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lunes, 18 de noviembre de 2024

Lecturas y reflexiones +

 Dedicación de las basílicas de los santos Pedro y Pablo




Memoria libre

18 Noviembre

Biografía


Ya en el siglo XII se celebraba en la basílica Vaticana de san Pedro y en la basílica de san Pablo en la vía Ostiense el aniversario de las respectivas dedicaciones, hechas por los santos papas Silvestre y Siricio en el siglo IV. Esta conmemoración se extendió posteriormente a todo el rito romano. Del mismo modo que en el aniversario de la basílica de Santa María la Mayor (el día 5 de agosto) se celebra la maternidad de la Santísima Virgen, así hoy son honrados los dos principales apóstoles de Cristo.



Primera lectura


Ap 1,1-4; 2,1-5a

Acuérdate de dónde has caído, y conviértete

Comienzo del libro del Apocalipsis.

REVELACIÓN de Jesucristo, que Dios le encargó mostrar a sus siervos acerca de lo que tiene que suceder pronto. La dio a conocer enviando su ángel a su siervo Juan, el cual fue testigo de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo de todo cuanto vio. Bienaventurado el que lee, y los que escuchan las palabras de esta profecía, y guardan lo que en ella está escrito, porque el tiempo está cerca.
Juan a las siete iglesias de Asia:
«Gracia y paz a ustedes
de parte del que es, el que era y ha de venir;
de parte de los siete Espíritus que están ante su Trono».
Escuché al Señor que me decía:
Escribe al ángel de la Iglesia en Éfeso:
«Esto dice el que tiene las siete estrellas en su derecha, el que camina en medio de los siete candelabros de oro. Conozco tus obras, tu fatiga, tu perseverancia, que no puedes soportar a los malvados, y que has puesto a prueba a los que se llaman apóstoles, pero no lo son, y has descubierto que son mentirosos. Tienes perseverancia y has sufrido por mi nombre y no has desfallecido. Pero tengo contra ti que has abandonado tu amor primero. Acuérdate, pues, de dónde has caído, conviértete y haz las obras primeras».

Palabra de Dios.

Salmo


Sal 1,1-2.3.4 y 6 (R. Ap 2,7b) 

R. Al vencedor le daré a comer del árbol de la vida

V. Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche. R.

V. Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto a su tiempo
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin. R.

V. No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal. R .

Aclamación


R. Aleluya, aleluya, aleluya
V. Yo soy la luz del mundo- dice el Señor-; el que me sigue tendrá la luz de la vida. R.

Evangelio


Lc 18,35-43.

«¿Qué quieres que haga por ti?» «Señor, que recobre la vista»

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

CUANDO se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le informaron:
«Pasa Jesús el Nazareno».
Entonces empezó a gritar:
«¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!».
Los que iban delante lo regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte:
«¡Hijo de David, ten compasión de mí!».
Jesús se paró y mandó que se lo trajeran.
Cuando estuvo cerca, le preguntó:
«¿Qué quieres que haga por ti?».
Él dijo:
«Señor, que recobre la vista».
Jesús le dijo:
«Recobra la vista, tu fe te ha salvado».
Y enseguida recobró la vista y lo seguía, glorificando a Dios.
Y todo el pueblo, al ver esto, alabó a Dios.

Palabra del Señor.



Pistas para la Lectio Divina

Lucas 18,35-43: “¿Qué quieres que haga por ti? –Señor-, que vea otra vez” El encuentro de Jesús con el ciego-mendigo de Jericó

Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: entro Bíblico Pastoral para la América Latina (CEBIPAL) del CELAM

Jesús ya está cerca de Jerusalén. Ha viajado desde Galilea, bajando hacia el sur, por el valle del Jordán, hasta llegar a Jericó, la “ciudad de las palmeras”. Aquí comenzará la subida de la montaña hasta coronar la meta de su peregrinación a Jerusalén y su Templo.

La curación de un ciego, antes de entrar en la ciudad, le permitirá a Jesús llegar a Jericó acompañado de un nuevo discípulo que da testimonio de su salvación.

Como en el caso del leproso sanado, la historia de este ciego-mendigo es una preciosa ilustración del poder de la fe: “Tu fe te ha salvado” (v.42; ver también 8,48; 17,19; 18,42). La apertura total del corazón ante Jesús, la fe, dispone a la persona para la acción salvífica de Dios.

Igualmente nos encontramos con una catequesis sobre la oración. De hecho, la fe se ejerce en la oración. El ciego-mendigo ora antes (“¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!”, v.38), durante (“¡Señor, que vea!”) y después de la curación (“Y le seguía glorificando a Dios”, v.43a). Por lo demás, la alabanza por su curación se transforma en una coral de alabanza por parte de todo el pueblo (v.43b).

El ciego-mendigo vive una experiencia de Jesús, de la que vale notar sus momentos fundamentales:

1. Escucha la Palabra. Primero percibe el rumor de los pasos del cortejo de Jesús, luego se toma conocimiento de que se trata del “paso” de Jesús de Nazareth. El ciego inquieto, recibe un primer anuncio sobre Jesús y se interesa por él (ver también lo que comentamos sobre Herodes en el comentario de Lc 9,9).

2. Clama la misericordia del Señor. El ciego-mendigo comienza a orarle a Jesús pidiéndole misericordia. El título “Hijo de David”, indica que este hombre lo reconoce como Mesías. Es bueno que notemos en el texto el “crescendo” de los gritos del ciego. Otra magnífica ilustración de la perseverancia en la oración.

3. Jesús suscita una súplica creyente explícita. El ciego ha pedido misericordia, pero no ha dicho para qué. En el diálogo que sostiene con Jesús, que aparece en el centro del relato, Él le pregunta: “¿Qué quieres que te haga?”. Parecería una pregunta obvia, pero no lo es. Para Jesús es importante que uno tenga claridad sobre lo que queremos y esperamos de él. Muchas veces en nuestra vida espiritual nos pasa lo mismo: ¿Sabemos qué es lo que queremos de Jesús?

4. El ciego es sanado. Es sanado con el poder de la Palabra de Jesús. Su curación es al instante.

5. El sanado se vuelve discípulo. El texto dice: “Y le seguía glorificando a Dios” (v.43ª), el término que indica discipulado, “seguir”, y el verbo que describe la oración de alabanza se colocan al mismo nivel. Como sucede con cierta frecuencia en Lucas, la oración de alabanza acompaña las acciones de poder de Jesús. Alaba aquél que se deja maravillar por Dios y esta capacidad de maravillarnos como los pequeños es el aceite que mantiene ardiente y festiva la lámpara de la oración.

Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida cotidiana:

1. ¿Cuáles son los pasos del encuentro vivo de Jesús con el ciego de Jericó?

2. En mi relación con Jesús, ¿sé qué es lo quiero de Él?

3. ¿Qué me (o nos) enseña el relato de hoy sobre la vida de oración?

Francisco Fernández-Carvajal
Hablar con Dios

33ª semana. Lunes

EL SEÑOR NUNCA NIEGA SU GRACIA

— Aumentar el fervor de la oración en momentos de oscuridad.

— La dirección espiritual, camino normal por el que Dios actúa en el alma.

— Fe y sentido sobrenatural en este medio de crecimiento interior.

I. Ocurrió -leemos en el Evangelio de la Misa1- que al llegar a Jericó había un ciego sentado junto al camino mendigando.

Algunos Padres de la Iglesia señalan que este ciego a las puertas de Jericó es imagen «de quien desconoce la claridad de la luz eterna»2, pues en ocasiones el alma puede sufrir también momentos de ceguera y de oscuridad. El camino despejado que vislumbró un día se puede tornar desdibujado y menos claro, y lo que antes era luz y alegría ahora son tinieblas, y una cierta tristeza pesa sobre el corazón. Muchas veces esta situación está causada por pecados personales, cuyas consecuencias no han sido del todo zanjadas, o por la falta de correspondencia a la gracia: «quizá el polvo que levantamos al andar –nuestras miserias– forma una nube opaca, que impide el paso de la luz»3; en otras ocasiones, el Señor permite esa difícil situación para purificar el alma, para madurarla en la humildad y en la confianza en Él. En esa situación es lógico que todo cueste más, que se haga más difícil, y que el demonio intente hacer más honda la tristeza, o aprovecharse de ese momento de desconcierto interior.

Sea cual sea su origen, si alguna vez nos encontramos en ese estado, ¿qué haremos? El ciego de Jericó –Bartimeo, el hijo de Timeo4– nos lo enseña: dirigirnos al Señor, siempre cercano, hacer más intensa nuestra oración, para que tenga piedad y misericordia de nosotros. Él, aunque parece que sigue su camino y nosotros quedamos atrás, nos oye. No está lejos. Pero es posible que nos suceda lo que a Bartimeo: Y los que iban delante le reprendían para que se callara. El ciego encontraba cada vez más dificultades para dirigirse a Jesús, como nosotros «cuando queremos volver a Dios, esas mismas flaquezas en las que hemos incurrido, acuden al corazón, nublan el entendimiento, dejan confuso el ánimo y querrían apagar la voz de nuestras oraciones»5. Es el peso de la debilidad o del pecado, que se hace sentir.

Tomemos ejemplo del ciego: Pero él gritaba mucho más: Hijo de David, ten piedad de mí. «Ahí lo tenéis: aquel a quien la turba reprendía para que callase, levanta más y más la voz; así también nosotros (...), cuanto mayor sea el alboroto interior, cuanto mayores dificultades encontremos, con más fuerza ha de salir la oración de nuestro corazón»6.

Jesús se paró en el camino cuando daba la impresión de que seguía hacia Jerusalén y mandó que llamaran al ciego. Bartimeo se acercó y Jesús le dijo: ¿Qué quieres que te haga? Ut videam, que vea, Señor. Y Jesús le dijo: Ve, tu fe te ha salvado. Y al instante vio, y le seguía, glorificando a Dios.

A veces será difícil conocer las causas por las que el alma pasa esa situación difícil en que todo parece costar más. No sabremos quizá su origen, pero sí el remedio siempre eficaz: la oración. «Cuando se está a oscuras, cegada e inquieta el alma, hemos de acudir, como Bartimeo, a la Luz. Repite, grita, insiste con más fuerza, “Domine, ut videam!” —¡Señor, que vea!... Y se hará el día para tus ojos, y podrás gozar con la luminaria que Él te concederá»7.

II. Jesús, Señor de todas las cosas, podía curar a los enfermos –podía obrar cualquier milagro– del modo que estimara oportuno. A algunos los curó con una sola frase, con un simple gesto, a distancia... A otros por etapas, como al ciego del que nos habla San Juan8... Hoy es muy frecuente que dé la luz a las almas a través de otros. Cuando los Magos se quedaron en tinieblas al desaparecer la estrella que les había guiado desde un lugar tan lejano, hacen lo que el sentido común les dicta: interrogar a quien debía saber dónde había nacido el rey de los judíos. Le preguntan a Herodes. «Pero los cristianos no tenemos necesidad de preguntar a Herodes o a los sabios de la tierra. Cristo ha dado a su Iglesia la seguridad de la doctrina, la corriente de gracia de los Sacramentos; y ha dispuesto que haya personas para orientar, para conducir, para traer a la memoria constantemente el camino (...). Por eso, si el Señor permite que nos quedemos a oscuras, incluso en cosas pequeñas; si sentimos que nuestra fe no es firme, acudamos al buen pastor (...), al que, dando su vida por los demás, quiere ser, en la palabra y en la conducta, un alma enamorada: un pecador quizá también, pero que confía siempre en el perdón y en la misericordia de Cristo»9.

