Custodia

Custodia

Saludo

Bendición

lunes, 8 de julio de 2024

Vísperas +

 


Vísperas

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. (Aleluya).


HIMNO

Presentemos a Dios nuestras tareas,
levantemos orantes nuestras manos,
porque hemos realizado nuestras vidas
por el trabajo.

Cuando la tarde pide ya descanso
y Dios está más cerca de nosotros,
es hora de encontrarnos en sus manos,
llenos de gozo.

En vano trabajamos la jornada,
hemos corrido en vano hora tras hora,
si la esperanza no enciende sus rayos
en nuestra sombra.

Hemos topado a Dios en el bullicio,
Dios se cansó conmigo en el trabajo;
es hora de buscar a Dios adentro,
enamorado.

La tarde es un trisagio de alabanza,
la tarde tiene fuego del Espíritu:
adoremos al Padre en nuestras obras,
adoremos al Hijo. Amén.

SALMODIA

Ant. 1. Eres el más bello de los hombres, en tus labios se derrama la gracia.

Salmo 44

LAS NUPCIAS DEL REY

¡Llega el esposo, salid a recibirlo! (Mt 25, 6)

I


Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey;
mi lengua es ágil pluma de escribano.

Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente.

Cíñete al flanco la espada, valiente:
es tu gala y tu orgullo;
cabalga victorioso por la verdad y la justicia,
tu diestra te enseñe a realizar proezas.
Tus flechas son agudas, los pueblos se te rinden,
se acobardan los enemigos del rey.

Tu trono, ¡oh Dios!, permanece para siempre;
cetro de rectitud es tu cetro real;
has amado la justicia y odiado la impiedad:
por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido
con aceite de júbilo entre todos tus compañeros.

A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos,
desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.
Hijas de reyes salen a tu encuentro,
de pie a tu derecha está la reina
enjoyada con oro de Ofir.

Ant. Eres el más bello de los hombres, en tus labios se derrama la gracia.

Ant. 2. Llega el esposo, salid a recibirlo.

II

Escucha, hija, mira: inclina el oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna:
prendado está el rey de tu belleza,
póstrate ante él, que él es tu señor.
La ciudad de Tiro viene con regalos,
los pueblos más ricos buscan tu favor.

Ya entra la princesa, bellísima,
vestida de perlas y brocado;
la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes,
la siguen sus compañeras:
las traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real.

«A cambio de tus padres tendrás hijos,
que nombrarás príncipes por toda la tierra.»

Quiero hacer memorable tu nombre
por generaciones y generaciones,
y los pueblos te alabarán
por los siglos de los siglos.

Ant. Llega el esposo, salid a recibirlo.

Ant. 3. Dios proyectó hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza, cuando llegase el momento culminante.

Cántico Ef 1, 3-10

EL PLAN DIVINO DE LA SALVACIÓN


Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos consagrados
e irreprochables ante él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza,
las del cielo y las de la tierra.

Ant. Dios proyectó hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza, cuando llegase el momento culminante.

LECTURA BREVE 1Ts 2, 13

Nosotros continuamente damos gracias a Dios; porque habiendo recibido la palabra de Dios predicada por nosotros, la acogisteis, no como palabra humana, sino —como es en realidad— como palabra de Dios, que ejerce su acción en vosotros, los creyentes.

RESPONSORIO BREVE

V. Suba, Señor, a ti mi oración.
R. Suba, Señor, a ti mi oración.

V. Como incienso en tu presencia.
R. A ti mi oración.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Suba, Señor, a ti mi oración.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant.  Proclame mi alma tu grandeza, Dios mío.


Cántico de la Santísima Virgen María Lc 1, 46-55

ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
como lo había prometido a nuestros padres
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloría al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.


Ant.  Proclame mi alma tu grandeza, Dios mío.

PRECES

Alabemos a Cristo, que ama a la Iglesia y le da alimento y calor, y roguémosle confiados diciendo:
Atiende, Señor, los deseos de tu pueblo.

Haz, Señor, que todos los hombres se salven
y lleguen al conocimiento de la verdad.

Guarda con tu protección al papa N. y a nuestro obispo N.,
ayúdalos con el poder de tu brazo.

Ten compasión de los que no encuentran trabajo
y haz que consigan un empleo digno y estable.

Señor, sé refugio de los oprimidos
y protégelos en todas sus necesidades.

Se pueden añadir algunas intenciones libres.

Te pedimos por el eterno descanso de los que durante su vida ejercieron el ministerio para el bien de tu Iglesia:
que también te celebren eternamente en tu reino.

Fieles a la recomendación del Salvador nos atrevemos a decir: Padre nuestro.

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.

Oración

Dios todopoderoso y eterno, que has querido asistirnos en el trabajo que nosotros, tus siervos inútiles, hemos realizado hoy, te pedimos que, al llegar al término de este día, acojas benignamente nuestro sacrificio vespertino de acción de gracias y recibas con bondad la alabanza que te dirigimos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.


V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

sábado, 6 de julio de 2024

Sexta +

 Sábado, XIII semana del Tiempo Ordinario, feria


Hora Intermedia (Sexta)


Inicio


(se hace la señal de la cruz mientras se dice:)

V/. -Dios mío, ven en mi auxilio.
R/. -Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya

 
Himno


Otra vez -te conozco- me has llamado.
Y no es la hora, no; pero me avisas.
De nuevo traen tus celestiales brisas
claros mensajes al acantilado

del corazón, que, sordo a tu cuidado,
fortalezas de tierra eleva, en prisas
de la sangre se mueve, en indecisas
torres, arenas, se recrea, alzado.

Y tú llamas y llamas, y me hieres,
y te pregunto aún, Señor, qué quieres,
qué alto vienes a dar a mi jornada.

Perdóname, si no te tengo dentro,
si no sé amar nuestro mortal encuentro,
si no estoy preparado a tu llegada.

Salmodia


Salmo 122: El Señor, esperanza del pueblo


Ant: Tú que habitas en el cielo, ten misericordia de nosotros.

Dos ciegos... se pusieron a gritar: «¡Ten compasión de nosotros, Señor, Hijo de David!» (Mt 20,30)

A ti levanto mis ojos,
a ti que habitas en el cielo.

Como están los ojos de los esclavos
fijos en las manos de sus señores,
como están los ojos de la esclava
fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos
en el Señor, Dios nuestro,
esperando su misericordia.

Misericordia, Señor, misericordia,
que estamos saciados de desprecios;
nuestra alma está saciada
del sarcasmo de los satisfechos,
del desprecio de los orgullosos.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Tú que habitas en el cielo, ten misericordia de nosotros.

Salmo 123: Nuestro auxilio es el nombre del Señor


Ant: Nuestro auxilio es el nombre del Señor.

Dijo el Señor a Pablo: «No temas..., que yo estoy contigo» (Hch 18,9.10)

Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte
-que lo diga Israel-,
si el Señor no hubiera estado de nuestra parte,
cuando nos asaltaban los hombres,
nos habrían tragado vivos:
tanto ardía su ira contra nosotros.

Nos habrían arrollado las aguas,
llegándonos el torrente hasta el cuello;
nos habrían llegado hasta el cuello
las aguas espumantes.

Bendito el Señor, que no nos entregó
en presa a sus dientes;
hemos salvado la vida, como un pájaro
de la trampa del cazador:
la trampa se rompió, y escapamos.

Nuestro auxilio es el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Nuestro auxilio es el nombre del Señor.

Salmo 124: El Señor vela por su pueblo


Ant: El Señor rodea a su pueblo ahora y por siempre.

Paz sobre el Israel de Dios (Ga 6,16)

Los que confían en el Señor son como el monte Sión:
no tiembla, está asentado para siempre.

Jerusalén está rodeada de montañas,
y el Señor rodea a su pueblo
ahora y por siempre.

No pesará el cetro de los malvados
sobre el lote de los justos,
no sea que los justos extiendan
su mano a la maldad.

Señor, concede bienes a los buenos,
a los sinceros de corazón;
y a los que se desvían por sendas tortuosas,
que los rechace el Señor con los malhechores.
¡Paz a Israel!

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El Señor rodea a su pueblo ahora y por siempre.

Lectura Bíblica


Lectura del libro del profeta Jeremías
Jr 17,9-10

Nada más falso y enfermo que el corazón: ¿quién lo entenderá? Yo, el Señor, penetro el corazón, sondeo las entrañas, para dar al hombre según su conducta, según el fruto de sus acciones.

V/. Absuélveme, Señor, de lo que se me oculta.

R/. Preserva a tu siervo de la arrogancia.

Final

Oremos:

Señor, fuego ardiente de amor eterno, haz que, inflamados en tu amor, te amemos a ti sobre todas las cosas y a nuestro prójimo por amor tuyo. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Amén.

(se hace la señal de la cruz mientras se dice:)


V/. Bendigamos al Señor.
R/. Demos gracias a Dios.

