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lunes, 15 de julio de 2024

Lecturas y reflexiones +

 



San Buenaventura

15 Julio

Biografía


Nació alrededor del año 1218 en Bagnoregio, en la región toscana; estudió filosofía y teología en Paris y, habiendo obtenido el grado de maestro, enseñó con gran provecho estas mismas asignaturas a sus compañeros de la Orden franciscana. Fue elegido ministro general de su Orden, cargo que ejerció con prudencia y sabiduría. Fue creado cardenal obispo de la diócesis de Albano, y murió en Lyon el año 1274. Escribió muchas obras filosóficas y teológicas.



Primera lectura


Is 1,10-17

Lávense, aparten de mi vista sus malas acciones

Lectura del libro de Isaías.

OIGAN la palabra del Señor,
príncipes de Sodoma,
escucha la enseñanza de nuestro Dios,
pueblo de Gomorra.
«¿Qué me importa la abundancia de sus sacrificios?
-dice el Señor-.
Estoy harto de holocaustos de carneros,
de grasa de cebones;
la sangre de toros, de corderos y chivos
no me agrada.
Cuando vienen a visitarme,
¿quién pide algo de sus manos
para que vengan a pisar mis atrios?
No me traigan más inútiles ofrendas,
son para mí como inciensso detestable.
Novilunios, sábados y reuniones sagradas:
no soporto iniquidad y solemne asamblea.
Sus novilunios y solemnidades
los detesto;
se que me han vuelto una caraga
que no soporto más.
Cuando extienden las manos
me cubro los ojos;
aunque multipliquen las plegarias,
no los escucharé.
Sus manos están llenas de sangre.
Lávense, purifíquense, aparten de mi vista
sus malas acciones.
Dejen de hacer el mal,
aprendan a hacer el bien.
Busquen justicia,
socorran al oprimido,
protejan el derecho del huérfano,
defiendan a la viuda».

Palabra de Dios.

Salmo


Sal 50(49),8-9.16bc-17.21+23 (R. 23b)

R. Al que sigue buen camino
le haré ver la salvación de Dios.

V. No te reprocho tus sacrificios,
pues siempre están tus holocaustos ante mí.
Pero no aceptaré un becerro de tu casa,
ni un cabrito de tus rebaños. R.

V. ¿Por qué recitas mis preceptos
y tienes siempre en la boca mi alianza,
tú que detestas mi enseñanza
y te echas a la espalda mis mandatos? R.

V. Esto haces, ¿y me voy a callar?
¿Crees que soy como tú?
Te acusaré, te lo echaré en cara.
El que me ofrece acción de gracias,
ese me honra;
al que sigue buen camino
le haré ver la salvación de Dios. R.

Aclamación


R. Aleluya, aleluya, aleluya
V. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. R.

Evangelio


Mt 10,34 - 11,1.

No he venido a sembrar paz, sino espada

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«No piensen que he venido a la tierra a sembrar paz:
No he venido a sembrar paz, sino espada. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa.
El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará.
El que los recibe a ustedes, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta, tendrá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá recompensa de justo.
El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad les digo que no perderá su recompensa».
Cuando Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.

Palabra del Señor.



Pistas para la Lectio Divina

Mateo 10, 34-11, 1: El Manual de los Buenos Obreros del Evangelio (V): Los afectos del misionero. “Quien a vosotros recibe a mí me recibe”

Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la América Latina (CEBIPAL) del CELAM

Llegamos al final del “Manual del misionero” en el evangelio de Mateo. Las palabras conclusivas escuchan así: “Y sucedió que, cuando acabó Jesús de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades” (Mateo 11,1). Jesús había preparado esta enseñanza son su propia actividad misionera, ahora Él mismo es el primero en practicar lo que predica.

Las últimas dos lecciones de la formación de los misioneros tienen que ver con los “afectos”.

1. Instrucciones acerca de la familia: la crisis en los afectos del misionero (10,34-39)

Inspirándose en el profeta Miqueas (7,6), el evangelio de Mateo nos presenta de manera reformulada el costo de la opción cristiana para las habituales relaciones familiares.

La ruptura familiar, que es uno de los fenómenos que caracteriza la tribulación en final en la predicación profética de Miqueas, aparece anticipada para la hora misma en la cual se da el paso de la fe. Las difíciles frases de Mt 10,34-36, que se resumen en la última: “Y enemigos de cada cual serán los que conviven con él” (10,36), nos muestran el costo de la radicalidad de la opción.

