La Presentación de la Bienaventurada Virgen María
Memoria obligatoria
21 Noviembre
Biografía
En este día, en que se recuerda la dedicación, el año 543, de la iglesia de Santa María la Nueva, construida cerca del templo de Jerusalén, celebramos, junto con los cristianos de la Iglesia oriental, la «dedicación» que María hizo de sí misma a Dios, ya desde su infancia, movida por el Espíritu Santo, de cuya gracia estaba llena desde su concepción inmaculada.
Primera lectura
Ap 5,1-10
El Cordero fue degollado, y con su sangre nos adquirió de toda nación
Lectura del libro del Apocalipsis.
YO, Juan, vi en la mano derecha del que está sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, y sellado con siete sellos. Y vi a un ángel poderoso, que pregonaba en alta voz:
«¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?».
Y nadie, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro ni mirarlo. Yo lloraba mucho, porque no se había encontrado a nadie digno de abrir el libro y de mirarlo.
Pero uno de los ancianos me dijo:
«Deja de llorar; pues ha vencido el león de la tribu de Judá, el retoño de David, y es capaz de abrir el libro y sus siete sellos».
Y vi en medio del trono y de los cuatro vivientes, y en medio de los ancianos, a un Cordero de pie, como degollado; tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios enviados a toda la tierra. Se acercó para recibir el libro de la mano derecha del que está sentado en el trono.
Cuando recibió el libro, los cuatro vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron ante el Cordero; tenían cítaras y copas de oro llenas de perfume, que son las oraciones de los santos. Y cantan un cántico nuevo:
«Eres digno de recibir el libro
y de abrir sus sellos,
porque fuiste degollado,
y con tu sangre
has adquirido para Dios
hombres de toda tribu,
lengua, pueblo y nación;
y has hecho de ellos para nuestro Dios
un reino de sacerdotes, y reinarán sobre la tierra».
Palabra de Dios.
O bien:
Za 2,14-17
Alégrate, hija de Sión, que yo vengo
Lectura de la profecía de Zacarías
Alégrate y goza, hija de Sión,
que yo vengo a habitar dentro de ti
—oráculo del Señor—.
Aquel día se unirán al Señor muchos pueblos,
y serán pueblo mío.
Habitaré en medio de ti,
y comprenderás que el Señor de los ejércitos
me ha enviado a ti.
El Señor tomará posesión de Judá
sobre la tierra santa
y elegirá de nuevo a Jerusalén.
Calle toda carne ante el Señor,
cuando se levanta en su santa morada.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal 149,1-2.3-4.5-6a y 9b R. cf. Ap 5,10) /
R. Has hecho de nosotros para nuestro Dios un reino de sacerdotes.
O bien:
R. Aleluya.
V. Canten al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de fieles; que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sion por su Rey. R.
V. Alaben su nombre con danzas,
cántenle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes. R.
V. Que los fieles festejen su gloria y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca.
Es un honor para todos sus fieles. R.
O bien:
Lucas 1, 46-47. 48-49. 50-51. 52-53. 54-55
R. El poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo.
V. Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador. R.
V. Porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo. R.
V. Y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón. R.
V. Derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos. R.
V. Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
—como lo había prometido a nuestros padres—
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre. R.
Aclamación
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. No endurezcan hoy su corazón; escuchen la voz del Señor. R.
Evangelio
Lc 19,41-44.
¡Si reconocieras lo que conduce a la paz!
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, lloró sobre ella, mientras decía:
«¡Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos.
Pues vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco de todos lados, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el tiempo de tu visita».
Palabra del Señor.
O bien:
Mt 12, 46-50
Señalando con la mano a los discípulos, dijo: «Éstos son mi madre y mis hermanos»
Lectura del santo evangelio según san Mateo
En aquel tiempo, estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con él. Uno se lo avisó:
—«Oye, tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo».
Pero él contestó al que le avisaba:
—«¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?».
Y, señalando con la mano a los discípulos, dijo:
—«Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre».
