Custodia

Custodia

Saludo

Bendición

viernes, 19 de mayo de 2023

Laudes, lecturas y reflexión +

 V. Dios mío, ven en mi auxilio.

R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. (Aleluya).

HIMNO

Nos apremia el amor, vírgenes santas,
vosotras, que seguisteis su camino,
guiadnos por las sendas de las almas
que hicieron de su amor amar divino.

Esperasteis en vela a vuestro Esposo
en la noche fugaz de vuestra vida,
cuando llamó a la puerta, vuestro gozo
fue contemplar su gloria sin medida.

Vuestra fe y vuestro amor, un fuego ardiente
que mantuvo la llama en la tardanza,
vuestra antorcha encendida ansiosamente
ha colmado de luz vuestra esperanza.

Pues gozáis ya las nupcias que el Cordero
con la Iglesia de Dios ha celebrado,
no dejéis que se apague nuestro fuego
en la pereza y el sueño del pecado.

Demos gracias a Dios y, humildemente,
pidamos al Señor que su llamada
nos encuentre en vigilia permanente,
despiertos en la fe y en veste blanca. Amén.

SALMODIA

Ant. 1. Confía, hijo, tus pecados son perdonados. Aleluya.

Salmo 50

CONFESIÓN DEL PECADOR ARREPENTIDO
Renovaos en la mente y en el espíritu y vestíos de la nueva condición humana. (Cf. Ef 4, 23- 24)

Misericordia, Dios mío, por tu bondad;
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé»
cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón,
en el juicio brillará tu rectitud.
Mira, que en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.

Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.

Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.

¡Oh Dios!, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.

Líbrame de la sangre, ¡oh Dios,
Dios, Salvador mío!,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen;
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado:
un corazón quebrantado y humillado
tú no lo desprecias.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.

Ant. Confía, hijo, tus pecados son perdonados. Aleluya.

Ant. 2. Tú, Señor, has salido con Cristo a salvar a tu pueblo. Aleluya.

Cántico Ha 3, 24. 13a. 15-19

JUICIO DE DIOS
Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación. ( Lc 21, 28)

¡Señor, he oído tu fama,
me ha impresionado tu obra!
En medio de los años, realízala;
en medio de los años, manifiéstala;
en el terremoto acuérdate de la misericordia.

El Señor viene de Temán;
el Santo, del monte Farán:
su resplandor eclipsa el cielo,
la tierra se llena de su alabanza;
su brillo es como el día,
su mano destella velando su poder.

Sales a salvar a tu pueblo,
a salvar a tu ungido;
pisas el mar con tus caballos,
revolviendo las aguas del océano.

Lo escuché y temblaron mis entrañas,
al oírlo se estremecieron mis labios;
me entró un escalofrío por los huesos,
vacilaban mis piernas al andar.
Tranquilo espero el día de la angustia
que sobreviene al pueblo que nos oprime.

Aunque la higuera no echa yemas
y las viñas no tienen fruto,
aunque el olivo olvida su aceituna
y los campos no dan cosechas,
aunque se acaban las ovejas del redil
y no quedan vacas en el establo,
yo exultaré con el Señor,
me gloriaré en Dios mi salvador.

El Señor soberano es mi fuerza,
él me da piernas de gacela
y me hace caminar por las alturas.

Ant. Tú, Señor, has salido con Cristo a salvar a tu pueblo. Aleluya.

Ant. 3. Alaba a tu Dios, Sión, que ha puesto paz en tus fronteras. Aleluya.

Salmo 147

RESTAURACIÓN DE JERUSALÉN
Ven y te mostraré la desposada, la esposa del Cordero. (Ap 21, 9)

Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti;
ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.

Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza;

hace caer el hielo como migajas
y con el frío congela las aguas;
envía una orden, y se derriten;
sopla su aliento, y corren.

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.

Ant. Alaba a tu Dios, Sión, que ha puesto paz en tus fronteras. Aleluya.

Primera lectura

Hch 18,9-18

Tengo un pueblo numeroso en esta ciudad

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles.