Oficio y laudes +

 Santa María Goretti, virgen y mártir, memoria libre


Común de un mártir


Oficio de Lecturas


Inicio


(se hace la señal de la cruz sobre los labios mientras se dice:)

V/. -Señor, ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina


Ant: Venid, adoremos al Señor, rey de los mártires.

Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy» (Hb 3,13)

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Venid, adoremos al Señor, rey de los mártires.

 
Himno


Pléyade santa y noble de mártires insignes,
testigos inmortales del Cristo victimado;
dichosos, pues sufristeis la cruz de vuestro Amado
Señor, que a su dolor vuestro dolor ha unido.

Bebisteis por su amor el cáliz de la sangre,
dichosos cireneos, camino del Calvario,
seguisteis, no dejasteis a Jesús solitario,
elevasteis vuestra cruz junto a su cruz unida.

Rebosa ya el rosal de rosas escarlatas,
la luz del sol tiñe de rojo el cielo,
la muerte estupefacta contempla vuestro vuelo,
enjambre de profetas y justos perseguidos.

Vuestro valor intrépido deshaga cobardías
de cuantos en la vida persigue la injusticia;
siguiendo vuestras huellas, hagamos milicia,
sirviendo con amor la paz de Jesucristo. Amén.

Primer Salmo


Salmo 130: Abandono confiado en los brazos de Dios


Ant: El que se haga pequeño como un niño, ése es el más grande en el reino de los cielos.

Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón (Mt 11,29)

Señor, mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas
que superan mi capacidad;
sino que acallo y modero mis deseos,
como un niño en brazos de su madre.

Espere Israel en el Señor
ahora y por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El que se haga pequeño como un niño, ése es el más grande en el reino de los cielos.

Segundo Salmo


Salmo 131-I: Promesas a la casa de David


Ant: Dios mío, con sincero corazón te lo ofrezco todo.

El Señor Dios le dará el trono de David, su padre (Lc 1,32)

Señor, tenle en cuenta a David
todos sus afanes:
cómo juró al Señor
e hizo voto al Fuerte de Jacob:

"No entraré bajo el techo de mi casa,
no subiré al lecho de mi descanso,
no daré sueño a mis ojos,
ni reposo a mis párpados,
hasta que encuentre un lugar para el Señor,
una morada para el Fuerte de Jacob".

Oímos que estaba en Efrata,
la encontramos en el Soto de Jaar:
entremos en su morada,
postrémonos ante el estrado de sus pies.

Levántate, Señor, ven a tu mansión,
ven con el arca de tu poder:
que tus sacerdotes se vistan de gala,
que tus fieles vitoreen.
Por amor a tu siervo David,
no niegues audiencia a tu Ungido.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Dios mío, con sincero corazón te lo ofrezco todo.

Tercer Salmo


Salmo 131-II:


Ant: El Señor juró a David una promesa: su reino permanecerá eternamente.

El Señor ha jurado a David
una promesa que no retractará:
"A uno de tu linaje
pondré sobre tu trono.

Si tus hijos guardan mi alianza
y los mandatos que les enseño,
también sus hijos, por siempre,
se sentarán sobre tu trono".

Porque el Señor ha elegido a Sión,
ha deseado vivir en ella:
"Ésta es mi mansión por siempre,
aquí viviré, porque la deseo.

Bendeciré sus provisiones,
a sus pobres los saciaré de pan,
vestiré a sus sacerdotes de gala,
y sus fieles aclamarán con vítores.

Haré germinar el vigor de David,
enciendo una lámpara para mi Ungido.
A sus enemigos los vestiré de ignominia,
sobre él brillará mi diadema".

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El Señor juró a David una promesa: su reino permanecerá eternamente.

Lectura Bíblica


V/. Venid a ver las obras del Señor.

R/. Las maravillas que hace en la tierra.

Penitencia y salvación


Lectura del libro del profeta Isaías
Is 59,1-14 (del lecc. par-impar)

La mano del Señor no es tan débil que no pueda salvar, ni su oído tan duro que no pueda oír.

No, son vuestras culpas las que os han separado de vuestro Dios; vuestros pecados ocultan su rostro, para que no os oiga.

Vuestras manos están manchadas de sangre, vuestros dedos de crímenes; vuestros labios profieren mentiras, vuestra lengua susurra maldad.

Nadie promueve una causa con justicia, nadie es juzgado con honestidad. Ponen su confianza en la anarquía y hablan sin argumentos.

Cascan huevos de serpiente y tejen telarañas; quien come de esos huevos, muere, cuando los aprietan, de ellos salen víboras.

Sus telas no son para vestidos, sus tejidos no pueden cubrir. Sus obras son obras criminales, violencia es el producto de sus manos.

Sus pies corren hacia el mal, tienen prisa por derramar sangre inocente; sus proyectos son proyectos criminales, desolación y ruina acompañan sus caminos.

No conocen el camino de la paz, el derecho está ausente de sus sendas, hacen tortuosos sus senderos, quien por ellos camina no conoce la paz.

Por eso está lejos de nosotros el derecho y la justicia no nos alcanza; esperamos la luz, llega la oscuridad; esperamos claridad y marchamos en tinieblas.

Tentamos el muro como ciegos, como gente sin vista, tropezamos en pleno día como al anochecer, en medio de los sanos estamos como muertos.

Gruñimos como osos, gemimos como palomas; esperamos en la justicia, ¡pero nada!, en la salvación, y está lejos de nosotros.

Porque son muchas nuestras transgresiones contra ti, nuestros pecados testimonian contra nosotros, nos acompañan nuestros delitos, y reconocemos nuestras culpas: fuimos rebeldes e infieles al Señor, hemos vuelto la espalda a nuestro Dios y hemos proyectado opresión y revuelta, concebimos y meditamos engaños en nuestro corazón.

Se ha tergiversado el derecho, lejana queda la justicia. La honestidad tropieza en la plaza, la rectitud no tiene acceso.

Is 59,12; 1Jn 1,8

R/. Nuestros crímenes son muchos en tu presencia, y nuestros pecados nos acusan; nuestros crímenes nos acompañan, y reconocemos nuestras culpas.

V/. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.

R/. Nuestros crímenes nos acompañan, y reconocemos nuestras culpas.

Lectura Patrística


Nada temo, porque tú vas conmigo
Pío XII, papa

homilía pronunciada en la canonización de santa María Goretti (AAS 42 [1950], 581-582)

De todo el mundo es conocida la lucha con que tuvo que enfrentarse, indefensa, esta virgen; una turbia y ciega tempestad se alzó de pronto contra ella, pretendiendo manchar y violar su angélico candor. En aquellos momentos de peligro y de crisis, podía repetir al divino Redentor aquellas palabras del áureo librito De la imitación de Cristo: «Si me veo tentada y zarandeada por muchas tribulaciones, nada temo, con tal de que tu gracia esté conmigo. Ella es mi fortaleza; ella me aconseja y me ayuda. Ella es más fuerte que todos mis enemigos». Así, fortalecida por la gracia del cielo, a la que respondió con una voluntad fuerte y generosa, entregó su vida, sin perder la gloria de la virginidad.

En la vida de esta humilde doncella, tal cual la hemos resumido en breves trazos, podemos contemplar un espectáculo no sólo digno del cielo, sino digno también de que lo miren, llenos de admiración y veneración los hombres de nuestro tiempo. Aprendan los padres y madres de familia cuán importante es el que eduquen a los hijos que Dios les ha dado en la rectitud, la santidad y la fortaleza, en la obediencia a los preceptos de la religión católica, para que, cuando su virtud se halle en peligro, salgan de él victoriosos, íntegros y puros, con la ayuda de la gracia divina.

Aprenda la alegre niñez, aprenda la animosa juventud a no abandonarse lamentablemente a los placeres efímeros y vanos, a no ceder ante la seducción del vicio, sino, por el contrario, a luchar con firmeza, por muy arduo y difícil que sea el camino que lleva a la perfección cristiana, perfección a la que todos podemos llegar tarde o temprano con nuestra fuerza de voluntad, ayudada por la gracia de Dios, esforzándonos, trabajando y orando.

No todos estamos llamados a sufrir el martirio, pero sí estamos todos llamados a la consecución de la virtud cristiana. Pero esta virtud requiere una fortaleza que, aunque no llegue a igualar el grado cumbre de esta angelical doncella, exige, no obstante, un largo, diligentísimo e ininterrumpido esfuerzo, que no terminará sino con nuestra vida. Por esto, semejante esfuerzo puede equipararse a un lento y continuado martirio, al que nos amonestan aquellas palabras de Jesucristo: El reino de los cielos se abre paso a viva fuerza, y los que pugnan por entrar lo arrebatan.

Animémonos todos a esta lucha cotidiana, apoyados en la gracia del cielo; sírvanos de estímulo la santa virgen y mártir María Goretti; que ella, desde el trono celestial, donde goza de la felicidad eterna, nos alcance del Redentor divino, con sus oraciones, que todos, cada cual según sus peculiares condiciones, sigamos sus huellas ilustres con generosidad, con sincera voluntad y con auténtico esfuerzo.

