Custodia

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Saludo

Bendición

sábado, 20 de mayo de 2023

Oficio, lecturas, reflexión y laudes +

 

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. (Aleluya).

HIMNO

Velaron las estrellas el sueño de su muerte,
sus luces de esperanzas las recogió ya el sol,
en haces luminosos la aurora resplandece,
es hoy el nuevo día en que el Señor actuó.

Los pobres de sí mismos creyeron su palabra,
la noche de los hombres fue grávida de Dios,
él dijo volvería colmando su esperanza,
más fuerte que la muerte fue su infinito amor.

De angustia estremecida lloró y gimió la tierra,
en lágrimas y sangre su humanidad vivió,
pecado, mal y muerte perdieron ya su fuerza,
el Cristo siempre vivo es hoy nuestro blasón.

De gozo reverdecen los valles y praderas,
los pájaros y flores, su canto y su color,
celebran con los hombres la eterna primavera
del día y la victoria en que el Señor actuó.

Recibe, Padre santo, los cánticos y amores
de cuantos en tu Hijo hallaron salvación,
tu Espíritu divino nos llene de sus dones,
los hombres y los pueblos se abran a tu Amor. Amén.

SALMODIA

Ant. 1. Tus acciones, Señor, son mi alegría, y mi júbilo las obras de tus manos. Aleluya.

Salmo 91

ALABANZA A DIOS QUE CON SABIDURÍA Y JUSTICIA DIRIGE LA VIDA DE LOS HOMBRES
Este salmo canta las maravillas realizadas en Cristo. (S. Atanasio)

Es bueno dar gracias al Señor
y tocar para tu nombre, oh Altísimo,
proclamar por la mañana tu misericordia
y de noche tu fidelidad,
con arpas de diez cuerdas y laúdes
sobre arpegios de cítaras.

Tus acciones, Señor, son mi alegría,
y mi júbilo, las obras de tus manos.
¡Qué magníficas son tus obras, Señor,
qué profundos tus designios!
El ignorante no los entiende
ni el necio se da cuenta.

Aunque germinen como hierba los malvados
y florezcan los malhechores,
serán destruidos para siempre.
Tú, en cambio, Señor,
eres excelso por los siglos.

Porque tus enemigos, Señor, perecerán,
los malhechores serán dispersados;
pero a mí me das la fuerza de un búfalo
y me unges con aceite nuevo.
Mis ojos no temerán a mis enemigos,
mis oídos escucharán su derrota.

El justo crecerá como una palmera
y se alzará como un cedro del Líbano:
plantado en la casa del Señor,
crecerá en los atrios de nuestro Dios;

en la vejez seguirá dando fruto
y estará lozano y frondoso,
para proclamar que el Señor es justo,
que en mi Roca no existe la maldad.

Salmo 105 - I: Bondad de Dios e infidelidad del pueblo

Ant: Acuérdate de nosotros, Señor, visítanos con tu salvación. Aleluya.

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.

¿Quién podrá contar las hazañas de Dios,
pregonar toda su alabanza?
Dichosos los que respetan el derecho
y practican siempre la justicia.

Acuérdate de mí por amor a tu pueblo,
visítame con tu salvación:
para que vea la dicha de tus escogidos,
y me alegre con la alegría de tu pueblo,
y me gloríe con tu heredad.

Hemos pecado con nuestros padres,
hemos cometido maldades e iniquidades.
Nuestros padres en Egipto
no comprendieron tus maravillas;

no se acordaron de tu abundante misericordia,
se rebelaron contra el Altísimo en el mar Rojo,
pero Dios los salvó por amor de su nombre,
para manifestar su poder.

Increpó al mar Rojo, y se secó,
los condujo por el abismo como por tierra firme;
los salvó de la mano del adversario,
los rescató del puño del enemigo;

las aguas cubrieron a los atacantes,
y ni uno sólo se salvó:
entonces creyeron sus palabras,
cantaron su alabanza.