Palabra del Señor.
Pistas para la Lectio Divina
Lucas 19,41-44: La ciudad en el corazón de Jesús orante. “¡Si comprendieras lo que conduce a la paz!”
Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la América Latina (CEBIPAL) del CELAM
Hemos venido acompañando a Jesús en su subida a Jerusalén. En este camino, el Maestro ha dado las lecciones más importantes sobre el discipulado, en ellas ha quedado claro en qué consiste el evangelio.
En este camino, ante Jesús, han aparecido los rostros de los aquellos que necesitan de salvación: el hombre herido en el camino de Jericó, la mujer encorvada, el hidrópico, el hijo pródigo, el mendigo Lázaro, el rico Zaqueo, el mendigo ciego de Jericó; los pobres, lisiados, cojos y ciegos invitados al banquete. Estos lo han acogido.
Pero en este mismo camino Jesús también ha encontrado rechazo: en Samaría no lo reciben porque se dirige a Jerusalén; las ciudades de Corazin, Betsaida y Cafarnaum les cierran las puertas a los misioneros; los fariseos y legistas se confabulan contra Él, lo critican porque come con pecadores y ayuda a la gente el sábado, Herodes amenaza su vida.
Pues bien, Jesús ahora llega a Jerusalén y allí encuentra la mayor resistencia: la de toda una ciudad y la que lo llevará a la muerte.
El texto comienza diciendo: “Al acercarse a Jerusalén y ver la ciudad, lloró por ella” (19,41). La tradición ha visto en este momento de la vida de Jesús, un momento de oración (hay actualmente una capilla en el Monte de los Olivos desde donde se vislumbra la ciudad de Jerusalén, conocida como “Dominus Flevit”). Y no hay duda que esta pausa en el camino, previa a la entrada a la ciudad santa, momento culminante de largo camino hacia Jerusalén, está envuelta en la atmósfera de la oración (al fin y al cabo, el ministerio de Jesús es orante), sin embargo, en ella Jesús no le habla al Padre sino a la ciudad. Su manera de hacerlo y el contenido de sus palabras son toda una enseñanza para nosotros.
(1) Qué hace Jesús frente a la ciudad (19,41)
La descripción lucana es muy diciente: un hombre sólo frente a una ciudad entera. Todo lo que puede distraes es quitado de en medio y así la atención del lector se enfoca hacia un escenario simple, donde se tiene lugar el monólogo del profeta frente a la capital, frente a la sede de la actividad política y religiosa, de la que ya se sabe que “apedrea a los profetas” (ver 13,34-35).
Las tres acciones iniciales de Jesús indican un itinerario también interno. El punto de referencia es “la ciudad”. De cara a ella, Jesús “se aproxima”, la “ve” y “llora” por ella. En tres pasos Jesús se inserta en el corazón de la ciudad y también inserta la ciudad en su corazón.
Notemos que hay un proceso de captación profunda. Aquí se revela un aspecto nuevo de la misericordia de Jesús, quien no sólo capta a las personas –individualmente- por dentro sino también todo el tejido urbano; ese mundo urbano en el que se vive funcionalmente, en el que se traba, se come, se duerme y se divierte, pero al que no se le capta fácilmente un corazón.
Jesús, en su oración capta lo esencial de aquello que es complejo y lo relee desde el proyecto de Dios.
(2) Qué le dice Jesús a la ciudad (19,42-44)
Jesús traduce sus lágrimas en palabras. No son palabras de amenaza sino las de un corazón adolorido que lanza un último llamado a la conversión desde el amor. El dolor del profeta expresa su visión anticipada de las trágicas consecuencias que tiene para el pueblo el no haber recapacitado a tiempo.
En sus palabras podemos notar los siguientes énfasis:
(a) Jerusalén es invitada a vivir su vocación. Precisamente el mismo nombre de la ciudad incluye el término “shalom”, que significa “paz”. Jesús trae el “mensaje de la paz” (este es el contenido del evangelio: Lc 1,79 y 2,14) que la puede ayudar a la realización de su proyecto.
