón total ante el proyecto de Dios: la plenitud de vida que brota del misterio del dolor vivido en íntima comunión con el crucificado, donde toma sentido toda vida, todo proyecto, toda realización.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Qué opinión de Jesús tiene la gente con la que trato cotidianamente en ambientes distintos a los de mi comunidad de fe? ¿Se parece a la opinión de la gente en tiempos de Jesús?

2. ¿Cómo expreso mi fe en Jesús, con qué términos? ¿Pedro expresa lo que personalmente estoy viviendo de Jesús?

3. ¿Qué podría hacer para la persona de Jesús esté siempre en el centro de mi vida?

Francisco Fernández-Carvajal
Hablar con Dios

8 de agosto

SANTO DOMINGO DE GUZMÁN*

Memoria

— Necesidad de la sana doctrina. La ayuda de la Virgen.

— El Rosario, arma poderosa.

— La consideración de los misterios del Santo Rosario.

I. A principios del siglo xiii algunas sectas causaban estragos en la Iglesia, sobre todo en el Sur de Francia. Durante un viaje que realizó Santo Domingo, acompañando a su Obispo por esa región, pudo comprobar por sí mismo los daños que esas nuevas doctrinas originaban en el Pueblo de Dios, falto de formación como en tantas ocasiones. ¡Cuántos males ha causado la ignorancia! Durante su viaje, el Santo comprendió la necesidad de enseñar las verdades de la fe con claridad y sencillez, y con gran celo y amor a las almas se entregó del todo a este quehacer. Poco tiempo más tarde, se determinó a fundar una nueva Orden religiosa que tenía como fin la difusión de la doctrina cristiana y su defensa del error en cualquier parte de la Cristiandad. Así surgió la Orden de Predicadores, que tendría en el estudio de la Verdad uno de sus pilares fundamentales1. Desde entonces, «en cualquier actividad apostólica en servicio de la Iglesia pueden encontrarse dominicos ocupados en llevar la verdad a las inteligencias de sus hermanos, los hombres (...), actuando con el carisma peculiar, que es el mismo de su fundador: iluminar las conciencias con la luz de la palabra de Dios»2.

La tarea de enseñar a todos el contenido de la fe no ha sido solo una necesidad del pasado. En las circunstancias actuales, esta misión de la Iglesia entera se hace quizá más urgente que en épocas pretéritas. El Papa Juan Pablo II ha alertado ante esa situación de ignorancia generalizada de las verdades más elementales, y ante la difusión de muchos errores doctrinales, cuyas consecuencias no han tardado en hacerse notar en las almas: la falta de amor y de piedad hacia la Sagrada Eucaristía; el olvido de la Confesión, sacramento imprescindible para obtener el perdón de Dios y para formar la conciencia; el desconocimiento del fin trascendente al que hemos sido llamados...; arrinconar la fe al ámbito de la vida privada, sin que tenga manifestaciones públicas; el matrimonio parece haber sido privado en algunos casos de su íntimo y natural significado y valor; la introducción de la legislación permisiva del aborto es el triunfo del principio del bienestar material y del egoísmo sobre el valor más sacro, el de la vida humana; la disminución de la natalidad y la senectud demográfica han llevado a algún responsable europeo a hablar de un suicidio demográfico de Europa y aparece como el grave síntoma de un profundo empobrecimiento espiritual3. No es difícil darse cuenta de cómo en muchos se ha perdido el sentido de la amistad con Dios, del pecado, de la vida eterna, del sentido cristiano del dolor... A la vez, se puede comprobar cómo el mundo se hace menos humano en la medida en que deja de ser cristiano. Y esta ola de materialismo, de pérdida del sentido de lo sobrenatural, afecta también, y a veces en gran medida, a esas personas que todos los días vemos, y a las que quizá el Señor ha puesto a nuestro cuidado, por unas u otras razones.

Meditemos hoy junto al Señor si sentimos en nuestro corazón esa llamada del Papa a recristianizar el mundo que nos rodea, según nuestras fuerzas y con nuestro modo cristiano de estar en medio de la sociedad. Pensemos hoy junto al Señor si nos esforzamos por conocer a fondo la doctrina de Jesucristo, si ajustamos a ella nuestra conducta personal, familiar, profesional, social, política, etcétera; si nos empeñamos en difundirla; si procuramos mantener esos signos externos –que tanto empeño hay en eliminar– de religiosidad y sentido cristiano: el escapulario, la bendición de la mesa, de la nueva casa que habitamos, el tener alguna imagen del Señor o de la Virgen en nuestro hogar, en el lugar de trabajo...