Bien pronto olvidaron sus obras,
y no se fiaron de sus planes:
ardían de avidez en el desierto
y tentaron a Dios en la estepa.
El les concedió lo que pedían,
pero les mandó un cólico por su gula.

Envidiaron a Moisés en el campamento,
y a Aarón, el consagrado al Señor:
se abrió la tierra y se tragó a Datán,
se cerro sobre Abirón y sus secuaces;
un fuego abrasó a su banda,
una llama consumió a los malvados.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Acuérdate de nosotros, Señor, visítanos con tu salvación. Aleluya.

Salmo 105 - II:

Ant: No olvidéis la alianza que el Señor, vuestro Dios, pactó con vosotros. Aleluya.

En Horeb se hicieron un becerro,
adoraron un ídolo de fundición;
cambiaron su gloria por la imagen
de un toro que come hierba.

Se olvidaron de Dios, su salvador,
que había hecho prodigios en Egipto,
maravillas en el país de Cam,
portentos junto al mar Rojo.

Dios hablaba ya de aniquilarlos;
pero Moisés, su elegido,
se puso en la brecha frente a El,
para apartar su cólera del exterminio.

Despreciaron una tierra envidiable,
no creyeron en su palabra;
murmuraban en las tiendas,
no escucharon la voz del Señor.

El alzó la mano y juró
que los haría morir en el desierto,
que dispersaría su estirpe por las naciones
y los aventaría por los países.

Se acoplaron con Baal Fegor,
comieron de los sacrificios a dioses muertos;
provocaron a Dios con sus perversiones,
y los asaltó una plaga;

pero Finés se levantó e hizo justicia,
y la plaga cesó;
y se le apuntó a su favor
por generación sin término.

Lo irritaron junto a las aguas de Meribá,
Moisés tuvo que sufrir por culpa de ellos;
le habían amargado el alma,
y desvariaron sus labios.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: No olvidéis la alianza que el Señor, vuestro Dios, pactó con vosotros. Aleluya.

Salmo 105 - III:

Ant: Sálvanos, Señor, Dios nuestro, y reúnenos de entre los gentiles. Aleluya.

No exterminaron a los pueblos
que el Señor les había mandado;
emparentaron con los gentiles,
imitaron sus costumbres;

adoraron sus ídolos
y cayeron en sus lazos;
inmolaron a los demonios
sus hijos y sus hijas;

derramaron la sangre inocente
y profanaron la tierra ensangrentándola;
se mancharon con sus acciones
y se prostituyeron con sus maldades.

La ira del Señor se encendió contra su pueblo,
y aborreció su heredad;
los entregó en manos de gentiles,
y sus adversarios los sometieron;
sus enemigos los tiranizaban
y los doblegaron bajo su poder.

Cuántas veces los libró;
más ellos, obstinados en su actitud,
perecían por sus culpas;
pero él miró su angustia,
y escuchó sus gritos.

Recordando su pacto con ellos,
se arrepintió con inmensa misericordia;
hizo que movieran a compasión
a los que habían deportado.

Sálvanos, Señor, Dios nuestro,
reúnenos de entre los gentiles:
daremos gracias a su santo nombre,
y alabarte será nuestra gloria.

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
desde siempre y por siempre.
Y todo el pueblo diga:
"¡Amén!"

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Sálvanos, Señor, Dios nuestro, y reúnenos de entre los gentiles. Aleluya.

V/. Dios nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva. Aleluya.

R/. Por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Aleluya.

Lectura

V/. Dios nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva. Aleluya.

R/. Por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Aleluya.

El mandamiento de la fe y el amor


1Jn 3,18-24

Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras. En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo.

Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios. Y cuanto pidamos lo recibimos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada.

Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.

R/. Quien guarda los mandamientos de Dios permanece en él, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio. Aleluya.


V/. Dios creó la sabiduría en el Espíritu Santo y la derramó sobre todos los vivientes.

