Custodia

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Saludo

Bendición

viernes, 5 de abril de 2024

Oficio y laudes +

 Oficio de lecturas y laudes +


V. Señor abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Ant. Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Salmo 94

INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA
Animaos unos a otros, día tras día, mientras perdura el «hoy». (Hb 3, 13)

Se recita la antífona que corresponda y la asamblea la repite.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias, aclamándolo con cantos.

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes.
Suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto:
cuando vuestros padres me pusieron a prueba,
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.

Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado, 
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

O bien:

Salmo 99

ALEGRÍA DE LOS QUE ENTRAN EN EL TEMPLO
Los redimidos deben entonar un canto de victoria. (S. Atanasio)

Se recita la antífona que corresponda y la asamblea la repite.

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

O bien:

Salmo 66

QUE TODOS LOS PUEBLOS ALABEN AL SEÑOR
Sabed que esta salvación de Dios ha sido enviada a los gentiles. (Hch 28, 28)

Se recita la antífona que corresponda y la asamblea la repite.

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

O bien:

Salmo 23

ENTRADA SOLEMNE DE DIOS EN SU TEMPLO
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que como hombre sube al cielo. (S. Ireneo)

Se recita la antífona que corresponda y la asamblea la repite.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

¡Portones!, alzad los dinteles,
levantaos, puertas antiguas:
va a entrar el Rey de la gloria.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

¡Portones!, alzad los dinteles,
levantaos, puertas antiguas:
va a entrar el Rey de la gloria.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

HIMNO

«¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,

los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!

Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.»

Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.

Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa. Amén.

SALMODIA

Ant. 1. Dad gracias al Señor; sólo él hizo grandes maravillas. Aleluya.

Salmo 135

I

HIMNO A DIOS POR LAS MARAVILLAS DE LA CREACIÓN Y DEL ÉXODO

Dad gracias al Señor porque es bueno:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Dios de los dioses:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Señor de los señores:
porque es eterna su misericordia.

Sólo él hizo grandes maravillas:
porque es eterna su misericordia.

Él hizo sabiamente los cielos:
porque es eterna su misericordia.

El afianzó sobre las aguas la tierra:
porque es eterna su misericordia.

Él hizo lumbreras gigantes:
porque es eterna su misericordia.

El sol que gobierna el día:
porque es eterna su misericordia.

La luna que gobierna la noche:
porque es eterna su misericordia.

Ant. Dad gracias al Señor; sólo él hizo grandes maravillas. Aleluya.

Ant. 2. Sacó a Israel del país de Egipto: porque es eterna su misericordia. Aleluya.

II

El hirió a Egipto en sus primogénitos:
porque es eterna su misericordia.

Y sacó a Israel de aquel país:
porque es eterna su misericordia.

Con mano poderosa, con brazo extendido:
porque es eterna su misericordia.

Él dividió en dos partes el mar Rojo:
porque es eterna su misericordia.

Y condujo por en medio a Israel:
porque es eterna su misericordia.

Arrojó en el mar Rojo al Faraón:
porque es eterna su misericordia.

Ant. Sacó a Israel del país de Egipto: porque es eterna su misericordia. Aleluya.

Ant. 3. El Señor nos libró de nuestros opresores. Aleluya.

III

Guió por el desierto a su pueblo:
porque es eterna su misericordia.

Él hirió a reyes famosos:
porque es eterna su misericordia.

Dio muerte a reyes poderosos:
porque es eterna su misericordia.

A Sijón, rey de los amorreos:
porque es eterna su misericordia.

Y a Hog, rey de Basán:
porque es eterna su misericordia.

Les dio su tierra en heredad:
porque es eterna su misericordia.

En heredad a Israel, su siervo:
porque es eterna su misericordia.

En nuestra humillación se acordó de nosotros:
porque es eterna su misericordia.

Y nos libró de nuestros opresores:
porque es eterna su misericordia.

Él da alimento a todo viviente:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Dios del cielo:
porque es eterna su misericordia.

Ant. El Señor nos libró de nuestros opresores. Aleluya.

V. Dios nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva. Aleluya.
R. Por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Aleluya.

PRIMERA LECTURA

Año II:

De los Hechos de los apóstoles 3, 12—4, 4

DISCURSO DE PEDRO SOBRE LA GLORIFICACIÓN DE JESÚS, HIJO DE DIOS

En aquellos días, Pedro dirigió al pueblo este discurso:

«Hombres de Israel, ¿a qué sorprenderos por lo ocurrido? ¿A qué viene el mirarnos tanto, como si el haber hecho andar a este hombre hubiese sido por nuestro poder o por nuestra virtud? El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a Jesús, su siervo, a quien vosotros entregasteis a la muerte y reprobasteis en el tribunal de Pilato, después que éste había decidido dejarlo en libertad. Vosotros rechazasteis al santo y al justo y, en cambio, pedisteis que se os dejara en libertad a un asesino. Disteis muerte al autor de la vida, pero Dios lo ha resucitado de entre los muertos; nosotros somos testigos de ello. Y a este hombre, que vosotros veis y conocéis, él le ha dado energía y vitalidad, por haber tenido fe; es, pues, la fe, que de él viene, la que lo ha restablecido totalmente ante vuestros mismos ojos.

Ahora bien, hermanos, ya sé que habéis obrado con ignorancia, lo mismo que vuestros jefes. Pero, de este modo, Dios ha dado cumplimiento a lo que ya antes había anunciado por boca de todos los profetas: la pasión de su Mesías. Por lo tanto, arrepentios y convertios, para que se borren vuestros pecados; así llegarán de parte del Señor los tiempos de la consolación mesiánica, y él os enviará a Jesús, a quien predestinó y constituyó Mesías para vuestra salud. Él debe quedar en el cielo hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de la que Dios habló, ya desde muy antiguo, por boca de sus santos profetas. Y así, por una parte, dijo Moisés: "El Señor, vuestro Dios, suscitará de entre vuestros hermanos un profeta, como me suscitó a mí; daréis oídos a cuanto os dijere. Todo aquel que no escuchare a este profeta será exterminado del pueblo." Por otra parte, los demás profetas a partir de Samuel, todos cuantos profetizaron, dieron también uno tras otro el anuncio de estos días.

Vosotros sois hijos de los profetas y de la alianza que estableció Dios con vuestros padres, cuando dijo a Abraham: “En tu descendencia serán bendecidas todas las naciones de la tierra.” Para vosotros en primer lugar, para vuestra salud, suscitó Dios a su siervo y os lo envió para que os colmara de bendiciones, a la vez que os apartara a todos de vuestras maldades.»

Mientras hablaban ellos al pueblo, se presentaron los sacerdotes, el prefecto del templo y los saduceos. Todos éstos llevaron muy a mal el que estuvieran enseñando al pueblo y anunciando que la resurrección de los muertos se había verificado en Jesús. Los apresaron y los metieron en la cárcel hasta la mañana siguiente, porque era ya tarde. Muchos de los que habían escuchado el discurso abrazaron la fe; su número llegó a unos cinco mil hombres.

Responsorio Hch 3, 18-19; Is 53, 12b

R. Dios ha dado cumplimiento a lo que ya antes había anunciado por boca de todos los profetas: la pasión de su Mesías. * Por lo tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados. Aleluya.

V. Él tomó sobre sí el pecado de las multitudes e intercedió por los pecadores.

R. Por lo tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados. Aleluya.

SEGUNDA LECTURA

De las Catequesis de Jerusalén

(Catequesis 21 [Mistagógica 3], 1-3: PG 33, 1087-1091)

LA UNCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO

Bautizados en Cristo y habiéndoos revestido de Cristo, habéis adquirido una condición semejante a la del Hijo de Dios. Pues Dios, que nos predestinó a la adopción de hijos suyos, nos hizo conformes al cuerpo glorioso de Cristo. Por esto, hechos partícipes de Cristo (que significa Ungido), no sin razón sois llamados ungidos; y es refiriéndose a vosotros que dijo el Señor: No toquéis a mis ungidos.

Fuisteis hechos cristos (o ungidos) cuando recibisteis el signo del Espíritu Santo; todo se realizó en vosotros en imagen, ya que sois imagen de Cristo. Él, en efecto, al ser bautizado en el río Jordán, salió del agua, después de haberle comunicado a ella el efluvio fragante de su divinidad, y entonces bajó sobre él el Espíritu Santo en persona, y se posó sobre él como sobre su semejante.
De manera similar vosotros, después que subisteis de la piscina bautismal, recibisteis el crisma, símbolo del Espíritu Santo con que fue ungido Cristo. Respecto a lo cual, Isaías, en una profecía relativa a sí mismo, pero en cuanto que representaba al Señor, dice: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido; me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres.

Cristo no fue ungido por los hombres con aceite o ungüento material, sino que el Padre, al señalarlo como salvador de todo el mundo, lo ungió con el Espíritu Santo. Como dice Pedro: Dios ungió a Jesús de Nazaret con poder del Espíritu Santo; y en los salmos de David hallamos estas palabras: Tu trono, ¡oh Dios!, permanece para siempre; cetro de rectitud es tu cetro real; has amado la justicia y odiado la impiedad: por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros.

El Señor fue ungido con un aceite de júbilo espiritual, esto es, con el Espíritu Santo, el cual es llamado aceite de júbilo porque es el autor del júbilo espiritual; pero vosotros, al ser ungidos materialmente, habéis sido hechos partícipes de la naturaleza de Cristo.

Por lo demás, no pienses que es éste un ungüento común y corriente. Pues, del mismo modo que el pan eucarístico, después de la invocación del Espíritu Santo, no es pan corriente, sino el cuerpo de Cristo, así también este santo ungüento, después de la invocación, ya no es un ungüento simple o común, sino el don de Cristo y del Espíritu Santo, ya que realiza, por la presencia de la divinidad, aquello que significa. Tu frente y los sentidos de tu cuerpo son ungidos simbólicamente y, por esta unción visible de tu cuerpo, el alma es santificada por el Espíritu Santo, dador de vida.

