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lunes, 22 de mayo de 2023

Lecturas y reflexiones +

 


Lunes VII de Pascua, feria

Hch 19,1-8: ¿Recibísteis el Espíritu Santo al aceptar la fe?

Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo atravesó la meseta y llegó a Éfeso. Allí encontró unos discípulos y les preguntó:

- «¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe?»

Contestaron:

- «Ni siquiera hemos oído hablar de un Espíritu Santo.»

Pablo les volvió a preguntar:

- «Entonces, ¿qué bautismo habéis recibido?»

Respondieron:

- «El bautismo de Juan.»

Pablo les dijo:

- «El bautismo de Juan era signo de conversión, y él decía al pueblo que creyesen en el que iba a venir después, es decir, en Jesús.»

Al oír esto, se bautizaron en el nombre del Señor Jesús; cuando Pablo les impuso las manos, bajó sobre ellos el Espíritu Santo, y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar. Eran en total unos doce hombres. Pablo fue a la sinagoga y durante tres meses habló en público del reino de Dios, tratando de persuadirlos.

Sal 67,2-3.4-5ac.6-7ab: Reyes de la tierra, cantad a Dios.

Se levanta Dios, y se dispersan sus enemigos,
huyen de su presencia los que lo odian;
como el humo se disipa, se disipan ellos;
como se derrite la cera ante el fuego,
así perecen los impíos ante Dios.

En cambio, los justos se alegran,
gozan en la presencia de Dios,
rebosando de alegría.
Cantad a Dios, tocad en su honor,
su nombre es el Señor.

Padre de huérfanos,
protector de viudas,
Dios vive en su santa morada.
Dios prepara casa a los desvalidos,
libera a los cautivos y los enriquece.

Jn 16,29-33: Tened valor: yo he vencido al mundo.

En aquel tiempo, dijeron los discípulos a Jesús:

- «Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que saliste de Dios.»

Les contestó Jesús:

- «¿Ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo.»



Pistas para la Lectio Divina

Juan 16, 29-33: Jesús forma la comunidad (VI): Una increíble fidelidad. “¡Ánimo! Yo he vencido al mundo”
Autor: Padre Fidel Oñoro CMJ
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la América Latina (CEBIPAL) del CELAM

Con el epílogo del discurso de despedida de Jesús a sus discípulos, llegamos a la quinta y última lección de Jesús sobre la formación de la comunidad pascual.

1. Jesús sintetiza su obra

Jesús hace la síntesis de su obra en el mundo a partir de la descripción del doble movimiento de “venida” y “regreso” al Padre: “Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre” (16,28). En una sola mirada Jesús abraza su camino entero. Es a partir de este horizonte que hay que entenderlo todo.

Jesús se va porque su patria es el Padre. Su estadía en el mundo es pasajera y su amistad con los discípulos es apenas el comienza de una relación que se prolongará más allá de la muerte. El sentido de su venida al mundo es el Padre: dar a conocer su rostro amoroso, abriéndole a todo el mundo el camino de acceso a este amor transformador que sacia el corazón.

Jesús regresa al Padre, pero no regresa solo. Todos los que lo aman y creen en Él serán acogidos por el Padre en su casa.

2. Jesús advierte sobre la débil fidelidad de los discípulos

Pero justo en el momento en que los discípulos hacen su confesión de fe, “creemos que has salido del Dios” (16,30), se dispara la alarma. Los discípulos aparecen muy seguros de sí mismos en este momento, pero dentro de poco abandonarán al Maestro. Jesús lo advierte: “Mirad que llega la hora (y ya llegado ya) en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo” (16,32a).

A pesar de su seguridad externa en este momento en que se sienten animados por las enseñanzas de Jesús, Jesús deja en claro que la fidelidad y la firmeza interior de ellos todavía no son completas. Los discípulos no se deben confiar en sus emociones. Falta todavía algo.

Sólo cuando Jesús emprenda el camino de la Cruz, en el cual ellos no lo seguirán, entenderán el por qué.

De hecho Jesús recorre el camino de la Cruz sin sus discípulos, pero esto no quiere decir que vaya solo, con Él irá el Padre: “No estoy solo, porque el Padre está conmigo” (16,32b). Aun en la Pasión el Padre mostrará su inagotable fidelidad. Jesús tiene confianza en esto. El apoyo vendrá del Padre y no de los discípulos en la hora crucial.