R/. En esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio. Aleluya.

L. Patrística

Les he dado la gloria que Tú me diste
San Gregorio de Nisa

Homilía sobre el Cantar de los Cantares 15

Si el amor logra expulsar completamente al temor y éste, transformado, se convierte en amor, entonces veremos que la unidad es una consecuencia de la salvación, al permanecer todos unidos en la comunión con el solo y único bien, santificados en aquella paloma simbólica que es el Espíritu.

Este parece ser el sentido de las palabras que siguen: Una sola es mi paloma, sin defecto. Una sola, predilecta de su madre.

Esto mismo nos lo dice el Señor en el Evangelio aún más claramente: Al pronunciar la oración de bendición y conferir a sus discípulos todo su poder, también les otorgó otros bienes mientras pronunciaba aquellas admirables palabras con las que él se dirigió a su Padre. Entonces les aseguró que ya no se encontrarían divididos por la diversidad de opiniones al enjuiciar el bien, sino que permanecerían en la unidad, vinculados en la comunión con el solo y único bien. De este modo, como dice el Apóstol, unidos en el Espíritu Santo y en el vínculo de la paz, habrían de formar todos un solo cuerpo y un solo espíritu, mediante la única esperanza a la que habían sido llamados. Éste es el principio y el culmen de todos los bienes.

Pero será mucho mejor que examinemos una por una las palabras del pasaje evangélico: Para que todos sean uno como tú, Padre, en mí y yo en ti; que ellos también lo sean en nosotros

El vínculo de esta unidad es la gloria. Por otra parte, si se examinan atentamente las palabras del Señor, se descubrirá que el Espíritu Santo es denominado gloria. Dice así, en efecto: Les di a ellos la gloria que me diste. Efectivamente les había dado aquella misma gloria, cuando les dijo: Recibid el Espíritu Santo

Aunque el Señor había poseído siempre esta gloria, incluso antes de que el mundo existiese, la recibió, sin embargo, en el tiempo, al revestirse de la naturaleza humana; una vez que ésta fue glorificada por el Espíritu Santo, cuantos tienen algún parentesco con esta gloria, se convierten en partícipes del Espíritu, empezando por los apóstoles.

Por eso dijo: Les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí; para que sean completamente uno. Por lo cual todo aquél que ha crecido hasta transformarse de niño en hombre perfecto, ha llegado a la madurez del conocimiento. Finalmente, liberado de todos los vicios y purificado, se hace capaz de la gloria del Espíritu Santo; éste es aquella paloma perfecta a la que se refiere el Esposo cuando dice: Una sola es mi paloma, sin defecto.

Sábado VI de Pascua, feria

Hch 18,23-28: Apolo demostraba con la Escritura que Jesús es el Mesías.

Pasado algún tiempo en Antioquía, emprendió Pablo otro viaje y recorrió Galacia y Frigia, animando a los discípulos.

Llegó a Éfeso un judío llamado Apolo, natural de Alejandría, hombre elocuente y muy versado en la Escritura. Lo habían instruido en el camino del Señor, y era muy entusiasta; aunque no conocía más que el bautismo de Juan, exponía la vida de Jesús con mucha exactitud.

Apolo se puso a hablar públicamente en la sinagoga. Cuando lo oyeron Priscila y Aquila, lo tomaron por su cuenta y le explicaron con más detalle el camino de Dios. Decidió pasar a Acaya, y los hermanos lo animaron y escribieron a los discípulos de allí que lo recibieran bien. Su presencia, con la ayuda de la gracia, contribuyó mucho al provecho de los creyentes, pues rebatía vigorosamente en público a los judíos, demostrando con la Escritura que Jesús es el Mesías.

Sal 46,2-18-9.10: Dios es el rey del mundo.

Pueblos todos, batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra.

Porque Dios es el rey del mundo:
tocad con maestría.
Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado.

