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Bendición

sábado, 3 de agosto de 2024

Lecturas y reflexiones +

 



Primera lectura


Jr 26,11-16.24

Es cierto que el Señor me ha enviado para que les comunique estas palabras

Lectura del libro de Jeremías.

EN aquellos días, los sacerdotes y los profetas dijeron a los magistrados y a la gente:
«Este hombre es reo de muerte, pues ha profetizado contra esta ciudad, como lo han podido oír ustedes mismos».
Jeremías respondió a los marginados y a todos los presentes:
«El Señor me ha enviado a profetizar contra este templo y esta ciudad todo lo que acaban de oír.
Ahora bien, si enmiendan su conducta y sus acciones y escuchan la voz del Señor su Dios, el Señor se arrepentirá de la amenaza que ha pronunciado contra ustedes.
Yo, por mi parte, estoy en sus manos: hagan de mí lo que mejor les parezca.
Pero sépanlo bien: si me matan, se harán responsables de sangre inocente, que caerá sobre ustedes, sobre esta ciudad y sobre sus habitantes. Porque es cierto que el Señor me ha enviado para que les comunique personalmente estas palabras».
Los magistrados del pueblo dijeron a los sacerdotes y a los profetas:
«Este hombre no es reo de muerte, pues nos ha hablado en nombre del Señor nuestro Dios».
Entonces Ajicán, hijo de Safán, se hizo cargo de Jeremías para que no lo entregaran al pueblo y le dieran muerte.

Palabra de Dios.

Salmo


Sal 69(68),15-16.30-31.33-34 (R. cf. 14)

R. En el día de la gracia, escúchame, Señor.

V. Arráncame del cieno, que no me hunda;
líbrame de los que me aborrecen,
y de las aguas sin fondo.
Que no me arrastre la corriente,
que no trague el torbellino,
que no cierre la poza sobre mí. R.

V. Yo soy un pobre malherido;
Dios mío, tu salvación me levante.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias. R.

V. Mírenlo, los humildes, y alégrense;
busquen al Señor, y revivirá su corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos. R.

Aclamación


R. Aleluya, aleluya, aleluya
V. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. R.

Evangelio


Mt 14,1-12.

Herodes mandó decapitar a Juan, y sus discípulos fueron a contárselo a Jesús

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, oyó el tetrarca Herodes lo que se contaba de Jesús y dijo a sus cortesanos:
«Ese es Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos, y por eso las fuerzas milagrosas actúan en él».
Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido a la cárcel encadenado, por motivo de Herodías, mujer de su hermano Filipo; porque Juan le decía que no le era lícito vivir con ella. Quería mandarlo matar, pero tuvo miedo de la gente, que lo tenía por profeta.
El día del cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó delante de todos y le gustó tanto a Herodes, que juró darle lo que pidiera.
Ella, intrigada por su madre, le dijo:
«Dame ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista».
El rey lo sintió, pero, por el juramento y los invitados, ordenó que se la dieran, y mando decapitar a Juan en la cárcel.
Trajeron la cabeza en una bandeja, se la entregaron a la joven y ella se la llevó a su madre.
Sus discípulos recogieron el cadáver, lo enterraron, y fueron a contárselo a Jesús.

Palabra del Señor.



Pistas para la Lectio Divina

Mateo 14, 1-12: El costo de ser profeta. “Su bandeja fue traída en una bandeja y entregada a la muchacha”

Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la América Latina (CEBIPAL) del CELAM

Ante la persona de Jesús siempre se toma alguna posición. En el texto de ayer vimos la reacción de las personas familiarizadas con Jesús desde pequeños, hoy vemos la reacción de uno que ni siquiera lo ha visto, uno –por así decir- extraño a Jesús: el rey Herodes, rey (con título de Tetrarca) de la región donde Jesús está evangelizando.

Con el rey Herodes como protagonista tenemos hoy el segundo cuadro de la galería de las experiencias de fe. Pero de nuevo tenemos la antítesis de la fe: un hombre que no comprende la identidad de Jesús (dice: “Ese es Juan el Bautista, él ha resucitado...”), que saca conclusiones rápidas acerca de Jesús (“... por eso actúan en él fuerzas milagrosas”). Para Herodes la persona de Jesús es el fantasma de su víctima.