Responsorio Ef 1, 13b-14; 2Co 1, 21b-22

R. Al abrazar la fe, habéis sido sellados con el sello del Espíritu Santo prometido, prenda de nuestra herencia, * para la redención del pueblo que Dios adquirió para sí. Aleluya.

V. Dios nos ha ungido, él nos ha sellado, y ha puesto en nuestros corazones, como prenda suya, el Espíritu.

R. Para la redención del pueblo que Dios adquirió para sí. Aleluya.

Te Deum

Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.

Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:

Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.

A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.

A ti la Iglesia santa,
por todos los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:

Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
Santo Espíritu de amor y de consuelo.

Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.

Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.

Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.

Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.

Tú vendrás algún día,
como juez universal.

Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.

Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos y elegidos.

La parte que sigue puede omitirse, si se cree oportuno.

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.

Sé su pastor,
y guíalos por siempre.

Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.

Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

A ti, Señor, me acojo,
no quede yo nunca defraudado.

 Cristo ha resucitado y con su claridad ilumina al pueblo rescatado con su sangre. Aleluya.


Salmo 62, 2-9

¡Oh Dios!, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.

¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré de manjares exquisitos,
y mis labios te alabarán jubilosos.

En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.

Ant. Cristo ha resucitado y con su claridad ilumina al pueblo rescatado con su sangre. Aleluya.

Ant. 2. Ha resucitado del sepulcro nuestro Redentor; cantemos un himno al Señor, nuestro Dios. Aleluya.

Cántico Dn 3, 57-88. 56

Creaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Ángeles del Señor, bendecid al Señor;
cielos, bendecid al Señor.

Aguas del espacio, bendecid al Señor;
ejércitos del Señor, bendecid al Señor.

Sol y luna, bendecid al Señor;
astros del cielo, bendecid al Señor.

Lluvia y rocío, bendecid al Señor;
vientos todos, bendecid al Señor.

Fuego y calor, bendecid al Señor;
fríos y heladas, bendecid al Señor.

Rocíos y nevadas, bendecid al Señor;
témpanos y hielos, bendecid al Señor.

Escarchas y nieves, bendecid al Señor;
noche y día, bendecid al Señor.

Luz y tinieblas, bendecid al Señor;
rayos y nubes, bendecid al Señor.

Bendiga la tierra al Señor,
ensálcelo con himnos por los siglos.

Montes y cumbres, bendecid al Señor;
cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor.

Manantiales, bendecid al Señor;
mares y ríos, bendecid al Señor.

Cetáceos y peces, bendecid al Señor;
aves del cielo, bendecid al Señor.

Fieras y ganados, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Hijos de los hombres, bendecid al Señor;
bendiga Israel al Señor.

Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor;
siervos del Señor, bendecid al Señor.

Almas y espíritus justos, bendecid al Señor;
santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.

Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

Bendigamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
ensalcémoslo con himnos por los siglos.

Bendito el Señor en la bóveda del cielo,
alabado y glorioso y ensalzado por los siglos.

No se dice Gloria al Padre.

Ant. Ha resucitado del sepulcro nuestro Redentor; cantemos un himno al Señor, nuestro Dios. Aleluya.

Ant. 3. Aleluya. Ha resucitado el Señor, tal como os lo había anunciado. Aleluya.

Salmo 149

Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey.

Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes.

Que los fíeles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca
y espadas de dos filos en las manos:

para tomar venganza de los pueblos
y aplicar el castigo a las naciones,
sujetando a los reyes con argollas,
a los nobles con esposas de hierro.

Ejecutar la sentencia dictada
es un honor para todos sus fieles.

Ant. Aleluya. Ha resucitado el Señor, tal como os lo había anunciado. Aleluya.

LECTURA BREVE Hch 5, 30-32

El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándole de un madero. La diestra de Dios lo exaltó haciéndolo jefe y salvador, para otorgar a Israel la conversión, el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen.

En lugar del responsorio breve se dice la siguiente antífona:

Éste es el día en que actuó el Señor; sea él nuestra alegría y nuestro gozo. Aleluya.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Ésta fue la tercera vez que se apareció Jesús a los discípulos después de su resurrección de entre los muertos. Aleluya.

Cántico de Zacarías Lc 1, 68-79

EL MESÍAS Y SU PRECURSOR

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con
nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant. Ésta fue la tercera vez que se apareció Jesús a los discípulos después de su resurrección de entre los muertos. Aleluya.

PRECES

Dirijamos nuestra oración a Dios Padre, que por la resurrección de Jesucristo nos ha dado vida nueva, y digámosle:
Ilumínanos, Señor, con la claridad de Jesucristo.

Señor, Padre clementísimo, tú que nos has revelado tu plan de salvación, proyectado desde antes de la creación del mundo, y eres fiel en todas tus promesas,
escucha con amor nuestras plegarias.

Purifícanos con tu verdad y encamina nuestros pasos por las sendas de la santidad,
para que hagamos siempre el bien según tu agrado.

Haz resplandecer tu rostro sobre nosotros,
para que, libres de todo mal, nos saciemos con los bienes de tu casa.

Tú que por Cristo nos reconciliaste contigo,
danos la paz a nosotros y a todos los hombres del mundo.

Se pueden añadir algunas intenciones libres.

Porque deseamos que la luz de Cristo ilumine a todos los hombres, pidamos al Padre que su reino llegue a nosotros: Padre nuestro.

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.


Dios todopoderoso y eterno, que por el misterio pascual restableciste tu alianza con los hombres, concédenos realizar en nuestra vida lo que en estas fiestas proclama nuestra fe. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén. 

Lecturas y reflexiones +

 



Primera lectura


Hch 4,1-12

No hay salvación en ningún otro

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles.

EN aquellos días, mientras Pedro y Juan hablaban al pueblo, después de que el paralítico fuese sanado, se les presentaron los sacerdotes, el jefe de la guardia del templo y los saduceos, indignados de que enseñaran al pueblo y anunciaran en Jesús la resurrección de los muertos. Los apresaron y los metieron en la cárcel hasta el día siguiente, pues ya era tarde. Muchos de los que habían oído el discurso creyeron; eran unos cinco mil hombres.
Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes del pueblo, los ancianos y los escribas, junto con el sumo sacerdote Anás, y con Caifás y Alejandro, y los demás que eran familia de sumos sacerdotes. Hicieron comparecer en medio de ellos a Pedro y a Juan y se pusieron a interrogarlos:
«¿Con qué poder o en nombre de quién han hecho eso ustedes?».
Entonces Pedro, lleno de Espíritu Santo, les dijo:
«Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogan ustedes hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; quede bien claro a todos ustedes y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este sano ante ustedes. Él es ´´la piedra que desecharon ustedes, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular``; no hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos».

Palabra de Dios.

Salmo


Sal 118(117),1-2 y 4.22-23.24-25.26-27a (R. 22)

R. La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.

O bien:

R. Aleluya

V. Den gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Digan los que temen al Señor:
eterna es su misericordia. R.

V. La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Este es el día que hizo el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo. R.

V. Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor,
los bendecimos desde la casa del Señor.
El Señor es Dios, él nos ilumina. R.

SECUENCIA (opcional)

Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.

Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.

Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.

«¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,

los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!

Vengan a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí verán los suyos
la gloria de la Pascua».

Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.

Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.

Aclamación


R. Aleluya, aleluya, aleluya
V. Este es el día que hizo el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo. R.

Evangelio


Jn 21,1-14

Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado

Lectura del santo Evangelio según san Juan.

EN aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice:
«Me voy a pescar».
Ellos contestan:
«Vamos también nosotros contigo».
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice:
«Muchachos, ¿tienen pescado?».
Ellos contestaron:
«No».
Él les dice:
«Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán».
La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces.
Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro:
«Es el Señor».
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
Jesús les dice:
«Traigan de los peces que acaban de coger».
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice:
«Vamos, almuercen».
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.
Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor.



Pistas para la Lectio Divina

Juan 21, 1-14: Encuentro con el Resucitado a la orilla del mar: El amanecer del reconocimiento y la comunión plena con el Señor
Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la América Latina (CEBIPAL) del CELAM

El comienzo y el final del relato subraya que se trata de una “manifestación” de Jesús resucitado (20,1. 14). Se dice expresamente que fue “la tercera vez que Jesús se manifestó a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos” (20,14). Jesús resucitado ya se le había presentado dos veces a sus discípulos como su Señor viviente y exaltado (20,19-29), conduciéndolos progresivamente hasta la cumbre del camino de la fe pascual expresada en la confesión de fe de Tomás, que es vivir bajo el Señorío de Jesús (ver 20,28-29).

“Se manifestó así...” (20,1)
La tercera aparición del Resucitado –según Juan- también es un camino de fe que parte de la noche del escándalo de la Cruz y del sentimiento de ausencia del Señor, hasta el amanecer del reconocimiento de su presencia viva y eficaz, y de la comunión plena con Él. ¡Un proceso verdaderamente estremecedor!

Tal como se enfatiza en el texto, no se trata solamente de la revelación de la verdad de la resurrección sino de hacer la experiencia del hecho. Esta es la “manifestación” completa.
Así como en los relatos de la aparición a María Magdalena (Juan 20,11-18) y a los discípulos de Emaús (Lucas 24,13-35), tampoco aquí Jesús no es reconocido en un primer momento, ya que se necesita un proceso para captar los signos que “manifiestan” su presencia.

Pero ahora la “manifestación” del Resucitado va más allá: apunta al nuevo estilo de vida del discipulado en el tiempo pascual. Los discípulos hacen un itinerario en el que aprenden a vivir pascualmente, esto es, actuar en la vida guiados por su palabra que da grandes resultados y a sumergirlo todo en la relación vivificante con el Señor Resucitado.

Los discípulos descubren, además, que hacer comunidad no es simplemente “estar juntos” (21,2ª) sino hacer una dinámica interna: llegar a ser realmente “comunidad de amor” que “centra” y al mismo tiempo “irradia” el punto de convergencia que es Jesús confesado como “El Señor” (21,7.12), quien ejerce su Señorío en la Palabra y en la nutrición eucarística, signo de vida abundante, reconciliación y fraternidad (21,9-13).