Los príncipes de los gentiles se reúnen
con el pueblo del Dios de Abrahán;
porque de Dios son los grandes de la tierra,
y él es excelso.

Jn 16,23b-28: El Padre os quiere, porque vosotros me queréis y creéis.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

- «Yo os aseguro, si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará.

Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa. Os he hablado de esto en comparaciones; viene la hora en que ya no hablaré en comparaciones, sino que os hablaré del Padre claramente.

Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios.

Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre.»



Pascua. 6ª semana. Sábado
Decenario al Espíritu Santo

EL DON DE CIENCIA


— Nos hace comprender lo que son las cosas creadas, según el designio de Dios sobre la creación y la elevación al orden sobrenatural.

— El don de ciencia y la santificación de las realidades temporales.

— El verdadero valor y sentido de este mundo. Desprendimiento y humildad necesarios para disponernos a recibir este don.

I. «Las criaturas son como un rastro del paso de Dios. Por esta huella se rastreará su grandeza, poder y sabiduría y todos sus atributos»1. Son como un espejo en el que se refleja el esplendor de su belleza, de su bondad, de su poder...: los cielos pregonan la gloria de Dios y le anuncia el firmamento, que es la obra de sus manos2.

Sin embargo, en muchas ocasiones, a causa del pecado original y de los pecados personales, los hombres no saben interpretar esa huella de Dios en el mundo, no alcanzan a conocer al que es la fuente de todos los bienes: por la consideración de las obras no supieron descubrir a su divino Artífice. Seducidos por la hermosura de las cosas creadas, las tuvieron por dioses. Que aprendan a conocer –sigue diciendo la Sagrada Escritura– cuánto mejor es el Señor de todo lo creado, pues es el autor de la belleza quien hizo todas estas cosas3.

El don de ciencia facilita al hombre comprender las cosas creadas como señales que llevan a Dios, y lo que significa la elevación al orden sobrenatural. El Espíritu Santo, a través del mundo de la naturaleza y del de la gracia, nos hace percibir y contemplar la infinita sabiduría, la omnipotencia, la bondad, la naturaleza íntima de Dios. «Es un don contemplativo cuya mirada penetra, como la del don de inteligencia y del de sabiduría, en el misterio mismo de Dios»4.

Mediante este don, el cristiano percibe y entiende con toda claridad «que la creación entera, el movimiento de la tierra y el de los astros, las acciones rectas de las criaturas y cuanto hay de positivo en el sucederse de la historia, todo, en una palabra, ha venido de Dios y a Dios se ordena»5. Es una sobrenatural disposición por la que el alma participa de la misma ciencia de Dios, descubre las relaciones que existen entre todo lo creado y su Creador y en qué medida y sentido sirven al fin último del hombre.

Manifestación del don de ciencia es el Canto de los tres jóvenes, recogido en el Libro de Daniel, que muchos cristianos rezan en la acción de gracias después de la Santa Misa. Se pide a todas las cosas creadas que bendigan y den gloria al Creador: Benedicite, omnia opera Domini, Domino... Obras todas del Señor, bendecid al Señor; y alabadle y ensalzadle por todos los siglos. Ángeles del Señor, bendecid al Señor. Cielos... Aguas todas que estáis sobre los cielos... Sol y luna... Estrellas del cielo... Lluvia y rocío... Vientos todos... Frío y calor... Rocíos y escarchas... Noches y días... Luz y tinieblas... Montes y collados... Plantas todas... Fuentes... Mares y ríos... Ballenas y peces... Aves... Bestias y ganados... Sacerdotes del Señor... Espíritus y almas de los justos... Santos y humildes de corazón... Cantadle y dadle gracias porque es eterna su misericordia6.

Este canto admirable de toda la creación, de lo animado y de lo que carece de vida, da gloria a su Creador. Es «una de las más puras y ardientes expresiones del don de ciencia: que los cielos y toda la creación canten la gloria de Dios»7. En muchas ocasiones también nos ayudará a nosotros a dar gracias al Señor después de participar en la obra que más gloria da a Dios: la Santa Misa.