R/. ¡Qué hermosa eres, virgen de Cristo! Tú que has merecido recibir la corona del Señor, la corona de la virginidad perpetua.

V/. Nadie podrá quitarle la palma de la virginidad, ni separarte del amor de Cristo.

R/. Tú que has merecido recibir la corona del Señor, la corona de la virginidad perpetua.



Salmo 118,145-152: XIX (Coph)


Ant: Me adelanto a la aurora pidiendo auxilio.

Te invoco de todo corazón:
respóndeme, Señor, y guardaré tus leyes;
a ti grito: sálvame,
y cumpliré tus decretos;
me adelanto a la aurora pidiendo auxilio,
esperando tus palabras.

Mis ojos se adelantan a las vigilias,
meditando tu promesa;
escucha mi voz por tu misericordia,
con tus mandamientos dame vida;
ya se acercan mis inicuos perseguidores,
están lejos de tu voluntad.

Tú, Señor, estás cerca,
y todos tus mandatos son estables;
hace tiempo comprendí que tus preceptos
los fundaste para siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Me adelanto a la aurora pidiendo auxilio.

Cántico AT


Exodo 15,1-4.8-13.17-18: Himno a Dios, después de la victoria del mar Rojo


Ant: Mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación.

Los que habían vencido a la fiera cantaban el cántico de Moisés, el siervo de Dios (Ap 15,2-3)

Cantaré al Señor, sublime es su victoria,
caballos y carros ha arrojado en el mar.
Mi fuerza y mi poder es el Señor,
Él fue mi salvación.

Él es mi Dios: yo lo alabaré;
el Dios de mis padres: yo lo ensalzaré.
El Señor es un guerrero,
su nombre es "El Señor."

Los carros del Faraón los lanzó al mar,
ahogó en el mar Rojo a sus mejores capitanes.

Al soplo de tu nariz, se amontonaron las aguas,
las corrientes se alzaron como un dique,
las olas se cuajaron en el mar.

Decía el enemigo: "Los perseguiré y alcanzaré,
repartiré el botín, se saciará mi codicia,
empuñaré la espada, los agarrará mi mano."

Pero sopló tu aliento, y los cubrió el mar,
se hundieron como plomo en las aguas formidables.

¿Quién como tú, Señor, entre los dioses?
¿Quién como tú, terrible entre los santos,
temible por tus proezas, autor de maravillas?

Extendiste tu diestra: se los tragó la tierra;
guiaste con misericordia a tu pueblo rescatado,
los llevaste con tu poder hasta tu santa morada.

Lo introduces y lo plantas en el monte de tu heredad,
lugar del que hiciste tu trono, Señor;
santuario, Señor, que fundaron tus manos.
El Señor reina por siempre jamás.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación.

Segundo Salmo


Salmo 116: Invitación universal a la alabanza divina


Ant: Alabad al Señor, todas las naciones.

Los gentiles alaban a Dios por su misericordia (cf. Rm 15,9)

Alabad al Señor, todas las naciones,
aclamadlo, todos los pueblos.

Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Alabad al Señor, todas las naciones.

Lectura Bíblica


Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios
2Co 1,3-5

¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios del consuelo! Él nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier lucha, repartiendo con ellos el ánimo que nosotros recibimos de Dios. Si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, gracias a Cristo rebosa en proporción nuestro ánimo.

V/. El Señor es mi fuerza y mi energía.

R/. El Señor es mi fuerza y mi energía.

V/. Él es mi salvación.

R/. Y mi energía.

V/. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

R/. El Señor es mi fuerza y mi energía.

Cántico Evangélico


Ant: El que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna.

(se hace la señal de la cruz mientras se comienza a recitar)


Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna.

Preces


Celebremos, amados hermanos, a nuestro Salvador, el testigo fiel, y, al recordar hoy a los santos mártires que murieron a causa de la palabra de Dios, aclamémoslo, diciendo:

Nos has comprado, Señor, con tu sangre

- Por la intercesión de los santos mártires, que entregaron libremente su vida como testimonio de la fe,
concédenos, Señor, la verdadera libertad de espíritu.


- Por la intercesión de los santos mártires, que proclamaron la fe hasta derramar su sangre,
concédenos, Señor, la integridad y la constancia de la fe.


- Por la intercesión de los santos mártires, que, soportando la cruz, siguieron tus pasos,
concédenos, Señor, soportar con generosidad las contrariedades de la vida.


- Por la intercesión de los santos mártires, que lavaron su manto en la sangre del Cordero,
concédenos, Señor, vencer las obras del mundo y de la carne.


Se pueden añadir algunas intenciones libres.


Con la misma confianza que tienen los hijos con su padres, acudamos nosotros a nuestro Dios, diciéndole:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Final


Señor, fuente de la inocencia y amante de la castidad, que concediste a tu sierva María Goretti la gracia del martirio en plena adolescencia, concédenos a nosotros, por su intercesión, firmeza para cumplir tus mandamientos, ya que le diste a ella la corona del premio por su fortaleza en el martirio. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

Si el que preside no es un ministro ordenado, o en el rezo individual:


(se hace la señal de la cruz mientras se dice:)


V/. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

Lecturas y reflexiones +

 


Santa María Goretti


06 Julio

Biografía


Nació en Corinaldo (Italia) el año 1890, de una familia humilde. Su niñez, bastante dura, transcurrió cerca de Nettuno, y durante ella se ocupó en ayudar a su madre en las tareas domésticas; era de índole piadosa, como lo demostraba su asiduidad en la oración. El año 1902, puesta en trance de defender su castidad, prefirió morir antes que pecar: el joven que atentaba contra ella puso fin a su vida agrediéndola con un punzón.



Primera lectura


Am 9,11-15

Repartiré a los desterrados de mi pueblo y los plantaré en su tierra.

Lectura de la profecía de Amós.

ESTO dice el Señor:
«Aquel día levantaré la cabaña caída de David,
repararé sus brechas, restauraré sus ruinas
y la reconstruiré como antaño,
para que posean el resto de Edón
y todas las naciones sobre las cuales
fue invocado mi nombre
-oráculo del Señor que hace todo esto-.
Vienen días -oráculo del Señor-
cuando se encontrarán el que ara con el que siega,
y el que pisa la uva con quien esparce la semilla;
las montañas destilarán mosto
y las colinas se derretirán.
Repartiré a los desterrados de mi pueblo Israel;
ellos reconstruirán ciudades derruidas y las habitarán,
plantarán viñas y beberán su vino,
cultivarán huertos y comerán sus frutos.
Yo los plantraré en su tierra,
que yo les había dado,
y ya no serán arrancados de ella
-dice el Señor, tu Dios-».

Palabra de DIos.

Salmo


Sal 85(84),9.11-12.13-14 (R. 9)

R. Dios anuncia la paz a su pueblo.

V. Voy a escuchar lo que dice el Señor:
«Dios anuncia la paz
a su pueblo y a sus amigos
y a los que se convierten de todo corazón». R.

V. La misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra,
y la justicia mira desde el cielo. R.

V. El Señor nos dará la lluvia,
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él,
y sus pasos señalarán el camino. R.

Aclamación


R. Aleluya, aleluya, aleluya
V. Mis ovejas escuchan mi voz - dice el Señor-, y yo las conozco, y ellas me siguen. R.

Evangelio


Mt 9,14-17.

¿Es que pueden guardar luto mientras el esposo está con ellos?

Lectura del santo Evangelio según san Mateo

EN aquel tiempo, los discípulos de Juan se acercan a Jesús, preguntándole:
«¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?».
Jesús les dijo:
«¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos?
Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán.
Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto y deja un roto peor.
Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos; porque revientan los odres: se derrama el vino y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos y así las dos cosas se conservan».

Palabra del Señor.



Pistas para la Lectio Divina

Mateo 9,14-17: Lo nuevo con lo nuevo. “El vino nuevo se echa en odres nuevos”

Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la América Latina (CEBIPAL) del CELAM

Un grupo de los discípulos de Juan, atraídos tal vez por la forma de ser y de actuar de Jesús y sus discípulos, se acercan y sin más le preguntan: “¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos mientras que tus discípulos no ayunan? (14). Una pregunta que desde el inicio suena a comparación: Nosotros si – ellos no. Aquí radica el conflicto, por así decirlo.

Probablemente ellos habían presenciado el banquete al cual habían participado Jesús y los suyos en casa de Mateo. Para ellos la pregunta era obvia.

Jesús, en tanto, no se derramó en una serie de explicaciones del por qué si o el por qué no. Simplemente por toda respuesta les lanza a su vez una pregunta: ¿Pueden los invitados a la boda estar tristes mientras el novio está con ellos? (15). Si quisiéramos ‘traducir’ con nuestras palabras, más o menos sonaría: ‘¿Pueden mis discípulos estar tristes mientras yo esté con ellos?’ A los discípulos de Juan les quedaba muy difícil entender esta expresión porque estaban aferrados a sus tradiciones, a la vieja mentalidad. Juan estaba con ellos preparando el camino al Señor y exhortándolos a hacerlo mediante ayunos y penitencias. Jesús, en cambio era el Señor, estaba con ellos y debían alegrarse.

