Custodia

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Bendición

viernes, 5 de julio de 2024

 San Antonio María Zaccaría


05 Julio


Biografía


Nació en Cremona, ciudad de Lombardia, el año 1502; estudió medicina en Padua y, después de ordenado sacerdote, fundó la Sociedad de Clérigos de san Pablo o Barnabitas, la cual trabajó mucho por la reforma de costumbres en los fieles. Murió el año 1539.


Primera lectura


Am 8,4-6.9-12


Enviaré el hambre al país, no de pan, sino de escuchar las palabras del Señor.


Lectura de la profecía de Amós.


ESCUCHEN esto, los que pisotean al pobre

y eliminan a los humildes del país,

diciendo: «¿Cuándo pasará la luna nueva,

para vender el grando,

y el sábado, para abrir los sacos de cereal

-reduciendo el peso y aumentando el precio,

y modificando las balanzas con engaño-

para comprar al indigente por plata

y al pobre por un par de sandalias,

para vender hasta el salvado del grano?».

Aquel día -oráculo del Señor Dios-

haré que el sol se oculte al mediodía,

y oscureceré la tierra en pleno día.

Transformaré sus fiestas en duelo,

y todas sus canciones en elegía.

Pondré arpillería sobre toda espalda

y dejaré rapada toda cabeza.

Será como el duelo por un hijo único,

y el final como un día de amargura.

Vienen días -oráculo del Señor Dios-

en que enviaré hambre al país:

no hambre de pan, ni sed de agua,

sino de escuchar las palabras del Señor.

Andarán errantes de mar a mar

y de septentrión a oriente deambularán

buscando la palabra del Señor,

pero no la encontrarán.


Palabra de Dios.


Salmo


Sal 119(118),2.10. 20.30.40.131 (R. Mt 4,4)


R. No solo de pan vive el hombre,

sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.


V. Dichoso el que, guardando sus preceptos,

lo busca de todo corazón. R.


V. Te busco de todo corazón,

no consientas que me desvíe de tus mandamientos. R.


V. Mi alma se consume, deseando

continuamente tus mandamientos. R.


V. Escogí el camino verdadero,

deseé tus mandamientos. R.


V. Mira cómo ansío tus mandatos:

dame vida con tu justicia. R.


V. Abro la boca y respiro,

ansiando tus mandamientos. R.


Aclamación


R. Aleluya, aleluya, aleluya

V. Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados -dice el Señor-, y yo los aliviaré. R.


Evangelio


Mt 9,9-13


No tienen necesidad de médico los sanos; misericordia quiero y no sacrificio.


Lectura del santo Evangelio según san Mateo.


EN aquel tiempo, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:

«Sígueme».

Él se levantó y lo siguió.

Y estando en la casa, sentado a la mesa, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaban con Jesús y sus discípulos.

Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos:

«¿Cómo es que su maestro come con publicanos y pecadores?».

Jesús lo oyó y dijo:

«No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Vayan, aprendan lo que significa ¨Misericordia quiero y no sacrificio¨: que no he venido a llamar justos sino a pecadores».


Palabra del Señor.


Pistas para la Lectio Divina


Mateo 9, 9-13: La vocación y el perdón. “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores”


Autor: Padre Fidel Oñoro CJM

Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la América Latina (CEBIPAL) del CELAM


El evangelio de hoy está estrechamente conectado con el de ayer. Tres verbos importantes de la escena de la curación del paralítico (“perdonar”, “levantar”, “ir”) se convierten ahora en verbos vocacionales que insertan a un hombre en el camino de seguimiento de Jesús (“llamar a pecadores”, “levantar” y “seguir”).


Distingamos inicialmente dos escenas en el pasaje: (1) la vocación de Mateo (9,9) y (2) la cena con pecadores en casa de Mateo (9,11-13). Ambas escenas se conectan como hecho y explicación.


1. Primera escena: la vocación de Mateo (9,9)

La escena de la vocación de Mateo está construida con base en una cadena de verbos-acciones importantes que nos permiten comprender lo que es una experiencia vocacional.


Jesús aparece, en primer lugar, en movimiento: se “va” de la ciudad, “ve” a Mateo, le “dice” (9,9ª). Se nota el contraste con el otro personaje, Mateo, que está “sentado”.


Llama la atención también la manera como el Jesús misionero itinerante y restaurador del hombre, involucra en su camino a un cobrador de impuestos, un hombre que pertenece a la categoría de los “pecadores”. El poder de la palabra de Jesús, “sígueme”, tiene un efecto similar al que tuvo el “levántate” en el caso del paralítico: “Él (Mateo) se levantó y le siguió”.