CUANDO estaba Pablo en Corinto, una noche le dijo el Señor en una visión:
«No temas, sigue hablando y no te calles, pues yo estoy contigo, y nadie te pondrá la mano encima para hacerte daño, porque tengo un pueblo numeroso en esta ciudad».
Se quedó, pues, allí un año y medio, enseñando entre ellos la palabra de Dios.
Pero, siendo Galión procónsul de Acaya, los judíos se abalanzaron de común acuerdo contra Pablo y lo condujeron al tribunal diciendo:
«Este induce a la gente a dar a Dios un culto contrario a la ley».
Iba Pablo a tomar la palabra, cuando Galión dijo a los judíos:
«Judíos, si se tratara de un crimen o de un delito grave, sería razón escucharlos con paciencia; pero, si discuten de palabras, de nombres y de su ley, véanlo ustedes. Yo no quiero ser juez de esos asuntos».
Y les ordenó despejar el tribunal.
Entonces agarraron a Sóstenes, jefe de la sinagoga, y le dieron una paliza delante del tribunal, sin que Galión se preocupara de ello.
Pablo se quedó allí todavía bastantes días; luego se despidió de los hermanos y se embarcó para Siria con Priscila y Áquila. En Cencreas se había hecho rapar la cabeza, porque había hecho un voto.

Palabra de Dios.

Salmo

Sal 47(46),2-3.4-5.6-7 (R. cf. 10a)

R. Dios es el rey del mundo.

O bien:

R. Aleluya

V. Pueblos todos, batan palmas,
aclamen a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor altísimo es terrible,
emperador de toda la tierra. R.

V. Él nos somete los pueblos
y nos sojuzga las naciones;
él nos escogió por heredad suya:
gloria de Jacob, su amado. R.

V. Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas:
toquen para Dios, toquen;
toquen para nuestro Rey, toquen. R.

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Era necesario que el Mesías padeciera y resucitara de entre los muertos; y entrará así en su gloria. R.

Evangelio

Jn 16, 20-23a

Nadie les quitará su alegría

Lectura del santo Evangelio según san Juan

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«En verdad, en verdad les digo: ustedes llorarán y se lamentarán, mientras el mundo estará alegre; ustedes estarán tristes, pero su tristeza se convertirá en alegría. La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre. También ustedes ahora sienten tristeza; pero volveré a verlos, y se alegrará su corazón, y nadie les quitará su alegría. Ese día no me preguntarán nada.»

Palabra del Señor.

Pistas para la Lectio Divina

P. Fidel Oñoro, CJM
Jesús forma la comunidad (IV):

Como una madre cuando da a luz

Juan 16, 20-23a

“Vuestra alegría nadie os la podrá quitar”

Hoy seguimos profundizando en la tercera lección sobre la formación de la comunidad pascual.

Jesús compara su Pascua con un parto: “La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo” (16,21).

La angustia del nacimiento puede hacer pensar que no se va a sobrevivir, que hasta ahí llegó todo. Pero después que nace el bebé, el rostro de la madre se transforma completamente, no hay nada más hermoso en el mundo que el rostro de una madre feliz, llena de paz, de gozo, aún de gloria, después de los trabajos del parto.

Es así como el dolor y la aflicción pasarán: como una mujer cuando tiene un parto. El dolor le dará paso a una gran alegría y ésta alegría ni se acabará ni podrá ser arrebatada, sino que permanecerá.

La muerte de Jesús será un paso. Con la resurrección Él entrará en la vida definitiva. Entonces todos los que viven sostienen con Jesús la sabrosa amistad descrita en Juan 15, probarán un inmenso júbilo y bienaventuranza.

Así como la Cruz trajo tantas lágrimas para Jesús para los discípulos, esa misma Cruz será el motivo de nuestra libertad y de nuestra felicidad pascual, gracias a ella podemos decir hoy que hay sanación, redención, liberación, vida nueva en nuestra historia.

Llegado a este punto en su discurso, Jesús se vuelve más explícito y concluye esta parte de su enseñanza así: “También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar” (16,22).

Jesús se detiene en el tema de la alegría. La alegría pascual es la superación de la causa de nuestra tristeza. Con estas palabras nos invita para que exploremos y asumamos la tristeza de “ahora”. La causa puede estar en nosotros mismos, una esclavitud, un pecado, un problema de salud, una situación afectiva, en fin, algo que nos hace vivir continuamente melancólicos, quejumbrosos y hasta sin muchos alientos de vida. Pero puede estar también fuera: un familiar o un amigo nuestro que se vuelve causa de sufrimiento, una mala relación, una situación moral en el hogar, una situación laboral, etc.

La promesa de Jesús sobre la que se fundamenta su comunidad post-pascual es la de una alegría sin comparación, una alegría nunca antes experimentada, una alegría que tiene tres características:

(1) Es producida por el encuentro vivo con Jesús resucitado: “volveré a veros”.

(2) Es una alegría profunda, no superficial, es una alegría que viene de dentro, de la raíz de la existencia, una alegría de corazón: “se alegrará vuestro corazón”.