En la vida familiar, así como en muchos otros ámbitos de relación, se viven situaciones que se aceptan como normales, pero una vez que se ha conocido el evangelio de Jesús, éstas ya no pueden ser toleradas. Definitivamente el evangelio es un acontecimiento de vida que subvierte y transforma toda estructura social.

El encuentro con Jesús en principio lo que genera es una nueva capacidad de amar. Pero el verdadero amor es profético: no puede tolerar la injusticia, no se pude acomodar a lo que no es correcto. La experiencia de Dios tiene una gran capacidad para remover las estructuras más compactas, una de las cuales –quizás la más visible en la sociedad patriarcal israelita- es la familia.

Un segundo grupo de dichos que pronuncia Jesús, es más fuerte que el primero. La jerarquía de valores comienza a jugar su papel aquí: este breve texto nos introduce en la dinámica del seguimiento radical del Señor desde las mismas prioridades afectivas del discípulo. Jesús es el valor fundamental del discípulo. Él está por encima –se le “ama más”- de los más grandes amores que uno puede tener en la vida (papá, mamá, hijo, hija, la persona misma), si no el discípulo-misionero “no es digno de mí” (se repite tres veces en este pasaje).

De esta forma se vuelve a presentar la exigencia de romper con toda clase de seguridades, mientras que un nuevo horizonte se le abre a la vida del discípulo. Todo ello está simbolizado en el gesto de “tomar la cruz y seguir detrás de Él” (10,38), mediante el cual se deja de lado toda clase de intereses netamente personales para abrazar la Cruz como expresión de una vida toda ella entregada a la causa de Jesús.

2. Instrucciones acerca de la identificación de Jesús con sus misioneros (10,40-42)

En la lectura que hicimos del Sermón de la Montaña, vimos cómo toda la primera parte estaba preocupada por mostrar que un verdadero hijo de Dios se parece a su Padre en su actuar (5,16). Ahora bien, lo mismo es afirmado en este capítulo misionero con relación a Jesús y sus discípulos: “Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado” (10,40).

El discípulo plenamente identificado con Jesús recibe aquí tres títulos:

(1) Es “profeta” (10,41ª). Como ya vimos antes, el misionero se presenta como “profeta” de palabra exigente y clara, pero también como animador de la vida en Señor para todos sus hermanos.

(2) Es un “justo” (10,41b), porque –por la vivencia de las bienaventuranzas- ha aprendido la justicia nueva del Reino, la cual le enseña a sus hermanos (ver 5,19).

(3) Es un “pequeño” del Reino (10,42) que en su humildad se reconoce como persona siempre en crecimiento, necesitada de los demás, consciente que no basta con invitar a otros a entrar en el Reino sino entrar él primero (ver 18,4). El hermano “mayor” de la Iglesia, que es su misionero que la ha formado y animado, no olvida nunca que él es un “pequeño” del evangelio.

Como misioneros que trabajan por la vida y el crecimiento de los demás, pidámosle al Dueño de la Mies que no se nos olvide nunca quiénes somos ante él: sus pequeños, sus justos y sus profetas al estilo de Jesús. Qué el éxito no nos lleve a creernos más que los demás y que el fracaso nos aplaste. No demos ni un paso atrás en la entrega al Señor del Reino, así nos sobrevenga uno que otro sinsabor.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Qué sinsabores recuerdo de la última experiencia misionera que tuve?

2. ¿Cómo debe ser la afectividad del misionero? ¿El amor a Jesús y a las personas más queridas se contraponen, se ordenan un a otro?

3. ¿Qué implica la identificación total con Jesús para el crecimiento personal y para nuestra manera de presentarnos ante los demás?

Francisco Fernández-Carvajal Hablar con Dios

15ª Semana. Lunes

LOS PADRES Y LA VOCACIÓN DE LOS HIJOS

— Libertad plena para seguir a Cristo. La vocación es un honor inmenso.

— Dejar a los padres, cuando llega el momento oportuno, es ley de vida.

— Desear lo mejor para los hijos.

I. Quien ama a su padre o a su madre más que a Mí, no es digno de Mí; y quien ama a su hijo o a su hija más que a Mí, no es digno de Mí, leemos en el Evangelio de la Misa1. Al decidirnos libremente a seguir al Señor por entero, entendemos que han de ceder otros planes: padre, madre, novio, novia... El llamamiento de Dios es lo primero, lo demás debe quedar en segundo término.