(1) Los discípulos vuelven al mar en la noche (21,2-3)
Haciendo caso omiso de los relatos anteriores, el evangelista muestra a un grupo de siete discípulos que después de la cruz del Maestro vuelven a su antigua profesión (20,2). Ellos no van para adelante en la misión sino que echan para atrás, como antes de ser llamados por el Señor. La sombra del silencio se extiende sobre el fracaso.

Bajo el liderazgo de Pedro, hay un intento de hacer comunidad, pero el vacío se siente: sin el Maestro no tiene sentido. Los discípulos no tienen proyecto, van simplemente donde la buena iniciativa del líder los lleve: “‘Voy a pescar’. Le contestan ellos: ‘También nosotros vamos contigo’” (21,3a). En realidad, sin Jesús, andan sin orientación y sin resultados. La prueba es que la noche de trabajo se vuelve inútil.

Durante la noche no pescan nada (21,3b). Cuando va llegando el fin de la noche también se van yendo las esperanzas de una buena pesca.

(2) Jesús “está allí” y guía a los discípulos (21,4-8)
En ese momento crítico, cuando el sol ya se ha levantado, cuando se siente amargamente la frustración de una noche perdida, el evangelista anota: “Estaba Jesús en la orilla” (21,4a). La forma del verbo es importante: deja entender que Jesús siempre ha estado ahí.
Jesús está con sus discípulos no solamente en los momentos buenos y alegres de la vida sino también a la hora de la dificultad. También lo estará en medio de sus persecuciones y de la muerte. Jesús estará siempre allí.

Pero los discípulos no lo reconocen, hace falta un signo (21,4b).
Comienza entonces la “manifestación” por iniciativa de Jesús: “Muchachos, ¿no tenéis pescado?” (21,5ª). Los llama con una frase amable que bien podría sonar así: “Mis queridos hijitos”. De forma más o menos parecida los había llamado a la hora de la despedida, cuando sus corazones estaban desanimados por la inminente separación (ver 13,33). En cuanto Resucitado, Jesús no se ha separado de ellos, permanece unido a ellos con amor y trato afectuoso.

La respuesta a la pregunta, evidentemente, es negativa (21,5b). Entonces Jesús les da instrucciones precisas y devuelve la esperanza anunciándoles una pesca abundante (21,6ª).
Ellos le creen a su Palabra y obtienen un resultado impresionante: las redes quedan repletas de peces (21,6b). Los discípulos han hecho esto repetidamente toda la noche. Jesús manda a lanzar la red una sola vez. Pero esta vez es diferente: es una orden del Señor.
La experiencia demuestra a los discípulos que sus logros no se deben a sus esfuerzos personales sino a la manifestación del poder de la Palabra de Jesús.

Comienzan entonces las reacciones de los discípulos (21,7-8). Se destaca particularmente la del Discípulo Amado y la de Pedro:

• El discípulo que Jesús amaba reconoce al Señor: “¡Es el Señor!” (21,7ª). Así como en la mañana de Pascua, junto a la tumba vacía (20,2.8), también ahora el discípulo que Jesús amaba es el primero en reconocer a Jesús con una gran sensibilidad de fe. Y no sólo lo reconoce sino que se lo comunica a Pedro.

• Pedro quiere llegar de primero donde Jesús: “Cuando oyó ‘es el Señor’, se puso el vestido y se lanzó al mar” (21,7b). Pedro no se aguanta. No ve la hora de llegar hasta donde Jesús. Se olvida de todo: los pescados, la barca, los otros discípulos y se lanza en dirección de Jesús en medio de las aguas frías de la mañana. Si acaso tiene tiempo para ponerse la ropa para llegar digno donde su Señor.

Si bien el discípulo Amado es el primero en reconocer a Jesús, Pedro es el primero en tirarse al agua. Es el preludio de lo que vendrá más adelante: “¿Me amas más que éstos?” (20,15).

(3) Jesús invita a comer a los discípulos: “Venid y comed”. El don de la comunión plena con el Resucitado (20,9-14)

Estando todos ya en la orilla, Jesús los invita a compartir con Él la primera comida del día. Les ofrece un pez a la parrilla y pan. Por instrucción de Jesús, los discípulos también hacen su aporte con lo recién pescado (21,10).

En esta comida cada uno aporta lo suyo, pero el don de Jesús es superior, porque –al fin y al cabo- todo proviene de Él.

Justo a la hora del compartir se hace el conteo: los peces suman “ciento cincuenta y tres”. Por tercera vez el relato subraya la “abundancia de peces” (20,6.8; y además “grandes”, 21,11ª). Sólo que esta vez hay un número preciso. ¿Cómo entender este número? Lo mejor quizás sea verlo simple y llanamente como una forma de indicar -con un detalle real- la abundancia de la pesca.
Pero hay también otras explicaciones que ven aquí un simbolismo, de las cuales (permitámonoslo esta vez) valdría la pena mencionar dos:

• La primera tiene que ver con el alfabeto. Los antiguos –judíos, griegos, romanos y otros- no contaban con los signos gráficos que tenemos hoy para indicar los números, para ello usaban las letras del alfabeto (para los romanos: I=1, V=5; X=10, y así en adelante). Esto daba cálculos interesantes: “mi nombre vale tanto...”; o entonces: “la fecha de mi nacimiento da tal frase... o tal nombre”. Pues bien, el número 153 podría representar, en hebreo, frases bien dicientes para esta pesca, tales como: “Qahal ha ahavah”, que significa “comunidad de amor”; o también “B’ney ha Elohim”, que significa “hijos de Dios”.

• La segunda explicación (todavía menos convincente) es que se trata de una cuestión de suma. Varios números tenían un valor especial (como hoy para nosotros: “una persona nota 10”, para decir el máximo; o “ya te lo dije mil veces”, etc.). Si se toma el número 7 (número perfecto o completo), más el número 10 (símbolo de lo que está completo) y sumamos: 10+7=17. Ahora sumamos todos los números de 1 a 17 (1+2+3+4+...17), nos da 153, significando totalidad.
Estas explicaciones no son más que meras hipótesis. Pero es el relato mismo el que nos da la pista fundamental: Jesús congrega a su comunidad, la unifica en una experiencia de amor caracterizada por la donación recíproca en la que no hay mezquindad sino todo lo contrario, una gran generosidad, hasta el colmo (como se manifestó en la Cruz).

Finalmente, en la acción de Jesús en la orilla hace que lo vivido en alta mar encuentre su sentido. La comunidad reunida en torno a Él en la playa escucha la última instrucción: “Venid y comed” (21,12).

Notemos cómo, en última instancia, todo ha sido conducido por el protagonismo-Señorío de Jesús, lo que notamos en los sucesivos imperativos: (a) “Echad la red” (21,6ª); (b) “Traed algunos de los peces” (21,10); y (c) “Venid y comed” (21,12). Con los últimos imperativos la progresiva atracción a Jesús llega al máximo.

Jesús hace, entonces, un gesto diciente: “Toma el pan y se lo da” y lo mismo hace con el pescado (21,13b). La frase nos remite a la multiplicación de los panes (6,11: los mismos términos), también ella a la orilla del mar de Tiberíades (6,1). Esta estrecha relación con el capítulo 6 de Juan le da al gesto un matiz eucarístico.

El gesto externo toca también lo interno: Jesús va hasta el fondo de la amistad rota. A Pedro el pescado le debió saber a lágrima, ya que Jesús le ofrece este signo de amistad delante de unos carbones encendidos, como en la hora de la negación (ver 18,18).
Y, entretanto, un silencio que habla: “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle ‘¿Quién eres tú?’, sabiendo que era el Señor” (21,12b). De nuevo, como al principio, vuelve el ambiente de silencio, ninguno de los discípulos dice ni una sola palabra. Pero no ya es el silencio amargo del escándalo de la Cruz, sino el silencio que reconoce una presencia viva, que acoge la identidad del Maestro, que satisface la interpelación del corazón.

Ahora que Jesús ha resucitado, Jesús rescata a sus discípulos de la noche de una ausencia que nunca ha sido tal y atrae a su comunidad a una comunión más profunda con Él. En este comer juntos Jesús es para ellos más que nunca “el pan que da la vida” plena y resucitada (6,35).
Para cultivar la semilla de la Palabra en el corazón:

1. ¿Qué implica la experiencia de la resurrección de Jesús para la vida de discipulado?

2. ¿Qué pasos sigue la formación de la comunidad de Jesús Resucitado en este relato? ¿Cómo se repite este proceso hoy?

3. En este relato aprendemos que la vida y la misión de la Iglesia no es fecunda por nuestro trabajo sino por la bendición del Señor. ¿Qué nos corresponde a nosotros?

4. ¿Qué caracteriza a Pedro y al Discípulo Amado en este pasaje? ¿Cómo se complementan? ¿Qué indica la prioridad que se le da a Pedro?

5. En ambiente de fraternidad, donde se comparte el pan, el Resucitado se manifiesta. ¿Qué gestos de fraternidad pascual estamos promoviendo?

Francisco Fernández-Carvajal
Hablar con Dios


Octava de Pascua. Viernes

CONSTANCIA EN EL APOSTOLADO


— La pesca milagrosa. Junto al Señor, los frutos son siempre abundantes. Distinguir al Señor en medio de los acontecimientos de la vida.

— El apostolado supone un trabajo paciente.

— Contar con el tiempo. Poner más medios humanos y sobrenaturales cuanta más resistencia ofrezca un alma.

I. Jesucristo... es la piedra angular: ningún otro puede salvar; bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos1.

Los Apóstoles han marchado de Jerusalén a Galilea, como les había indicado el Señor2. Están junto al lago: en el mismo lugar o en otro semejante donde un día los encontró Jesús y los invitó a seguirle. Ahora han vuelto a su antigua profesión, la que tenían cuando el Señor los llamó. Jesús los halla de nuevo en su tarea. Acaeció así: estaban juntos Simón Pedro y Tomás, llamado Dídimo, Natanael, que era de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos de sus discípulos3. Son siete en total. Es la hora del crepúsculo. Otras barcas han salido ya para la pesca. Entonces, les dijo Simón Pedro: Voy a pescar. Le contestaron: Vamos también nosotros contigo. Salieron, pues, y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada.