(3) Es una alegría permanente: “y vuestra alegría nadie os la podrá quitar”. No es la alegría de uno o dos días, mientras dura la emoción. No. Es una alegría que no se quita nunca, que no pasa, que nos acompaña hasta el final: la bienaventuranza presente que se confundirá con alegría del cielo.

Así llegaremos a lo definitivo, allí donde ya no habrá más preguntas (16,23ª).

Oremos en este día:
“Señor, queremos esa alegría. Tú, como Señor Resucitado eres el Señor de la alegría. Que nuestra vida cristiana sea manifestación de esa alegría. Que nuestras comunidades estén siempre en fiesta, en el gozo de la vida nueva que cotidianamente compartimos en la mesa, en la oración, en el trabajo compartido, en la fraternidad comunitaria.

Gracias por nuestras madres, porque ellas son el icono, la imagen viva de la Pascua. Gracias porque su rostro feliz es un rostro de esperanza para la humanidad. Gracias porque el parto que nos trajo a la luz y a la historia, se repite hoy cuando volvemos a nacer pero a la vida nueva que brota de la Cruz.

Ayúdanos a comprender la verdad de tus palabras en nuestras propias experiencias, especialmente en las tristezas que nos tocan hondamente, para que hagamos pascua en ellas, para que de nuestra cruz brote la resurrección, el hombre nuevo que, madurando en el sufrimiento, ve brotar de dentro de sí una nueva personalidad aquilatada en la tuya y fraguada en la grandeza de tu amor”. Amén.

Cultivemos la semilla de la palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Qué indica la comparación de la Pascua con un parto? ¿Qué le dice a nuestra vivencia de la Cruz?

2. Jesús habla del “gozo de que ha nacido un hombre en el mundo”. ¿Qué ha renacido en mi vida y en mi comunidad en esta Pascua?

3. ¿El encuentro vivo con Jesús Resucitado está suscitando la alegría profunda y perenne que promete?



Pascua. 6ª semana. Viernes
Decenario al Espíritu Santo

EL DON DE ENTENDIMIENTO


— Mediante este don llegamos a tener un conocimiento más profundo de los misterios de la fe. Es necesario para la plenitud de la vida cristiana.

— Se concede a todos los cristianos, pero su desarrollo exige vivir en gracia y empeñarse en la santidad personal.

— Necesidad de purificar el alma. El don de entendimiento y la vida contemplativa.

I. Cada página de la Sagrada Escritura es una muestra de la solicitud con que Dios se inclina hacia nosotros para guiarnos hacia la santidad. El Señor se muestra en el Antiguo Testamento como la verdadera luz de Israel, sin la cual el pueblo se descamina y tropieza en la oscuridad. Los grandes personajes del Antiguo Testamento se vuelven una y otra vez hacia Yahvé para que les conduzca en las horas difíciles. Dame a conocer tus caminos1, pide Moisés para guiar al pueblo hasta la Tierra prometida. Sin la enseñanza divina, se siente perdido. Y el rey David pide: Dame entendimiento para que guarde tu Ley y la cumpla de todo corazón2.

Jesús promete el Espíritu de verdad, que tendrá la misión de iluminar a la Iglesia entera3. Con el envío del Paráclito «completa la revelación, la culmina y la confirma con testimonio divino»4. Los mismos Apóstoles comprenderán más tarde el sentido de las palabras del Señor, que antes de Pentecostés se les presentaban oscuras. «Él es el alma de esta Iglesia –enseña Pablo VI–. Él es quien explica a los fieles el sentido profundo de las enseñanzas de Jesús y su misterio»5.

El Paráclito nos conduce desde las primeras claridades de la fe a una «inteligencia más profunda de la revelación»6. Mediante el don de entendimiento o inteligencia al fiel cristiano le es dado un conocimiento más profundo de los misterios revelados. El Espíritu Santo ilumina la inteligencia con una luz poderosísima y le da a conocer con una claridad desconocida hasta entonces el sentido profundo de los misterios de la fe. «Conocemos ese misterio desde hace mucho tiempo; esa palabra la hemos oído y hasta la hemos meditado muchas veces; pero, en un momento dado, sacude nuestro espíritu de una manera nueva; parece como si nunca hasta entonces lo hubiésemos comprendido de verdad»7. Bajo este influjo, el alma tiene una mayor certeza de lo que cree, todo es más claro, y bajo esta luz que le hace conocer más hondamente las verdades sobrenaturales experimenta un gozo indescriptible, anticipo de la visión beatífica.