Jesús, sin embargo, deja entrever que, más adelante, ya no disfrutarán de su presencia y entonces sí ayunarán. Este es como un primer anuncio de su pasión.

Jesús les explica aún más y se vale de dos pequeñas parábolas tomadas de la vida diaria y llenas de un gran sentido común:

1.” Nadie usa un trozo de tela nuevo para remendar un vestido viejo, porque lo añadido tira del vestido y el desgarrón se hace más grande” (16). Nosotros añadiríamos: Es muy lógico. Por más que el remiendo nuevo sea de tela de alta calidad, si con él se pretende remendar lo viejo no nos va a funcionar. El remiendo nuevo va a hacer que el roto sea aún más grande, no tanto porque el remiendo no sirva, sino, porque el que no sirve es el vestido viejo.

2. La segunda comparación es tomada del mundo agrícola, de los métodos de fermentación del vino.
Éste se hacía en unos sacos de cuero llamados odres, en los cuales se vertía el vino y allí éste se añejaba. Este proceso hacía que los odres se envejecieran junto con el vino, y no sirvieran para ser usados una segunda vez, pues el proceso era largo y el cuero no resistía, i se reventaba, echando a perder también el vino.

Jesús estaba diciendo claramente que el nuevo mensaje que Él traía no se podía depositar en corazones viejos, aprisionados por las antiguas tradiciones y costumbres, pues éstas no resistían toda la carga de novedad que su Palabra traía y muy probablemente se destruirían, echando a perder también el mensaje.

Aquí caería muy bien una pregunta dirigida a la familia: ¿En qué medida, la buena nueva de Jesús la depositamos en esos ‘odres nuevos’, que son los hijos cuando pequeños, para que los dos, odres y vino vayan impregnándose y generando el vino nuevo, único capaz de transformar nuestra sociedad anquilosada y sin ideales?

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Qué nos quiso decir Jesús con las dos parábolas del remiendo y de los odres?

2. ¿Qué hacemos en nuestra comunidad, familia o grupo, para convertirnos en esos odres nuevos que ayudan a que el vino nuevo del mensaje de Jesús nos impregne a nosotros, a nuestros ambientes y nos transforme?

3. ¿Qué sentimos que nos pide el Señor al respecto? ¿Qué nos comprometemos a hacer?

Francisco Fernández-Carvajal
Hablar con Dios

13ª Semana. Sábado

EL VINO NUEVO

— Disponer el alma para recibir el don divino de la gracia; los odres nuevos.

— La contrición restaura y prepara para recibir nuevas gracias.

— La Confesión sacramental, medio para crecer en la vida interior.

I. Jesús enseñaba, y quienes le escuchaban le entendían bien. Todos los que oyeron por vez primera las palabras que recoge el Evangelio de la Misa sabían de remiendos en los vestidos, y todos también, acostumbrados a las faenas del campo, conocían lo que pasa cuando se echa el vino nuevo, sacado de la uva recién vendimiada, en los odres viejos. Con estas imágenes sencillas y bien conocidas enseñaba el Señor las verdades más profundas acerca del Reino que Él vino a traer a las almas: Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto y deja un roto peor. Tampoco se echa vino nuevo en los odres viejos; porque revientan los odres: se derrama el vino y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos, y así las dos cosas se conservan1.

Jesús declara la necesidad de acoger su doctrina con un espíritu nuevo, joven, con deseos de renovación; pues de la misma manera que la fuerza de la fermentación del vino nuevo hace estallar los recipientes ya envejecidos, así también el mensaje que Cristo trae a la tierra tenía que romper todo conformismo, rutina y anquilosamiento. Los Apóstoles recordarían aquellos días junto a Jesús como el principio de su verdadera vida. No recibieron su predicación como una interpretación más de la Ley, sino como una vida nueva que surgía en ellos con ímpetu extraordinario y requería disposiciones nuevas.

Siempre que los hombres se han encontrado con Jesús a lo largo de estos veinte siglos, algo ha surgido en ellos, rompiendo actitudes viejas y gastadas. Ya el Profeta Ezequiel había anunciado2 que Dios otorgaría a los suyos otro corazón y les daría un espíritu nuevo. San Beda, al comentar este pasaje del Evangelio, explica3 cómo los Apóstoles serán transformados en Pentecostés y repletos a la vez del fervor del Espíritu Santo. Esto ocurrirá después en la Iglesia con cada uno de sus miembros, una vez recibido el Bautismo y la Confirmación. Estos nuevos odres, el alma limpia y purificada, deben estar siempre llenos; «pues vacíos, los carcome la polilla y la herrumbre; la gracia los conserva llenos»4.

El vino nuevo de la gracia necesita unas disposiciones en el alma constantemente renovadas: empeño por comenzar una y otra vez en el camino de la santidad, que es señal de juventud interior, de esa juventud que tienen los santos, las personas enamoradas de Dios. Disponemos el alma para recibir el don divino de la gracia cuando correspondemos a las mociones e insinuaciones del Espíritu Santo, pues nos preparan para recibir otras nuevas y, si no hemos sido del todo fieles, cuando acudimos al Señor pidiéndole que sane nuestra alma. «Quita, Señor Jesús –le pedimos con San Ambrosio–, la podredumbre de mis pecados. Mientras me tienes atado con los lazos del amor, sana lo que está enfermo (...). Yo he encontrado un médico, que vive en el Cielo y derrama su medicina sobre la tierra. Solo Él puede curar mis heridas, pues no tiene ninguna; solo Él puede quitar al corazón su dolor, al alma su palidez, pues Él conoce los secretos más recónditos»5.

Solo tu amor, Señor, puede preparar mi alma para recibir más amor.

II. El Espíritu Santo trae constantemente al alma un vino nuevo, la gracia santificante, que debe crecer más y más. Este «vino nuevo no envejece, pero los odres pueden envejecer. Una vez rotos se echan a la basura y el vino se pierde»6. Por eso es necesario restaurar continuamente el alma, rejuvenecerla, pues son muchas las faltas de amor, los pecados veniales quizá, que la indisponen para recibir más gracias y la envejecen. En esta vida sentiremos siempre las heridas del pecado: defectos del carácter que no se acaban de superar, llamadas de la gracia que no sabemos atender con generosidad, impaciencias, rutina en la vida de piedad, faltas de comprensión...

Es la contrición la que nos dispone para nuevas gracias, acrecienta la esperanza, evita la rutina, hace que el cristiano se olvide de sí mismo y se acerque de nuevo a Dios en un acto de amor más profundo. La contrición lleva consigo la aversión al pecado y la conversión a Cristo. Ese dolor de corazón no se identifica con el estado en que puede encontrarse el alma por los efectos desagradables de la falta (la ruptura de la paz familiar, la pérdida de una amistad...); ni siquiera consiste en el deseo de no haber hecho lo que se ha hecho...: es la decidida condena de una acción, la conversión hacia lo bueno, hacia la santidad de Dios manifestada en Cristo, es «la irrupción de una vida nueva en el alma»7, llena de amor al encontrarse otra vez con el Señor. Por eso no sabe arrepentirse, no se siente movido a la contrición, quien no relaciona sus pecados, los grandes y las pequeñas faltas, con el Señor.

Delante de Jesús, todas las acciones adquieren su verdadera dimensión; si nos quedáramos solos ante nuestras faltas, sin esa referencia a la Persona ofendida, probablemente justificaríamos y restaríamos importancia a las faltas y pecados, o bien nos llenaríamos de desaliento y de desesperanza ante tanto error y omisión. El Señor nos enseña a conocer la verdad de nuestra vida y, a pesar de tantos defectos y miserias, nos llena de paz y de deseo de ser mejores, de recomenzar de nuevo.

El alma humilde siente la necesidad de pedir a Dios perdón muchas veces al día. Cada vez que se aparta de lo que el Señor esperaba de ella ve la necesidad de volver como el hijo pródigo, con dolor verdadero: padre, pequé contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros8. Y el Señor, «que está cerca de los que tienen el corazón contrito»9, escuchará nuestra oración. Con esta contrición el alma se prepara continuamente para recibir el vino nuevo de la gracia.

III. El Señor, sabiendo que éramos frágiles, nos dejó el sacramento de la Penitencia, donde el alma no solo sale restablecida, sino que, si había perdido la gracia, surge con una vida nueva. A este sacramento debemos acudir con sinceridad plena, humilde, contrita, con deseos de reparar. Una Confesión bien hecha supone un examen profundo (profundo no quiere decir necesariamente largo, sobre todo si nos confesamos con frecuencia): si es posible, ante el Sagrario, y siempre en la presencia de Dios. En el examen de conciencia, el cristiano ve lo que Dios esperaba de su vida y lo que en realidad ha sido; la bondad o malicia de sus acciones, las omisiones, las ocasiones perdidas..., la intensidad de la falta cometida, el tiempo que se permaneció en ella antes de pedir perdón10.