Nadie, de ordinario, puede guiarse a sí mismo sin una ayuda extraordinaria de Dios. La falta de objetividad con que nos vemos a nosotros mismos, las pasiones... hacen difícil, quizá imposible, encontrar esos senderos, a veces pequeños, pero seguros, que nos llevan en la dirección justa. Por eso, desde muy antiguo, la Iglesia, siempre Madre, aconsejó ese gran medio de progreso interior que es la dirección espiritual. No esperemos gracias extraordinarias, en los días corrientes y en aquellos en que más necesitamos luz y claridad, si no quisiéramos utilizar aquellos medios que el Señor ha puesto a nuestro alcance. ¡Cuántas veces Jesús espera la sinceridad y la docilidad del alma para obrar el milagro! Nunca niega el Señor su gracia si acudimos a Él en la oración y en los medios por los cuales derrama sus gracias.

Santa Teresa, con la humildad de los santos, escribía: «Había de ser muy continua nuestra oración por estos que nos dan luz. ¿Qué seríamos sin ellos entre tan grandes tempestades como ahora tiene la Iglesia?»10. Y San Juan de la Cruz señalaba igualmente: «El que solo quiere estar, sin arrimo y guía, será como el árbol que está solo y sin dueño en el campo, que por más fruta que tenga, los viadores se la cogerán y no llegará a sazón.

»El árbol cultivado y guardado con los buenos cuidados de su dueño, da la fruta en el tiempo que de él se espera.

»El alma sola sin maestro, que tiene virtud, es como el carbón encendido que está solo; antes se irá enfriando que encendiendo»11.

No dejemos de acudir al Señor, con una oración más intensa cuanto mayores sean los obstáculos interiores o externos que tratan de impedir que nos dirijamos a Jesús que pasa a nuestro lado. No dejemos de acudir a esos medios normales, por los que Él obra milagros tan grandes.

III. Nuestra intención al acercarnos a la dirección espiritual es la de aprender a vivir según el querer divino. En el mismo San Pablo, a pesar del inicio extraordinario de su vocación, Dios quiso después seguir con él el camino normal, es decir, formarle y transmitirle su voluntad a través de otras personas. Ananías le impuso las manos y al instante cayeron de sus ojos una especie de escamas y recobró la vista12.

En quien nos ayuda vemos al mismo Cristo, que enseña, ilumina, cura y da alimento a nuestra alma para que siga su camino. Sin este sentido sobrenatural, sin esta fe, la dirección espiritual quedaría desvirtuada. Se transformaría en algo completamente distinto: un intercambio de opiniones, quizá. Este medio es una gran ayuda y presta mucha fortaleza cuando lo que realmente deseamos es averiguar la voluntad de Dios sobre nosotros e identificarnos con ella. No busquemos en la dirección espiritual a quien pueda resolver nuestros asuntos temporales; nos ayudará a santificarlos, nunca a organizarlos ni a resolverlos. No es esa su misión.

La conciencia de que, a través de aquella persona que cuenta con una gracia particular de Dios, nos acercamos al mismo Cristo, determinará nuestra confianza, la delicadeza, la sencillez y la sinceridad en este medio. Bartimeo se acercó a Jesús como quien camina hacia la Luz, a la Vida, a la Verdad, al Camino. Así nosotros, porque esa persona es un instrumento del Señor, a través de quien nos comunica gracias semejantes a las que habríamos obtenido si nos hubiéramos encontrado con Él en los caminos de Palestina. En la continuidad de la dirección espiritual se va forjando el alma; y, poco a poco, con derrotas y con victorias, vamos construyendo el edificio sobrenatural de la santidad: «¿Has visto cómo levantaron aquel edificio de grandeza imponente? —Un ladrillo, y otro. Miles, Pero, uno a uno. —Y sacos de cemento, uno a uno. Y sillares, que suponen poco, ante la mole del conjunto. —Y trozos de hierro. —Y obreros que trabajan, día a día, las mismas horas...

»¿Viste cómo alzaron aquel edificio de grandeza imponente?... —¡A fuerza de cosas pequeñas!»13. Un cuadro se pinta pincelada a pincelada, un libro se escribe página a página, con amor paciente, y una maroma capaz de aguantar grandes pesos está tejida por un sinfín de hebras finas.

Si llevamos bien este medio de dirección espiritual, nos sentiremos como Bartimeo, que seguía en el camino a Jesús glorificando a Dios, lleno de alegría.

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