El texto de hoy lo podemos leer desde tres ángulos:

1. La evangelización llega al rey. El evangelio no sólo llega a los ambientes populares, sino que resuena también en el palacio del rey (“Se enteró el rey Herodes de la fama de Jesús”). Esta es la evangelización que toca las estructuras del poder, los centros de decisión. Y también aquí encontramos resistencias para que el nombre de Jesús sea aceptado de manera que todos se descubran amados, perdonados y salvados. El evangelio llega allí donde pueden incubarse actitudes de sometimiento del otro para generar un hombre nuevo, no centrado en sí mismo sino en el servicio (ver Mt 20,25-26).

2. La falsa idea que el rey se hace de Jesús. Las “fuerzas milagrosas” de Jesús tienen su explicación –según Herodes- en una eventual resurrección de Juan Bautista y no en la novedad del Reino predicada por Jesús y de la cual el Bautista había sido el precursor y el último de sus profetas (ver 11,13). El rey no es capaz de dar un paso adelante en el itinerario histórico-salvífico. La actitud de Herodes ante Jesús concuerda mucho con el sentir popular que se expresará más adelante cuando Jesús pregunte qué es lo que la gente piensa de él (ver Mt 16,13-14).

3. El pecado del rey. Cuando Herodes escucha hablar de Jesús lo que emerge en su conciencia es la historia de su pecado (“lo que sucedió es que...”, v.3): el asesinato de Juan Bautista víctima de su negativa para cambiar su vida de pecado (14,4), de su miedo a la impopularidad (14,5) y de su estupidez como gobernante (14,7 y 9). La historia del martirio de Juan en realidad le hace un juicio al rey, poniéndose así de relieve para nosotros los lectores, cómo es un modo de pensar y de actuar incompatible con el evangelio.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Qué cobertura tiene mi acción evangelizadora? ¿Me preocupo por llevar la Palabra hasta los centros de decisión que hay hoy? ¿Qué es lo que Jesús quiere transformar allí?

2. ¿Quién era Jesús para Herodes? ¿Quién es Jesús para mí?

3. ¿Qué me enseña la historia del martirio de Juan? ¿Cuál es mi pecado que me puede llevar a hacer a otros “víctimas” de mis errores?

“Mirad a los hombres, vuestro prójimo, imagen de la Santísima Trinidad, hecho para compartir su Gloria, con el universo a su servicio, miembros de Jesucristo, rescatados a toda costa de tantos dolores, oprobios y sangre. Mirad su inmensa miseria (…).

Si considerarais atentamente la obligación que tenéis de centraros en el honor de Jesucristo y la salvación de los hombres, veríais qué deber es para vosotros el estar listos para todo trabajo y esfuerzo a fin de llegar a ser aptos instrumentos de la gracia de Dios”
(Carta de San Ignacio de Loyola a los hermanos de Coimbra)

Francisco Fernández-Carvajal
Hablar con Dios

17ª Semana. Sábado

SABER CALLAR, SABER HABLAR

— El silencio de Jesús.

— Hablar cuando sea necesario, con caridad y fortaleza. Huir del silencio culpable.

— Valentía y fortaleza en la vida ordinaria. Ser coherentes con nuestra fe y con la vocación recibida.

I. Durante treinta años, Jesús llevó una vida de silencio; solo María y José conocían el misterio del Hijo de Dios. Cuando vuelve de nuevo al pueblo donde había vivido, sus paisanos se extrañan de su sabiduría y de sus milagros, pues solo habían visto en Él una vida ejemplar de trabajo.

Durante los tres años de su ministerio público vemos cómo se recoge en el silencio de la oración, a solas con su Padre Dios, se aparta del clamor y del fervor superficial de la multitud que pretende hacerle rey, realiza sus milagros sin ostentación y recomienda frecuentemente a los que han sido curados que no lo publiquen...