El cristiano que desea tener una conciencia delicada, y para ello se confiesa con frecuencia, «no se contentará con una confesión simplemente válida, sino que aspirará a una confesión buena que ayude al alma eficazmente en su aspiración hacia Dios. Para que la confesión frecuente logre este fin, es menester tomar con toda seriedad este principio: sin arrepentimiento no hay perdón de los pecados. De aquí nace esta norma fundamental para el que se confiesa con frecuencia: no confesar ningún pecado venial del que uno no se haya arrepentido seria y sinceramente.

»Hay un arrepentimiento general. Es el dolor y la detestación de los pecados cometidos en toda la vida pasada. Ese arrepentimiento general es para la confesión frecuente de una importancia excepcional»11, pues ayuda a restañar las heridas que dejaron las flaquezas, purifica el alma y la hace crecer en el amor al Señor.

La sinceridad nos llevará siempre que sea necesario a descender a esos pequeños detalles que dan a conocer mejor nuestra flaqueza: ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿por qué motivo?, ¿cuánto tiempo?; evitando tanto el detalle insustancial y prolijo como la generalización, diciendo con sencillez y delicadeza lo que ha ocurrido, el verdadero estado del alma, huyendo de las divagaciones, como «no fui humilde», «tuve pereza», «he faltado a la caridad»..., cosas, por otra parte, aplicables casi siempre al común de los mortales. Al practicar la Confesión frecuente hemos de cuidar siempre que sea un acto personal en el que nosotros pedimos perdón al Señor de flaquezas muy concretas y reales, no de generalidades difusas.

Este sacramento de la misericordia es refugio seguro; allí se curan las heridas, se rejuvenece lo que ya estaba gastado y envejecido, y todos los extravíos, grandes y pequeños, se remedian. Porque la Confesión no solo es un juicio en el que las deudas son perdonadas, sino también medicina del alma.

La Confesión impersonal esconde con frecuencia un punto de soberbia y de amor propio que trata de enmascarar o justificar lo que humilla y deja, humanamente, en mal lugar. Quizá pueda ayudarnos, para hacer más personal este acto de la penitencia, cuidar hasta el modo de confesarnos: «yo me acuso de ...», pues no es este sacramento un relato de cosas sucedidas, sino autoacusación humilde y sencilla de nuestros errores y flaquezas ante Dios mismo, que nos perdonará a través del sacerdote y nos inundará con su gracia.

«¡Dios sea bendito!, te decías después de acabar tu Confesión sacramental. Y pensabas: es como si volviera a nacer.

»Luego, proseguiste con serenidad: “Domine, quid me vis facere?” —Señor, ¿qué quieres que haga?

»—Y tú mismo te diste la respuesta: con tu gracia, por encima de todo y de todos, cumpliré tu Santísima Voluntad: “serviam!” —¡te serviré sin condiciones!»12. Te serviré, Señor, como siempre has querido que lo haga: con sencillez, en medio de mi vida corriente, en lo ordinario de todos los días.

viernes, 5 de julio de 2024

 San Antonio María Zaccaría


05 Julio


Biografía


Nació en Cremona, ciudad de Lombardia, el año 1502; estudió medicina en Padua y, después de ordenado sacerdote, fundó la Sociedad de Clérigos de san Pablo o Barnabitas, la cual trabajó mucho por la reforma de costumbres en los fieles. Murió el año 1539.


Primera lectura


Am 8,4-6.9-12


Enviaré el hambre al país, no de pan, sino de escuchar las palabras del Señor.


Lectura de la profecía de Amós.


ESCUCHEN esto, los que pisotean al pobre

y eliminan a los humildes del país,

diciendo: «¿Cuándo pasará la luna nueva,

para vender el grando,

y el sábado, para abrir los sacos de cereal

-reduciendo el peso y aumentando el precio,

y modificando las balanzas con engaño-

para comprar al indigente por plata

y al pobre por un par de sandalias,

para vender hasta el salvado del grano?».

Aquel día -oráculo del Señor Dios-

haré que el sol se oculte al mediodía,

y oscureceré la tierra en pleno día.

Transformaré sus fiestas en duelo,

y todas sus canciones en elegía.

Pondré arpillería sobre toda espalda

y dejaré rapada toda cabeza.

Será como el duelo por un hijo único,

y el final como un día de amargura.

Vienen días -oráculo del Señor Dios-

en que enviaré hambre al país:

no hambre de pan, ni sed de agua,

sino de escuchar las palabras del Señor.

Andarán errantes de mar a mar

y de septentrión a oriente deambularán

buscando la palabra del Señor,

pero no la encontrarán.


Palabra de Dios.


Salmo


Sal 119(118),2.10. 20.30.40.131 (R. Mt 4,4)


R. No solo de pan vive el hombre,

sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.


V. Dichoso el que, guardando sus preceptos,

lo busca de todo corazón. R.


V. Te busco de todo corazón,

no consientas que me desvíe de tus mandamientos. R.


V. Mi alma se consume, deseando

continuamente tus mandamientos. R.


V. Escogí el camino verdadero,

deseé tus mandamientos. R.


V. Mira cómo ansío tus mandatos:

dame vida con tu justicia. R.


V. Abro la boca y respiro,

ansiando tus mandamientos. R.


Aclamación


R. Aleluya, aleluya, aleluya

V. Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados -dice el Señor-, y yo los aliviaré. R.


Evangelio


Mt 9,9-13


No tienen necesidad de médico los sanos; misericordia quiero y no sacrificio.


Lectura del santo Evangelio según san Mateo.


EN aquel tiempo, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:

«Sígueme».

Él se levantó y lo siguió.

Y estando en la casa, sentado a la mesa, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaban con Jesús y sus discípulos.

Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos:

«¿Cómo es que su maestro come con publicanos y pecadores?».

Jesús lo oyó y dijo:

«No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Vayan, aprendan lo que significa ¨Misericordia quiero y no sacrificio¨: que no he venido a llamar justos sino a pecadores».


Palabra del Señor.


Pistas para la Lectio Divina


Mateo 9, 9-13: La vocación y el perdón. “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores”


Autor: Padre Fidel Oñoro CJM

Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la América Latina (CEBIPAL) del CELAM


El evangelio de hoy está estrechamente conectado con el de ayer. Tres verbos importantes de la escena de la curación del paralítico (“perdonar”, “levantar”, “ir”) se convierten ahora en verbos vocacionales que insertan a un hombre en el camino de seguimiento de Jesús (“llamar a pecadores”, “levantar” y “seguir”).


Distingamos inicialmente dos escenas en el pasaje: (1) la vocación de Mateo (9,9) y (2) la cena con pecadores en casa de Mateo (9,11-13). Ambas escenas se conectan como hecho y explicación.


1. Primera escena: la vocación de Mateo (9,9)

La escena de la vocación de Mateo está construida con base en una cadena de verbos-acciones importantes que nos permiten comprender lo que es una experiencia vocacional.


Jesús aparece, en primer lugar, en movimiento: se “va” de la ciudad, “ve” a Mateo, le “dice” (9,9ª). Se nota el contraste con el otro personaje, Mateo, que está “sentado”.


Llama la atención también la manera como el Jesús misionero itinerante y restaurador del hombre, involucra en su camino a un cobrador de impuestos, un hombre que pertenece a la categoría de los “pecadores”. El poder de la palabra de Jesús, “sígueme”, tiene un efecto similar al que tuvo el “levántate” en el caso del paralítico: “Él (Mateo) se levantó y le siguió”.


Significativo es el gesto que Jesús hace de ir a la casa del hombre pecador y necesitado de Él. Es así como Jesús forma su comunidad (ver también los tres primeros milagros en Mateo 8).


2. Segunda escena: la cena con pecadores en casa de Mateo (9,10-13)

La primera acción de Mateo es ofrecerle a Jesús la mejor acogida posible: le brinda su casa y su mesa, es decir, lo hace entrar en su intimidad y en el mundo que les propio. Se trata de un bello gesto de amistad.


Los detalles de la cena y de las palabras de Jesús en ella, nos revelan el sentido de la vocación:


(1) El seguimiento genera una relación estrecha con Jesús –relación de comunión- como la que se establece en una cena (recordemos lo que se anotó el mes pasado sobre la cena en el mundo bíblico).


(2) La comunión en la mesa muestra que la nueva relación con Jesús hace de la vida una fiesta (se trata de una cena festiva).


(3) Las relaciones se amplían a todos los discípulos de Jesús, con quienes ahora se forma comunidad. El banquete le abre las puertas del Reino a todos los “pecadores”, impuros y excluidos. Lo que importa para Jesús no es el pasado sino la adhesión al Reino.


