Custodia

Custodia

Saludo

Bendición

viernes, 16 de agosto de 2024

Lecturas y reflexiones +

 San Esteban de Hungría




Memoria libre

16 Agosto

Biografía


Nació en Panonia alrededor del año 969; después de recibido el bautismo, fue coronado rey de Hungría el año 1000. En el gobierno de su reino fue justo, pacífico y piadoso, observando con toda minuciosidad las leyes de la Iglesia y buscando siempre el bien de sus súbditos. Fundó varios obispados y favoreció en gran manera la vida de la Iglesia. Murió en Szekes - fehérvar el año 1038.



Primera lectura


Ez 16,1-15.60.63

Eres perfecta con los atavíos que yo había puesto sobre ti; y te prostituiste

Lectura de la profecía de Ezequiel

ME fue dirigida esta palabra del Señor:
«Hijo de hombre, hazle conocer sus acciones detestables a Jerusalén.
Di: "Esto dice el Señor Dios, a Jerusalén. Por tu origen y tu nacimiento eres cananea: tu padre era amorreo y tu madre hitita. Así fue tu nacimiento: El día en que naciste, no te cortaron el cordón, no te levantaron con agua para purificarte, ni te friccionaron con sal, ni te envolvieron en pañales. Nadie se apiadó de ti ni hizo por compasión nada de todo esto, sino que por aversión te arrojaron a campo abierto el día que naciste.
Yo pasaba junto a ti y te vi revolviéndote en tu sangre, y te dije: Sigue viviendo, tú que yaces en tu sangre, sigue viviendo.
Te hice crecer como un brote de campo. Tú creciste, te hiciste grande, llegaste a la edad del matrimonio. Tus senos se afirmaron y te brotó el vello, pero continuabas completamente desnuda.
Pasé otra vez a tu lado, te vi en la edad del amor; extendí mi manto sobre ti para cubrir tu desnudez. Con juramento hice alianza contigo-oráculo del Señor Dios- y fuiste mía.
Te lavé con agua, te limpié la sangre que te cubría y te ungí con aceite. Te puse vestiduras bordadas, te calcé zapatos de cuero fino, te ceñí de lino, te revestí de seda.
Te engalané con joyas: te puse pulseras en los brazos y un collar en tu cuello. Te puse un anillo en la nariz, pendientes en tus orejas y una magnífica diadema en tu cabeza.
Lucías joyas de oro y plata, vestidos de lino, seda y bordado; comías flor de harina, miel y aceite; estabas cada vez más bella y llegaste a ser como una reina.
Se difundió entre las naciones paganas la fama de tu belleza, perfecta con los atavíos que yo había puesto sobre ti - oráculo del Señor Dios-. Pero tú, confiada en tu belleza, te prostituiste; valiéndote de tu fama, prodigaste tus favores y te entregaste a todo el que pasaba.
Con todo, yo me acordaré de mi alianza contigo en los días de tu juventud, y estableceré contigo una alianza eterna, para que te acuerdes y te avergüences y no te atrevas nunca más a abrir la boca por tu oprobio, cuando yo te perdone todo lo que hiciste - oráculo del Señor Dios-».

Palabra de Dios.

O bien

Ez 16,59-63

Me acordaré de mi alianza contigo, y tú te avergonzarás

Lectura de la profecía de Ezequiel.

ESTO dice el Señor:
«Actuaré contigo, Jerusalén, conforme a tus acciones, pues menospreciaste el juramento y quebrantaste la alianza.
Con todo, yo me acordaré de mi alianza contigo en los días de tu juventud, y estableceré contigo una alianza eterna.
Te acordarás de tu conducta y te avergonzarás al acoger a tus hermanas mayores y a las menores, pues yo te las daré como hijas, pero no en virtud de tu alianza.
Yo estableceré mi alianza contigo y recordarás que yo soy el Señor, para que te acuerdes y te avergüences y no te atrevas nunca más a abrir la boca por tu oprobio, cuando yo te perdone todo lo que hiciste -oráculo del Señor Dios-».

Palabra de Dios.