Significativo es el gesto que Jesús hace de ir a la casa del hombre pecador y necesitado de Él. Es así como Jesús forma su comunidad (ver también los tres primeros milagros en Mateo 8).


2. Segunda escena: la cena con pecadores en casa de Mateo (9,10-13)

La primera acción de Mateo es ofrecerle a Jesús la mejor acogida posible: le brinda su casa y su mesa, es decir, lo hace entrar en su intimidad y en el mundo que les propio. Se trata de un bello gesto de amistad.


Los detalles de la cena y de las palabras de Jesús en ella, nos revelan el sentido de la vocación:


(1) El seguimiento genera una relación estrecha con Jesús –relación de comunión- como la que se establece en una cena (recordemos lo que se anotó el mes pasado sobre la cena en el mundo bíblico).


(2) La comunión en la mesa muestra que la nueva relación con Jesús hace de la vida una fiesta (se trata de una cena festiva).


(3) Las relaciones se amplían a todos los discípulos de Jesús, con quienes ahora se forma comunidad. El banquete le abre las puertas del Reino a todos los “pecadores”, impuros y excluidos. Lo que importa para Jesús no es el pasado sino la adhesión al Reino.


(4) La comunidad de discípulos es vista no como de personas fuertes sino “frágiles” que necesitan de un médico: “no necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal” (9,12). La escuela de Jesús es una comunidad de personas que reconocen sus fragilidades pero que también están en camino de superación, de crecimiento, de fortalecimiento interior, gracias a la persona de Jesús.


(5) Jesús no llamó a los discípulos por la limpieza de su hoja de vida, sino por todo lo contrario: “no he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (9,13).


(6) Por lo tanto, al interior de toda experiencia vocacional hay un itinerario fuerte de perdón. De hecho, el llamado que se recibe por parte de Jesús es una expresión de la misericordia que Dios ha tenido con nosotros. La misericordia, en el evangelio de Mateo, se expresa en el perdón. Seguir a Jesús es entrar en un proceso de sanación.


Nuestra vocación es precisamente esto que le sucedió a Mateo. Jesús nos desinstala de una vida en la cual hay estructura de pecado y nos pone en movimiento ascendente, de crecimiento, de la mano suya, gracias a las pistas del evangelio.


Este camino está constituido por la comunión estrecha con Él y por el crecimiento personal y comunitario que vamos teniendo procesualmente a su lado. Todo llamado implica que nos pongamos en camino de conversión y aprendamos la vida nueva de Jesús.


En la controversia entre Jesús y los fariseos por el tipo de personas que constituyen su comunidad, Jesús evoca la profecía de Oseas 6,6: “Misericordia quiero, que no sacrificio” (Oseas 6,6; Mateo 9,13). Su comportamiento, chocante para los fariseos, está inspirado en la Palabra de Dios y particularmente en la palabra profética que enseña qué es lo verdaderamente esencial en la relación con Dios.


El hecho que Jesús invoque aquí la “misericordia” revela un rasgo característico de Dios que se opone al concepto de Dios que tienen los fariseos. La misericordia es el amor de Dios en acción, que no sólo no excluye, sino que busca y acoge a todos los excluidos y los reintegra en la comunidad.


Esta “misericordia” que acoge y tiende la mano para el crecimiento, al contrario de las prácticas legalistas y las discriminaciones fariseos, es el nuevo distintivo de la comunidad de Jesús.


El caso de Mateo y sus amigotes pecadores es patente. Es así como el “poder del hijo del hombre para perdonar pecados” está a la base de todo itinerario de seguimiento y cómo la comunidad cristiana se constituye en espacio revelador del rostro misericordioso de Dios.


Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón


1. ¿Cuáles son los verbos que en este pasaje nos hacen comprender lo que es una experiencia vocacional?


2. La relación que se establece entre Jesús y Mateo a partir de la llamada, le amplía a este último el círculo de sus relaciones. ¿Cuáles son las personas a las cuales he abierto mi casa y he brindado mi acogida como consecuencia de mi relación más estrecha con Jesús? Si mis relaciones son las mismas es bueno que me pregunte el por qué.


3. La llamada de Jesús nos pone en un camino de conversión. ¿En qué forma reconocemos y estimulamos el camino de conversión que hacen las personas que viven con nosotros?


Francisco Fernández-Carvajal 

Hablar con Dios 


13ª Semana. Viernes


MORTIFICACIONES HABITUALES


— Las mortificaciones nacen del amor y a su vez lo alimentan.