Gracias a este don –enseña Santo Tomás de Aquino–, «Dios es entrevisto aquí abajo»8 por la mirada purificada de quienes son dóciles a las mociones del Paráclito, aunque los misterios de la fe sigan envueltos en cierta oscuridad.

Para llegar a este conocimiento no bastan las luces ordinarias de la fe; es necesaria una especial efusión del Espíritu Santo, que recibimos en la medida de la correspondencia a la gracia, de la purificación del corazón y de los deseos de santidad. El don de entendimiento permite que el alma, con facilidad, participe de esa mirada de Dios que todo lo penetra, empuja a reverenciar la grandeza de Dios, a rendirle afecto filial, a juzgar adecuadamente de las cosas creadas... «Poco a poco, a medida que el amor va creciendo en el alma, la inteligencia del hombre resplandece más y más con la propia claridad de Dios»9, y nos da una gran familiaridad con los misterios escondidos de Dios.

En este día del Decenario al Espíritu Santo podríamos preguntarnos sobre el deseo de purificar nuestra alma, y si este deseo tiene, entre otras manifestaciones, el aprovechar muy bien las gracias de cada Confesión. Si acudimos a ella con la puntualidad que hayamos previsto, si preparamos con toda sinceridad el examen de conciencia, si pedimos al Paráclito ayuda para fomentar la contrición y un gran deseo de alejarnos de todo pecado y faltas deliberadas.

II. El Espíritu Santo, mediante el don de entendimiento, hace penetrar al alma, de muchas maneras, en las profundidades de los misterios revelados. De una forma sobrenatural, y por tanto gratuita, enseña en lo íntimo del corazón lo que encierran las verdades más profundas de la fe. «Como uno que sin haber aprendido ni trabajado nada para saber leer ni tampoco hubiese estudiado nada –explica Santa Teresa–, hallase que ya sabía toda la ciencia, sin saber cómo ni de dónde le había venido, pues nunca había trabajado ni para aprender el alfabeto. Esta comparación última enseña algo de este don celestial, porque el alma ve en un momento el misterio de la Santísima Trinidad y otras cosas muy elevadas con tal claridad, que no hay teólogo con quien no se atreviese a discutir estas verdades tan grandes»10.

El don de entendimiento lleva a captar el sentido más hondo de la Sagrada Escritura, la vida de la gracia, la presencia de Cristo en cada sacramento y, de una manera real y sustancial, en la Sagrada Eucaristía. Este don nos da como un instinto divino para aquello que de sobrenatural hay en el mundo. Ante la mirada del creyente iluminada por el Espíritu brota así todo un universo nuevo. Los misterios de la Santísima Trinidad, de la Encarnación, de la Redención, de la Iglesia se convierten en realidades extraordinariamente vivas y actuales que orientan toda la vida del cristiano, influyendo decisivamente en el trabajo, en la familia, en los amigos... Su influjo hace la oración más sencilla y profunda.

Quienes son dóciles a las inspiraciones del Espíritu Santo, purifican su alma, mantienen la fe despierta, descubren a Dios a través de todas las cosas creadas y de los sucesos de la vida ordinaria. El que vive en la tibieza no percibe ya estas llamadas de la gracia, tiene embotada su alma para lo divino, y ha perdido el sentido de la fe, de sus exigencias y delicadezas.

El don de entendimiento lleva a contemplar a Dios en medio de las tareas ordinarias, en los acontecimientos, agradables o dolorosos, de la vida de cada uno. El camino para llegar a la plenitud de este don es la oración personal, en la que contemplamos las verdades de la fe, y la lucha, alegre y amorosa, por mantener la presencia de Dios durante el día fomentando los actos de contrición cuando nos hemos separado del Señor. No se trata de una ayuda sobrenatural extraordinaria que se concede exclusivamente a personas muy excepcionales, sino a todos aquellos que quieren ser fieles al Señor allí donde se encuentran, santificando sus alegrías y dolores, su trabajo y su descanso.

III. Para ir adelante en este camino de santidad es necesario fomentar el recogimiento interior (evitar andar con los sentidos despiertos, estar dispersos en las cosas, sin presencia de Dios...), la mortificación de los sentidos internos (la imaginación, los recuerdos y pensamientos inútiles...) y de los externos, esforzarse diariamente en la presencia de Dios, tomando ocasión de los sucesos y percances de cada día.