Salmo


Sal Is 12,2-3.4bcd.5-6 (R. 1c)

R. Ha cesado tu ira y me has consolado.

V. «Él es mi Dios y Salvador:
confiaré y no temeré,
porque mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación».
Y sacarán aguas con gozo
de las fuentes de salvación. R.

V. «Den gracias al Señor,
invoquen su nombre,
cuenten a los pueblos sus hazañas,
proclamen que su nombnre es excelso». R.

V. Tañan para el Señor, que hizo proezas,
anúncienlas a toda la tierra;
griten jubilosos, habitantes de Sion,
porque es grande en medio de ti el Santo de Israel. R.

Aclamación


R. Aleluya, aleluya, aleluya
V. Acojan la palabra de Dios, no como palabra humana, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios. R.

Evangelio


Mt 19,3-12.

Por la dureza de corazón permitió Moisés repudiar a las mujeres; pero, al principio, no era así.

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba:
«¿Es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier motivo?»
Él les respondió:
«¿No han leído que el Creador, en el principio, los creó hombre y mujer; y dijo: "Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne"? De modo que ya no son dos, sino una sola carne.
Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre».
Ellos insistieron:
«¿Y por qué mandó Moisés darle acta de divorcio y repudiarla?».
Él les contestó:
«Por la dureza de su corazón les permitió Moisés repudiar a sus mujeres; pero, al principio, no era así. Pero yo les digo que, si uno repudia a su mujer -no hablo de unión ilegítima- y se casa con otra, comete adulterio».
Los discípulos le replicaron:
«Si esa es la situación del hombre con la mujer, no trae cuenta casarse».
Pero él les dijo:
«No todos entienden esto, solo los que han recibido ese don. Hay eunucos que salieron así del vientre de sus madre, a otros los hicieron los hombres, y hay quienes se hacen eunucos ellos mismos por el reino de los cielos. El que pueda entender, entienda».

Palabra del Señor.



Pistas para la Lectio Divina

Mateo 19, 3-12: La fidelidad según el Reino: Radicalidad en el amor. “Pero al principio no fue así”

Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la América Latina (CEBIPAL) del CELAM

Una vez que Jesús enseñó cuáles son las actitudes que deben caracterizar la vida comunitaria (ver los evangelios de ayer y anteayer), continúa su camino hacia Jerusalén, donde lo aguarda su muerte y resurrección. Como lo notaremos en los capítulos 19 a 23, que vamos a leer en los próximos días, Mateo sigue exponiendo en sus narraciones la centralidad, la novedad y las consecuencias del Reino que Jesús proclama.

Inmediatamente después de que Jesús ha sentado las bases de la vida comunitaria, aborda el mundo complejo de las relaciones, dándole un énfasis especial a la vida familiar vista desde los diversos estados y etapas de la vida: el matrimonio y el celibato; la pareja, el niño, joven, el clan (sugerimos leer todo el capítulo 19 de corrido, como una primera aproximación).

La primera esfera de relaciones que aparece releída desde la óptica del Reino es la vida de la pareja y el celibato. Es el texto de hoy, el cual se desarrolla al interior de una controversia suscitada por los fariseos y que parte de la pregunta: “¿Puede uno repudiar a su mujer por un motivo cualquiera?” (19,3).

La respuesta de Jesús es tajante: es un no. Esta negativa se nota claramente en la exposición que hace inmediatamente.

Jesús pasa por encima de las excepciones de la casuística inspirada en las leyes mosaicas y remite al proyecto original del Padre: “Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne” (19,5 citando Génesis 2,24).

Es la sintonía con el acto creador de Dios lo que permite funda una sólida relación de pareja y para vivir esto es preciso un acto de conversión que deja de lado el “corazón duro” (19,8). Aunque Jesús deja abierta una posibilidad (la llamada “porneia”, que se traduce habitualmente como “fornicación”, mencionada en el v.9) queda claro que el problema está en el corazón humano y que en él hay que trabajar, o mejor, acoger la acción del Reino.