Al alba, se presentó Jesús en la orilla. Jesús resucitado va en busca de los suyos para fortalecerlos en la fe y en su amistad, y para seguir explicándoles la gran misión que les espera. Los discípulos no se dieron cuenta de que era Jesús, no acaban de reconocerle. Están a unos doscientos codos, a unos cien metros. A esa distancia, entre dos luces, no distinguen bien los rasgos de un hombre, pero pueden oírle cuando levanta la voz. ¿Tenéis algo que comer?, les pregunta el Señor. Le contestaron: No. Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca, y encontraréis. Y Pedro obedece: La echaron y ya no podían sacarla por la gran cantidad de peces. Juan confirma la certeza interior de Pedro. Inclinándose hacia él, le dijo: ¡Es el Señor! Pedro, que se ha estado conteniendo hasta este momento, salta como impulsado por un resorte. No espera a que las barcas lleguen a la orilla. Al oír Simón Pedro que era el Señor, se ciñó la túnica y se echó al mar. Los otros discípulos vinieron en la barca, pues no estaban lejos de tierra, sino a doscientos codos, arrastrando la red con los peces.

El amor de Juan distinguió inmediatamente al Señor en la orilla: ¡Es el Señor! «El amor, el amor lo ve de lejos. El amor es el primero que capta esas delicadezas. Aquel Apóstol adolescente, con el firme cariño que siente hacia Jesús, porque quería a Cristo con toda la pureza y toda la ternura de un corazón que no ha estado corrompido nunca, exclamó: ¡es el Señor!»4.

Por la noche –por su cuenta–, en ausencia de Cristo habían trabajado inútilmente. Han perdido el tiempo. Por la mañana, con la luz, cuando Jesús está presente, cuando ilumina con su Palabra, cuando orienta la faena, las redes llegan repletas a la orilla.

En cada día nuestro ocurre lo mismo. En ausencia de Cristo, el día es noche; el trabajo, estéril: una noche más, una noche vacía, un día más en la vida. Nuestros esfuerzos no bastan, necesitamos a Dios para que den fruto. Junto a Cristo, cuando le tenemos presente, los días se enriquecen. El dolor, la enfermedad, se convierten en un tesoro que permanece más allá de la muerte; la convivencia con quienes nos rodean se torna junto a Jesús un mundo de posibilidades de hacer el bien: pormenores de atención, aliento, cordialidad, petición por los demás...

El drama de un cristiano comienza cuando no ve a Cristo en su vida; cuando por la tibieza, el pecado o la soberbia se nubla su horizonte; cuando se hacen las cosas como si no estuviera Jesús junto a nosotros, como si no hubiera resucitado.

Debemos pedirle mucho a la Virgen que sepamos distinguir al Señor en medio de los acontecimientos de la vida, que podamos decir muchas veces: ¡Es el Señor! Y esto, en el dolor y en la alegría, en cualquier circunstancia. Junto a Cristo, cerca siempre de Él, seremos apóstoles, en medio del mundo, en todos los ambientes y situaciones5.

II. Cuando descendieron a tierra vieron unas brasas preparadas, un pez puesto encima y pan. Jesús les dijo: Traed algunos de los peces que habéis pescado ahora. Subió Simón Pedro y sacó a tierra la red llena de ciento cincuenta y tres peces grandes. Y aunque eran tantos no se rompió la red.

Los Santos Padres han comentado con frecuencia este episodio diciendo que la barca representa a la Iglesia, cuya unidad está simbolizada por la red que no se rompe; el mar es el mundo; Pedro, en la barca, simboliza la suprema autoridad de la Iglesia; el número de peces significa los llamados6. Nosotros, como los Apóstoles, somos los pescadores que han de llevar a las gentes a los pies de Cristo, porque las almas son de Dios7.

«¿Por qué contó el Señor tantos pescadores entre sus Apóstoles? (...). ¿Qué cualidad vio en ellos Nuestro Señor? Creo que había una cosa que apreció particularmente en quienes habían de ser sus Apóstoles: una paciencia inquebrantable (...). Han trabajado toda la noche y no han pescado nada; muchas horas de espera, en las que la luz gris de la aurora les traería su premio, y no lo ha habido (...).

»¡Cuánto ha esperado la Iglesia de Cristo a través de los siglos (...) extendiendo pacientemente su invitación y dejando que la gracia hiciera su obra! (...) ¿Qué importa si en un sitio o en otro ha trabajado duramente y recogido muy poco para su Maestro? Sobre su palabra, pese a todo, volverá a echar la red, hasta que su gracia, cuyos límites no guardan proporción con el esfuerzo humano, le traiga de nuevo una nueva pesca»8. No sabemos cómo ni cuándo, pero todo esfuerzo apostólico da su fruto, aunque en muchas ocasiones nosotros no lo veamos. El Señor nos pide a los cristianos la paciente espera de los pescadores. Ser constantes en el apostolado personal con los amigos y conocidos. No abandonarlos jamás, no dejar a nadie por imposible.

La paciencia es parte principal de la fortaleza y nos lleva a saber esperar cuando así lo requiera la situación, a poner más medios humanos y sobrenaturales, a recomenzar muchas veces, a contar con nuestros defectos y con los de las personas que queremos llevar a Dios. «La fe es un requisito imprescindible en el apostolado, que muchas veces se manifiesta en la constancia para hablar de Dios, aunque tarden en venir los frutos.

»Si perseveramos, si insistimos bien convencidos de que el Señor lo quiere, también a tu alrededor, por todas partes, se apreciarán señales de una revolución cristiana: unos se entregarán, otros se tomarán en serio su vida interior, y otros –los más flojos– quedarán al menos alertados»9.

III. Jesús llamó a los Apóstoles conociendo sus defectos. Los quiere como son. A Pedro le dirá, después de haber comido con ellos aquella mañana: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?... Apacienta mis corderos... Apacienta mis ovejas10. Cuenta con ellos para fundar su Iglesia; les da el poder de realizar en su nombre el Sacrificio del altar, el poder de perdonar los pecados, les hace depositarios de su doctrina y de sus enseñanzas... Confía en ellos y los forma con paciencia; cuenta con el tiempo para hacerlos idóneos para la misión que han de desempeñar.

El Señor también ha previsto los momentos y el modo de santificar a cada uno, respetando su personal correspondencia. A nosotros nos toca ser buenos canales por los que llega la gracia del Señor, facilitar la acción del Espíritu Santo en nuestros amigos, parientes, conocidos, colegas... Si el Señor no se cansa de dar su ayuda a todos, ¿cómo nos vamos a desalentar nosotros, que somos simples instrumentos? Si la mano del carpintero sigue firme sobre la madera, ¿cómo va a ser reacia la garlopa en realizar su trabajo?

No es corta la senda que conduce al Cielo. Y Dios no suele conceder gracias que consigan inmediatamente y de forma definitiva la santidad. Nuestros amigos, de ordinario, se acercarán poco a poco hasta el Señor. Encontraremos resistencias, consecuencia muchas veces del pecado original, que ha dejado sus secuelas en el alma, y también de los pecados personales. A nosotros nos corresponde facilitar la acción de Dios con nuestra oración, la mortificación, el quererles de verdad, el ejemplo, la palabra oportuna, la amistad sincera, la comprensión, el pasar por alto sus defectos... Si nuestros amigos tardan en responder a la gracia, nosotros debemos prodigar las muestras de amistad y de afecto, hacer más sólido el soporte humano sobre el que se apoya el apostolado. Afianzar el trato humano con esa persona, que parece no querer comprometerse en aquello que pueda acercarle a Cristo, es señal por nuestra parte de amistad verdadera y de rectitud de intención, de que nos mueve verdaderamente el deseo de que Dios tenga muchos amigos en la tierra, y el bien de nuestros amigos.

El Evangelio nos muestra cómo el Señor era Amigo de sus discípulos, dedicándoles todo el tiempo necesario: les pregunta si tienen algo que comer, para iniciar el diálogo, les prepara luego una pequeña comida a la orilla del lago, se marcha con Pedro mientras Juan les sigue, le dice que continúa confiando en él. No nos debe extrañar que unos amigos así tratados por el Amigo, den luego la vida hasta el martirio, por Él y por la salvación del mundo. Pidamos a Santa María que nos ayude a imitar a Jesús, de modo que en la amistad no seamos «un elemento pasivo tan solo. Tienes que convertirte en verdadero amigo de tus amigos: “ayudarles”. Primero, con el ejemplo de tu conducta. Y luego, con tu consejo y con el ascendiente que da la intimidad».

jueves, 4 de abril de 2024

Lecturas y reflexiones +

 



Primera lectura


Hch 3,11-26

Mataron al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles.

EN aquellos días, mientras el paralítico curado seguía aún con Pedro y Juan, todo el pueblo, asombrado, acudió corriendo al pórtico llamado de Salomón, donde estaban ellos. Al verlo, Pedro dirigió la palabra a la gente:
«Israelitas. ¿por qué se admiran de esto? ¿Por qué nos miran como si hubiéramos hecho andar a este con nuestro propio poder o virtud? El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que ustedes entregaron y de quien renegaron ante Pilato, cuando había decidido soltarlo.
Ustedes renegaron del Santo y del Justo, y pidieron el indulto de un asesino: mataron al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigo de ello.
Por la fe en su nombre, este, que ven aquí y que conocen, ha recobrado el vigor por medio de su nombre; la fe que viene por medio de él le ha restituido completamente la salud, a la vista de todos ustedes.
Ahora bien, hermanos, sé que lo hicieron por ignorancia, al igual que sus autoridades; pero Dios cumplió de esta manera lo que había predicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer.
Por tanto, arrepíentanse y conviértanse, para que se borren sus pecados; para que vengan tiempos de consuelo de parte de Dios, y envíe a Jesús, el Mesías que les estaba destinado, al que debe recibir el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de la que Dios habló dede antiguo por boca de sus santos profetas.
Moisés dijo: ´´El Señor Dios de ustedes hará surgir de entre sus hermanos un profeta como yo: escuchen todo lo que les diga; y quien no escuche a ese profeta será excluido del pueblo``. Y, desde Samuel en adelante, todos los profetas que hablaron anunciaron también estos días.
Ustedes son los hijos de los profetas, los hijos de la alianza que hizo Dios con sus padres, cuando le dijo a Abrahán: ´´En tu descendencia serán bendecidas todas las familias de la tierra``. Dios resucitó a su Siervo y se lo envía en primer lugar a ustedes para que les traiga la bendición, apartando a cada uno de sus maldades».