II. Mediante el don de ciencia, el cristiano dócil al Espíritu Santo sabe discernir con perfecta claridad lo que le lleva a Dios y lo que le separa de Él. Y esto en las artes, en el ambiente, en las modas, en las ideologías... Verdaderamente puede decir: El señor conduce al justo por caminos rectos y le comunica la ciencia de los santos8. El Paráclito advierte también cuándo las cosas buenas y rectas en sí mismas pueden convertirse en malas para el hombre porque le separan de su fin sobrenatural: por un deseo desordenado de posesión, por apegamiento del corazón a estos bienes materiales de tal manera que no lo dejan libre para Dios, etcétera.

El cristiano que se ha de santificar en medio del mundo tiene una particular necesidad de este don para ordenar a Dios las actividades temporales, convirtiéndolas en medio de santidad y apostolado. Mediante el don de ciencia, la madre de familia comprende más profundamente cómo su quehacer doméstico es camino que le lleva a Dios si lo hace con rectitud de intención y deseos de agradar a Dios, de la misma manera que el estudiante entiende que su estudio es el medio ordinario que posee para amar a Dios, hacer apostolado y servir a la sociedad; para el arquitecto son sus planos y proyectos; para la enfermera, el cuidado de los enfermos, etcétera. Se comprende entonces por qué debemos amar el mundo y las realidades temporales, y cómo «hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir»9. Así –siguen siendo palabras de San Josemaría Escrivá– «cuando un cristiano desempeña con amor lo más intrascendente de las acciones diarias, aquello rebosa de la trascendencia de Dios. Por eso os he repetido, con un repetido martilleo, que la vocación cristiana consiste en hacer endecasílabos de la prosa de cada día»10. Ese verso heroico para Dios lo componemos los hombres con las menudencias de la tarea diaria, de los problemas y alegrías que encontramos a nuestro paso.

Amamos las cosas de la tierra, pero las valoramos según su justo valor, el que tienen para Dios. Así daremos una importancia capital a ser templos del Espíritu Santo, porque «si Dios habita en nuestra alma, todo lo demás, por importante que parezca, es accidental, transitorio; en cambio, nosotros, en Dios, somos lo permanente»11. Por encima de los bienes materiales, y de la misma vida, consideramos la fe como el tesoro más grande que hemos recibido, y estaríamos dispuestos a dejarlo todo antes de perderla. Con la luz de este don conocemos, por ejemplo, el valor de la oración y de la mortificación y la influencia decisiva que tienen en nuestra vida, lo que nos empujará a no abandonarlas en ninguna circunstancia.

III. A la luz del don de ciencia, el cristiano reconoce el poco valor de lo temporal si no es camino para lo eterno, la brevedad de la vida humana sobre la tierra, la escasa felicidad que puede dar este mundo comparada con la que Dios ha prometido a quienes le aman, la inutilidad de tanto esfuerzo si no se realiza cara al Señor... Al recordar la vida pasada, en la que quizá Dios no fue lo primero, el alma siente una profunda contrición por tanto mal y por tanta ocasión perdida, y nace en ella el deseo de recuperar el tiempo malbaratado siendo más fiel al Señor.

Todo lo de este mundo –al que amamos y en el que debemos santificarnos– aparece a la luz de este don con el sello de la caducidad, mientras que señala con toda nitidez el fin sobrenatural del hombre, al que debemos subordinar todas las realidades terrenas.

Esta visión del mundo, de los acontecimientos y de las personas desde la fe, puede quedar oscurecida, incluso cegada, por lo que San Juan llama la concupiscencia de los ojos12. Parece entonces como si la mente rechazara la verdadera luz, y ya no se sabe ordenar a Dios las realidades terrenas, que se toman como fin. El deseo desordenado de bienes materiales, el cifrar la felicidad en lo de aquí abajo entorpece o anula la acción de este don. El alma cae entonces en una especie de ceguera en la que ya es incapaz de reconocer y de saborear los bienes verdaderos, los que no perecen, y la esperanza sobrenatural se transforma en el deseo, cada vez mayor, de bienestar material, huyendo de cuanto signifique mortificación y sacrificio.