Las citas de Génesis 1,27 y 2,24 sobre las cuales Jesús quiere que se centre la atención, apuntan a una relación basada en el amor. Sobre este amor maduro que sabe dar un paso adelante en la relación familiar anterior (“dejar padre y madre”), se fundamenta la unidad auténtica que tiene fuerza de indisolubilidad. En esta unidad la diversidad de la pareja se hace también igualitariedad, respeto que dignifica al otro, compromiso de uno con el otro, siempre bajo el Señorío de Dios. Cuando esto sucede se fortalece la mutua fidelidad.

Al final de texto escuchamos un suspiro de desaliento por parte de los discípulos: “Si tal es la condición del hombre respecto de su mujer, no trae cuenta casarse” (19,10). Con su enseñanza Jesús rompió los moldes culturales que ponían en desventaja a la mujer frente a su marido, por eso ahora los discípulos parecen protestarle por su radicalidad. Pero así es: el evangelio también pide conversión de los esquemas culturales.

Jesús le responde recordándoles que lo fundamental es la castidad en cualquier estado de vida (ver 19,11-12). El Señor plantea también el celibato como una la opción. Con la imagen de los eunucos “que se hicieron tales por el Reino de los cielos” (19,12), se invita a vivir una consagración que conlleva un estilo de vida que es anticipo del Reino definitivo, no como aislamiento sino –todo lo contrario- como radicalidad en el amor.

“Quien pueda entender que entienda” (19,12). La última frase de Jesús recuerda que es necesario escuchar. Jesús está ofreciendo un don gratuito al que se responde libremente por amor. Un amor que se vuelve compromiso y fidelidad, como espejo de las relaciones de Jesús con los suyos.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Cuál es mi criterio cristiano frente a todos los atentados a la unidad de la familia que vemos hoy en nuestra sociedad?

2. ¿Capto el Reino como vida de amor, un amor posible en cuanto obra creadora de Dios? ¿Cómo lo vivo concretamente?

3. ¿Cómo expreso cotidianamente que vivo la exigencia de fidelidad en las diversas formas de la comunión conyugal y fraterna?

Francisco Fernández-Carvajal
Hablar con Dios
19ª semana. Viernes

MATRIMONIO Y VIRGINIDAD

— El matrimonio, camino vocacional, Dignidad, unidad, indisolubilidad.

— La fecundidad de la virginidad y del celibato apostólico.

— La santa pureza, defensora del amor humano y del divino.

I. El Evangelio de la Misa1 nos presenta a unos fariseos que se acercaron a Jesús para hacerle una pregunta con ánimo de tentarle: ¿Es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier motivo? Era una cuestión que dividía a las diferentes escuelas de interpretación de la Escritura. El divorcio era comúnmente admitido; la cuestión que plantean aquí a Jesús se refiere a la casuística sobre los motivos. Pero el Señor se sirve de esta pregunta banal para entrar en el problema de fondo: la indisolubilidad. Cristo, Señor absoluto de toda legislación, restaura el matrimonio a su esencia y dignidad originales, tal como fue concebido por Dios: ¿No habéis leído -les contesta Jesús- que al principio el Creador los hizo varón y hembra, y que dijo: Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne? Así, pues, ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios unió no lo separe el hombre (...).

El Señor proclamó para siempre la unidad y la indisolubilidad del matrimonio por encima de cualquier consideración humana. Existen muchas razones en favor de la indisolubilidad del vínculo matrimonial: la misma naturaleza del amor conyugal, el bien de los hijos, el bien de la sociedad... Pero la raíz honda de la indisolubilidad matrimonial está en la misma voluntad del Creador, que así lo hizo: uno e indisoluble. Es tan fuerte este vínculo que se contrae, que solo la muerte puede romperlo. Con esta imagen gráfica lo explica San Francisco de Sales: «Cuando se pegan dos trozos de madera de abeto formando ensambladura, si la cola es fina, la unión llega a ser tan sólida, que las piezas se romperán por otra parte, pero nunca por el sitio de la juntura»2; así el matrimonio.