3. Jesús promete su fidelidad

Los discípulos dicen que aman a Jesús pero lo abandonan. En cambio la actitud de Jesús hacia los discípulos es completamente distinta. A ellos también los esperan tiempos difíciles, el camino hacia el Padre tendrá muchos escollos: “en el mundo tendréis tribulación” (16,33b). Pero Jesús no los abandonará.

Jesús no se limitará a estar al lado sino que estará ahí salvando, haciendo presente su victoria pascual. Todo lo que hace de este mundo un “valle de lágrimas” ha sido superado victoriosamente por Jesús: el odio de la gente, las persecuciones, el dolor, la debilidad y la muerte. Todo. Jesús hace sentir desde entonces su voz poderosa de Señor resucitado que dice: “¡Ánimo! Yo he vencido al mundo” (16,33c).

No se dice que los discípulos serán preservados de las tribulaciones, sino que si ponen la mirada en el Cristo Pascual, la victoria está asegurada. En la opresión los discípulos tendrán paz y en la dificultad confianza: “Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí” (16,33ª).

La mirada no se puede apartar el Cristo Pascual. Por eso habrá que seguir adelante en el evangelio: contemplando con el discípulo amado el camino de la Pasión gloriosa de Jesús y haciendo con la comunidad el camino de la fe Pascual en el día de la resurrección. El discurso acaba aquí, pero no el camino.

Cultivemos la semilla de la palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Cuál es el sentido de la “venida” al mundo y del “regreso” de Jesús al Padre? ¿Qué implica para nosotros?

2. ¿Qué le dice Jesús a sus discípulos en el momento que comienzan a cantar victoria antes de tiempo, por el hecho de haber entendido las revelaciones de Jesús?

3. ¿Con qué actitud hay que seguir el camino del discipulado a lo largo de toda la vida?

Continuemos con la oración Synesius de Cirene (autor del siglo IV) que comenzamos ayer:

Yo le canto, en el mismo trono, al Espíritu,
quien está entre aquél que es el principio
y el que es el engendrado.
Celebrando el poder del Padre
mis cantos despiertan en mí
sentimientos muy profundos:
¡Salve, oh fuente del Hijo!
¡Salve, oh Imagen del Padre!
¡Salve, oh morada del Hijo!
¡Salve, oh impronta del Padre!
¡Salve, oh poder del Hijo!
¡Salve, oh belleza del Padre!
¡Salve, oh Espíritu purísimo!
¡Vínculo entre el Hijo y el Padre!

¡Oh, Cristo! Haz que descienda sobre mí
este Espíritu con el Padre.
Que Él sea para mi alma un rocío
que me colme de tus dones reales.
Amén



Pascua. 7ª semana. Lunes
Decenario al Espíritu Santo

EL DON DE CONSEJO


— El don de consejo y la virtud de la prudencia.

— El don de consejo es una gran ayuda para mantener una conciencia recta.

— Los consejos de la dirección espiritual. Medios que facilitan la actividad de este don.

I. Son muchas las ocasiones de desviarnos del camino que conduce a Dios, muchos son los senderos equivocados que a menudo se presentan. Pero el Señor nos ha asegurado: Yo te haré saber y te enseñaré el camino que debes seguir; seré tu consejero y estarán mis ojos sobre ti1. El Espíritu Santo es nuestro mejor Consejero, el más sabio Maestro, el mejor Guía. Cuando os entreguen –prometía el Señor a los Apóstoles refiriéndose a situaciones extremas en las que se encontrarían– no os preocupéis de cómo o qué hablaréis, porque se os dará en aquella hora lo que debéis decir. No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre será el que hable por vosotros2. Tendrían una especial asistencia del Paráclito, como la han tenido los cristianos fieles a lo largo de los siglos en circunstancias similares.

La conducta de tantos mártires cristianos prueba cómo se ha cumplido en la vida de los fieles aquella promesa que les hizo Jesús. Conmueve el comprobar la serenidad y la sabiduría de personas a veces de escasa cultura, incluso de niños, según ha quedado constancia en numerosos documentos. El Espíritu Santo, que nos asiste aun en las circunstancias de menos relieve, lo hará de una manera singular cuando debamos confesar nuestra fe en situaciones difíciles.