El silencio de Jesús ante las voces de sus enemigos en la Pasión es conmovedor: Él permaneció en silencio y nada respondió1. Ante tantas acusaciones falsas aparece indefenso. «Dios nuestro Salvador –comenta San Jerónimo–, que ha redimido al mundo llevado de su misericordia, se deja conducir a la muerte como un cordero, sin decir palabra; ni se queja ni se defiende. El silencio de Jesús obtiene el perdón de la protesta y excusa de Adán»2. Jesús calla durante el proceso ante Herodes y Pilato, y lo contemplamos en pie, sin decir palabra, ante Barrabás y delante de enemigos clamorosos, excitados, vigilantes, sirviéndose de falsos testimonios para tergiversar sus palabras. Está en pie ante el procurador. Y aunque le acusaban los príncipes de los sacerdotes, nada respondió. Entonces Pilato le dijo: ¿No oyes cuántas cosas alegan contra ti? Y no le respondió a pregunta alguna, de tal manera que el procurador quedó admirado en extremo3.

El silencio de Dios ante las pasiones humanas, ante los pecados que se cometen cada día en la Humanidad, no es un silencio lleno de ira, ni despreciativo, sino rebosante de paciencia y de amor. El silencio del Calvario es el de un Dios que viene a redimir a todos los hombres con su sufrimiento indecible en la Cruz. El silencio de Jesús en el Sagrario es el del amor que espera ser correspondido, es un silencio paciente, en el que nos echa de menos si no le visitamos o lo hacemos distraídamente.

El silencio de Cristo durante su vida terrena no es en modo alguno vacío interior, sino fortaleza y plenitud. Los que se quejan continuamente de las contrariedades que padecen o de su mala suerte, quienes pregonan a los cuatro vientos sus problemas, los que no saben sufrir calladamente una injuria, quienes se sienten urgidos a dar continuamente explicaciones de lo que hacen y lo que dejan de hacer, los que necesitan exponer las razones y motivos de sus acciones, esperando con ansiedad la alabanza o la aprobación ajena..., deberían mirar a Cristo que calla. Le imitamos cuando aprendemos a llevar las cargas e incertidumbres que toda vida lleva consigo sin quejas estériles, sin hacer partícipes de ellas al mundo entero, cuando hacemos frente a los problemas personales sin descargarlos en hombros ajenos, cuando respondemos de los propios actos sin excusas ni justificaciones de ningún tipo, cuando realizamos el propio trabajo mirando la perfección de la obra y la gloria de Dios, sin buscar alabanzas...4.

Iesus autem tacebat. Jesús callaba. Y nosotros debemos aprender a callar en muchas ocasiones. A veces, el orgullo infantil, la vanidad, hacen salir fuera lo que debió quedar en el interior del alma; palabras que nunca debieron decirse. La figura callada de Cristo será un Modelo siempre presente ante tanta palabra vacía e inútil. Su ejemplo es un motivo y un estímulo para callar a veces ante la calumnia o la murmuración. In silentio et in spe erit fortitudo vestra, en el silencio y en la esperanza se fundará vuestra fortaleza, nos dice el Espíritu Santo, por boca del Profeta Isaías5.

II. Pero Jesús no siempre calla. Porque existe también un silencio que puede ser colaborador de la mentira, un silencio compuesto de complicidades y de grandes o pequeñas cobardías; un silencio que a veces nace del miedo a las consecuencias, del temor a comprometerse, del amor a la comodidad, y que cierra los ojos a lo que molesta para no tener que hacerle frente: problemas que se dejan a un lado, situaciones que debieron ser resueltas en su momento porque hay muchas cosas que el paso del tiempo no arregla, correcciones fraternas que nunca se debieron dejar de hacer... dentro de la propia familia, en el trabajo, al superior o al inferior, al amigo y a quien cuesta tratar.

La Palabra de Jesús está llena de autoridad, y también de fuerza ante la injusticia y el atropello: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócrita!, porque exprimís las casas de las viudas con el pretexto de hacer largas oraciones...6. Jamás le importó ir contra corriente a la hora de proclamar la verdad.