La visión puramente humana de la realidad acaba por desembocar en la ignorancia de las verdades de Dios, o bien estas aparecen como algo teórico, sin sentido práctico para la vida corriente, sin capacidad para informar la existencia normal. Los pecados contra este don dejan sin luz, y así se explica esa gran ignorancia de Dios que padece el mundo. En ocasiones se trata de verdadera incapacidad para entender o asimilar lo sobrenatural, porque se han vuelto completamente los ojos del alma a bienes parciales y engañosos y se han cerrado a los verdaderos.

Para disponernos a recibir este don necesitamos pedir al Espíritu Santo que nos ayude a vivir la libertad y el desasimiento ante los bienes materiales y a ser más humildes, para poder ser enseñados sobre el verdadero valor de las cosas. Junto a estas disposiciones, fomentaremos la presencia de Dios, que ayuda a ver al Señor en medio de nuestros trabajos, y haremos el propósito decidido de considerar en la oración los sucesos que van decidiendo nuestra vida y las mismas realidades de todos los días: la familia, los compañeros que están codo a codo en el mismo trabajo, aquello que más nos preocupa... La oración siempre es un faro poderoso que ilumina la verdadera realidad de las cosas y de los acontecimientos.

Para obtener este don, para hacernos capaces de poseerlo en mayor plenitud, acudimos a la Virgen, Nuestra Señora. Ella es Madre del Amor Hermoso, y del temor, y de la ciencia, y de la santa esperanza13.

«Madre de la ciencia es María, porque con Ella se aprende la lección que más importa: que nada vale la pena, si no estamos junto al Señor; que de nada sirven todas las maravillas de la tierra, todas las ambiciones colmadas, si en nuestro pecho no arde la llama de amor vivo, la luz de la santa esperanza que es un anticipo del amor interminable en nuestra definitiva Patria»14.

R/. Ya no os llamo siervos, sino amigos, porque habéis conocido todo lo que he hecho en medio de vosotros. Recibid en vosotros el Espíritu Santo, vuestro Defensor; él es el que os enviará el Padre. Aleluya.


V/. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.

R/. Recibid en vosotros el Espíritu Santo, vuestro Defensor; él es el que os enviará el Padre. Aleluya.

Ant. Tus acciones, Señor, son mi alegría, y mi júbilo las obras de tus manos. Aleluya.

Ant. 2. Él nos hace morir y él nos da la vida; él nos hirió y él nos vendará. Aleluya.

Cántico Dt 32, 1-12

BENEFICIOS DE DIOS PARA CON SU PUEBLO
¡Cuántas veces he querido agrupar a tus hijos como la gallina cobija a los polluelos bajo las alas! (Mt 23, 37)

Escuchad, cielos, y hablaré;
oye, tierra, los dichos de mi boca;
descienda como lluvia mi doctrina,
destile como rocío mi palabra;
como llovizna sobre la hierba,
como sereno sobre el césped;
voy a proclamar el nombre del Señor:
dad gloria a nuestro Dios.

Él es la Roca, sus obras son perfectas,
sus caminos son justos,
es un Dios fiel, sin maldad;
es justo y recto.

Hijos degenerados, se portaron mal con él,
generación malvada y pervertida.
¿Así le pagas al Señor,
pueblo necio e insensato?
¿No es él tu padre y tu creador,
el que te hizo y te constituyó?

Acuérdate de los días remotos,
considera las edades pretéritas,
pregunta a tu padre y te lo contará,
a tus ancianos y te lo dirán:

Cuando el Altísimo daba a cada pueblo su heredad,
y distribuía a los hijos de Adán,
trazando las fronteras de las naciones,
según el número de los hijos de Dios,
la porción del Señor fue su pueblo,
Jacob fue la parte de su heredad.