II. Santo Domingo de Guzmán, como tantos otros después de él, contó además con un arma poderosa4 para vencer en esta batalla, que al principio parecía perdida, pues «emprendió con ánimo esforzado la guerra contra los enemigos de la Iglesia católica, no con la fuerza ni con las armas, sino con la más acendrada fe en la devoción del Santo Rosario, que fue el primero en propagar, y que personalmente y por sus hijos llevó a los cuatro ángulos del mundo»5. «Con razón, pues, mandó Domingo a sus hijos que, al predicar al pueblo la palabra de Dios, se entretuvieran con frecuencia y con cariño en inculcar en las almas de los oyentes esta manera de orar, de cuya utilidad tenía mucha experiencia. Pues sabía bien que María, por una parte, tenía tanta autoridad delante de su Hijo divino que las gracias que confiere a los hombres las provee siempre Ella como administradora y dispensadora; y, por otra parte, es de natural tan benigna y clemente que, habiendo acostumbrado a socorrer espontáneamente a los necesitados, no puede, en modo alguno, rehusar la ayuda a los que se la piden. Así, pues, la Iglesia, por medio principalmente del Rosario, siempre ha encontrado en Ella a la Madre de la gracia y a la Madre de la misericordia, como tiene costumbre de saludarla; por lo cual los romanos pontífices no dejaron pasar jamás ocasión alguna hasta el presente de ensalzar con las mayores alabanzas el Rosario mariano y de enriquecerlo con indulgencias apostólicas»6.

Los cristianos, por instinto filial y por esta recomendación expresa de los Papas, han acudido al rezo del Santo Rosario en los momentos ordinarios y en las circunstancias más difíciles (calamidades públicas, guerras, herejías, problemas familiares importantes...) y como medio excelente de acción de gracias. Los consejos de los últimos Papas han sido constantes, principalmente en lo que se refiere al Rosario en familia. El Concilio Vaticano II advertía a todos los fieles cristianos «que tengan muy en consideración las prácticas y los ejercicios piadosos hacia Ella recomendados por el Magisterio a lo largo de los Siglos»7. Y Pablo VI interpretaba auténticamente estas palabras como referidas al Santo Rosario8.

Examinemos nosotros hoy, cuando tantas necesidades padece la Humanidad, con qué amor y confianza acudimos a Nuestra Señora a través de esta devoción tan cargada de gracias. Pensemos si a la hora de difundir la sana doctrina a nuestro alrededor, y especialmente si vemos que alguno de los más cercanos a nosotros se va separando del Señor, acudimos con fe a nuestra Madre del Cielo.

III. Si procuramos rezar cada día con amor el Santo Rosario atraeremos, como Santo Domingo, muchas gracias sobre aquellos que queremos llevar hasta el Señor y sobre nuestra alma. En él, consideramos los principales misterios de nuestra salvación: desde la Anunciación de la Virgen hasta la Resurrección y Ascensión a los Cielos del Señor, pasando por su Pasión y Muerte.

Los cinco primeros, que llamamos de gozo, recogen la vida oculta de Jesús y de María y nos enseñan a santificar las realidades de la vida ordinaria. Los cinco siguientes, los misterios de dolor, nos permiten contemplar y vivir la Pasión y nos enseñan a santificar el dolor, la enfermedad, la cruz que se hace presente en la vida de cada hombre a su paso por este mundo. En los cinco últimos, los gloriosos, contemplamos el triunfo del Señor y de su Madre, y nos llenan de alegría y de esperanza al meditar la gloria que Dios nos tiene reservada si somos fieles.

En la consideración de estos misterios vamos a Jesús por María: gozamos con Cristo, al contemplarlo hecho Hombre como nosotros, nos dolemos con Cristo paciente, vivimos anticipadamente su gloria. Para que esa contemplación sea posible hemos de procurar rezar de tal manera «que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, a través del corazón de Aquella que estuvo cerca de Él, y que desvelen su insondable riqueza»9. Rezar así el Santo Rosario, «con la consideración de los misterios, la repetición del Padrenuestro y del Avemaría, las alabanzas a la Beatísima Trinidad y la constante invocación a la Madre de Dios, es un continuo acto de fe, de esperanza y amor, de adoración y reparación»10.

En tiempos de Santo Domingo se saludaba a la Virgen con el título de rosa, símbolo de la alegría. Se adornaban ya las imágenes con una corona de rosas, y se cantaba a María como jardín de rosas (en latín medieval Rosarium). Y de ahí parece provenir el nombre que ha llegado hasta nosotros11. No olvidemos que cada Avemaría es como una rosa que ofrecemos a Nuestra Madre del Cielo. No dejemos que, por falta de interés o de atención, salga marchita de nuestros labios. No dejemos de emplear esta arma poderosa ante tantos obstáculos como en ocasiones encontramos. Acudamos también a Nuestra Señora, a través de esta devoción, cuando sintamos más el peso de nuestras flaquezas: «“Virgen Inmaculada, bien sé que soy un pobre miserable, que no hago más que aumentar todos los días el número de mis pecados...”. Me has dicho que así hablabas con Nuestra Madre, el otro día.

»Y te aconsejé, seguro, que rezaras el Santo Rosario: ¡bendita monotonía de avemarías que purifica la monotonía de tus pecados!».

Santo Domingo de Guzmán nació en Caleruega, alrededor del año 1170. Combatió con su predicación y su vida ejemplar la herejía albigense. Fundó la Orden de Predicadores (Dominicos) y extendió la devoción del Santo Rosario. Murió en Bolonia el 6 de agosto de 1221.

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