San Juan Bautista, cuyo martirio leemos hoy en el Evangelio de la Misa7, era voz que clama en el desierto. Y nos enseña a decir todo lo que deba ser dicho, aunque nos parezca alguna vez que es hablar en el desierto, pues el Señor no permite en ninguna ocasión que sea inútil nuestra palabra, porque es necesario hacer lo que debe hacerse, sin preocuparse excesivamente de los frutos inmediatos, ya que si cada cristiano hablara conforme a su fe, habríamos cambiado ya el mundo. No podemos callar ante infamias y crímenes como el del aborto, la degradación del matrimonio y de la familia, o ante una enseñanza que pretende arrinconar a Dios en la conciencia de los más jóvenes... No podemos callar ante ataques a la persona del Papa o a Nuestra Señora, ante las calumnias sobre instituciones de la Iglesia cuya verdad y rectitud conocemos bien de sobra... Callar cuando debemos hablar por razón de nuestro puesto en la sociedad, en la empresa o en la familia, o sencillamente por la condición de cristianos, podría ser en ocasiones colaborar con el mal, permitiendo que se piense que «el que calla, otorga». Si los católicos hablasen cuando han de hacerlo, si no contribuyeran con una sola moneda a la difusión de la prensa o de la literatura que causan estragos en las almas, difícilmente podrían sostenerse esas empresas.

Hablar cuando debamos hacerlo. A veces, en el pequeño grupo en el que nos movemos, en la tertulia que se organiza espontáneamente a la salida de una clase, o con unos amigos o vecinos que vienen a nuestra casa a visitarnos; entre los amigos o clientes..., ante un vídeo indecente en el autobús en el que viajamos..., y desde la tribuna, si ese es nuestro lugar dentro de la sociedad. Por carta cuando sea preciso para animar con nuestro aliento o para agradecer un buen artículo aparecido en un periódico o manifestar nuestra disconformidad con una determinada línea editorial o un escrito doctrinalmente desenfocado. Y siempre con caridad, que es compatible con la fortaleza (no existe caridad sin fortaleza), con buenas maneras, disculpando la ignorancia de muchos, salvando siempre la intención, sin agresividad ni formas cerriles o inadecuadas que serían impropias de alguien que sigue de cerca a Jesucristo... Pero también con la fortaleza con que actuó el Señor.

III. Si en los momentos en que el Bautista vio en peligro su vida hubiera callado o se hubiera mantenido al margen de los acontecimientos, no habría muerto degollado en la cárcel de Herodes. Pero Juan no era así; no era como una caña que a cualquier viento se mece. Fue coherente con su vocación y con sus principios hasta el final. Si hubiera callado, habría vivido algunos años más, pero sus discípulos no serían quienes primero siguieron a Jesús, no habría sido quien preparara y allanara el camino al Señor, como había profetizado Isaías. No habría vivido su vocación y, por tanto, no habría tenido sentido su vida.

A nosotros, muy probablemente, no nos pedirá Jesús el martirio violento, pero sí esa valentía y fortaleza en las situaciones comunes de la vida ordinaria: para cortar un mal programa de televisión, para llevar a cabo esa conversación apostólica que debemos tener y no retrasarla más... Sin quedarse en quejas ineficaces, que para nada sirven, dando doctrina positiva, soluciones..., con optimismo ante el mundo y las cosas buenas que hay en él, resaltando lo bueno: la alegría de una familia numerosa, el profundo gozo que produce realizar el bien, el amor limpio que se conserva joven viviendo santamente la virtud de la pureza...

Existe un silencio cobarde, contra el que debemos luchar: el del que enmudece ante quien Dios ha puesto a su lado para que le ayude y le fortalezca en su caminar hacia Dios. Difícilmente podríamos ser valientes en la vida si no lo fuéramos en primer lugar con nosotros mismos, siendo sinceros con quien orienta nuestra alma.

Muchos de nuestros amigos, al ver que somos coherentes con la fe, que no la disimulamos ni escondemos en determinados ambientes, se verán arrastrados por ese testimonio sereno, de la misma manera que muchos se convertían al contemplar el martirio –testimonio de fe– de los primeros cristianos.

Pidamos en el día de hoy, que dedicamos especialmente a Nuestra Señora, que Ella nos enseñe a callar en tantas ocasiones en que debemos hacerlo, y a hablar siempre que sea necesario.

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