Palabra de Dios.

Salmo


Sal 8,2ab y 5.6-7.8-9 (R. cf. 2b)

R. ¡Señor, Dios nuestro,
qué admirable es tu nombre en toda la tierra!

O bien:

R. Aleluya

V. Señor, Dios nuestro,
¿qué es el hombre para que te acuerdes de él,
el ser humano, para mirar por él? R.

V. Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad;
le diste el mando sobre las obras de tus manos.
Todo lo sometiste bajo sus pies. R.

V. Rebaños de ovejas y toros,
y hasta las bestias del campo,
las aves del cielo, los peces del mar
que trazan sendas por el mar. R.

SECUENCIA (opcional)

Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.

Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.

Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.

«¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,

los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!

Vengan a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí verán los suyos
la gloria de la Pascua».

Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.

Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.

Aclamación


R. Aleluya, aleluya, aleluya
V. Este es el día que hizo el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo. R.

Evangelio


Lc 24,35-48

Así está escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, los discípulos de Jesús contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice:
«Paz a ustedes».
Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu.
Y él les dijo:
«¿Por qué se alarman?, ¿por qué surgen dudas en su corazón? Miren mis manos y mis pies: soy yo en persona.
Pálpenme y dense cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo».
Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:
«¿Tienen ahí algo de comer?».
Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos.
Y les dijo:
«Esto es lo que les dije mientras estaba con ustedes: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí».
Entonces les abrió el entedimiento para comprender las Escrituras:
Y les dijo:
«Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Ustedes son testigos de esto».

Palabra del Señor.



Pistas para la Lectio Divina

Lucas 24, 35-48: Encuentro con el Resucitado (VI): Los testigos pascuales. “Vosotros sois testigos de estas cosas”
Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la América Latina (CEBIPAL) del CELAM

El anuncio de la Resurrección de Jesús no proviene de una teoría sino de la experiencia de los que fueron testigos de ella mediante los encuentros con el Resucitado y luego afirmaron: “Nosotros lo hemos visto. Él se ha aparecido. Él vive”.

En el relato de hoy vemos cómo los discípulos llegan a la fe en la resurrección por medio de una experiencia suscitada por el mismo Jesús. La iniciativa proviene de Él. Jesús se presenta y se muestra a los discípulos.

Lo primero que sucede en el encuentro con Jesús resucitado es el saludo de la paz: “La paz con vosotros” (24,36). La paz es su don pascual (ver el evangelio del próximo domingo).
Por su parte, los discípulos deben vencer el miedo, las dudas y sus reflexiones poco claras, para convencerse de que no se trata de un fantasma sino de Jesús en persona.

Luego el texto nos muestra tres gestos de Jesús:

• Jesús muestra las manos y los pies: los signos de su muerte en la cruz (24, 39ª). De esa manera les muestra que es el mismo que murió en la cruz.

• Jesús les da permiso para que lo toquen (24,39b).

• Jesús come pescado delante de ellos (24,41-43). Deja claro que no es un fantasma o un espectro, sino que está delante de ellos con realidad concreta.

Pero la resurrección de Jesús no significa que él haya regresado de la muerte a la vida terrena, quedando exactamente igual a cómo lo conocieron antes de su muerte. Si así fuera, Jesús tendría que morir de nuevo. Y la resurrección de Jesús es mucho más que eso: significa que a él, quien murió en una cruz y fue sepultado, Dios le ha dado una vida nueva y definitiva, que supera la muerte.

Los discípulos no se han dejado engañar por un espíritu, ni por una ilusión: se trata de Jesús mismo, en persona, el que conocieron antes de la cruz, el mismo pero al mismo tiempo gloriosamente diferente. Él viene al encuentro de sus discípulos con una existencia, con una realidad nueva y definitiva.

Jesús mismo, por iniciativa propia, los ha convencido de que ha superado la muerte y que realmente vive. Jesús ha de sí mismo y de su vida poderosa el contenido, la esencia del testimonio de sus discípulos.

Luego, en 24,44-48, vemos cómo el Resucitado les explica a sus discípulos que su destino se comprende desde el plan de Dios y les ayuda a entender el sentido de las Escrituras, así como ya lo había hecho antes con los discípulos de Meaux.

Con su muerte y resurrección, Jesús completó el contenido del mensaje que debe ser anunciado a todos los pueblos. En el nombre de Jesús, es el testimoniarlo a Él, a partir de todo lo que se ha manifestado a través de su obra y su camino hasta la cruz y la resurrección, deben ser anunciados a todos la conversión y el perdón de los pecados.

Todos los hombres, por lo tanto, están llamados a convertirse al Dios que, a través del camino de Jesús, ha compartido nuestro destino humano hasta la muerte en la cruz y la resurrección vencedora de la muerte.

Todos los hombres, están llamados a convertirse al Dios que les ha demostrado su amor y su poder. La conversión se llevará a cabo en el apoyarse con confianza en las manos de este Dios, entonces perdonará todos los pecados y dará la plena comunión con Él.

El encuentro con el Resucitado hace de los discípulos verdaderos testigos. Todo anuncio debe partir de este testimonio y no de especulaciones, ideas u opiniones personales sin sobre el hecho mismo y sobre las instrucciones pascuales del Señor Jesús.

Toda transmisión del mensaje pascual depende del hecho de que los apóstoles son testigos oculares dignos de fe y han prestado un servicio fiel a su Palabra.

En síntesis, Jesús convence a sus discípulos de realidad de su vida nueva, los lleva a la comprensión de la Escritura y de su camino, les muestra el contenido del anuncio y en qué consiste su tarea misionera y finalmente los confirma como sus testigos. Sobre esta base se hace la experiencia de Jesús resucitado.

Para cultivar la semilla de la Palabra en el corazón:

1. ¿Por qué Jesús se les muestra con tanto realismo a los apóstoles?

2. ¿Cuál es contenido del anuncio que deben transmitir los apóstoles?

3. ¿En que se basa este anuncio?

“Mirad cuál surge Cristo transparente:
en medio de los hombres se perfila
su cuerpo humano, cuerpo del amigo
deseado, serena compañía.
El que quiera palparlo, aquí se acerque,
entre con su fe en el Hombre que humaniza,
dé riendas al amor, su gozo diga”
(De la Liturgia de las Horas)

Francisco Fernández-Carvajal
Hablar con Dios


Octava de Pascua. Jueves

AL ENCUENTRO DEL SEÑOR


— Aparición a los Once. Jesús conforta a los Apóstoles. Presencia de Jesucristo en nuestros sagrarios.

— La Visita al Santísimo, continuación de la acción de gracias de la Comunión y preparación de la siguiente. El Señor nos espera a cada uno.

— Frutos de este acto de piedad.

I. Después de haberse aparecido a María Magdalena, a las demás mujeres, a Pedro y a los discípulos de Emaús, Jesús se aparece a los Once, según nos narra el Evangelio de la Misa1Él les dijo: ¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.

Les mostró luego las manos y los pies y comió con ellos. Los Apóstoles tendrán para siempre la seguridad de que su fe en el Resucitado no es efecto de la credulidad, del entusiasmo o de la sugestión, sino de hechos comprobados repetidamente por ellos mismos. Jesús, en sus apariciones, se adapta con admirable condescendencia al estado de ánimo y a las situaciones diferentes de aquellos a quienes se manifiesta. No trata a todos de la misma manera, pero por caminos diversos conduce a todos a la certeza de su Resurrección, que es la piedra angular sobre la que descansa la fe cristiana. Quiere el Señor dar todas las garantías a quienes constituyen aquella Iglesia naciente para que, a través de los siglos, nuestra fe se apoye sobre un sólido fundamento: ¡El Señor en verdad ha resucitado! ¡Jesús vive!

La paz sea con vosotros, dijo el Señor al presentarse a sus discípulos llenos de miedo. Enseguida, vieron sus llagas y se llenaron de gozo y de admiración. Ese ha de ser también nuestro refugio. Allí encontraremos siempre la paz del alma y las fuerzas necesarias para seguirle todos los días de nuestra vida. «Acudiremos como las palomas que, al decir de la Escritura (Cfr. Cant 2, 14), se cobijan en los agujeros de las rocas a la hora de la tempestad. Nos ocultamos en ese refugio, para hallar la intimidad de Cristo: y veremos que su modo de conversar es apacible y su rostro hermoso (Cfr. Cant 2, 14), porque los que conocen que su voz es suave y grata, son los que recibieron la gracia del Evangelio, que les hace decir: Tú tienes palabras de vida eterna (S. Gregorio Niseno, In Canticum Canticorum homiliae, V)»2.

A Jesús le tenemos muy cerca. En las naciones cristianas, donde existen tantos sagrarios, apenas nos separamos de Cristo unos kilómetros. Qué difícil es no ver los muros o el campanario de una iglesia, cuando nos encontramos en medio de una populosa ciudad, o viajamos por una carretera, o desde el tren... ¡Allí está Cristo! ¡Es el Señor!3, gritan nuestra fe y nuestro amor. Porque el Señor se encuentra allí con una presencia real y sustancial. Es el mismo que se apareció a sus discípulos y se mostró solícito con todos.