— Mortificaciones para ayudar y hacer más grata la vida a los demás; las pequeñas contrariedades de cada día; espíritu de sacrificio en el cumplimiento del deber.


— Otras mortificaciones. El espíritu de mortificación.


I. Nos relata San Mateo en el Evangelio de la Misa1 que, después de responder a la llamada de Jesús, preparó una comida en su propia casa, a la que asistieron el resto de los discípulos y muchos publicanos y pecadores, quizá sus amigos de siempre. Los fariseos, al ver esto, decían: ¿Por qué vuestro Maestro come con los publicanos y los pecadores? Jesús oyó estas palabras y Él mismo les contestó diciéndoles que no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Y a continuación hace suyas unas palabras del profeta Oseas2: más quiero misericordia que sacrificio. No rechaza el Señor los sacrificios que se le ofrecen; insiste, sin embargo, en que estos han de ir acompañados del amor que nace de un corazón bueno, pues la caridad ha de informar toda la actividad del cristiano y, de modo particular, el culto a Dios3.


Aquellos fariseos, fieles cumplidores de la Ley, no acompañaban sus sacrificios del olor suave de la caridad para con el prójimo y del amor a Dios; en otro lugar dirá el Señor, con palabras del Profeta Isaías: este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí. En aquella comida en casa de Mateo manifiestan con su pregunta que les falta comprensión hacia los demás invitados y que no se esfuerzan por acercarlos a Dios y a la Ley, de la que ellos se muestran tan fieles cumplidores; juzgan con una visión estrecha y falta de amor. «Prefiero las virtudes a las austeridades, dice con otras palabras Yahvé al pueblo escogido, que se engaña con ciertas formalidades externas.


»—Por eso, hemos de cultivar la penitencia y la mortificación, como muestras verdaderas de amor a Dios y al prójimo»4.


Nuestro amor a Dios se expresa en los actos de culto, pero también se manifiesta en todas las acciones del día, en las pequeñas mortificaciones que impregnan lo que hacemos, y que llevan hasta el Señor nuestro deseo de abnegación y de agradarle en todo.


Si faltara esta honda disposición, la materialidad de repetir unos mismos actos carecería de valor, porque le faltaría su más íntimo sentido: los pequeños sacrificios que procuramos ofrecer cada día al Señor, nacen del amor y alimentan a su vez este mismo amor.


El espíritu de mortificación, tal como lo quiere el Señor, no es algo negativo ni inhumano5; no es una actitud de rechazo ante lo bueno y lo noble que puede haber en el uso y goce de los bienes de la tierra; es manifestación de señorío sobrenatural sobre el cuerpo y sobre las cosas creadas, sobre los bienes, las relaciones humanas, el trabajo...; la mortificación, voluntaria o aquella otra que viene sin haberla buscado, no es la simple privación, sino manifestación de amor, pues «padecer necesidad es algo que puede ocurrirle a cualquiera, pero saber padecerla es propio de las almas grandes»6, de las almas que han amado mucho.


La mortificación no es simple moderación, mantener a raya los sentidos y el desequilibrio que producen el desorden y el exceso, sino abnegación verdadera, dar cabida a la vida sobrenatural en nuestra alma, adelanto de aquella gloria venidera que se ha de manifestar en nosotros7.


II. Prefiero la misericordia al sacrificio... Por eso, un campo principal de nuestras mortificaciones ha de ser el que se refiere a las relaciones y al trato con los demás, donde ejercitamos continuamente una actitud misericordiosa, como la del Señor con las gentes que encontraba a su paso. El aprecio por quienes cada día tratamos en la familia, en nuestro quehacer profesional, en la calle, empuja y ordena nuestra mortificación. Nos lleva a hacerles más grato su paso por la tierra, de modo particular a aquellos que más sufren física o moralmente, a prestarles pequeños servicios, a privarnos de alguna comodidad en beneficio de ellos.


Esta mortificación nos impulsará a superar un estado de ánimo poco optimista que necesariamente influye en los demás, a sonreír también cuando tenemos dificultades, a evitar todo aquello –aun pequeño– que puede molestar a quienes tenemos más cerca, a disculpar, a perdonar... Así morimos, además, al amor propio, tan íntimamente arraigado en nuestro ser, aprendemos a ser humildes. Esta disposición habitual que nos lleva a ser causa de alegría para los demás, solo puede ser fruto de un hondo espíritu de mortificación, pues «despreciar la comida y la bebida y la cama blanda, a muchos puede no costarles gran trabajo... Pero soportar una injuria, sufrir un daño o una palabra molesta... no es negocio de muchos, sino de pocos»8.


Junto a estas mortificaciones que hacen referencia a la caridad, quiere el Señor que sepamos encontrarle en aquello que Él permite y que de alguna manera contraría nuestros gustos y planes o el propio interés. Son las mortificaciones pasivas, que hallamos a veces en una grave enfermedad, en problemas familiares que no parecen tener fácil arreglo, en un importante revés profesional...; pero más frecuentemente, cada día, tropezamos con pequeñas contrariedades e imprevistos que se atraviesan en el trabajo, en la vida familiar, en los planes que teníamos para esa jornada... Son ocasiones para decirle al Señor que le amamos, precisamente a través de aquello que en un primer momento nos resistimos a admitir. La contrariedad –pequeña o grande– aceptada con amor, ofreciendo al Señor aquel contratiempo, produce paz y gozo en medio del dolor; cuando no se acepta, el alma queda desentonada y triste, o con una íntima rebeldía que la aleja de los demás y de Dios.


Otro campo de mortificaciones en las que mostramos el amor al Señor está en el cumplimiento ejemplar de nuestro deber: trabajar con intensidad, no aplazar los deberes ingratos, combatir la pereza mental, cuidar las cosas pequeñas, el orden, la puntualidad, facilitar su labor a quien está en el mismo quehacer, ofrecer el cansancio que todo trabajo hecho con intensidad lleva consigo...


Mientras trabajamos, en el trato con los demás..., en toda ocasión, manifestamos, a través de ese vencimiento pequeño, que amamos al Señor sobre todas las cosas y, más aún, por encima de nosotros mismos. Con estas mortificaciones nos elevamos hasta Él; sin ellas, quedamos a ras de tierra. Esos pequeños sacrificios ofrecidos a lo largo del día disponen al alma para la oración y la llenan de alegría.


III. Sacrificio con amor nos pide el Señor. La mortificación no está en la zona fronteriza en la que es inminente el peligro de caer en el pecado; se encuentra en pleno campo de la generosidad, porque es saberse privar de lo que sería posible no privarse sin ofender a Dios. El alma mortificada no es la que no ofende, sino la que ama; vivir así, con una mortificación habitual, parece necedad a los ojos de los que se pierden; mas para los que se salvan, esto es, para nosotros, es la fuerza de Dios9, recordaba San Pablo a los primeros cristianos de Corinto.


El amor al Señor nos mueve a controlar la imaginación y la memoria, alejando pensamientos y recuerdos inútiles; a sujetar la sensibilidad, la tendencia a «pasarlo bien» como primera razón de la vida. La mortificación nos lleva a vencer la pereza al levantarnos, a no dejar la vista y los demás sentidos desparramados, sin control alguno, a ser sobrios en la bebida, a comer con templanza, a evitar caprichos...; también mortificaciones corporales, con el oportuno consejo recibido en la dirección espiritual o en la Confesión.


En ocasiones nos fijaremos en algunas mortificaciones con preferencia a otras, dando siempre especial importancia a las que se refieren al mejor cumplimiento de nuestros deberes para con Dios, a las que ayudan a vivir con esmero la caridad y el cumplimiento del propio deber. Incluso puede ser útil el tomar nota de algunas, revisarlas a lo largo del día y pedirle ayuda a nuestro Ángel Custodio para que salgan adelante. Tener en cuenta la tendencia de todo hombre, de toda mujer, al olvido y a la dejadez, nos ayudará a poner los medios necesarios para no dejarlas incumplidas, a un lado. Esas pequeñas renuncias a lo largo del día, previstas y buscadas muchas de ellas, acercan a Cristo y constituyen un arma poderosa para ir adquiriendo, primero en un campo y después en otro, el hábito de la mortificación; son una industria humana difícilmente sustituible, dada la natural tendencia a resistir y a olvidarnos de la Cruz.


Para el alma mortificada se hace realidad la promesa de Jesús: quien pierda su vida por amor mío, la encontrará10; así le encontramos a Él en medio del mundo, en nuestros quehaceres y a través de ellos. «Dijo el amigo a su Amado que le diese la paga del tiempo que le había servido. Tomó el Amado en cuenta los pensamientos, deseos, llantos, peligros y trabajos que por su amor había padecido el amigo, y añadió el Amado a la cuenta la eterna bienaventuranza, y se dio a Sí mismo en paga a su amigo».

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