(b) Jerusalén debe responder con urgencia. Para ello Jesús plantea la premura del tiempo: “este día” (del mensaje de paz; v.42) se contrapone al “vendrán días” (de violencia; v.43). La “visita” de Jesús (v.44), el tiempo de la salvación que se realiza en Jesús (ver Lucas 4,19 junto 1,68 y 7,16), es el último chance para revertir la historia.
(c) La solidez de la ciudad se vendrá abajo por causa de su autosuficiencia: “no quedará piedra sobre piedra” (v.44; cuyo desmonte se da dentro de la progresión del sitio de Jerusalén: la rodean, aprietan el cerco y la invaden arrasándola). Además de que este es un ejemplo claro de que “dispersa a los soberbios” (Lc 1,51), en el fondo está la pedagogía de Dios que coloca va a sustituir a Jerusalén por Jesús como punto de referencia del actuar salvífico de Dios.
(d) Hay una contraposición entre “conocer” (dicho dos veces) y “ocultar”. Jesús no le está quitando toda posibilidad a Jerusalén, sino que indica que la ciudad tendrá que hacer el camino lento que pasa por la sombra de la cruz y se desvela en la gloria de la resurrección.
Es así como Jesús saca a la luz la realidad de la ciudad, desde el proyecto que Dios tiene sobre ella y que está a punto de realizarse definitivamente en un nuevo anuncio del “mensaje de paz”. Esta nueva proclamación del Evangelio ya no brotará de sus labios en lo alto del Monte de los Olivos sino del silencio de las lágrimas en la entrega de sí mismo desde el Monte donde se planta la Cruz.
Para cultivar la semilla de la Palabra en lo hondo del corazón:
1. ¿De qué manera las lágrimas de Jesús, sobre la ciudad cerrada al evangelio, se siguen derramando hoy?
2. ¿Por qué las ciudades grandes son las más difíciles de evangelizar? ¿Por qué esto sucede también en los ambientes más religiosos, como lo era Jerusalén? ¿Hay esperanza?
3. ¿De qué manera va a Jesús a evangelizar finalmente a la ciudad santa?
4. ¿Qué se debe hacer en aquellos ambientes y con aquellas personas que le cierran las puertas al Evangelio de Jesús?
5. ¿Qué pistas nos dan las acciones de Jesús en este texto para la “pastoral urbana”?
Francisco Fernández-Carvajal
Hablar con Dios
21 de noviembre
PRESENTACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN*
Memoria
— El sentido de la fiesta. La entrega de María.
— Nuestra entrega. Correspondencia a la gracia.
— Imitar a Nuestra Señora. Renovar la entrega.
I. Nada sabemos de la vida de Nuestra Señora hasta el momento en que se le aparece el Arcángel para anunciarle que ha sido elegida para ser Madre de Dios. Llena de gracia desde el primer momento de su Concepción Inmaculada, la existencia de María es completamente singular Dios la miró y la custodió en cada instante con un amor único e irrepetible y a la vez fue una Niña normal, que llenó de gozo a todos cuantos la trataron en la vida corriente de un pueblo no demasiado grande.
San Lucas, tan diligente en examinar todas las fuentes que le pudieran aportar noticias y datos, omite cualquier referencia a María Niña. Muy probablemente, Nuestra Señora nada dijo de sus años primeros porque poco había que contar: todo transcurrió en la intimidad de su alma, y en un diálogo continuo con su Padre Dios, que esperaba, sin prisas, el momento inefable y único de la Encarnación. «¡Madre! ¿Por qué ocultaste los años de tu primera juventud? Luego vendrán los Evangelios apócrifos e inventarán mentiras; mentiras piadosas, sí, pero al fin y al cabo imágenes falsas de tu ser verdadero. Y nos dirán que vivías en el Templo, que los ángeles te traían de comer y hablaban contigo... Y así te alejan de nosotros»1, ¡cuando estás tan cerca de nuestro vivir cotidiano!