Jesús se quedó en la Sagrada Eucaristía. En este memorable sacramento se contiene verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo y la Sangre, juntamente con el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor y, por consiguiente, Cristo entero. Esta presencia de Cristo en la Sagrada Eucaristía es real y permanente, porque, acabada la Santa Misa, queda el Señor en cada una de las formas y partículas consagradas no consumidas4. Es el mismo que nació, murió y resucitó en Palestina, el mismo que está a la diestra de Dios Padre.

En el Sagrario nos encontramos con Él, que nos ve y nos conoce. Podemos hablarle como hacían los Apóstoles, y contarle lo que nos ilusiona y nos preocupa. Allí encontramos siempre la paz verdadera, la que perdura por encima del dolor y de cualquier obstáculo.

II. La piedad eucarística, dice Juan Pablo II, «ha de centrarse ante todo en la celebración de la Cena del Señor, que perpetúa su amor inmolado en la cruz. Pero tiene una lógica prolongación (...), en la adoración a Cristo en este divino sacramento, en la visita al Santísimo, en la oración ante el sagrario, además de los otros ejercicios de devoción, personales y colectivos, privados y públicos, que habéis practicado durante siglos (...). Jesús nos espera en este Sacramento del Amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las graves faltas y delitos del mundo»5.

Jesús está allí, en el sagrario cercano. Quizá a pocos kilómetros, o quizá a pocos metros. ¿Cómo no vamos a ir a verle, a amarle, a contarle nuestras cosas, pedirle? ¡Qué falta de coherencia, si no lo hiciéramos con fe! ¡Qué bien entendemos esta costumbre secular de las «cotidianas visitas a los divinos sagrarios»!6. Allí el Maestro nos espera desde hace veinte siglos7, y podremos estar junto a Él como María, la hermana de Lázaro –la que escogió la mejor parte8–, en su casa de Betania. «Os diré –son palabras de San Josemaría Escrivá– que para mí el Sagrario ha sido siempre Betania, el lugar tranquilo y apacible donde está Cristo, donde podemos contarle nuestras preocupaciones, nuestros sufrimientos, nuestras ilusiones y nuestras alegrías, con la misma sencillez y naturalidad con que le hablaban aquellos amigos suyos, Marta, María y Lázaro. Por eso, al recorrer las calles de alguna ciudad o de algún pueblo, me da alegría descubrir, aunque sea de lejos, la silueta de una iglesia: es un nuevo Sagrario, una ocasión más de dejar que el alma se escape para estar con el deseo junto al Señor Sacramentado»9.

Jesús espera nuestra visita. Es, en cierto modo, la devolución de la que Él nos ha hecho en la Comunión y «es prueba de gratitud, signo de amor y deber de adoración a Cristo Señor, allí presente»10. Es continuación de la acción de gracias de la Comunión anterior, y preparación para la siguiente.

Cuando nos encontremos delante del sagrario bien podremos decir con toda verdad y realidad: Dios está aquí. Y ante este misterio de fe no cabe otra actitud que la de adoración: Adoro te devote... Te adoro con devoción, Deidad oculta; de respeto y asombro; y, a la vez, de confianza sin límites. «Permaneciendo ante Cristo, el Señor, los fieles disfrutan de su trato íntimo, le abren su corazón pidiendo por sí mismos y por los suyos y ruegan por la paz y la salvación del mundo. Ofreciendo con Cristo toda su vida al Padre en el Espíritu Santo, sacan de este trato admirable un aumento de su fe, su esperanza y su caridad. Así fomentan las disposiciones debidas que les permiten celebrar con la devoción conveniente el memorial del Señor y recibir frecuentemente el pan que nos ha dado el Padre»11.

III. «Comenzaste con tu visita diaria... —No me extraña que me digas: empiezo a querer con locura la luz del Sagrario»12. La Visita al Santísimo es un acto de piedad que lleva pocos minutos, y, sin embargo, ¡cuántas gracias, cuánta fortaleza y paz nos da el Señor! Allí mejora nuestra presencia de Dios a lo largo del día, y sacamos fuerzas para llevar con garbo las contrariedades de la jornada; allí se enciende el afán de trabajar mejor, y nos llevamos una buena provisión de paz y alegría para la vida de familia... El Señor, que es buen pagador, agradece siempre el que hayamos ido a visitarle. «Es tan agradecido, que un alzar de ojos con acordarnos de Él no deja sin premio»13.

En la Visita al Santísimo vamos a hacer compañía a Jesús Sacramentado durante unos minutos. Quizá ese día no han sido muchos quienes le han visitado, aunque Él los esperaba. Por eso le alegra mucho más el vernos allí. Rezaremos alguna oración acostumbrada junto a la Comunión espiritual, le pediremos ayudas –espirituales y materiales–, le contaremos lo que nos preocupa y lo que nos alegra, le diremos que, a pesar de nuestras miserias, puede contar con nosotros para evangelizar de nuevo el mundo, le diremos, quizá, que queremos acercarle un amigo... «¿Qué haremos, preguntáis algunas veces, en la presencia de Dios Sacramentado? Amarle, alabarle, agradecerle y pedirle. ¿Qué hace un sediento en vista de una fuente cristalina?»14.

Cuando dejemos el templo, después de esos momentos de oración, habrá crecido en nosotros la paz, la decisión de ayudar a los demás, y un vivo deseo de comulgar, pues la intimidad con Jesús no se realizará completamente más que en la Comunión. Nos habrá servido, en fin, para aumentar la presencia de Dios en medio del trabajo y de nuestras ocupaciones diarias. Nos será fácil mantener con Él un trato de amistad y de confianza a lo largo del día.

Los primeros cristianos, desde el momento en que tuvieron iglesias y reserva del Santísimo Sacramento, ya vivían esta piadosa costumbre. Así comenta San Juan Crisóstomo estas breves palabras del Evangelio: «Y entró Jesús en el templo. Esto era lo propio de un buen hijo: pasar enseguida a la casa de su padre, para tributarle allí el honor debido. Como tú, que debes imitar a Jesucristo, cuando entres en una ciudad debes, lo primero, ir a la iglesia»15.

Una vez en la iglesia, podremos localizar fácilmente el sagrario –que es a donde se debe dirigir en primer lugar nuestra atención–, pues deberá estar situado en un lugar «verdaderamente destacado» y «apto para la oración privada». Y en él, la presencia de la Santísima Eucaristía estará indicada por la pequeña lámpara que, como signo de honor al Señor, arderá de continuo junto al tabernáculo16.

Al terminar nuestra oración le pedimos a nuestra Madre Santa María que nos enseñe a tratar a Jesús realmente presente en el sagrario como Ella le trató en aquellos años de su vida en Nazaret.

miércoles, 3 de abril de 2024

Audiencia +

 https://www.youtube.com/live/rLh8od_7S3o?si=2-4J9lg4hFuIGyGm

Lecturas y reflexiones +

 



Primera lectura


Hch 3,1-10

Te doy lo que tengo: en nombre de Jesús, levántate y anda

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles.

EN aquellos días, Pedro y Juan subían al templo, a la oración de la hora de nona, cuando vieron traer a cuestas a un lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los días en la puerta del templo llamada «Hermosa», para que pidiera limosna a los que entraban. Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna. Pedro, con Juan a su lado, se quedó mirándolo y le dijo:
«Míranos».
Clavó los ojos en ellos, esperando que le darían algo. Pero Pedro le dijo:
«No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda».
Y agarrándolo de la mano derecha lo incorporó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, se puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie, dando brincos y alabando a Dios. Todo el pueblo lo vio andando y alabando a Dios, y, al caer en la cuenta de que era el mismo que pedía limosna sentado en la puerta Hermosa del templo, quedaron estupefactos y desconcertados ante lo que había sucedido.

Palabra de Dios.

Salmo


Sal 105(104),1-2. 3-4. 6-7. 8-9 (R. 3b)

R. Que se alegren los que buscan al Señor.
O bien:
R. Aleluya.

V. Den gracias al Señor, invoquen su nombre,
den a conocer sus hazañas a los pueblos.
Cántenle al son de instrumentos,
hablen de sus maravillas. R.

V. Gloríense de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor.
Recurran al Señor y a su poder,
busquen continuamente su rostro. R.

V. ¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
él gobierna toda la tierra. R.

V. Se acuerda de su alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac. R.

SECUENCIA (opcional)

Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.

Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.

Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.

«¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,

los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!

Vengan a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí verán los suyos
la gloria de la Pascua».

Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.

Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.

Aclamación


R. Aleluya, aleluya, aleluya
V. Este es el día que hizo el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo. R.

Evangelio


Lc 24,13-35

Lo reconocieron al partir el pan

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

AQUEL mismo día, el primero de la semana, dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
«¿Qué conversación es esa que traen mientras van de camino?».
Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:
«¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?». 
Él les dijo:
«¿Qué?».
Ellos le contestaron:
«Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».
Entonces él les dijo:
«¡Qué necios y torpes son para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?».
Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo:
«¿Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista.
Y se dijeron el uno al otro:
«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Palabra del Señor.



Pistas para la Lectio Divina

Lucas 24, 13-35: Encuentro con el Resucitado (III): Emaús, un itinerario de vida y esperanza. “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?”
Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la América Latina (CEBIPAL) del CELAM

El relato de los discípulos de Emaús nos enseña a reconocer en los caminos de la vida la presencia del Resucitado, a repetir sus gestos reveladores y a formar desde allí una verdadera comunidad pascual. A todos nosotros nos conviene recorrer este itinerario.

(1) Dos discípulos se alejan de Jerusalén (24,13-24)

El camino de Emaús es un camino de alejamiento de Jerusalén. Los dos discípulos, Cleofás y su compañero, se alejan poco a poco del lugar donde experimentaron el gran dolor de la pasión.

Cuando se dice que son dos “de ellos” se muestra que se trata del alejamiento discreto de la comunidad de Jesús, una comunidad que –sin el Maestro- ya no significa nada para ellos.

Jesús se acerca y camina junto con los discípulos, pero éstos no lo reconocen. “Sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran” (24,16). Es su modo de ver la Pasión lo que les impide reconocer a Jesús resucitado.

