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jueves, 5 de diciembre de 2024

Lecturas y reflexiones +

 



Primera lectura


Is 26, 1-6

Que entre un pueblo justo, que observa la lealtad.

Lectura del libro de Isaías.

AQUEL día, se cantará este canto en la tierra de Judá:
«Tenemos una ciudad fuerte,
ha puesto para salvarla murallas y baluartes.
Abran las puertas para que entre un pueblo justo,
que observa la lealtad;
su ánimo está firme y mantiene la paz,
porque confía en ti.
Confíen siempre en el Señor,
porque el Señor es la roca perpetua.
Doblegó a los habitantes de la altura,
a la ciudad elevada;
la abatirá, la abatirá
hasta el suelo, hasta tocar el polvo.
La pisarán los pies, los pies del oprimido,
los pasos de los pobres.

Palabra de Dios.

Salmo


Sal 118(117),1.8-9.19-20.21 y 25.26-27a (R. Is 26,2) 

R. Bendito el que viene en nombre del Señor.

O bien:

R. Aleluya

V. Den gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los hombres,
mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los jefes. R.

V. Ábranme las puertas de la salvación,
y entraré para dar gracias al Señor.
Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.
Te doy gracias porque me escuchaste
Y fuiste mi salvación. R.

V. Señor, danos la salvación;
Señor danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor,
los bendecimos desde la casa del Señor.
El Señor es Dios, él nos ilumina.R.

Aclamación


R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Busquen al Señor mientras se deja encontrar, invóquenlo mientras está cerca. R.

Evangelio


Mt 7, 21.24-27

El que hace la voluntad del Padre entrará en el reino de los cielos.

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No todo el que me dice "Señor, Señor" entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre la roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre la roca.
El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se derrumbó. Y su ruina fue grande».

Palabra de Señor.



Pistas para la Lectio Divina

Autor: P. Fidel Oñoro Consuegra, cjm

Actitudes ante la venida del Señor (I): Construir nuestro proyecto con base en el de Dios
Isaías 26,1-6
“Confiad en Yahveh por siempre jamás, porque en Yahveh tenéis una Roca eterna”

Los tres primeros días de esta semana nos condujeron por medio de este itinerario: el pueblo mesiánico, la persona del Mesías y los signos del Mesías en medio de su pueblo. En estos tres días que vienen las lecturas nos conducen por un nuevo itinerario que enfatiza las actitudes que nos corresponde tomar ante la venida del Señor.

La profecía de hoy nos introduce en una nueva serie de tres lecciones de “Adviento” y nos inculca las actitudes que nos corresponde adoptar frente a la venida del Señor a nuestras vidas. Todas ellas están relacionadas con la fe y nos exigen compromisos concretos. Sólo así podremos hacer del “Adviento” el ejercicio de la espera activa de un Dios salvador que viene a nuestro encuentro.

La enseñanza de hoy es presentada por el profeta Isaías mediante la didáctica de un canto que hay que aprenderse. Lo interesante es la dinámica interna que nos presenta.

1. Aprender la segunda canción: “Aquel día se cantará este cantar en tierra de Judá” (v.1ª)

Partamos de esta realidad humana: el problema no es tanto el alcanzar una meta sino conseguir que los logros no se deshagan. Con este propósito el profeta Isaías, después de la canción de la victoria que celebraba las primeras emociones, le enseña ahora una segunda canción al pueblo. Los asuntos de Dios, la espiritualidad, no son cuestión de emociones pasajeras sino de solidez de vida.

La primera canción celebraba la obra salvífica de Dios y expresaba la felicidad porque las cosas salieron bien, por su parte, la segunda, trata de inculcar en el pueblo el compromiso que le corresponde. Hay que aprenderla de memoria y practicarla en el ejercicio cotidiano de la fe.

2. De las manos poderosas y misericordiosas de Dios a los pies del peregrino: “Él derroca a los habitantes de los altos... la pisan pies, pies de pobres, pisadas de débiles” (v.5-6)

La descripción de la ciudad (v.2) y la invitación a abrir sus puertas (v.3), indica que se trata de una canción de caminantes que llegan a su ciudad.