(4) La comunidad de discípulos es vista no como de personas fuertes sino “frágiles” que necesitan de un médico: “no necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal” (9,12). La escuela de Jesús es una comunidad de personas que reconocen sus fragilidades pero que también están en camino de superación, de crecimiento, de fortalecimiento interior, gracias a la persona de Jesús.


(5) Jesús no llamó a los discípulos por la limpieza de su hoja de vida, sino por todo lo contrario: “no he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (9,13).


(6) Por lo tanto, al interior de toda experiencia vocacional hay un itinerario fuerte de perdón. De hecho, el llamado que se recibe por parte de Jesús es una expresión de la misericordia que Dios ha tenido con nosotros. La misericordia, en el evangelio de Mateo, se expresa en el perdón. Seguir a Jesús es entrar en un proceso de sanación.


Nuestra vocación es precisamente esto que le sucedió a Mateo. Jesús nos desinstala de una vida en la cual hay estructura de pecado y nos pone en movimiento ascendente, de crecimiento, de la mano suya, gracias a las pistas del evangelio.


Este camino está constituido por la comunión estrecha con Él y por el crecimiento personal y comunitario que vamos teniendo procesualmente a su lado. Todo llamado implica que nos pongamos en camino de conversión y aprendamos la vida nueva de Jesús.


En la controversia entre Jesús y los fariseos por el tipo de personas que constituyen su comunidad, Jesús evoca la profecía de Oseas 6,6: “Misericordia quiero, que no sacrificio” (Oseas 6,6; Mateo 9,13). Su comportamiento, chocante para los fariseos, está inspirado en la Palabra de Dios y particularmente en la palabra profética que enseña qué es lo verdaderamente esencial en la relación con Dios.


El hecho que Jesús invoque aquí la “misericordia” revela un rasgo característico de Dios que se opone al concepto de Dios que tienen los fariseos. La misericordia es el amor de Dios en acción, que no sólo no excluye, sino que busca y acoge a todos los excluidos y los reintegra en la comunidad.


Esta “misericordia” que acoge y tiende la mano para el crecimiento, al contrario de las prácticas legalistas y las discriminaciones fariseos, es el nuevo distintivo de la comunidad de Jesús.


El caso de Mateo y sus amigotes pecadores es patente. Es así como el “poder del hijo del hombre para perdonar pecados” está a la base de todo itinerario de seguimiento y cómo la comunidad cristiana se constituye en espacio revelador del rostro misericordioso de Dios.


Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón


1. ¿Cuáles son los verbos que en este pasaje nos hacen comprender lo que es una experiencia vocacional?


2. La relación que se establece entre Jesús y Mateo a partir de la llamada, le amplía a este último el círculo de sus relaciones. ¿Cuáles son las personas a las cuales he abierto mi casa y he brindado mi acogida como consecuencia de mi relación más estrecha con Jesús? Si mis relaciones son las mismas es bueno que me pregunte el por qué.


3. La llamada de Jesús nos pone en un camino de conversión. ¿En qué forma reconocemos y estimulamos el camino de conversión que hacen las personas que viven con nosotros?


Francisco Fernández-Carvajal 

Hablar con Dios 


13ª Semana. Viernes


MORTIFICACIONES HABITUALES


— Las mortificaciones nacen del amor y a su vez lo alimentan.


— Mortificaciones para ayudar y hacer más grata la vida a los demás; las pequeñas contrariedades de cada día; espíritu de sacrificio en el cumplimiento del deber.


— Otras mortificaciones. El espíritu de mortificación.


I. Nos relata San Mateo en el Evangelio de la Misa1 que, después de responder a la llamada de Jesús, preparó una comida en su propia casa, a la que asistieron el resto de los discípulos y muchos publicanos y pecadores, quizá sus amigos de siempre. Los fariseos, al ver esto, decían: ¿Por qué vuestro Maestro come con los publicanos y los pecadores? Jesús oyó estas palabras y Él mismo les contestó diciéndoles que no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Y a continuación hace suyas unas palabras del profeta Oseas2: más quiero misericordia que sacrificio. No rechaza el Señor los sacrificios que se le ofrecen; insiste, sin embargo, en que estos han de ir acompañados del amor que nace de un corazón bueno, pues la caridad ha de informar toda la actividad del cristiano y, de modo particular, el culto a Dios3.


Aquellos fariseos, fieles cumplidores de la Ley, no acompañaban sus sacrificios del olor suave de la caridad para con el prójimo y del amor a Dios; en otro lugar dirá el Señor, con palabras del Profeta Isaías: este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí. En aquella comida en casa de Mateo manifiestan con su pregunta que les falta comprensión hacia los demás invitados y que no se esfuerzan por acercarlos a Dios y a la Ley, de la que ellos se muestran tan fieles cumplidores; juzgan con una visión estrecha y falta de amor. «Prefiero las virtudes a las austeridades, dice con otras palabras Yahvé al pueblo escogido, que se engaña con ciertas formalidades externas.


»—Por eso, hemos de cultivar la penitencia y la mortificación, como muestras verdaderas de amor a Dios y al prójimo»4.


Nuestro amor a Dios se expresa en los actos de culto, pero también se manifiesta en todas las acciones del día, en las pequeñas mortificaciones que impregnan lo que hacemos, y que llevan hasta el Señor nuestro deseo de abnegación y de agradarle en todo.


Si faltara esta honda disposición, la materialidad de repetir unos mismos actos carecería de valor, porque le faltaría su más íntimo sentido: los pequeños sacrificios que procuramos ofrecer cada día al Señor, nacen del amor y alimentan a su vez este mismo amor.


El espíritu de mortificación, tal como lo quiere el Señor, no es algo negativo ni inhumano5; no es una actitud de rechazo ante lo bueno y lo noble que puede haber en el uso y goce de los bienes de la tierra; es manifestación de señorío sobrenatural sobre el cuerpo y sobre las cosas creadas, sobre los bienes, las relaciones humanas, el trabajo...; la mortificación, voluntaria o aquella otra que viene sin haberla buscado, no es la simple privación, sino manifestación de amor, pues «padecer necesidad es algo que puede ocurrirle a cualquiera, pero saber padecerla es propio de las almas grandes»6, de las almas que han amado mucho.


La mortificación no es simple moderación, mantener a raya los sentidos y el desequilibrio que producen el desorden y el exceso, sino abnegación verdadera, dar cabida a la vida sobrenatural en nuestra alma, adelanto de aquella gloria venidera que se ha de manifestar en nosotros7.


II. Prefiero la misericordia al sacrificio... Por eso, un campo principal de nuestras mortificaciones ha de ser el que se refiere a las relaciones y al trato con los demás, donde ejercitamos continuamente una actitud misericordiosa, como la del Señor con las gentes que encontraba a su paso. El aprecio por quienes cada día tratamos en la familia, en nuestro quehacer profesional, en la calle, empuja y ordena nuestra mortificación. Nos lleva a hacerles más grato su paso por la tierra, de modo particular a aquellos que más sufren física o moralmente, a prestarles pequeños servicios, a privarnos de alguna comodidad en beneficio de ellos.


Esta mortificación nos impulsará a superar un estado de ánimo poco optimista que necesariamente influye en los demás, a sonreír también cuando tenemos dificultades, a evitar todo aquello –aun pequeño– que puede molestar a quienes tenemos más cerca, a disculpar, a perdonar... Así morimos, además, al amor propio, tan íntimamente arraigado en nuestro ser, aprendemos a ser humildes. Esta disposición habitual que nos lleva a ser causa de alegría para los demás, solo puede ser fruto de un hondo espíritu de mortificación, pues «despreciar la comida y la bebida y la cama blanda, a muchos puede no costarles gran trabajo... Pero soportar una injuria, sufrir un daño o una palabra molesta... no es negocio de muchos, sino de pocos»8.


Junto a estas mortificaciones que hacen referencia a la caridad, quiere el Señor que sepamos encontrarle en aquello que Él permite y que de alguna manera contraría nuestros gustos y planes o el propio interés. Son las mortificaciones pasivas, que hallamos a veces en una grave enfermedad, en problemas familiares que no parecen tener fácil arreglo, en un importante revés profesional...; pero más frecuentemente, cada día, tropezamos con pequeñas contrariedades e imprevistos que se atraviesan en el trabajo, en la vida familiar, en los planes que teníamos para esa jornada... Son ocasiones para decirle al Señor que le amamos, precisamente a través de aquello que en un primer momento nos resistimos a admitir. La contrariedad –pequeña o grande– aceptada con amor, ofreciendo al Señor aquel contratiempo, produce paz y gozo en medio del dolor; cuando no se acepta, el alma queda desentonada y triste, o con una íntima rebeldía que la aleja de los demás y de Dios.


Otro campo de mortificaciones en las que mostramos el amor al Señor está en el cumplimiento ejemplar de nuestro deber: trabajar con intensidad, no aplazar los deberes ingratos, combatir la pereza mental, cuidar las cosas pequeñas, el orden, la puntualidad, facilitar su labor a quien está en el mismo quehacer, ofrecer el cansancio que todo trabajo hecho con intensidad lleva consigo...