Lo encontró en una tierra desierta,
en una soledad poblada de aullidos:
lo rodeó cuidando de él,
lo guardó como a las niñas de sus ojos.

Como el águila incita a su nidada,
revolando sobre los polluelos,
así extendió sus alas, los tomó
y los llevó sobre sus plumas.

El Señor solo los condujo,
no hubo dioses extraños con él.

Ant. Él nos hace morir y él nos da la vida; él nos hirió y él nos vendará. Aleluya.

Ant. 3. Coronaste de gloria y dignidad a tu Cristo. Aleluya.

Salmo 8

MAJESTAD DEL SEÑOR Y DIGNIDAD DEL HOMBRE
Todo lo puso bajo sus pies y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. (Ef 1, 22)

Señor, dueño nuestro,
¡qué admirable es tu nombre
en toda la tierra!

Ensalzaste tu majestad sobre los cielos.
De la boca de los niños de pecho
has sacado una alabanza contra tus enemigos,
para reprimir al adversario y al rebelde.

Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos;
la luna y las estrellas que has creado,
¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él;
el ser humano, para darle poder?

Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad,
le diste el mando sobre las obras de tus manos,
todo lo sometiste bajo sus pies:

rebaños de ovejas y toros,
y hasta las bestias del campo,
las aves del cielo, los peces del mar,
que trazan sendas por las aguas.

Señor, dueño nuestro,
¡qué admirable es tu nombre
en toda la tierra!

Ant. Coronaste de gloria y dignidad a tu Cristo. Aleluya.

LECTURA BREVE Rm 14, 7-9

Ninguno de nosotros vive para sí y ninguno muere para sí. Que si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, para el Señor morimos. En fin, que tanto en vida como en muerte somos del Señor. Para esto murió Cristo y retornó a la vida, para ser Señor de vivos y muertos.

RESPONSORIO BREVE

V. El Señor ha resucitado del sepulcro. Aleluya, aleluya.
R. El Señor ha resucitado del sepulcro. Aleluya, aleluya.

V. El que por nosotros colgó del madero.
R. Aleluya, aleluya.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. El Señor ha resucitado del sepulcro. Aleluya, aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Yo os lo aseguro: cuanto pidáis al Padre en mi nombre os lo concederá. Aleluya.

Cántico de Zacarías Lc 1, 68-79

EL MESÍAS Y SU PRECURSOR

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con
nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. Yo os lo aseguro: cuanto pidáis al Padre en mi nombre os lo concederá. Aleluya.

PRECES

Oremos a Cristo, que nos ha manifestado la vida eterna, y digámosle confiados:
Que tu resurrección, Señor, nos haga crecer en gracia.

Pastor eterno, contempla con amor a tu pueblo, que se levanta ahora del descanso,
y aliméntalo durante este día con tu palabra y tu eucaristía.

No permitas que seamos arrebatados por el lobo que devora o entregados por el mercenario que huye,
sino haz que escuchemos siempre tu voz de buen pastor.

Tú que actúas siempre juntamente con los ministros de tu Evangelio y confirmas su palabra con tu gracia,
haz que durante este día proclamemos tu resurrección con nuestras palabras y con nuestra vida.

Sé, Señor, tú mismo nuestro gozo, el gozo que nadie puede arrebatarnos,
y haz que, alejados de toda tristeza, fruto del pecado, tengamos hambre de poseer tu vida eterna.

Se pueden añadir algunas intenciones libres.

Concluyamos nuestra oración, diciendo juntos las palabras de Jesús, nuestro maestro: Padre nuestro.

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.

Oración

Mueve, Señor, nuestros corazones para que se adhieran siempre a obrar el bien; que, tendiendo sin desfallecer hacia lo mejor, alcancemos vivir también en la eternidad los bienes del misterio pascual. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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