El Espíritu Santo, mediante el don de consejo, perfecciona los actos de la virtud de la prudencia, que se refiere a los medios que se deben emplear en cada situación. Con mucha frecuencia debemos tomar decisiones; unas veces en asuntos importantes, otras, en materias de escasa entidad. En todas ellas, de alguna manera, tenemos comprometida nuestra santidad. Dios concede el don de consejo a las almas dóciles a la acción del Espíritu Santo, para decidir con rectitud y rapidez. Es como un instinto divino para acertar en el camino que más conviene para la gloria de Dios. De la misma manera que la prudencia abarca todo el campo de nuestro actuar, el Espíritu Santo, por el don de consejo, es Luz y Principio permanente de nuestras acciones. El Paráclito inspira la elección de los medios para llevar a cabo la voluntad de Dios en todos nuestros quehaceres. Nos lleva por los caminos de la caridad, de la paz, de la alegría, del sacrificio, del cumplimiento del deber, de la fidelidad en lo pequeño. Nos insinúa el camino en cada circunstancia.

La vida interior de cada uno es el primer campo donde este don ejerce su acción. Ahí, en el alma en gracia, actúa el Paráclito de una manera callada, suave y fuerte a la vez. «Es tan hábil para enseñar este sapientísimo Maestro, que es lo más admirable ver su modo de enseñar. Todo es dulzura, todo es cariño, todo bondad, todo prudencia, todo discreción»3. De estas «enseñanzas» y de esta luz en el alma vienen esos impulsos, las llamadas a ser mejores, a corresponder más y mejor. De aquí vienen esas resoluciones firmes, como instintivas, que cambian una vida o son el origen de una mejora eficaz en las relaciones con Dios, en el trabajo, en el actuar concreto de cada día.

Para dejarnos aconsejar y dirigir por el Paráclito debemos desear ser por entero de Dios, sin poner conscientemente límites a la acción de la gracia; buscar a Dios por ser Quien es, infinitamente digno de ser amado, sin esperar otras compensaciones, tanto en los momentos en que todo se presenta más fácil como en situaciones de aridez. «A Dios hay que buscarle, servirle y amarle desinteresadamente; ni por ser virtuoso, ni por adquirir la santidad, ni por la gracia, ni por el Cielo, ni por la dicha de poseerle, sino solo por amarle; y cuando nos ofrece gracias y dones, decirle que no, que no queremos más que amor para amarle; y si nos llega a decir pídeme cuanto quieras, nada, nada le debemos pedir; solo amor y más amor, para amarle y más amarle»4. Y con el amor a Dios llega todo lo que puede saciar el corazón del hombre.

II. El don de consejo supone haber puesto los demás medios para actuar con prudencia: recabar los datos necesarios, prever las posibles consecuencias de nuestras acciones, echar mano de la experiencia en casos análogos, pedir consejo oportuno cuando el asunto lo requiera... Es la prudencia natural, que resulta esclarecida por la gracia. Sobre ella actúa este don; es el que hace más rápida y segura la elección de los medios, la respuesta oportuna, el camino que debemos seguir. Existen casos en los que no es posible aplazar la decisión, porque las circunstancias requieren una respuesta segura e inmediata, como la que dio el Señor a los fariseos que le preguntaban con mala fe si era lícito o no pagar el tributo al César. El Señor pidió una moneda con que se pagaba el tributo, y les preguntó: ¿De quién es esta imagen y esta inscripción? Le respondieron: del César. Entonces les dijo: Dad, pues, al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Al oírlo se quedaron admirados y dejándole se marcharon5.

El don de consejo es de gran ayuda para mantener una conciencia recta, sin deformaciones, pues, si somos dóciles a esas luces y consejos con que el Espíritu Santo ilumina nuestra conciencia, el alma no se evade ni autojustifica ante las faltas y los pecados, sino que reacciona con la contrición, con un mayor dolor por haber ofendido a Dios. Este don ilumina con claridad el alma fiel a Dios para no aplicar equivocadamente las normas morales, para no dejarse llevar por los respetos humanos, por criterios del ambiente o de la moda, sino según el querer de Dios. El Paráclito advierte, por sí o por otros, acerca de la senda recta y señala los caminos a seguir, quizá distintos de los que sugiere el «espíritu del mundo». Quien deja de aplicar las normas morales, importantes o menos importantes, a su conducta concreta es porque prefiere hacer su antojo antes que cumplir la voluntad de Dios.

Ser dóciles a las luces y mociones interiores que el Espíritu Santo inspira en nuestro corazón de ningún modo excluye «el que se consulte a los demás, ni el que se escuchen humildemente las directrices de la Iglesia. Al contrario, los santos se han mostrado siempre presurosos a someterse a sus superiores, con el convencimiento de que la obediencia es el camino real, el más rápido y seguro, hacia la santidad más alta. El Espíritu Santo inspira Él mismo esta filial sumisión a los legítimos representantes de la Iglesia de Cristo: Quien a vosotros oye, a mí me oye, y el que a vosotros desecha a mí me desecha (Lc 10, 16)»6.

III. Este don de consejo es particularmente necesario a quienes tienen la misión de orientar y guiar a otras almas. Santo Tomás enseña que «todo buen consejo acerca de la salvación de los hombres viene del Espíritu Santo»7. Los consejos de la dirección espiritual –por los que tantas veces y de modo tan claro nos habla el Espíritu Santo– debemos recibirlos con la alegría de quien descubre una vez más el camino, con agradecimiento a Dios y a quien hace sus veces, y con el propósito eficaz de llevarlos a la práctica. En ocasiones estos consejos tienen particulares resonancias en el alma de quien las recibe, promovidas directamente por el Espíritu Santo.

El don de consejo es necesario para la vida diaria, tanto para los propios asuntos como para aconsejar a nuestros amigos en su vida espiritual y humana. Este don corresponde a la bienaventuranza de los misericordiosos8, pues «hay que ser misericordiosos para saber dar discretamente un consejo saludable a quienes de él tienen necesidad; un consejo provechoso, que lejos de desalentarles les anime con fuerza y suavidad al mismo tiempo»9.

Hoy pedimos al Espíritu Santo que nos conceda ser dóciles a sus inspiraciones, pues el mayor obstáculo para que el don de consejo arraigue en nuestra alma es el apegamiento al juicio propio, el no saber ceder, la falta de humildad y la precipitación en el obrar. Facilitaremos la acción de este don, si nos acostumbramos a llevar a la oración las decisiones importantes de nuestra vida: «no tomes una decisión sin detenerte a considerar el asunto delante de Dios»10; si procuramos despegarnos del propio criterio: «no desaproveches la ocasión de rendir tu propio juicio», aconseja San Josemaría Escrivá11; si somos completamente sinceros a la hora de pedir un consejo en la dirección espiritual, o a la hora de hacer una consulta moral en algún asunto que nos afecta muy directamente: de ética profesional, o para valorar si Dios pide más generosidad para formar una familia numerosa... Si somos humildes, si reconocemos nuestras limitaciones, sentiremos la necesidad, en determinadas circunstancias, de acudir a un consejero. Entonces no acudiremos a uno cualquiera, «sino a uno capacitado y animado por nuestros mismos deseos sinceros de amar a Dios, de seguirle fielmente. No basta solicitar un parecer; hemos de dirigirnos a quien pueda dárnoslo desinteresado y recto (...). En nuestra vida encontramos compañeros ponderados, que son objetivos, que no se apasionan inclinando la balanza hacia el lado que les conviene. De esas personas, casi instintivamente, nos fiamos; porque, sin presunción y sin ruidos de alharacas, proceden siempre bien, con rectitud»12.

El que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida13. Si procuramos seguir al Señor cada día de nuestra vida, no nos faltará la luz del Espíritu Santo en todas las circunstancias. Si tenemos rectitud de intención, no permitirá Él que caigamos en el error. Nuestra Madre del Buen Consejo nos conseguirá las gracias necesarias, si acudimos a Ella con la humildad del que sabe que por sí solo tropezará y tomará frecuentemente sendas equivocadas.

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