Mientras trabajamos, en el trato con los demás..., en toda ocasión, manifestamos, a través de ese vencimiento pequeño, que amamos al Señor sobre todas las cosas y, más aún, por encima de nosotros mismos. Con estas mortificaciones nos elevamos hasta Él; sin ellas, quedamos a ras de tierra. Esos pequeños sacrificios ofrecidos a lo largo del día disponen al alma para la oración y la llenan de alegría.


III. Sacrificio con amor nos pide el Señor. La mortificación no está en la zona fronteriza en la que es inminente el peligro de caer en el pecado; se encuentra en pleno campo de la generosidad, porque es saberse privar de lo que sería posible no privarse sin ofender a Dios. El alma mortificada no es la que no ofende, sino la que ama; vivir así, con una mortificación habitual, parece necedad a los ojos de los que se pierden; mas para los que se salvan, esto es, para nosotros, es la fuerza de Dios9, recordaba San Pablo a los primeros cristianos de Corinto.


El amor al Señor nos mueve a controlar la imaginación y la memoria, alejando pensamientos y recuerdos inútiles; a sujetar la sensibilidad, la tendencia a «pasarlo bien» como primera razón de la vida. La mortificación nos lleva a vencer la pereza al levantarnos, a no dejar la vista y los demás sentidos desparramados, sin control alguno, a ser sobrios en la bebida, a comer con templanza, a evitar caprichos...; también mortificaciones corporales, con el oportuno consejo recibido en la dirección espiritual o en la Confesión.


En ocasiones nos fijaremos en algunas mortificaciones con preferencia a otras, dando siempre especial importancia a las que se refieren al mejor cumplimiento de nuestros deberes para con Dios, a las que ayudan a vivir con esmero la caridad y el cumplimiento del propio deber. Incluso puede ser útil el tomar nota de algunas, revisarlas a lo largo del día y pedirle ayuda a nuestro Ángel Custodio para que salgan adelante. Tener en cuenta la tendencia de todo hombre, de toda mujer, al olvido y a la dejadez, nos ayudará a poner los medios necesarios para no dejarlas incumplidas, a un lado. Esas pequeñas renuncias a lo largo del día, previstas y buscadas muchas de ellas, acercan a Cristo y constituyen un arma poderosa para ir adquiriendo, primero en un campo y después en otro, el hábito de la mortificación; son una industria humana difícilmente sustituible, dada la natural tendencia a resistir y a olvidarnos de la Cruz.


Para el alma mortificada se hace realidad la promesa de Jesús: quien pierda su vida por amor mío, la encontrará10; así le encontramos a Él en medio del mundo, en nuestros quehaceres y a través de ellos. «Dijo el amigo a su Amado que le diese la paga del tiempo que le había servido. Tomó el Amado en cuenta los pensamientos, deseos, llantos, peligros y trabajos que por su amor había padecido el amigo, y añadió el Amado a la cuenta la eterna bienaventuranza, y se dio a Sí mismo en paga a su amigo».

jueves, 4 de julio de 2024

lunes, 1 de julio de 2024

Lecturas y reflexiones +

 



Primera lectura


Am 2,6-10.13-16
 
Pisotean en el polvo de la tierra la cabeza de los pobres

Lectura de la profecía de Amós

ESTO dice el Señor:
«Por tres crímenes de Israel,
y por cuatro,
no revocaré mi sentencia:
por haber venido al inocente por dinero
y al necesitado por un par de sandalias;
pisoteando en el polvo de la tierra
la cabeza de los pobres,
tuercen el proceso de los débiles;
porque padre e hijo se llegan juntos
a una misma muchacha,
profanando así mi santo nombre;
sobre ropas tomadas en prenda
se echan junto a cualquier altar,
beben en el templo de su Dios
el vino de las multas.
Yo había exterminado
a los amorreos delante de Israel,
altos como cedros, fuertes como encinas;
destruí su fruto por arriba,
sus raíces por abajo.
Yo los había sacado de Egipto
y conducido por el desierto cuarenta años,
hasta ocupar la tierra del amorreo.
Pues bien, yo hundiré el suelo bajo ustedes
como lo hunde una carreta cargada de gavillas.
El más veloz no podrá huir,
ni el más fuerte valerse de su fuerza,
ni el guerrero salvar su propia vida.
El arquero no resistirá,
ni el de pies ligeros podrá salvarse,
ni el jinete salvará su vida.
El más intrépido entre los guerreros
huirá desnudo aquel día».
-oráculo del Señor-.

Palabra de Dios.

Salmo


Sal 50(49),16bc-17.18-19.20-21.22-23 (R. 22a)

R. Atención los que olvidan a Dios.

V. ¿Por qué recitas mis preceptos
y tienes siempre en la boca mi alainza,
tú que detestas mi enseñanza
y te echas a la espalda mis mandatos? R.

V. Cuando ves un ladrón, corres con él;
te mezclas con los adúlteros;
sueltas tu lengua para el mal,
tu boca trama el engaño. R.

V. Te sientas a hablar contra tu hermano,
deshonras al hijo de tu madre;
esto haces, ¿y me voy a callar?
¿Crees que soy como tú?
Te acusaré, te lo hecharé en cara. R.

V. Atención los que olvidan a Dios,
no sea que los destroce sin remedio.
El que me ofrece acción de gracias,
ese me honra;
al que sigue buen camino
le haré ver la salvación de Dios. R.

Aclamación


R. Aleluya, aleluya, aleluya
V. No endurezcan hoy su corazón; ecuchen la voz del Señor. R.

Evangelio


Mt 8,18-22

Sígueme

Lectura del santo Evangelio según san Mateo

EN aquel tiempo, viendo Jesús que lo rodeaba mucha gente, dio orden de cruzar a la otra orilla.
Se le acercó un escriba y le dijo:
«Maestro, te seguiré a dónde vayas».
Jesús le respondió:
«Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza».
Otro, que era de los discípulos, le dijo:
«Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre».
Jesús le replicó:
«Tú, sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos».

Palabra del Señor.



Pistas para la Lectio Divina

Mateo 8, 18-22: Compartir el camino de Jesús, sí, pero hay exigencias. “Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos”

Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la América Latina (CEBIPAL) del CELAM

Después de curar a un tercer excluido, una mujer sin nombre -de la cual sólo sabemos que era la suegra de Pedro-, y de ponerla al servicio del Reino (ver 8,14-15), el rostro misericordioso de Jesús que salva aparece contemplado a la luz la profecía de Isaías: “Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades” (8,17; ver Isaías 53,4).

Enseguida, en medio de la misión, y cuando Jesús acaba de dar una orden para abrir los horizontes misioneros en tierra pagana, aparecen un escriba (8,19) y un discípulo (8,21), cuyas peticiones dan pie para una enseñanza sobre la radicalidad del seguimiento de Jesús.

El Maestro de la Ley se ofrece para seguir a Jesús, esperando poder andar con él sin romper con ninguna de sus seguridades. Pero Jesús le niega esa posibilidad. Así como el “Siervo sufriente” profetizado por Isaías 53,4, para “cargar con las enfermedades” de los otros y abrirse a los nuevos horizontes misioneros entre los paganos, hay vivir completamente desprendido, en la pobreza que da libertad de corazón (ver 8,19-20).

Otro discípulo intenta anteponerle al seguimiento de Jesús sus deberes con el papá difunto (ver 8,21). Jesús le pide abandonar al papá, lo cual quiere decir: romper con la dependencia de las tradiciones que impiden la misión. El seguimiento y la vida misionera suponen entrar en una nueva etapa de vida (ver 8,22).

Este pasaje del evangelio lo leímos ayer en la versión lucana. Remitimos a la “lectio” de ayer para profundizar otros aspectos de la lectura; aquí hemos destacado lo que es propio de Mateo.

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Qué relación hay entre el pasaje “vocacional” de hoy con el contexto anterior en Mateo: los tres milagros con los excluidos y la profecía del Siervo sufriente de Yahvé?

2. ¿Por qué el evangelista Mateo coloca –a diferencia de Lucas- solamente dos personajes en el camino, un Maestro de la Ley y uno que ya es Discípulo de Jesús? ¿Qué se está queriendo enseñar? ¿Tiene alguna relación con la presentación que Mateo hace de sí mismo en 13,52?

3. ¿Por qué Jesús plantea estas exigencias vocacionales justo antes del relato de la tempestad calmada y la misión en territorio pagano?


Francisco Fernández-Carvajal
Hablar con Dios

13ª Semana. Lunes

EL VALOR DE UN JUSTO

— Por diez justos, Dios habría perdonado a miles de habitantes de dos ciudades.

— Nuestra participación en los infinitos méritos de Cristo.

Como luceros en el mundo.