La fiesta que hoy celebramos no tiene su origen en el Evangelio, sino en una antigua tradición. La Iglesia no ha querido aceptar las narraciones apócrifas que suponían a Nuestra Madre en el Templo, desde la edad de tres años, consagrada a Dios con un voto de virginidad. Pero sí acepta el núcleo esencial de la fiesta2, la dedicación que la Virgen hizo de sí misma al Señor, ya desde su infancia, movida por el Espíritu Santo, de cuya gracia estaba llena desde el primer instante de su concepción. Esta entrega plena de María a Dios conforme va creciendo sí que es real y ejemplar para nosotros, pues nos mueve a no reservarnos nada.
Hoy es la fiesta de la absoluta pertenencia de la Virgen a Dios y de su plena entrega a los planes divinos. Por esta plena pertenencia, que incluye la dedicación virginal, Nuestra Señora podrá decir al Ángel: no conozco varón3. Desvela delicadamente una historia de entrega que había tenido lugar en la intimidad de su alma. María es ya una primicia del Nuevo Testamento, en el que la excelencia de la virginidad sobre el matrimonio cobrará todo su valor, sin menguar la santidad de la unión conyugal, que Cristo mismo elevará a la dignidad de sacramento4.
Hoy le pedimos a Ella que nos ayude a hacer realidad cada día esa entrega del corazón que Dios nos pide, según nuestra peculiar vocación recibida de Dios. «Ponte en coloquio con Santa María, y confíale: ¡oh, Señora!, para vivir el ideal que Dios ha metido en mi corazón, necesito volar... muy alto, ¡muy alto!
»No basta despegarte, con la ayuda divina, de las cosas de este mundo, sabiendo que son tierra. Más incluso: aunque el universo entero lo coloques en un montón bajo tus pies, para estar más cerca del Cielo... ¡no basta!
»Necesitas volar, sin apoyarte en nada de aquí, pendiente de la voz y del soplo del Espíritu. Pero, me dices, ¡mis alas están manchadas!: barro de años, sucio, pegadizo...
»Y te he insistido: acude a la Virgen. Señora repíteselo: ¡que apenas logro remontar el vuelo!, ¡que la tierra me atrae como un imán maldito! Señora; Tú puedes hacer que mi alma se lance al vuelo definitivo y glorioso, que tiene su fin en el Corazón de Dios.
»-Confía, que Ella te escucha»5.
II. La Virgen María ha sido la criatura que ha tenido la intimidad más grande con Dios, la que ha recibido más amor de Él, la llena de gracia6. Nunca negó a Dios nada, y su correspondencia a las gracias y mociones del Espíritu Santo fue siempre plena. De Ella debemos aprender a darnos por entero al Señor, con plenitud de correspondencia generosa, en el estado y en la vocación que Dios nos ha dado, en el quehacer concreto que tenemos encomendado en el mundo. Ella es el ejemplo a imitar. «Tal fue María -enseña a este respecto San Ambrosio, que su vida, por sí misma, es para todos una enseñanza». Y concluía: «Tened, pues, ante los ojos, pintadas como una imagen, la virginidad y la vida de la Bienaventurada Virgen, en la que se refleja como en un espejo el brillo de la pureza y la fuerza misma de la virtud»7.
Nuestra Madre Santa María correspondía y crecía en santidad y gracia. Habiendo estado llena de los dones divinos desde el primer instante, en la medida en que era fidelísima a las mociones que el Espíritu Santo le otorgaba, alcanzaba una nueva plenitud. Solo en Nuestro Señor no existió aumento o progreso de la gracia y de la caridad, porque Él tenía la plenitud absoluta en el momento de la Encarnación8; como enseña el II Concilio de Constantinopla, sería falsa y herética la afirmación: Jesucristo se hizo mejor por el progreso de las buenas obras9. María, por el contrario, fue creciendo en santidad en el curso de su vida terrena. Más aún, existió en su vida un progreso espiritual siempre creciente, que fue aumentando en la medida en que se acercaban los grandes acontecimientos de su vida aquí en la tierra: Encarnación de su Hijo, Corredención en el Calvario... Asunción a los Cielos.
Así ha ocurrido en el alma de los santos: cuanto más cerca van estando de Dios, más fieles son a las gracias recibidas y más rápidos caminan hacia Él. «Es el movimiento uniformemente acelerado, símbolo del progreso espiritual de la caridad en un alma que en nada se retrasa, y que camina cada vez más rápido hacia Dios cuanto más se le acerca, cuanto más es atraída por Él»10. Así ha de ser nuestra vida, pues el Señor nos llama a la santidad allí donde nos encontramos. Y serán precisamente las alegrías y las penas de la vida las que nos sirvan para ir cada vez más de prisa a Dios, correspondiendo a las gracias que recibimos. Las dificultades normales del trabajo, el trato con las personas que vemos todos los días, los pequeños servicios de la convivencia, las noticias que recibimos... han de ser motivos para amar cada día más al Señor. La Virgen nos invita hoy a no dejar nada escondido en el fondo del corazón que no sea de Dios por entero: «Señor, quita la soberbia de mi vida; quebranta mi amor propio, este querer afirmarme yo e imponerme a los demás. Haz que el fundamento de mi personalidad sea la identificación contigo»11, que cada día esté un poco más cerca de Ti. Dame esa prisa de los santos por crecer en tu Amor.
III. Nuestra Señora se dedicó por entero a Dios movida por el Espíritu Santo, y quizá lo hizo a esa edad en que los niños comienzan a tener uso de razón, que en Ella, llena de gracia, debió de ser de una particular luminosidad; o quizá desde siempre... sin que mediara ningún acto formal. «Sobrado conocido tenía afirma San Alfonso M.ª de Ligorio, la niña María, que Dios no acepta corazones divididos, sino que los quiere por completo consagrados a su amor en conformidad con el precepto divino: Amarás a Yahvé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas (cfr. Dt 6, 5), por lo que, desde el momento en que empezó a vivir, comenzó a amar a Dios con todas sus fuerzas y se le entregó por completo»12. María siempre perteneció a Dios; y esta pertenencia cada vez debió de ser más consciente, con un amor que alcanzaba en toda ocasión y circunstancia una nueva plenitud.
Hoy puede ser una buena oportunidad todos los días lo son para que, meditando en esta fiesta de María, en la que se pone de manifiesto su completa dedicación al Señor, renovemos nosotros nuestra entrega a Dios en medio de los normales quehaceres cotidianos, en el lugar en el que nos ha puesto el Señor. Pero hemos de tener en cuenta que todo paso adelante en nuestra unión con Dios ha de pasar necesariamente por un trato más frecuente con el Espíritu Santo, Huésped de nuestra alma, a quien Nuestra Señora fue tan dócil a lo largo de su vida. Hoy, para pedir esta gracia, nos puede ayudar la oración que compuso para su devoción personal San Josemaría Escrivá: «Ven, ¡oh Santo Espíritu!: ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos; fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo; inflama mi voluntad... He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después... mañana. Nunc coepi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.
»¡Oh, Espíritu de verdad y de sabiduría, Espíritu de entendimiento y de consejo, Espíritu de gozo y de paz!: quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras...»13.
Pidamos también a Nuestra Señora que haya mucha gente que, dócil al Espíritu Santo, se dé por entero al Señor, como Ella, desde su primera juventud.
En este día se recuerda la consagración de la iglesia de Santa María la Nueva, construida cerca del Templo de Jerusalén, para conmemorar la dedicación que la Virgen -según una piadosa tradición- hizo de sí misma al Señor, ya desde su infancia, movida por el Espíritu Santo, de cuya gracia estaba llena desde su Concepción Inmaculada. En el siglo xiv se introdujo la fiesta en Occidente.