Las palabras de Jesús no entrañan ninguna oposición entre el primero y el cuarto mandamiento, pero señalan el orden que ha de seguirse. Debemos amar a Dios con todas nuestras fuerzas a través de la peculiar vocación recibida; y también hemos de amar y respetar –en teoría y en la práctica– a los padres que Dios nos ha dado, con quienes tenemos una deuda tan grande. Pero el amor a los padres no puede anteponerse al amor a Dios; de ordinario no tiene por qué plantearse la oposición entre ambos, pero si en algún caso se llegara a dar, habría que recordar aquellas palabras de Cristo adolescente en el Templo de Jerusalén: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que Yo esté en las cosas de mi Padre?2, respuesta de Jesús a María y a José, que le buscaban angustiados, y que constituye una enseñanza para los hijos y para los padres: los hijos, para aprender que no se puede anteponer el cariño familiar al amor de Dios, especialmente cuando el Señor pide un seguimiento que lleva consigo una total entrega; los padres, para saber que sus hijos son de Dios ante todo, y que Él tiene derecho a disponer de ellos, aunque en alguna ocasión esto suponga un sacrificio grande a los padres3.

Triste decisión sería aquella que llevara a desoír a Dios para no disgustar a los padres, y más triste consuelo sería el de los padres, pues, como dice San Bernardo, «su consuelo es la muerte del hijo»4. Difícilmente podrían haberle causado un daño mayor.

Al Señor solo se le puede seguir con la libertad nacida del desprendimiento más pleno: libertad de corazón, que no anda prendido en melancolías y añoranzas, en flojos sentimientos que conducen a una entrega a medias; libertad también que conlleva la necesaria autonomía para cumplir la voluntad de Dios. No se gana nada con una decisión a medias, con un corazón dividido. Puede ocurrir en algunos casos que la decisión de seguir por entero al Señor no sea comprendida por los propios parientes: porque no la entiendan, porque se hayan forjado otros planes, legítimos, o porque no quieran participar en la renuncia que les corresponde. Debemos contar con ello, y, aunque seguir a Cristo cause dolor a los padres, hemos de entender entonces que la fidelidad a la propia vocación es el mayor bien para nosotros y para la familia entera. En toda circunstancia, siendo muy firmes al propio camino, tenemos que querer a nuestros padres mucho más que antes de la llamada; debemos pedir mucho por ellos, para que comprendan que «no es un sacrificio, para los padres, que Dios les pida sus hijos; ni, para los que llama el Señor, es un sacrificio seguirle.

»Es, por el contrario, un honor inmenso, un orgullo grande y santo, una muestra de predilección, un cariño particularísimo, que ha manifestado Dios en un momento concreto, pero que estaba en su mente desde toda la eternidad»5. Es el mayor honor que el Señor puede hacer a una familia, una de las mayores bendiciones.

II. Quien ha entregado su corazón por completo al Señor, lo recupera más joven, más grande y más limpio para querer a todos. El amor a los padres, a los hermanos..., pasa entonces por el Corazón de Cristo, y de ahí sale enriquecido.

Señala Santo Tomás de Aquino que Santiago y Juan son alabados porque siguieron al Señor abandonando a su padre, y no lo hicieron porque este los incitase al mal, sino porque «estimaron que su padre podría pasar la vida de otro modo, siguiendo ellos a Cristo»6. El Maestro había estado cerca de sus vidas, los había llamado, y desde entonces todo lo demás se situó en segundo lugar. En el Cielo encontrarán los padres una especial gloria, fruto en buena parte de la correspondencia de sus hijos a la llamada de Dios: la vocación es un bien y una bendición para todos.