Valga decir en este punto que a veces a nosotros nos pasa lo mismo: en nuestra vida hay situaciones duras, contradictorias, incluso muy dolorosas; si nos encerramos en nuestro dolor, en nuestra decepción y no vemos sino el lado negativo de las cosas, nunca vamos a poder darnos cuenta de la presencia de Jesús que está ahí caminando a nuestro lado, dispuesto a darle sentido y esperanza a nuestras penas. Cierro paréntesis.

Jesús comienza a educar a los dos peregrinos. Primero los hace hablar con él: “¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?” (24,17ª). La primera reacción de los discípulos no es muy amable (224,18). Entonces cuentan lo que pasó: una esperanza frustrada, no ven el sentido positivo de la Pasión. En sus palabras se nota el desgano. Todos los sueños se vinieron abajo, todo acabó.

Jesús se sitúa al mismo nivel en el que están ellos y luego los va conduciendo gradualmente hasta el nivel de comprensión que Él tiene. Jesús desciende hasta el escándalo de la cruz que los discípulos tienen aún vivo: “se pararon con aire entristecido” (24,17b). Jesús los comienza a atraer hacia su experiencia de resurrección dejando que ellos expongan los acontecimientos pascuales de esa misma mañana, no importa que concluyan que “no lo vieron”.

(2) Jesús les explica las Escrituras (24,25-27)

La luz de la Palabra de Dios es la primera en comenzar a encender la esperanza en la oscuridad del corazón de los discípulos. Jesús los guía en una lectura del sentido de la Pasión en la Escritura. Allí entienden que “era necesario que el Mesías padeciera para entrar en su gloria” (24,26). El sufrimiento puede convertirse en un camino de gloria.

A lo mejor los discípulos conocían esos textos de la Biblia, pero les pasaba comos pasa a nosotros muchas veces. Sucede con frecuencia que hemos recibido toda una formación, que sabemos las enseñanzas de la Biblia y de la Iglesia, pero cuando llega el momento, no sabemos ponerlas en práctica. A veces le ofrecemos todo al Señor, los sufrimientos incluidos, pero cuando nos vemos en situaciones penosas nos enredamos en nuestros sentimientos negativos, nos ofuscamos, protestamos, no vemos cómo encaja eso en la experiencia de Dios.

(3) Jesús acepta el hospedaje que le ofrecen los dos discípulos y se les da a conocer (24,28-31)

Jesús no sólo comparte la casa de ellos sino también su mesa. Allí les renueva el gesto de la última cena. Los discípulos lo reconocen en la fracción del pan, o sea, en el gesto del don que revela el sentido positivo de la pasión: la generosidad de Jesús hacia nosotros, su amor que llegó hasta el extremo de dar la vida y que ha transformado su sentido (la muerte como donación de sí mismo). Y fue ahí, en el sentido positivo de su pasión, donde lo reconocieron.

(4) Los discípulos regresan a Jerusalén (24,32-35)

Con el corazón ardiente, con el rostro de Jesús impregnado en sus retinas, con una nueva visión de la cruz, con una nueva fuerza –después de que primero andaban tristes- los discípulos transformados recorren el camino inverso: regresan a Jerusalén, al mismo lugar de la Pasión, que tanta frustración les trajo. Este es también el lugar de la comunidad a la que le habían perdido el gusto, y allí reemprendieron su camino de fe.

Es la comunión en la fe pascual la que nos lleva a la comunión de amor en una vida sabrosamente fraterna.

(5) Todos los días se repite este camino

Todos los días vivimos en la Eucaristía estos dos momentos: la liturgia de la Palabra y la Liturgia de la Eucaristía. Las dos van unidas, porque el pan eucarístico es un pan para la fe, para el amor. Por eso tiene una relación estrecha con la Palabra de Dios. Todas las palabras de la Biblia tienen su sentido definitivo en el misterio eucarístico: al mismo tiempo que explicitan su misterio, nos dejan ver la riqueza de sus distintos aspectos. La Eucaristía es presencia de Cristo resucitado, pan vivo y vivificante, pan que revela el sentido de la Pasión y la realidad de la Resurrección.

Para cultivar la semilla de la Palabra en el corazón:

1. ¿Por qué y cómo se alejan los dos peregrinos de Emaús de Jerusalén?
2. ¿Qué pasos da Jesús en su pedagogía con ellos para hacerlos volver?
3. ¿Cómo se repite hoy este evangelio?

La resurrección de Cristo es “un hecho que implica a toda la humanidad,
que se extiende en el mundo y tiene una importancia cósmica.
Del valor universal de la resurrección de Cristo
se deriva el significado del drama humano,
la solución del problema del mal,
la génesis de una nueva forma de vida que se llama ‘cristianismo””
(Pablo VI, homilía de Pascua, 1964)

Octava de Pascua. Miércoles

DEJARSE AYUDAR


— En el camino de Emaús. Jesús vive y está a nuestro lado.

— Cristo nunca abandona a los suyos, no le abandonemos nosotros. La virtud de la fidelidad. Ser fieles en lo pequeño.

— La virtud de la fidelidad debe informar todas las manifestaciones de la vida del cristiano.

I. El Evangelio de la Misa de hoy nos presenta otra aparición de Jesús el mismo día de Pascua por la tarde.

Dos discípulos se dirigen a su aldea, Emaús, perdida la virtud de la esperanza porque Cristo, en quien habían puesto todo el sentido de su vida, ha muerto. El Señor, como si también Él fuese de camino, les da alcance y se une a ellos sin ser reconocido1. La conversación tiene un tono entrecortado, como cuando se habla mientras se camina. Hablan entre sí de lo que les preocupa: lo ocurrido en Jerusalén la tarde del viernes, la muerte de Jesús de Nazaret. La crucifixión del Señor había supuesto una grave prueba para las esperanzas de todos aquellos que se consideraban sus discípulos y que, en un grado o en otro, habían depositado en Él su confianza. Todo se había desarrollado con gran rapidez, y aún no se han recobrado de lo que habían visto sus ojos.

Estos que regresan a su aldea, después de haber celebrado la fiesta de la Pascua en Jerusalén, muestran su inmensa tristeza, su desesperanza y desconcierto a través de la conversación: Nosotros esperábamos que había de redimir a Israel, dicen. Ahora hablan de Jesús como de una realidad pasada: Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso... «Fijaos en este contraste. Ellos dicen: (...) “¡Que fue!”... ¡Y lo tienen al lado, está caminando con ellos, está en su compañía indagando la razón, las raíces íntimas de su tristeza!

»“Que fue...”, dicen ellos. Nosotros, si hiciéramos un sincero examen, un detenido examen de nuestra tristeza, de nuestros desalientos, de nuestro estar de vuelta de la vida, encontraríamos una clara vinculación con ese pasaje evangélico. Comprobaríamos que espontáneamente decimos: “Jesús fue...”, “Jesús dijo...”, porque olvidamos que, como en el camino de Emaús, Jesús está vivo a nuestro lado ahora mismo. Este redescubrimiento aviva la fe, resucita la esperanza, es hallazgo que nos señala a Cristo como gozo presente: Jesús es, Jesús prefiere; Jesús dice; Jesús manda, ahora, ahora mismo»2. Jesús vive.

Conocían estos hombres la promesa de Cristo acerca de su Resurrección al tercer día. Habían oído por la mañana el mensaje de las mujeres que han visto el sepulcro vacío y a los ángeles. Habían tenido suficiente claridad para alimentar su fe y su esperanza; sin embargo, hablan de Cristo como de algo pasado, como de una ocasión perdida. Son la imagen viva del desaliento. Su inteligencia está a oscuras y su corazón embotado.

Cristo mismo –a quien al principio no reconocen, pero cuya compañía y conversación aceptan– les interpreta aquellos acontecimientos a la luz de las Escrituras. Con paciencia, les devuelve la fe y la esperanza. Y aquellos dos recuperan también la alegría y el amor: ¿No es verdad –dicen más tarde– que sentíamos abrasarse nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?3.

Es posible que nosotros también nos encontremos alguna vez con el desaliento y la falta de esperanza ante defectos que no acabamos de desarraigar, ante dificultades en el apostolado o en el trabajo que nos parecen insuperables... En esas ocasiones, si nos dejamos ayudar, Jesús no permitirá que nos alejemos de Él. Quizá sea en la dirección espiritual donde, al abrir el alma con sinceridad, veamos de nuevo al Señor. Con Él vienen siempre la alegría y los deseos de recomenzar cuanto antes: Y se levantaron a toda prisa y regresaron a Jerusalén... Pero es necesario dejarse ayudar, estar dispuestos a ser dóciles a los consejos que recibimos.

II. La esperanza es la virtud del caminante que, como nosotros, todavía no ha llegado a la meta, pero sabe que siempre tendrá los medios para ser fiel al Señor y perseverar en la propia vocación recibida, en el cumplimiento de los propios deberes. Pero hemos de estar atentos a Cristo, que se acerca a nosotros en medio de nuestras ocupaciones, y «agarrarnos a esa mano fuerte que Dios nos tiende sin cesar, con el fin de que no perdamos el punto de mira sobrenatural; también cuando las pasiones se levantan y nos acometen para aherrojarnos en el reducto mezquino de nuestro yo, o cuando –con vanidad pueril– nos sentimos el centro del universo. Yo vivo persuadido de que, sin mirar hacia arriba, sin Jesús, jamás lograré nada; y sé que mi fortaleza, para vencerme y para vencer, nace de repetir aquel grito: todo lo puedo en Aquel que me conforta (Flp 4,13), que recoge la promesa segura de Dios de no abandonar a sus hijos, si sus hijos no le abandonan»4.

El Señor nos habla con frecuencia de fidelidad a lo largo del Evangelio: nos pone como ejemplo al siervo fiel y prudente, al criado bueno y leal en lo pequeño, al administrador fiel, etcétera. La idea de la fidelidad penetra tan hondo dentro del cristiano que el título de fieles bastará para designar a los discípulos de Cristo5.

A la perseverancia se opone la inconstancia, que inclina a desistir fácilmente de la práctica del bien o del camino emprendido, al surgir las dificultades y tentaciones. Entre los obstáculos más frecuentes que se oponen a la perseverancia fiel está, en primer lugar, la soberbia, que oscurece el fundamento mismo de la fidelidad y debilita la voluntad para luchar contra las dificultades y tentaciones. Sin humildad, la perseverancia se torna endeble y quebradiza. Otras veces, lo que dificulte la lealtad a los compromisos contraídos, será el propio ambiente, la conducta de personas que tendrían que ser ejemplares y no lo son y, por eso mismo, parece querer dar a entender que el ser fiel no es un valor fundamental de la persona.

En otras ocasiones, los obstáculos pueden tener su origen en el descuido de la lucha en lo pequeño. El mismo Señor nos ha dicho: Quien es fiel en lo pequeño, también lo es en lo grande6. El cristiano que cuida hasta los pequeños deberes de su trabajo profesional (puntualidad, orden...); el que lucha por mantener la presencia de Dios durante la jornada; el que guarda con naturalidad los sentidos; el marido leal con su esposa en los pequeños incidentes de la vida diaria; el estudiante que prepara sus clases cada día..., esos están en camino de ser fieles cuando sus compromisos requieran un auténtico heroísmo.

La fidelidad hasta el final de la vida exige la fidelidad en lo pequeño de cada jornada, y saber recomenzar de nuevo cuando por fragilidad hubo algún descamino. Perseverar en la propia vocación es responder a las llamadas que Dios hace a lo largo de una vida, aunque no falten obstáculos y dificultades y, a veces, incidentes aislados de cobardía o derrota. El llamamiento de Cristo exige una respuesta firme y continuada y, a la vez, penetrar más profundamente en el sentido de la Cruz y en la grandeza y en las exigencias del propio camino.

III. Esta virtud de la fidelidad debe informar todas las manifestaciones de la vida del cristiano: relaciones con Dios, con la Iglesia, con el prójimo en el trabajo, en sus deberes de estado y consigo mismo. Es más, el hombre vive la fidelidad en todas sus formas cuando es fiel a su vocación, y es de su fidelidad al Señor de donde se deduce, y a la que se reduce, la fidelidad a todos sus compromisos verdaderos. Fracasar, pues, en la vocación que Dios ha querido para nosotros es fracasar en todo. Al faltar la fidelidad al Señor, todo queda desunido y roto. Aunque luego Él, en su misericordia, puede recomponerlo todo, si el hombre, humildemente, se lo pide.

Dios mismo sostiene constantemente nuestra fidelidad, y cuenta siempre con la flaqueza humana, los defectos y las equivocaciones. Está dispuesto a darnos las gracias necesarias, como a aquellos dos de Emaús, para salir adelante en todo momento, si hay sinceridad de vida y deseos de lucha. Y ante el aparente fracaso de muchas tentativas (si lo hubiera), debemos recordar que Dios, más que el «éxito», lo que mira con ojos amorosos es el esfuerzo continuado en la lucha.

De este modo, perseverando con la ayuda de Dios en lo poco de cada día, lograremos oír al final de nuestra vida, con gozosísima dicha, aquellas palabras del Señor: Muy bien, siervo bueno y fiel; has sido fiel en lo poco, te constituiré sobre lo mucho; entra en el gozo de tu Señor7.

Es muy posible que nosotros también nos encontremos con personas que han perdido el sentido sobrenatural de su vida, y tendremos que llevarlas –en nombre del Señor– a la luz y a la esperanza. Porque es mucha la tibieza en el mundo, mucha la oscuridad, y la misión apostólica del cristiano es continuación de la de Jesús, concretada en aquellas personas entre las que transcurre su vida.

Al terminar nuestra oración también le decimos nosotros a Jesús: Quédate con nosotros, porque se hace de noche. Quédate con nosotros, Señor, porque sin Ti todo es oscuridad y nuestra vida carece de sentido. Sin Ti, andamos desorientados y perdidos. Y contigo todo tiene un sentido nuevo: hasta la misma muerte es otra realidad radicalmente diferente. Mane nobiscum, quoniam advesperascit et inclinatus est iam dies. Quédate, Señor, con nosotros..., recuérdanos siempre las cosas esenciales de nuestra existencia..., ayúdanos a ser fieles y a saber escuchar con atención el consejo sabio de aquellas personas en las que Tú te haces presente en nuestro continuo caminar hacia Ti. «“Quédate con nosotros, porque ha oscurecido...” Fue eficaz la oración de Cleofás y su compañero.

»—¡Qué pena, si tú y yo no supiéramos “detener” a Jesús que pasa!, ¡qué dolor, si no le pedimos que se quede!»8.

martes, 2 de abril de 2024

Completas +

 Martes de la Octava de Pascua, solemnidad

Completas


(se hace la señal de la cruz mientras se dice:)

V/. -Dios mío, ven en mi auxilio.

R/. -Señor, date prisa en socorrerme.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya


 

Examen de conciencia


Hermanos: Llegados al fin de esta jornada que Dios nos ha concedido, reconozcamos humildemente nuestros pecados.

Todos examinan en silencio su conciencia. Después se prosigue con una de las fórmulas siguientes:

Primera fórmula:

Yo confieso ante Dios todopoderoso

y ante vosotros, hermanos,

que he pecado mucho

de pensamiento, palabra, obra y omisión.

Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.


Por eso ruego a santa María, siempre Virgen,

a los ángeles, a los santos

y a vosotros, hermanos,

que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.


Segunda fórmula:

V/. Señor, ten misericordia de nosotros.

R/. Porque hemos pecado contra ti.

V/. Muéstranos, Señor, tu misericordia.

R/. Y danos tu salvación.


Tercera fórmula:

V/. Tú que has sido enviado a sanar los corazones afligidos: Señor, ten piedad.

R/. Señor, ten piedad.

V/. Tú que has venido a llamar a los pecadores: Cristo, ten piedad.

R/. Cristo, ten piedad.

V/. Tú que estás sentado a la derecha del Padre para interceder por nosotros: Señor, ten piedad.

R/. Señor, ten piedad.


Si preside la celebración un ministro, él solo dice la conclusión siguiente; en caso contrario, la dicen todos:

V/. Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.

R/. Amén.


 

Himno


Tiembla el frío de los astros,

y el silencio de los montes

duerme sin fin. (Sólo el agua

de mi corazón se oye.)


Su dulce latir, ¡tan dentro!,

calladamente responde

a la soledad inmensa

de algo que late en la noche.


Somos tuyos, tuyos, tuyos;

somos, Señor, ese insomne

temblor del agua nocturna,

más limpia después que corre.


¡Agua en reposo viviente,

que vuelve a ser pura y joven

con una esperanza! (Sólo

en mi alma sonar se oye.)


Gloria al Padre, gloria al Hijo,

gloria al Espíritu Santo,

por los siglos de los siglos. Amén.


Salmo 142,1-11: Lamentación y súplica ante la angustia


Ant: No me escondas tu rostro, ya que confío en ti. Aleluya.


Señor, escucha mi oración;

tú, que eres fiel, atiende a mi súplica;

tú, que eres justo, escúchame.

No llames a juicio a tu siervo,

pues ningún hombre vivo es inocente frente a ti.


El enemigo me persigue a muerte,

empuja mi vida al sepulcro,

me confina a las tinieblas

como a los muertos ya olvidados.

Mi aliento desfallece,

mi corazón dentro de mí está yerto.


Recuerdo los tiempos antiguos,

medito todas tus acciones,

considero las obras de tus manos

y extiendo mis brazos hacia ti:

tengo sed de ti como tierra reseca.


Escúchame en seguida, Señor,

que me falta el aliento.

No me escondas tu rostro,

igual que a los que bajan a la fosa.


En la mañana hazme escuchar tu gracia,

ya que confío en ti.

Indícame el camino que he de seguir,

pues levanto mi alma a ti.


Líbrame del enemigo, Señor,

que me refugio en ti.

Enséñame a cumplir tu voluntad,

ya que tú eres mi Dios.

Tu espíritu, que es bueno,

me guíe por tierra llana.


Por tu nombre, Señor, consérvame vivo;

por tu clemencia, sácame de la angustia.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: No me escondas tu rostro, ya que confío en ti. Aleluya.


Lectura

1P 5,8-9

Sed sobrios, estad alerta, que vuestro enemigo, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar; resistidle firmes en la fe.


V/. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. Aleluya, aleluya.

R/. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. Aleluya, aleluya.

V/. Tú, el Dios leal, nos librarás.

R/. Aleluya, aleluya.

V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

R/. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. Aleluya, aleluya.


Cántico Ev.


Ant: Sálvanos, Señor, despiertos, protégenos mientras dormimos, para que velemos con Cristo y descansemos en paz. Aleluya.


(se hace la señal de la cruz mientras se comienza a recitar)

Ahora, Señor, según tu promesa,

puedes dejar a tu siervo irse en paz.


Porque mis ojos han visto a tu Salvador,

a quien has presentado ante todos los pueblos:


luz para alumbrar a las naciones

y gloria de tu pueblo Israel.


Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Sálvanos, Señor, despiertos, protégenos mientras dormimos, para que velemos con Cristo y descansemos en paz. Aleluya.


Final



Oremos:


Ilumina, Señor, nuestra noche y concédenos un descanso tranquilo; que mañana nos levantemos en tu nombre y podamos contemplar, con salud y gozo, el clarear del nuevo día. Por Jesucristo nuestro Señor.

Amén.


(se hace la señal de la cruz mientras se dice:)

V/. El Señor todopoderoso nos conceda una noche tranquila y una muerte santa.

R/. Amén.

 


 

Se canta o se dice la siguiente antífona mariana:

 

Reina del Cielo, alégrate, aleluya,

porque el Señor,

a quien has merecido llevar, aleluya,

ha resucitado, según su palabra, aleluya.

Ruega al Señor por nosotros, aleluya.


V. Alégrate y goza, Virgen María, aleluya.

R. Porque verdaderamente ha resucitado el Señor, aleluya.