I. La Sagrada Escritura nos muestra a Abrahán, nuestro padre en la fe, como un hombre justo en el que Dios se alegró de una manera muy particular y a quien hizo depositario de las promesas de redención del género humano. La Epístola a los Hebreos habla con emoción de este santo Patriarca y de todos los hombres justos del Antiguo Testamento que murieron sin haber alcanzado las promesas, sino viéndolas y saludándolas desde lejos1, con un gesto lleno de alegría. «Es una comparación –comenta San Juan Crisóstomo– sacada de los navegantes que, cuando ven de lejos las ciudades a donde se dirigen, sin haber entrado aún en el puerto, lanzan saludos emocionados»2.

Aunque no llegaron a ser poseedores en esta vida de la redención prometida, ni participaron de la unión que nosotros podemos tener con el Hijo Unigénito de Dios, Yahvé los trató como amigos íntimos y confió en ellos plenamente; por su fe y su fidelidad se olvidó muchas veces de los errores de otros. Muchos hombres se salvaron porque fueron amigos de estos «amigos de Dios». Cuando Dios dispuso la destrucción de Sodoma y de Gomorra a causa de sus muchos pecados, se lo comunicó a Abrahán3, y este se sintió solidario de aquellas gentes. Entonces se acercó Abrahán y dijo a Dios: ¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta justos en la ciudad, ¿los destruirás?, ¿no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él?, le dice lleno de confianza. Y Dios le responde: Si encuentro en Sodoma cincuenta justos, perdonaré a todo el lugar por amor de ellos. Pero no se encontraron estos cincuenta justos. Y Abrahán hubo de ir bajando la cifra de los hombres santos: ¿Y si hubiera cinco menos, es decir, cuarenta y cinco? Y el Señor le dice: No la destruiré si encuentro allí cuarenta y cinco hombres justos. Pero tampoco los había. Y Abrahán seguía intercediendo ante el Señor: ¿Y si solo hubiese cuarenta?..., ¿treinta?..., ¿veinte?... Finalmente, se vio que no había ni diez hombres justos en aquella ciudad. El Señor había dicho a la última petición de Abrahán: Si hay diez, tampoco la destruiré. ¡Por el amor de diez justos, Dios habría perdonado todo el lugar! ¡Tanto es el valor de las almas santas ante los ojos del Señor! ¡Tanto está dispuesto a realizar por ellas!

Con frecuencia se habla en la Sagrada Escritura de la solidaridad en el mal, en el sentido de que el pecado de unos puede dañar a toda la comunidad4. Pero Abrahán invierte los términos: pide a Dios que, ya que estima tanto la justicia de los santos, estos sean la causa de bendiciones para todos, aunque muchos sean pecadores. Y Dios acepta este planteamiento del Patriarca.

Nosotros podemos meditar hoy en la alegría y en el gozo de Dios cuando procuramos serle fieles. En el valor que pueden tener nuestras obras cuando las hacemos por Dios, aun las más ocultas, las que parece que nadie ve y que quizá no tendrán «aparentemente» ninguna trascendencia: Dios da mucho valor a las obras de quienes luchan por la santidad. Dios se goza en los santos; y por ellos su misericordia y su perdón se derraman sobre otros hombres que de por sí no lo merecen. Es un misterio maravilloso, pero real, el que Dios se goza en las personas que caminan hacia la santidad.

II. Con Jesucristo se cumplirá lo que había sido anunciado: por la muerte de uno solo podrán salvarse todos5. El misterio de la solidaridad humana alcanza en Cristo una plenitud insospechada. Nada ha sido ni será jamás, con una distancia infinita, tan agradable a Dios como el ofrecimiento –el holocausto– que Jesús hizo de su vida por la salvación de todos, y que culminó en el Calvario: «para que se diese en la tierra, en un alma humana, un acto de amor de Dios de valor infinito, era necesario que esa alma humana fuera la de una Persona divina. Tal fue el alma del Verbo hecho carne: su acto de amor tomaba en la Persona divina del Verbo un valor infinito para satisfacer y para merecer»6.

Enseña Santo Tomás de Aquino que Jesucristo ofreció a Dios más de lo que exigiría la justa compensación de la ofensa inferida por todo el género humano. Y esto se cumplió: por la grandeza del amor con que padecía; por la dignidad de la Vida que entregaba en satisfacción por todos, pues era la vida del Dios-Hombre; por la enormidad del dolor que padeció...7. «Mayor fue la caridad de Cristo paciente que la malicia de los que le crucificaron, y por eso pudo Cristo satisfacer más con su Pasión que ofender los que le crucificaron dándole muerte, hasta tal punto que la Pasión de Cristo fue suficiente y sobreabundante por los pecados de los que le crucificaron»8, y por los de todos los hombres de todos los tiempos, tanto los personales como el pecado original de todas las almas, «como si un médico preparara una medicina con la que pueden curarse cualesquiera enfermedades aun en el futuro»9.

Jesucristo ha dado plena satisfacción al amor eterno del Padre10. Así lo ha enseñado siempre la Iglesia11. El amor de Cristo muriendo por nosotros en la Cruz agradaba a Dios más de lo que pueden desagradarle todos los pecados de todos los hombres juntos. Y en la medida en que vamos identificando nuestra voluntad con la del Señor, nos apropiamos los méritos de Cristo. ¡Reparamos a Dios haciendo nuestros el amor y los méritos de su Hijo! Aquí se fundamenta el valor incomparable que un solo hombre santo tiene para Dios. Aunque son muchos los pecados que se cometen cada día, ¡hay también muchas almas que, pese a sus miserias, desean agradar a Dios con todas sus fuerzas!

No importa si nuestra vida no tiene una gran resonancia externa; lo que importa es nuestra decisión de ser fieles, al convertir los días de la vida en una ofrenda a Dios. Quien sabe mirar a su Padre Dios, quien le trata con la confianza y amistad de Abrahán, no cae en el pesimismo, aunque el empeño constante por servir al Señor no dé resultados externos de los que uno pueda ufanarse. ¡Qué engaño tan grande cuando el diablo intenta que el alma se llene de pesimismo ante resultados aparentemente escasos, y, en cambio, el Señor está contento, a veces muy contento, por la lucha diaria puesta, por el recomenzar continuo!

«“Nam, et si ambulavero in medio umbrae mortis, non timebo mala” –aunque anduviere en medio de las sombras de la muerte, no tendré temor alguno. Ni mis miserias, ni las tentaciones del enemigo han de preocuparme, “quoniam tu me cum es”– porque el Señor está conmigo»12. Siempre has estado presente en mi vida, Señor.

III. En atención a los diez no la destruiré. ¡Habrían bastado diez justos! Las personas santas compensan con creces todos los crímenes, abusos, envidias, deslealtades, traiciones, injusticias, egoísmos... de todos los habitantes de una gran ciudad. Por nuestra unión al sacrificio redentor de Jesucristo, Dios mirará con especial compasión a familiares, amigos, conocidos... que quizá se extraviaron por ignorancia, por error, por debilidad, o porque no recibieron las gracias que nosotros hemos recibido. ¡Cuántas veces tendremos ese amistoso y afable regateo con Jesús, semejante al que tuvo Abrahán con Yahvé! Mira, Señor –le diremos–, que esta persona es mejor de lo que manifiesta, que tiene buenos deseos... ¡ayúdala! Y Jesús, que conoce bien la realidad, la moverá con su gracia en atención a nuestra amistad con Él.

Dios acoge las peticiones de los suyos en el mundo con particular atención: las oraciones de los niños, que rezan con un corazón sin malicia, y las de quienes se hacen como ellos; las súplicas de los enfermos, a quienes pone más cerca de su Corazón; las de quienes hemos repetido tantas veces que no tenemos otra voluntad que la Suya, que queremos servirle en medio de nuestras tareas normales de todos los días. Sostienen verdaderamente al mundo quienes procuran estar unidos a Cristo. Y esa unión no se manifiesta ordinariamente en hechos exteriores llamativos. «Son más numerosos sin comparación los acontecimientos cuyo realce social queda por ahora oculto: es la multitud inmensa de las almas que han pasado su existencia gastándose en el anonimato de la casa, de la fábrica, de la oficina; que se han consumido en la sociedad orante del claustro; que se han inmolado en el martirio cotidiano de la enfermedad. Cuando todo quede manifiesto en la parusía, entonces aparecerá el papel decisivo que ellas han desempeñado, a pesar de las apariencias contrarias, en el desarrollo de la historia del mundo. Y esto será también motivo de alegría para los bienaventurados, que sacarán de ello tema de alabanza perenne al Dios tres veces Santo»13.

San Pablo dice a los primeros cristianos que brillan como luceros en el mundo14, alumbrando a todos con la luz de Cristo. Dios mira desde el Cielo la tierra y se goza en esas personas que viven una vida corriente, normal, pero que son conscientes de la dignidad de su vocación cristiana. El Señor se llena de alegría al contemplar nuestra tarea, casi siempre menuda y sin relieve, si procuramos ser fieles.