La vocación es iniciativa divina; Él sabe bien qué es lo mejor para el llamado y para la familia. Muchos padres aceptan incondicionalmente, con alegría, la voluntad de Dios para sus hijos y dan gracias cuando alguno de ellos es llamado para seguir a Cristo; otros adoptan actitudes muy diversas, alimentadas por varios motivos: lógicos y comprensibles unos, con mezcla de egoísmo otros. Con la excusa de que sus hijos son demasiado jóvenes –para seguir la llamada de Dios, no para tomar otras decisiones también comprometidas–, o de que carecen de la necesaria experiencia, se dejan llevar por la grave tentación a que aludía Pío XII: «aun entre aquellos que se jactan de la fe católica, no faltan muchos padres que no se resignan a la vocación de sus hijos, y combaten sin escrúpulos la llamada divina con toda clase de argumentos, incluso con medios que pueden poner en peligro, no solo la vocación a un estado más perfecto, sino la conciencia misma y la salvación eterna de aquellos que debían serles tan queridos»7. Olvidan que ellos son «colaboradores de Dios», y que es ley de vida que los hijos abandonen el hogar paterno también para formar un nuevo hogar, o simplemente por motivos de trabajo, de estudio. Muchas veces, aún jóvenes, se marchan a vivir a otro lugar, sin que ocurra ninguna catástrofe. En otras ocasiones, son las mismas familias quienes fomentan esta separación para el bien de los hijos. ¿Por qué han de poner trabas en el seguimiento de Cristo? Él «no separa jamás a las almas»8.

III. Los buenos padres desean siempre lo mejor para sus hijos. Son capaces de llevar a cabo los mayores sacrificios por su bien humano. Y, ¡cómo no!, por su bien sobrenatural. Se sacrifican para que crezcan llenos de salud, para que mejoren en sus estudios, para que tengan buenos amigos..., para que vivan según el querer de Dios, lleven una vida honrada y cristiana. Para eso los llamó Dios al matrimonio; la educación de los hijos es un querer expreso de Dios en sus vidas; es de ley natural.

En el Evangelio encontramos muchas peticiones en favor de los hijos: una mujer que sigue con perseverancia a Jesús hasta que cura a su hija9, un padre que le pide que expulse al demonio que atormenta a su hijo10, el jefe de la sinagoga de Cafarnaún, Jairo, que espera con impaciencia al Señor porque su única hija de doce años está a punto de morir11... Es ejemplar la decisión con que la madre de Santiago y Juan se acerca a Cristo para pedirle algo que ellos no se habían atrevido a pedir. Sin pensar en sí misma, se acercó a Jesús, le adoró, y manifestó querer pedirle una gracia12. ¡Cuántas madres y cuántos padres a lo largo de los siglos han pedido para sus hijos bienes y favores, que jamás se hubieran atrevido a solicitar para ellos mismos! El Señor, comprensivo ante este cariño tan grande de madre, no lo rechaza, pero se dirige a los dos hermanos para darles el mayor honor que puede tener un hombre: compartir con Él la propia copa, su mismo destino, su misma misión.

Los padres deben pedir lo mejor para sus hijos, y lo mejor es seguir la propia llamada, lo que Dios tiene dispuesto para cada uno. Este es el gran secreto para ser felices en la tierra y llegar al Cielo, donde nos espera un gozo sin límite y sin fin. Sin embargo, desde el punto de vista de cada llamada considerada en sí misma, es verdad que la castidad en el celibato por amor a Dios es la vocación más grande: «La Iglesia, durante toda su historia, ha defendido siempre la superioridad de este carisma –de virginidad o celibato– frente al del matrimonio, por razón del vínculo singular que tiene con el Reino de Dios»13. ¡Cuántas vocaciones a una entrega plena ha concedido Dios a los hijos por la generosidad y la petición de los padres! Es más, el Señor se vale de ordinario de los mismos padres para crear un clima idóneo donde pueda crecer y desarrollarse la semilla de la vocación: «Los esposos cristianos –afirma el Concilio Vaticano II– son para sí mismos, para sus hijos y demás familia, cooperadores de la gracia y testigos de la fe. Son para sus hijos los primeros predicadores y educadores de la fe; los forman con su palabra y su ejemplo para la vida cristiana y apostólica, les ayudan prudentemente a elegir su vocación y fomentan con todo esmero la vocación sagrada cuando la descubren en sus hijos»14. No pueden ir más allá, pues no les compete discernir si tienen o no vocación; únicamente han de formar bien su conciencia, y han de ayudarles a descubrir su camino, sin forzar su voluntad.

Una vocación en medio de la familia comporta una especial confianza y predilección del Señor para todos. Es un privilegio, que es necesario proteger –especialmente con la oración– como un gran tesoro. Dios bendice el lugar donde nació una vocación fiel: «no es sacrificio entregar los hijos al servicio de Dios: es honor y alegría».

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