El profeta se inspira en la escena de los peregrinos, quizás antiguos exiliados, desplazados de sus tierras y casas, despojados de sus bienes básicos, que regresan contentos a su espacio vital. El regreso no ha sido fácil, para lograrlo han tenido que enfrentar y superar los factores adversos.

El primer coro alegre -el entonado ayer- no deja de resonar y le da pautas a la nueva composición.

• Virtualmente se traza una especie de eje vertical que comienza en las manos poderosas de Dios (25,10) y culmina en la tierra, en los pies descalzos de los humildes peregrinos -pobres y mendigos- que participan de la victoria obrada por Dios (26,6).

• Al desplazamiento horizontal del caminante se le yuxtapone el desplazamiento vertical que expresa la acción de Dios (26,5).

La acción de Dios (“derroca”, “hace caer”, “abaja”, “hace tocar”) se conjuga con la acción del hombre (“la pisan pies de pobres”). En la medida en que caminan, con sus pasos firmes los humildes van afirmando la victoria.

Pero, ¿contra qué o quién es la confrontación?

3. Dos proyectos en conflicto: la ciudad del hombre y la ciudad de Dios

El canto está siendo entonado por un solista y es él quien hace la descripción. El juglar expone ante todo lo que capta en el trasfondo espiritual del escenario. Para ello se vale de la comparación entre dos ciudades:

• la ciudad santa (26,1-4) y

• la ciudad rebelde (26,5-6).

El cantor invierte el orden: primero exalta la victoria de la ciudad de Dios y luego cuenta el fracaso de la ciudad pérfida. La segunda ciudad se viene al piso, mientras que la primera tiene garantizada su firmeza.

En ambas ciudades se destaca la “muralla”. En la antigüedad una muralla le daba identidad a la ciudad, no sólo externa sino también internamente, es decir, por cuanto garantizaba la unidad y la defensa de la misma, la muralla es el símbolo del proyecto de sociedad que allí se quiere construir.

Por eso, con la repetida referencia a las murallas, todo el canto apunta a la exaltación de la solidez del proyecto de Dios acogido por los humildes, mientras que en un segundo plano se nota la inconsistencia del proyecto de los orgullosos que creen poder hacer todo exclusivamente con sus propios esfuerzos.

4. Características de la ciudad de Dios: “Tenemos una ciudad fuerte” (v.1b-4)

La ciudad santa no es cualquier conglomerado de casas, ella aparece más bien como una construcción unificada, ideada por un único arquitecto que ha pensado en sus aspectos más importantes: “para protección se le han puesto murallas y antemuro” (26,1b).

Lo más bello es que de repente se nota una trasposición metafórica que hace del corral de piedra y de los baluartes de defensa militar, una imagen del mismo Dios como salvador de su pueblo. En un momento dado, la construcción-refugio es lo de menos y lo que sobresale es la comunidad reunida por Dios, que se identifica con Él y con su proyecto.

El canto sigue: el río humano de los peregrinos llega entonces a las puertas del Templo, que es el corazón de la ciudad, y la procesión realiza su rito de entrada.

En él, el pueblo declara sus compromisos. Se trata, ante todo, de tres actitudes que hay que vivir en la cotidianidad (26,2b-3a):

• “Gente que guarda la fidelidad”: se trata la constancia en el camino del Señor;

• “Gente de ánimo firme”: se trata de la “fuerza de voluntad”, para sostener la fidelidad;

• “Gente que conserva la paz”: se trata de los esfuerzos por mantener el siempre difícil equilibrio en las relaciones.

Se pone de relieve el esfuerzo que realiza el hombre. Pero no se trata de algo que proviene solamente de las propias fuerzas, sino que está basado en la confianza en Dios.

5. La clave de todo es la confianza en Dios: “Confiad en Yahveh por siempre jamás” (v.4)

La confianza en Dios, que es una manera de expresar la experiencia de la fe, es lo más importante y es la garantía de las tres características de un pueblo justo. Por ello se habla en estos términos: “Porque en ti confió” (v.3b).

No perdamos de vista que este pueblo, humilde pero recto, que redescubre su proyecto en la historia a la luz de su fe, es el que luego exalta María en su Magníficat (ver Lc 1,50-53). La comunidad de los humildes no está sola, su fundamento es el mismo Dios, quien es “Roca” fuerte e inamovible, no cambia de idea de un día para otro, porque es siempre fiel. La firmeza del proyecto de justicia y fraternidad proviene de la solidez de Dios. No hay mejor ni más seguro apoyo.

La actitud de base está clara: a esta ciudad-comunidad, donde se realiza el sueño de Dios para su pueblo, sólo se entra mediante la práctica fiel de sus enseñanzas y la confianza total en Él. Sólo los que están dispuestos a ser justos pueden atravesar el umbral de sus puertas.

Y esta profecía se realiza en Jesús (Mateo 7,21.24-27)

La parábola que contrapone la casa construida sobre la roca con la casa construida sobre la arena (Mt 7,24-27), traslada a la persona de Jesús, el MESÍAS, la profecía isaíanica. Como enseña el mismo Jesús en Mt 7,21, no basta la oración vocal, es necesario el compromiso de vivir según el querer de Dios (la “fidelidad”). Es en el seguimiento del Maestro, esto es, mediante la escucha y la puesta en práctica de sus enseñanzas, que se forma la nueva y definitiva comunidad, el pueblo justo que inaugura el mundo nuevo. Esta es la verdadera Roca que siempre se sostendrá.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:

La venida del Señor nos pide la actitud de la fe: acoger su Palabra y hacerla parte de nuestros proyectos, porque sólo en Él nuestra vida tiene consistencia. La motivación más profunda de nuestros esfuerzos debe ser la de permanecer fieles a los proyectos de Dios, fundados en la fe-confianza en Él. Esta confianza se concreta en compromisos.

1. ¿Cuál es mi proyecto de vida? ¿Está identificado con el proyecto que Dios tiene para mí y para el mundo?

2. ¿Qué tan sólido es mi camino con el Señor?

3. ¿Sobre qué se apoyan mis esfuerzos en la vida? ¿Qué busco con ellos?

4. En estos días en que el paisaje urbano se transforma con arreglos de Navidad, ¿cómo relaciono esta realidad con la profecía sobre la ciudad de los pobres de Dios?

5. ¿Qué compromisos me pide el Señor de manera que pueda contribuir en la construcción de su proyecto de ciudad?

Francisco Fernández-Carvajal
Hablar con Dios

Adviento. 1ª semana. Jueves

VINO A CUMPLIR LA VOLUNTAD DEL PADRE

— Identificar nuestra voluntad con la del Señor. Cómo nos manifiesta Dios su voluntad. Voluntad de Dios y santidad.

— Otros modos de manifestarse la voluntad de Dios en nuestra vida: la obediencia. Imitar a Jesús en su ardiente deseo de cumplir la voluntad de su Padre Dios. Humildad.

— Cumplir la voluntad de Dios en momentos en que cuesta o resulta ingrata o difícil.

I. La vida de una persona se puede edificar sobre muy diferentes cimientos: sobre roca, sobre barro, sobre humo, sobre aire... El cristiano sólo tiene un fundamento firme en el que apoyarse con seguridad: el Señor es la Roca permanente1.

El Señor nos habla en el Evangelio de la Misa2 de dos casas. En una de ellas quizá se quiso ahorrar la cimentación, quizá hubo prisa por terminarla. No se puso el debido cuidado. Al que edificó de esta manera el Señor le llama hombre loco. Las dos casas quedaron terminadas y parecían iguales, pero tenían muy distinto fundamento: una de ellas estaba cimentada sobre piedra firme; la otra, no. Pasó algún tiempo y llegaron las dificultades que pondrían a prueba la solidez de la edificación. Un día hubo temporal: cayó la lluvia, y los ríos salieron de madre y soplaron los vientos contra aquella casa.

Fue el momento en el que probaron su consistencia. Una se mantuvo firme en lo esencial; la otra se derrumbó estrepitosamente y el desastre fue completo.

Nuestra vida solo puede estar edificada sobre Cristo mismo, nuestra única esperanza, nuestro único fundamento. Y esto quiere decir, en primer lugar, que procuramos identificar nuestra voluntad con la suya. No es la nuestra una adhesión más o menos superficial a una borrosa figura de Cristo, sino una adhesión firme a su querer y a su Persona. No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los Cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos, leemos también en el Evangelio de la Misa.

La voluntad de Dios es la brújula que nos indica en todo momento el camino que nos lleva a Él; es, al mismo tiempo, el sendero de nuestra propia felicidad. El cumplimiento del querer divino nos da también una gran fortaleza para superar los obstáculos.

¡Qué alegría poder decir al final de nuestros días: he procurado siempre buscar y seguir la voluntad de Dios en todo! No nos alegrarán tanto los triunfos cosechados, ni nos importarán demasiado los fracasos y los sufrimientos padecidos. Lo que nos importará, y mucho, es si hemos amado el querer de Dios sobre nuestra vida, que se manifestó unas veces de modo más general y otras de forma muy concreta. Siempre con la suficiente claridad, si no cegamos la luz del alma, que es la conciencia.

El cumplimiento amoroso de la voluntad de Dios es, a la vez, la cima de toda santidad: «Todos los fieles cristianos, en las condiciones, ocupaciones o circunstancias de su vida, y a través de todo eso, se santificarán más cada día si lo aceptan todo con fe, como venido de la mano del Padre celestial, y colaboran con la divina voluntad...»3. Es aquí donde se demuestra nuestro amor a Dios, y también el grado de unión con Él. Y el Señor nos manifiesta su voluntad a través de los Mandamientos, de las indicaciones, consejos y preceptos de nuestra Madre la Iglesia, y de las obligaciones que conlleva la propia vocación y estado.

Reconocer y amar la divina voluntad en esos deberes nos dará la fuerza necesaria para hacerlos con perfección, y en ellos encontraremos el lugar donde ejercitar las virtudes humanas y las sobrenaturales. La voluntad de Dios está muy relacionada con la sonriente caridad de todos los días, con el cumplimiento del deber aunque resulte dificultoso, con la ayuda que prestamos, en lo sobrenatural y en lo humano, a quienes están a nuestro lado.

II. La voluntad de Dios se nos manifiesta de una forma expresa a través de aquellas personas a quienes debemos obediencia, y a través de los consejos recibidos en la dirección espiritual.

La obediencia no tiene su fundamento último en las cualidades –personalidad, inteligencia, experiencia, edad– del que manda. Jesús superaba infinitamente –era Dios– a María y a José, y les obedecía4. Es más, «Jesucristo, en cumplimiento de la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el reino de los cielos, nos reveló su misterio y realizó la redención con su obediencia»5.

Quienes piensan que la obediencia es un sometimiento indigno del hombre y propio de personas con escasa madurez han de considerar que el Señor se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz6. Cristo obedece por amor, por cumplir la voluntad de su Padre; ese es el sentido de la obediencia cristiana: la que se debe a Dios y a sus mandamientos, la que se debe a la Iglesia, a los padres, la que de un modo u otro rige en la vida profesional, social, etcétera, cada una en su orden.

Para obedecer como obedeció Jesús es necesario un ardiente deseo de cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida, y ser humildes. El espíritu de obediencia no cabe en un alma dominada por la soberbia. Solo el humilde acepta gustosamente otro criterio distinto del suyo –el de Dios–, al que debe conformar sus actos.

El que no es humilde rechazará abiertamente el mandato unas veces, y otras lo aceptará aparentemente, pero sin darle cabida, en realidad, en su corazón, porque lo someterá a discusión crítica y a limitaciones, y perderá el sentido sobrenatural que tiene la obediencia. «Estemos precavidos, entonces, porque nuestra tendencia al egoísmo no muere, y la tentación puede insinuarse de muchas maneras. Dios exige que, al obedecer, pongamos en ejercicio la fe, pues su voluntad no se manifiesta con bombo y platillo. A veces el Señor sugiere su querer como en voz baja, allá en el fondo de la conciencia: y es necesario escuchar atentos, para distinguir esa voz y serle fieles.

»En muchas ocasiones, nos habla a través de otros hombres, y puede ocurrir que la vista de los defectos de esas personas, o el pensamiento de si están bien informados, de si han entendido todos los datos del problema se nos presente como una invitación a no obedecer»7. Sin embargo, nuestro deseo de cumplir la voluntad de Dios superará ese y otros obstáculos que se puedan presentar a nuestra obediencia.

La humildad da paz y alegría para realizar lo mandado hasta en los menores detalles. El humilde se siente gozosamente libre al obedecer. «Mientras nos sometemos humildemente a la voz ajena nos superamos a nosotros mismos en el corazón»8, superamos el propio egoísmo y rompemos con sus lazos, que nos esclavizan.

En el apostolado, la obediencia se hace indispensable. De nada sirven el esfuerzo, los medios humanos, las mortificaciones..., sin obediencia todo sería inútil ante Dios. De nada serviría trabajar con tesón toda una vida en una obra humana si no contáramos con el Señor. Hasta lo más valioso de nuestras obras quedaría sin fruto si prescindiéramos del deseo de cumplir la voluntad de Jesús: «Dios no necesita de nuestros trabajos, sino de nuestra obediencia»9.

III. La voluntad de Dios también se nos manifiesta en aquellas cosas que Él permite y que no resultan como esperábamos, o son incluso totalmente contrarias a lo que deseábamos o habíamos pedido con insistencia en la oración.

Es el momento entonces de aumentar nuestra oración y de fijarnos mejor en Jesucristo. Especialmente cuando nos resulten muy duros y difíciles los acontecimientos: la enfermedad, la muerte de un ser querido, el dolor de los que más queremos...

El Señor hará que nos unamos a su oración: No se haga como yo quiero, Padre, sino como quieres Tú10. No se haga mi voluntad, sino la tuya11. Él quiso incluso compartir con nosotros todo lo que a veces tiene de injusto y de incomprensible el dolor. Pero también nos enseñó a obedecer hasta la muerte, y muerte de cruz12.

Si alguna vez nos toca sufrir mucho, al Señor no le ofenden nuestras lágrimas. Pero enseguida hemos de decir: Padre, hágase tu voluntad. En nuestra vida puede haber momentos de mayor dureza, quizá de oscuridad y de dolor profundo, en los que cueste más aceptar la voluntad de Dios, con tentaciones de desaliento. La imagen de Jesús en el huerto de Getsemaní nos señala cómo hemos de proceder en esos momentos: hemos de abrazar la voluntad de Dios sin poner límite alguno ni condiciones de ninguna clase, y en una oración perseverante.

No serán pocas las veces en que, a lo largo de nuestra vida, tendremos que hacer actos de identificación con lo que es voluntad de nuestro Padre Dios. Y diremos interiormente en nuestra oración personal: «¿Lo quieres, Señor?... ¡Yo también lo quiero!»13. Y vendrá la paz, la serenidad a nuestra alma y a nuestro alrededor.

La fe nos hará ver una sabiduría superior detrás de cada acontecimiento: «Dios sabe más. Los hombres entendemos poco de su modo paternal y delicado de conducirnos hacia Él»14. Jesucristo nos consolará de todos nuestros pesares, y quedarán santificados.

Hay una providencia detrás de cada acontecimiento, todo está ordenado y dispuesto para que sirva mejor a la salvación de cada uno; absolutamente todo, tanto lo que sucede en el ámbito más general como lo que ocurre cada día en el pequeño universo de nuestra profesión y familia. Todas las cosas pueden y deben ayudarnos a encontrar a Dios, y por tanto a encontrar la paz y la serenidad en nuestra alma: Todo contribuye al bien de los que aman a Dios15.

El cumplimiento de la voluntad de Dios es fuente de serenidad y de paz. Los santos nos han dejado el ejemplo de un cumplimiento sin condiciones de la divina voluntad. Así se expresaba San Juan Crisóstomo: «En toda ocasión yo digo: ¡Señor, hágase tu voluntad!: no lo que quiere este o aquel, sino lo que tú quieres que haga. Este es mi alcázar, y esta es mi roca inamovible, este es mi báculo seguro»16.

Terminamos nuestra oración pidiendo con la Iglesia: Señor y Dios nuestro, a cuyo designio se sometió la Virgen Inmaculada aceptando, al anunciárselo el ángel, encarnar en su seno a tu Hijo: tú, que la has transformado por obra del Espíritu Santo en templo de tu divinidad, concédenos, siguiendo su ejemplo, la gracia de aceptar tus designios con humildad de corazón. 

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