Para sacar adelante esa empresa es necesaria la vocación matrimonial, que es un don de Dios3, de tal forma que la vida familiar y los deberes conyugales, la educación de los hijos, el empeño por sacar adelante y mejorar económicamente a la familia, son situaciones que los esposos deben sobrenaturalizar4, viviendo a través de ellas una vida de entrega a Dios; han de tener la persuasión de que Dios provee su asistencia para que puedan cumplir adecuadamente los deberes del estado matrimonial, en el que se han de santificar.

Por la fe y la enseñanza de la Iglesia, los cristianos tenemos un conocimiento más hondo y perfecto de lo que es el matrimonio, de la importancia que tiene la familia para cada hombre, para la Iglesia y para la sociedad. De aquí nuestra responsabilidad en estos momentos en los que los ataques a esta institución humana y divina no cesan en ningún frente: a través de revistas, de escándalos llamativos a los que se da una especial publicidad, de seriales de televisión que alcanzan a un gran público que poco a poco va deformando su conciencia... Al dar la doctrina verdadera –la de la ley natural, iluminada por la fe– estamos haciendo un gran bien a toda la sociedad.

Pensemos hoy en nuestra oración si defendemos la familia –especialmente a los miembros más débiles, a los que pueden sufrir más daño– de esas agresiones externas, y si nos esmeramos en vivir delicadamente esas virtudes que son ayuda para todos: el respeto mutuo, el espíritu de servicio, la amabilidad, la comprensión, el optimismo, la alegría que supera los estados de ánimo, las atenciones para con todos pero especialmente para el más necesitado...

II. La doctrina del Señor acerca de la indisolubilidad y dignidad del matrimonio resultó tan chocante a los oídos de todos que hasta sus mismos discípulos le dijeron: Si tal es la condición del hombre respecto a su mujer, no trae cuenta casarse. Y Jesús proclamó a continuación el valor del celibato y de la virginidad por amor al Reino de los Cielos, la entrega plena a Dios, indiviso corde5, sin la mediación del amor conyugal, que es uno de los dones más preciados de la Iglesia.

Quienes han recibido la llamada a servir a Dios en el matrimonio, se santifican precisamente en el cumplimiento abnegado y fiel de los deberes conyugales, que para ellos se hace camino cierto de unión con Dios. Los que han recibido la vocación al celibato apostólico encuentran en la entrega total a Dios, y a los demás por Dios, la gracia para vivir felices y alcanzar la santidad en medio de sus quehaceres temporales, si allí los buscó y los dejó el Señor: ciudadanos corrientes, con una vocación profesional definida, entregados a Dios y al apostolado, sin límites y sin condicionamientos. Es una llamada en la que Dios muestra una particular predilección y para la que da unas ayudas muy determinadas. La Iglesia crece así en santidad con la fidelidad de los cristianos, respondiendo a la llamada peculiar que el Señor hizo a cada uno. Entre estas «sobresale el don precioso de la gracia divina, que el Padre concede a algunos (Mt 19, 11; 1 Cor 7, 7) para que con mayor facilidad se puedan entregar solo a Dios en la virginidad o en el celibato»6. Esta plena entrega a Dios «siempre ha tenido un lugar de honor en la Iglesia, como señal y estímulo de la caridad y como manantial peculiar de espiritual fecundidad en el mundo»7.

La virginidad y el matrimonio son necesarios para el crecimiento de la Iglesia, y ambos suponen una vocación específica de parte del Señor. La virginidad y el celibato no solo no contradicen la dignidad del matrimonio, sino que la presuponen y la confirman. El matrimonio y la virginidad «son dos modos de expresar y de vivir el único misterio de la Alianza de Dios con su pueblo»8. Y si no se estima la virginidad, no se comprende con toda hondura la dignidad matrimonial; también «cuando la sexualidad humana no se considera un gran valor dado por el Creador, pierde significado la renuncia por el Reino de los Cielos»9. «Quien condena el matrimonio –decía ya San Juan Crisóstomo–, priva también a la virginidad de su gloria; en cambio, quien lo alaba, hace la virginidad más admirable y luminosa»10.

El amor vivido en la virginidad o en un celibato apostólico es el gozo de los hijos de Dios, porque les posibilita de un modo nuevo ver al Señor en este mundo, contemplar Su rostro a través de las criaturas. Es para los cristianos y para los no creyentes un signo luminoso de la pureza de la Iglesia. Lleva consigo una particular juventud interior y una eficacia gozosa en el apostolado. «Aun habiendo renunciado a la fecundidad física, la persona virgen se hace espiritualmente fecunda, padre y madre de muchos, cooperando a la realización de la familia según el designio de Dios.

»Los esposos cristianos tienen, pues, el derecho de esperar de las personas vírgenes el buen ejemplo y el testimonio de la fidelidad a su vocación hasta la muerte. Así como para los esposos la fidelidad se hace a veces difícil y exige sacrificio, mortificación y renuncia de sí, así también puede ocurrir a las personas vírgenes. La fidelidad de estas incluso ante eventuales pruebas, debe edificar la fidelidad de aquellos»11.

Dios, dice San Ambrosio, «amó tanto a esta virtud, que no quiso venir al mundo sino acompañado de ella, naciendo de Madre virgen»12. Pidamos con frecuencia a Santa María que haya siempre en el mundo personas que respondan a esta llamada concreta del Señor; que sepan ser generosas para entregar al Señor un amor que no comparten con nadie, y que les posibilita el darse sin medida a los demás.

III. Para llevar a cabo la propia vocación es necesario vivir la santa pureza, de acuerdo con las exigencias del propio estado. Dios da las gracias necesarias a quienes han sido llamados en el matrimonio y a quienes les ha pedido el corazón entero, para que sean fieles y vivan esta virtud, que no es la principal, pero sí es indispensable para entrar en la intimidad de Dios. Puede ocurrir que, en algunos ambientes, esta virtud no esté de moda, y que vivirla con todas sus consecuencias sea, a los ojos de muchos, algo incomprensible o utópico. También los primeros cristianos hubieron de hacer frente a un ambiente hostil y agresivo en este y en otros campos.

Después, los pastores de la Iglesia se vieron obligados a pronunciar palabras como estas de San Juan Crisóstomo, que parecen dirigidas a muchos cristianos de nuestros días: «¿Qué quieres que hagamos? ¿Subirnos al monte y hacernos monjes? Y eso que decís es lo que me hace llorar: que penséis que la modestia y la castidad son propias de los monjes. No. Cristo puso leyes comunes para todos. Y así, cuando dijo: el que mira a una mujer para desearla (Mt 5, 28), no hablaba con el monje, sino con el hombre de la calle (...). Yo no te prohíbo casarte, ni me opongo a que te diviertas. Solo quiero que se haga con templanza, no con impudor, no con culpas y pecados sin cuento. No pongo por ley que os vayáis a los montes y desiertos, sino que seáis buenos, modestos y castos aun viviendo en medio de las ciudades»13.

¡Qué bien tan grande podemos realizar en el mundo viviendo delicadamente esta santa virtud! Llevaremos a todos los lugares que habitualmente frecuentamos nuestro propio ambiente, con el bonus odor Christi14, el buen aroma de Cristo, que es propio del alma recia que vive la castidad.

A esta virtud acompañan otras, que apenas llaman la atención pero que marcan un modo de comportamiento siempre atractivo. Así son, por ejemplo, los detalles de modestia y de pudor en el vestir, en el aseo, en el deporte; la negativa, clara y sin paliativos, a participar en conversaciones que desdicen de un cristiano y de cualquier persona de bien, el rechazo de espectáculos inmorales, un planteamiento de las vacaciones que evita la ociosidad y el deterioro moral...; y, sobre todo, el ejemplo alegre de la propia vida, el optimismo ante los acontecimientos, el deseo de vivir...

Esta virtud, tan importante en todo apostolado en medio del mundo, es guardiana del Amor, del que a la vez se nutre y en el que encuentra su sentido; protege y defiende tanto el amor divino como el humano. Y si el amor se apaga sería muy difícil, quizá imposible, vivirla, al menos en su verdadera plenitud y juventud.


No hay comentarios:

Publicar un comentario