Es preciso purificar el corazón, pues solo los limpios de corazón tienen capacidad para ver a Dios11. La impureza, el apegamiento a los bienes de la tierra, el conceder al cuerpo todos sus caprichos embotan el alma para las cosas de Dios. El hombre no espiritual no percibe las cosas del Espíritu de Dios, pues son necedad para él y no puede conocerlas, porque solo se pueden enjuiciar según el Espíritu12. El hombre espiritual es el cristiano que lleva al Espíritu Santo en su alma en gracia, y tiene la mente y el pensamiento puestos en Cristo. Su vida limpia, sobria y mortificada es la mejor preparación para ser digna morada del Espíritu, que habitará en él con todos sus dones.

Cuando el Espíritu Santo encuentra un alma bien dispuesta, se va adueñando de ella, y la lleva por caminos de oración cada vez más profunda, hasta que «las palabras resultan pobres... y se deja paso a la intimidad divina, en un mirar a Dios sin descanso y sin cansancio. Vivimos entonces como cautivos, como prisioneros. Mientras realizamos con la mayor perfección posible, dentro de nuestras equivocaciones y limitaciones, las tareas propias de nuestra condición y de nuestro oficio, el alma ansía escaparse. Se va hacia Dios, como el hierro atraído por la fuerza del imán. Se comienza a amar a Jesús, de forma más eficaz, con un dulce sobresalto»13.

San Josemaría Escrivá describía el sendero de las almas, en las ocupaciones más normales de la vida y cualquiera que fuera su cultura, profesión, estado, etcétera, hasta llegar a la oración contemplativa. Para muchos, el camino parte de la consideración frecuente de la Humanidad Santísima del Señor, a quien se llega a través de la Virgen –pasando necesariamente por la Cruz–, y acaba en la Trinidad Santísima. «El corazón necesita, entonces, distinguir y adorar a cada una de las Personas divinas. De algún modo, es un descubrimiento, el que realiza el alma en la vida sobrenatural, como los de una criaturica que va abriendo los ojos a la existencia. Y se entretiene amorosamente con el Padre y con el Hijo y con el Espíritu Santo, y se somete fácilmente a la actividad del Paráclito vivificador, que se nos entrega sin merecerlo: ¡los dones y las virtudes sobrenaturales!»14.

Al terminar nuestra oración acudimos a la Virgen, que tuvo la plenitud de la fe y de los dones del Espíritu Santo, y le pedimos que nos enseñe a tratar y a amar al Paráclito en nuestra alma siempre, pero de modo particular en este Decenario, y que no nos quedemos a mitad del camino en ese sendero que conduce a la santidad, a la que hemos sido llamados.

LECTURA BREVE Ct 8, 7

Las aguas torrenciales no podrían apagar el amor, ni anegarlo los ríos. Si alguien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa, se haría despreciable.

RESPONSORIO BREVE

V. Oigo en mi corazón: buscad mi rostro. Aleluya, aleluya.
R. Oigo en mi corazón: buscad mi rostro. Aleluya, aleluya.

V. Tu rostro buscaré, Señor.
R. Aleluya, aleluya.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Oigo en mi corazón:

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Ésta es la virgen prudente que, unida a Cristo, resplandece como el sol en el reino celestial. Aleluya.

Cántico de Zacarías Lc 1, 68-79

EL MESÍAS Y SU PRECURSOR

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con
nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. Ésta es la virgen prudente que, unida a Cristo, resplandece como el sol en el reino celestial. Aleluya.

PRECES

Glorifiquemos a Cristo, esposo y corona de las vírgenes, y supliquémosle diciendo:
Jesús, corona de las vírgenes, escúchanos.

Señor Jesucristo, a quien las vírgenes amaron como a su único esposo,
concédenos que nada nos aparte de tu amor.

Tú que coronaste a María como reina de las vírgenes,
por su intercesión concédenos recibirte siempre con pureza de corazón.

Por intercesión de las santas vírgenes que te sirvieron siempre con fidelidad, consagradas a ti en cuerpo y alma,
ayúdanos, Señor, a que los bienes de este mundo que pasa no nos separen de tu amor eterno.

Señor Jesús, esposo que has de venir y a quien las vírgenes prudentes esperaban,
concédenos que aguardemos tu retorno glorioso con una esperanza activa.

Por intercesión de santa María Bernarda, que fue virgen sensata y una de las prudentes,
concédenos, Señor, la verdadera sabiduría y la pureza de costumbres.

Se pueden añadir algunas intenciones libres.

Con sencillez y humildad digamos la oración que Jesús nos enseñó: Padre nuestro.

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.

Oración

Tú, Señor, que te complaces en habitar en los limpios y sinceros de corazón, por intercesión de santa María Bernarda, virgen, concédenos vivir de tal manera que merezcamos tenerte siempre entre nosotros. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario