Custodia

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Saludo

Bendición

lunes, 7 de julio de 2025

Oficio, lecturas, reflexiones y laudes +

 Oficio, lecturas, reflexiones y laudes +


V. Señor abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Ant.  Demos vítores al Señor, aclamándolo con cantos.

Salmo 94

INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA
Animaos unos a otros, día tras día, mientras perdura el «hoy». (Hb 3, 13)

Se recita la antífona que corresponda y la asamblea la repite.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes.
Suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto:
cuando vuestros padres me pusieron a prueba,
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.

Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado, 
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

O bien:

Salmo 99

ALEGRÍA DE LOS QUE ENTRAN EN EL TEMPLO
Los redimidos deben entonar un canto de victoria. (S. Atanasio)

Se recita la antífona que corresponda y la asamblea la repite.

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

O bien:

Salmo 66

QUE TODOS LOS PUEBLOS ALABEN AL SEÑOR
Sabed que esta salvación de Dios ha sido enviada a los gentiles. (Hch 28, 28)

Se recita la antífona que corresponda y la asamblea la repite.

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

O bien:

Salmo 23

ENTRADA SOLEMNE DE DIOS EN SU TEMPLO
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que como hombre sube al cielo. (S. Ireneo)

Se recita la antífona que corresponda y la asamblea la repite.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

¡Portones!, alzad los dinteles,
levantaos, puertas antiguas:
va a entrar el Rey de la gloria.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

¡Portones!, alzad los dinteles,
levantaos, puertas antiguas:
va a entrar el Rey de la gloria.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

HIMNO

En el principio, tu Palabra.
Antes que el sol ardiera,
antes del mar y las montañas,
antes de las constelaciones,
nos amó tu Palabra.

Desde tu seno, Padre,
era sonrisa su mirada,
era ternura su sonrisa,
era calor de brasa.
En el principio, tu Palabra.

Todo se hizo de nuevo,
todo salió sin mancha,
desde el arrullo del río
hasta el rocío y la escarcha;
nuevo el canto de los pájaros,
porque habló tu Palabra.

Y nos sigues hablando todo el día,
aunque matemos la mañana
y desperdiciemos la tarde,
y asesinemos la alborada.
Como una espada de fuego,
en el principio, tu Palabra.

Llénanos de tu presencia, Padre;
Espíritu, satúranos de tu fragancia;
danos palabras para responderte,
Hijo, eterna Palabra. Amén.

SALMODIA

Ant. 1. Inclina, Señor, tu oído hacia mí; ven a librarme.

Salmo 30, 2-17. 20-25

SÚPLICA CONFIADA Y ACCIÓN DE GRACIAS
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. (Lc 23, 46)

I

A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo,
inclina tu oído hacia mí;

ven aprisa a librarme,
sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;

por tu nombre dirígeme y guíame:
sácame de la red que me han tendido,
porque tú eres mi amparo.

En tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás;
tú aborreces a los que veneran ídolos inertes,
pero yo confío en el Señor;
tu misericordia sea mi gozo y mi alegría.

Te has fijado en mi aflicción,
velas por mi vida en peligro;
no me has entregado en manos del enemigo,
has puesto mis pies en un camino ancho.

Ant. Inclina, Señor, tu oído hacia mí; ven a librarme.

Ant. 2. Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo.

II

Piedad, Señor, que estoy en peligro:
se consumen de dolor mis ojos,
mi garganta y mis entrañas.

Mi vida se gasta en el dolor;
mis años, en los gemidos;
mi vigor decae con las penas,
mis huesos se consumen.

Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos:
me ven por la calle y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cacharro inútil.

Oigo las burlas de la gente,
y todo me da miedo;
se conjuran contra mí
y traman quitarme la vida.

Pero yo confío en ti, Señor,
te digo: «Tú eres mi Dios.»
En tu mano está mi destino:
líbrame de los enemigos que me persiguen;
haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.

Ant. Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo.

Ant. 3. Bendito sea el Señor, que ha hecho por mí prodigios de misericordia.

III

¡Qué bondad tan grande, Señor,
reservas para tus fieles,
y concedes a los que a ti se acogen
a la vista de todos!

En el asilo de tu presencia los escondes
de las conjuras humanas;
los ocultas en tu tabernáculo,
frente a las lenguas pendencieras.

Bendito el Señor, que ha hecho por mí
prodigios de misericordia
en la ciudad amurallada.

Yo decía en mi ansiedad:
«Me has arrojado de tu vista»;
pero tú escuchaste mi voz suplicante
cuando yo te gritaba.

Amad al Señor, fieles suyos;
el Señor guarda a sus leales,
y a los soberbios les paga con creces.

Sed fuertes y valientes de corazón
los que esperáis en el Señor.

Ant. Bendito sea el Señor, que ha hecho por mí prodigios de misericordia.

V. Enséñame, Señor, a caminar con lealtad.
R. Porque tú eres mi Dios y Salvador

PRIMERA LECTURA

Año I:

Del primer libro de Samuel 17, 57—18, 9. 20-30

ENVIDIA DE SAÚL HACIA DAVID

En aquellos días, cuando volvió David de matar al filisteo, lo tomó Abner y lo llevó ante Saúl con la cabeza del filisteo en la mano. Saúl le preguntó:
«¿De quién eres hijo, muchacho?» 
David respondió:
«De tu siervo Jesé, de Belén.»
En acabando de hablar David a Saúl, el alma de Jonatan se apegó al alma de David, y lo amó Jonatán como a sí mismo. Lo retuvo Saúl aquel día y no le permitió regresar a casa de su padre. Hizo Jonatán alianza con David, pues lo amaba como a sí mismo. Se quitó Jonatán el manto que llevaba y se lo dio a David, y también su vestido y su espada, su arco y su cinturón.
A su regreso, cuando volvió David de matar al filisteo, salían las mujeres de todas las ciudades de Israel al encuentro del rey Saúl, para cantar, danzando al son de adufes y triángulos, con cantos de alegría. Las mujeres, danzando, cantaban a coro:
«Saúl mató sus mil, y David sus diez mil.»
Irritóse mucho Saúl y le disgustó el suceso, pues decía:
«Dan miríadas a David, y a mí sólo millares; sólo le falta ser rey.»
Y, desde aquel día en adelante, miraba Saúl a David con ojos de envidia.
Mikal, hija de Saúl, se enamoró de David. Se lo dijeron a Saúl, y le agradó la noticia. Dijo Saúl:
«Se la entregaré, pero será para él un lazo, pues caerá sobre él la mano de los filisteos.» Dijo, pues, Saúl a David:
«Ahora serás mi yerno.»
Ordenó Saúl a sus servidores:
«Insinuad a David: “Mira que el rey te estima; también te estiman todos sus servidores; procura, pues, ser yerno del rey.”»
Los servidores del rey dijeron estas palabras a oídos de David, y éste replicó:
«¿Os parece sencillo ser yerno del rey? Yo soy un hombre pobre y ruin.»
Comunicaron a Saúl sus servidores: 
«Estas palabras ha dicho David.» 
Respondió Saúl:
«Decid así a David: “No quiere el rey dote, sino cien prepucios de filisteos para vengarse de los enemigos del rey.”»
Tramaba el rey hacer sucumbir a David en manos de los filisteos. Los servidores comunicaron a David estas palabras y la cosa pareció bien a David para llegar a ser yerno del rey. No se había cumplido el plazo, cuando se levantó David y partió con sus hombres. Mató a los filisteos doscientos hombres y trajo sus prepucios, que entregó cumplidamente al rey, para ser su yerno. Saúl le dio a su hija Mikal por mujer.
David lograba éxito en todas las campañas que Saúl le encomendaba, y lo puso Saúl al frente de hombres de guerra, y se hizo querer de todo el pueblo, también de los servidores de Saúl.
Temió Saúl, pues sabía que el Señor estaba con David y que toda la casa de Israel lo amaba. Aumentó el temor de Saúl hacia David y fue siempre hostil a él. Salían los jefes de los filisteos, pero en todas sus incursiones obtenía David más éxito que los demás servidores de Saúl, y su nombre se hizo muy famoso.

Responsorio Sal 55, 2. 4. 14

R. Misericordia, Dios mío, que me hostigan, me atacan y me acosan todo el día: * Yo confío en ti.

V. Porque libraste mi alma de la muerte, mis pies de la caída.

R. Yo confío en ti.

SEGUNDA LECTURA

De la carta de san Clemente primero, papa, a los Corintios

(Cap. 46, 2—47, 4; 48, 1-6: Funk 1, 119-123)

BUSQUE CADA UNO NO SÓLO SU PROPIO INTERÉS, SINO TAMBIÉN EL DE LA COMUNIDAD

Escrito está: Juntaos con los santos, porque los que se juntan con ellos se santificarán. Y otra vez, en otro lugar, dice: Con el hombre inocente serás inocente; con el elegido serás elegido, y con el perverso te pervertirás. Juntémonos, pues, con los inocentes y justos, porque ellos son elegidos de Dios. ¿A qué vienen entre vosotros contiendas y riñas, banderías, escisiones y guerras? ¿O es que no tenemos un solo Dios y un solo Cristo y un solo Espíritu de gracia que fue derramado sobre nosotros? ¿No es uno solo nuestro llamamiento en Cristo? ¿A qué fin desgarramos y despedazamos los miembros de Cristo y nos sublevamos contra nuestro propio cuerpo, llegando a tal punto de insensatez que nos olvidamos de que somos los unos miembros de los otros?

Acordaos de las palabras de Jesús, nuestro Señor. Él dijo, en efecto: ¡Ay de aquel hombre! Más le valiera no haber nacido, que escandalizar a uno solo de mis escogidos. Mejor le fuera que le colgaran una piedra de molino al cuello y lo hundieran en el mar, que no extraviar a uno solo de mis escogidos. Vuestra escisión extravió a muchos, desalentó a muchos, hizo dudar a muchos, nos sumió en la tristeza a todos nosotros. Y, sin embargo, vuestra sedición es contumaz.

Tomad en vuestra mano la carta del bienaventurado Pablo apóstol. ¿Cómo os escribió en los comienzos del Evangelio? A la verdad, divinamente inspirado, os escribió acerca de sí mismo, de Cefas y de Apolo, como quiera que ya desde entonces fomentabais las parcialidades. Mas aquella parcialidad fue menos culpable que la actual, pues al cabo os inclinabais a apóstoles acreditados por Dios y a un hombre acreditado por éstos.

Arranquemos, pues, con rapidez ese escándalo y postrémonos ante el Señor, suplicándole con lágrimas sea propicio con nosotros, nos reconcilie consigo y nos restablezca en el sagrado y puro comportamiento de nuestra fraternidad. Porque ésta es la puerta de la justicia, abierta para la vida, conforme está escrito: Abridme las puertas de la justicia, y entraré para dar gracias al Señor. Ésta es la puerta del Señor: los justos entrarán por ella. Ahora bien, siendo muchas las puertas que están abiertas, ésta es la puerta de la justicia, a saber: la que se abre en Cristo. Bienaventurados todos los que por ella entraren y enderezaren sus pasos en santidad y justicia, cumpliendo todas las cosas sin perturbación. Enhorabuena que uno tenga carisma de fe, que otro sea poderoso en explicar los conocimientos, otro sabio en el discernimiento de discursos, otro casto en su conducta. El hecho es que cuanto mayor parezca uno ser, tanto más debe humillarse y buscar no sólo su propio interés, sino también el de la comunidad.

Responsorio 1Co 9, 19. 22; Jb 29, 15-16

R. Siendo libre en todo, me he hecho esclavo de todos. Me he hecho débil con los débiles. * Me he hecho todo para todos, para salvarlos a todos.

V. Yo era ojos para el ciego y pies para el cojo; yo era padre de los pobres.

R. Me he hecho todo para todos, para salvarlos a todos.



Primera lectura


Gn 28,10-22a

Vio una escalinata apoyada, y ángeles de Dios subían y bajaban, y Dios hablaba

Lectura del libro del Génesis.

EN aquellos días, Jacob salió de Berseba en dirección a Jarán.
Llegó a un determinado lugar y se quedó allí a pernoctar, porque ya se había puesto el sol.
Tomando una piedra de allí mismo, se la colocó por cabezal y se echó a dormir en aquel lugar.
Y tuvo un sueño: una escalinata, apoyada en la tierra, con la cima tocaba el cielo. Ángeles de Dios subían y bajaban por ella. El Señor, que estaba en pie junto a ella, le dijo:
«Yo soy el Señor, el Dios de tu padre Abrahán y el Dios de Isaac. La tierra sobre la que estás acostado la daré a ti
y a tu descendencia.
Tu descendencia será como el polvo de la tierra, y te extenderás a occidente y oriente, a norte y sur; y todas las naciones de la tierra serán benditas por causa tuya y de tu descendencia. Yo estoy contigo; yo te guardaré donde quiera que vayas, te haré volver a esta tierra y no te abandonaré hasta que cumpla lo que he prometido».
Cuando Jacob despertó de su sueño, dijo:
«Realmente el Señor está en este lugar y yo no lo sabía».
Y, sobrecogido, añadió:
«Qué terrible es este lugar: no es sino la casa de Dios y la puerta del cielo».
Jacob se levantó de madrugada, tomó la piedra que había colocado por cabezal, la erigió como estela y derramó aceite por encima.
Y llamó a aquel lugar Betel, aunque antes la ciudad se llamaba Luz.
Jacob hizo un voto en estos términos:
«Si Dios está conmigo y me guarda en el camino que estoy haciendo, si me da pan para comer y vestidos para cubrirme, si vuelvo sano y salvo a casa de mi padre, entonces el Señor será mi Dios, y esta piedra que he erigido como estela será una casa de Dios; y de todo lo que me des, te daré el diezmo».

Palabra de Dios

Salmo


Sal 91(90),1-2.3-4.14-15ab (R. 2b)

R. Dios mío, confío en ti.

V. Tú que habitas al amparo del Altísimo,
que vives a la sombra del Omnipotente,
di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío,
Dios mío, confío en ti». R.

V. Él te librará de la red del cazador,
de la peste funesta.
Te cubrirá con sus plumas,
bajo sus alas te refugiarás:
su verdad es escudo y armadura. R.

V. «Se puso junto a mí: lo libraré;
lo protegeré porque conoce mi nombre;
me invocará y lo escucharé.
Con él estaré en la tribulación». R.

Aclamación


R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Nuestro Salvador, Cristo Jesús, destruyó la muerte, e hizo brillar la vida por medio del Evangelio. R.

Evangelio


Mt 9,18-26

Mi hija acaba de morir, pero ven tú y vivirá

Lectura del santo Evangelio según san Mateo

EN aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, se acercó un jefe de los judíos que se arrodilló ante él y le dijo:
«Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, impón tu mano sobre ella y vivirá».
Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos.
Entre tanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó la orla del manto, pensando que con solo tocarle el manto se curaría.
Jesús se volvió y al verla le dijo:
«¡Ánimo, hija! Tu fe te ha salvado».
Y en aquel momento quedó curada la mujer.
Jesús llegó a casa de aquel jefe y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo:
«¡Retírense! La niña no está muerta, está dormida».
Se reían de él.
Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la niña de la mano y ella se levantó.
La noticia se divulgó por toda aquella comarca.

Palabra del Señor.



Pistas para la Lectio Divina

1. (Año I) Génesis 28,10-22

a) Escapando de las iras de su hermano Esaú, Jacob emprende la huida. Y es aquí donde le espera Dios.

La escena de hoy, con la escala misteriosa que une cielo y tierra, por la que suben y bajan ángeles, y que conduce hasta Dios, parece que tiene una primera intención: justificar el origen del santuario de Betel, en el reino del Norte. Jacob erige un altar a Dios y llama a aquel lugar «casa de Dios», que es lo que significa Betel. Todos los lugares sagrados de las diversas culturas se suelen legitimar a partir de alguna aparición sobrenatural o de un hecho religioso significativo, más o menos histórico. En el fondo, los pueblos muestran su convicción de la cercanía de Dios y de su protección continua a lo largo de la historia.

Pero, sobre todo, esta historia quiere legitimar, de alguna manera, el que la línea de la promesa de Dios, que había empezado por Abrahán e Isaac, y que en rigor hubiera tenido que seguir en el primogénito Esaú, ahora pasa por Jacob, aunque sea por medio de intrigas y trampas. Las palabras de Dios a Jacob son casi idénticas a las que escuchara Abrahán: «Yo soy el Señor, el Dios... todas las naciones se llamarán benditas por causa tuya y de tu descendencia. Yo estoy contigo». Desde ahora, Yahvé será para los judíos «el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob». Dios sigue escribiendo recto con líneas torcidas.

b) Los caminos de Dios son misteriosos. Actúa con libertad absoluta a la hora de elegir a sus colaboradores en la historia de la salvación. Incluso de las debilidades y fallos humanos saca provecho para llevar adelante la salvación de la humanidad.

Muchas de estas personas, como Jacob, se muestran disponibles a este proyecto de Dios y aceptan ser un anillo más de esa cadena humana de que se sirve Dios para su Reino.

También nosotros nos sentimos enviados de Dios a este mundo, cada uno en su ambiente. No tendremos sueños como el de Jacob. Tenemos algo mejor: Jesús es nuestro Mediador, que nos abre el acceso a Dios y nos ha llamado a ser discípulos suyos y a colaborar con él, siendo luz y sal y fermento en este mundo.

Ante las dificultades que esto comporta, tenemos que saber escuchar la voz de Dios: «yo estoy contigo». Él nos ayuda en el camino, nos conoce, nos está cerca.

Tenemos que compartir la confianza que expresa el salmo 90, el que rezamos tantas veces en Completas, antes de acostarnos: «Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti; él te librará de la red del cazador».

2. Mateo 9,18-26

a) Mateo nos narra hoy dos milagros de Jesús, intercalados el uno en el otro: un hombre le pide que devuelva la vida a su hija que acaba de fallecer, y una mujer queda curada con sólo tocar la orla de su manto.

Ambas personas se le acercan con mucha fe y obtienen lo que piden. Jesús es superior a todo mal, cura enfermedades y libera incluso de la muerte. En eso consiste el Reino de Dios, la novedad que el Mesías viene a traer: la curación y la resurrección.

b) En los sacramentos es donde nos acercamos con más fe a Jesús y le «tocamos», o nos toca él a nosotros por la mediación de su Iglesia, para concedernos su vida.

En el caso de aquella mujer, Jesús notó que había salido fuerza de él (como comenta Lucas en el texto paralelo). Así pasa en los sacramentos, que nos comunican, no unos efectos jurídicamente válidos «porque Cristo los instituyó hace dos mil años», sino la vida que Jesús nos transmite hoy y aquí, desde su existencia de Señor Resucitado. Como dice el Catecismo, «los sacramentos son fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo, siempre vivo y vivificante» (CEC 1116).

El dolor de aquel padre y la vergüenza de aquella buena mujer pueden ser un buen símbolo de todos nuestros males, personales y comunitarios. También ahora, como en su vida terrena, Jesús nos quiere atender y llenarnos de su fuerza y su esperanza. En la Eucaristía se nos da él mismo como alimento, para que, si le recibimos con fe, nos vayamos curando de nuestros males.

«Yo estoy contigo, yo te guardaré donde quiera que vayas» (1ª lectura I)

«Yo la cortejaré, le hablaré al corazón» (1ª lectura II)

«El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad» (salmo II)

«Animo, hija. Tu fe te ha curado» (evangelio)

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 114-117


14ª Semana. Lunes

ENCONTRAR A CRISTO EN LA IGLESIA


— No es posible amar, seguir o escuchar a Cristo, sin amar, seguir o escuchar a la Iglesia.

— En Ella, participamos de la Vida de Cristo.

— Fe, esperanza y amor a la Iglesia.

I. Todos buscan a Jesús. Todos lo necesitan, y Él siempre está dispuesto a compadecerse de cuantos se le acercan con fe. Su Humanidad Santísima era como el canal por el que discurrían todas las gracias, mientras permaneciera entre los hombres. Por eso, toda la multitud intentaba tocarle, porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos.

La mujer de la que habla el Evangelio de la Misa1 también se sintió movida a acercarse a Cristo. A sus sufrimientos físicos –ya doce años– se añadía la vergüenza de sentirse impura según la ley. En el pueblo judío se consideraba impura no solamente la mujer afectada de una enfermedad de este tipo, sino todo lo que ella tocaba. Por eso, para no ser notada por la gente, se acercó a Jesús por detrás y tocó tan solo su manto. «Tocó delicadamente el ruedo del manto, se acercó con fe, creyó y supo que había sido sanada...»2.

Estas curaciones, los milagros, las expulsiones de los demonios que Cristo realizó mientras vivía en la tierra, eran una prueba de que la Redención era ya una realidad, no una mera esperanza. Estas gentes que se acercan hasta el Maestro son como un anticipo de la devoción de los cristianos a la Santísima Humanidad de Cristo. Después, cuando estaba próximo a marcharse al Cielo, junto al Padre, sabiendo que siempre andaríamos necesitados de Él, dispuso los medios para que, en cualquier tiempo y lugar, pudiéramos recibir la infinita riqueza de la Redención: fundó la Iglesia, bien visible y localizable. Con ella ocurre algo parecido a lo que buscaban aquellas gentes en el Hijo de María. Estar en la Iglesia es estar con Jesús, unirse a este redil es unirse a Jesús, pertenecer a esa sociedad es ser miembro de su Cuerpo. Solo en ella encontramos a Cristo, al mismo Cristo, aquel que esperaba el pueblo elegido.

Quienes pretenden ir a Cristo dejando a un lado a su Iglesia, o incluso maltratándola, podrían un día llevarse la misma sorpresa de San Pablo en el camino de Damasco: Yo soy Jesús, a quien tú persigues3. Y «no dice –resalta San Beda–: ¿por qué persigues a mis miembros?, sino ¿por qué me persigues?, porque Él todavía padece afrentas en su Cuerpo, que es la Iglesia»4. Pablo no supo hasta ese momento que perseguir a la Iglesia era perseguir al mismo Jesús. Más tarde, cuando hable sobre Ella, lo hará describiéndola como el Cuerpo de Cristo5, o simplemente como Cristo6; y a los fieles como sus miembros7.

No es posible amar, seguir o escuchar a Cristo, sin amar, seguir o escuchar a la Iglesia, porque Ella es la presencia, sacramental y misteriosa a la vez, de Nuestro Señor, que prolonga su misión salvífica en el mundo hasta el final de los tiempos.

II. Nadie puede decir que ama a Dios si no escoge el camino –Jesús– establecido por el mismo Dios: Este es mi Hijo amado (...), escuchadle8. Y resulta ilógica la pretensión de ser amigos de Cristo despreciando su palabra y sus deseos.

Aquellas gentes que llegan de todas partes encuentran en Jesús a alguien que, con autoridad, les habla de Dios –Él mismo es la Palabra divina hecha carne–: encuentran a Jesús Maestro. Y ahora quedamos vinculados a Él cuando aceptamos la doctrina de la Iglesia: El que a vosotros oye, a Mí me oye, y el que a vosotros desecha, a Mí me desecha9.

Jesús es, además, nuestro Redentor. Es el Sacerdote, poseedor del único sacerdocio, que se ofreció a sí mismo como propiciación por los pecados. Cristo no se apropió la gloria de ser Sumo Sacerdote, sino que se lo otorgó el que le dijo: Tú eres mi hijo...10. A Jesús-Sacerdote y Víctima, que honra a Dios Padre y nos santifica a nosotros, nos unimos en cuanto participamos en la vida de la Iglesia; de sus sacramentos en particular, que son como canales divinos por los que fluye la gracia hasta llegar a las almas. Cada vez que los recibimos nos ponemos en contacto con Cristo mismo, fuente de toda gracia. A través de los sacramentos, los méritos infinitos que Cristo nos ganó alcanzan a los hombres de todas las épocas y son, para todos, firme esperanza de vida eterna. En la Sagrada Eucaristía, que Cristo mandó celebrar a la Iglesia, renovamos su oblación e inmolación: Este es mi cuerpo, que es entregado por vosotros; haced esto en conmemoración mía11; y solo la Sagrada Eucaristía nos garantiza esa Vida que Él nos ha ganado: si alguno come de este pan, vivirá para siempre, y el pan que Yo le daré es mi carne, vida del mundo...12.

La condición para participar en este sacrificio y banquete radica en otro de los sacramentos, que Cristo confirió a su Iglesia, el Bautismo: Id, pues; enseñad a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo13El que creyere y fuere bautizado se salvará...14. Y Si nuestros pecados nos han apartado de Dios, también la Iglesia es el medio para restituir nuestra condición de miembros vivos del Señor: a quien perdonareis los pecados -dice a sus Apóstoles- les serán perdonados; a quienes se los retuviereis les serán retenidos15. Nuestro Señor estableció que esta vinculación profundísima con Él se realizara a través de esos signos visibles de la vida sacramental de su Iglesia. En los sacramentos también encontramos a Cristo.

Y aunque alguna vez se dieran disensiones dentro de la Iglesia, no nos sería difícil encontrar a Cristo. Las mayorías o las minorías poco significan cuando se trata de encontrar a Jesús: en el Calvario solo estaba su Madre con unas pocas mujeres y un adolescente, ¡pero allí, a pocos metros, estaba Jesús! En la Iglesia también sabemos dónde está el Señor: Yo te daré -declaró a Pedro- las llaves del reino de los cielos, y cuanto atares en la tierra será atado en los cielos, y cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos16. Y ni siquiera las negaciones de Simón fueron suficientes para revocar estos poderes. El Señor, una vez resucitado, los confirmó de modo solemne: Apacienta mis corderos (...). Apacienta mis ovejas17. La Iglesia está donde están Pedro y sus sucesores, los obispos en comunión con él.

III. En la Iglesia vemos a Jesús, al mismo Jesús a quien las multitudes querían tocar porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos. Y pertenece a la Iglesia quien a través de su doctrina, de sus sacramentos y de su régimen, se vincula a Cristo Maestro, Sacerdote y Rey. Con la Iglesia, en cierto modo, mantenemos las mismas relaciones que con el Señor: fe, esperanza y caridad.

En primer lugar fe, que significa creer lo que en tantas ocasiones no es evidente. También los contemporáneos de Jesús veían a un hombre que trabajaba, se fatigaba, necesitaba de alimento, sentía dolor, frío, miedo..., pero aquel Hombre era Dios. En la Iglesia conocemos a gentes santas, que muchas veces pasan en la oscuridad de una vida corriente, pero vemos también a hombres débiles, como nosotros, mezquinos, perezosos, interesados... Pero si han sido bautizados y permanecen en gracia, a pesar de todos los defectos están en Cristo, participan de su misma vida. Y si son pecadores, también la Iglesia los acoge en su seno, como a miembros más necesitados.

Nuestra actitud ante la Iglesia ha de ser también de esperanza. Cristo mismo aseguró: Sobre esta piedra edificaré Yo mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella18. Será siempre la roca firme donde buscar seguridad ante los bandazos que va dando el mundo. Ella no falla, porque en Ella encontramos siempre a Cristo.

Y si a Dios le debemos caridad, amor, este debe ser nuestro mismo sentir ante nuestra Madre la Iglesia, pues «no puede tener a Dios por Padre quien no tiene a la Iglesia por Madre»19. Es la madre que nos comunica la vida: esa vida de Cristo por la que somos hijos del Padre. Y a una madre se la quiere. Solo los malos hijos permanecen indiferentes, a veces hostiles, hacia quien les dio el ser. Nosotros tenemos una buena madre: por eso nos duelen tanto las heridas que le producen los de fuera y los de dentro, y las enfermedades que pueden sufrir otros miembros. Por eso, como buenos hijos, procuramos no airear las miserias humanas –pasadas o presentes– de tales o cuales cristianos, constituidos o no en autoridad: no de la Iglesia, que es Santa, y tan misericordiosa que ni a los pecadores niega su solicitud maternal. ¿Cómo hablar de Ella con frialdad, con dureza o con desgarro? ¿Cómo se puede permanecer «imparcial» ante una madre? No lo somos, ni queremos serlo. Lo suyo es lo nuestro, y no se nos puede pedir una postura de neutralidad, propia de un juez frente a un reo, pero no de un hijo en relación a su madre.

Somos de Cristo cuando somos de la Iglesia: en Ella nos hacemos miembros de su Cuerpo, que concibió, gestó y alumbró Nuestra Señora. Por eso, María Santísima es «Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores»20. La última joya que la piedad filial ha engarzado en las letanías de Nuestra Señora, el más reciente piropo a la Madre de Cristo, es apenas un sinónimo: Madre de la Iglesia.



Ant. 1. ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios?

Salmo 41

DESEO DEL SEÑOR Y ANSIAS DE CONTEMPLAR EL TEMPLO
El que tenga sed y quiera, que venga a beber el agua de la vida. (Ap 22, 17)

Como busca la cierva
corrientes de agua,
así mi alma te busca
a ti, Dios mío;

tiene sed de Dios,
del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver
el rostro de Dios?

Las lágrimas son mi pan
noche y día,
mientras todo el día me repiten:
«¿Dónde está tu Dios?»

Recuerdo otros tiempos,
y mi alma desfallece de tristeza:
cómo marchaba a la cabeza del grupo,
hacia la casa de Dios,
entre cantos de júbilo y alabanza,
en el bullicio de la fiesta.

¿Por qué te acongojas, alma mía,
por qué te me turbas?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo:
«Salud de mi rostro, Dios mío.»

Cuando mi alma se acongoja,
te recuerdo,
desde el Jordán y el Hermón
y el Monte Menor.

Una sima grita a otra sima
con voz de cascadas:
tus torrentes y tus olas
me han arrollado.

De día el Señor
me hará misericordia,
de noche cantaré la alabanza
del Dios de mi vida.

Diré a Dios: Roca mía,
¿por qué me olvidas?
¿Por qué voy andando sombrío,
hostigado por mi enemigo?

Se me rompen los huesos
por las burlas del adversario;
todo el día me preguntan:
«¿Dónde está tu Dios?»

¿Por qué te acongojas, alma mía,
por qué te me turbas?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo:
«Salud de mi rostro, Dios mío.»

Ant. ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios?

Ant. 2. Muéstranos, Señor, tu gloria y tu compasión.

Cántico Sir 36, 1-7. 13-16

SÚPLICA EN FAVOR DE LA CIUDAD SANTA DE JERUSALÉN
Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo. (Jn 17, 3)

Sálvanos, Dios del universo,
infunde tu terror a todas las naciones;
amenaza con tu mano al pueblo extranjero,
para que sienta tu poder.

Como les mostraste tu santidad al castigarnos,
muéstranos así tu gloria castigándolos a ellos:
para que sepan, como nosotros lo sabemos,
que no hay Dios fuera de ti.

Renueva los prodigios, repite los portentos,
exalta tu mano, robustece tu brazo.

Reúne a todas las tribus de Jacob
y dales su heredad como antiguamente.

Ten compasión del pueblo que lleva tu nombre,
de Israel, a quien nombraste tu primogénito.
Ten compasión de tu ciudad santa,
de Jerusalén, lugar de tu reposo.

Llena a Sión de tu majestad
y al templo de tu gloria.

Ant. Muéstranos, Señor, tu gloria y tu compasión.

Ant. 3. Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

Salmo 18 A

ALABANZA AL DIOS CREADOR DEL UNIVERSO
Nos visitará el sol que nace de lo alto... para guiar nuestros pasos por el camino de la paz. (Lc 1, 78-79)

El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo murmura.

Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.

Allí le ha puesto su tienda al sol:
él sale como el esposo de su alcoba,
contento como un héroe, a recorrer su camino.

Asoma por un extremo del cielo,
y su órbita llega al otro extremo:
nada se libra de su calor.

Ant. Bendito eres, Señor, en la bóveda del cielo.

LECTURA BREVE Jr 15, 16

Cuando encontraba palabras tuyas las devoraba; tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón, porque tu nombre fue pronunciado sobre mí, ¡Señor, Dios de los ejércitos!

RESPONSORIO BREVE

V. Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos.
R. Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos.

V. Cantadle un cántico nuevo.
R. Que merece la alabanza de los buenos.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo.

Cántico de Zacarías Lc 1, 68-79

EL MESÍAS Y SU PRECURSOR

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con
nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant.  Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo.

PRECES

Demos gracias a nuestro Salvador que ha hecho de nosotros un pueblo de reyes y sacerdotes, y digámosle:
Consérvanos, Señor, en tu servicio.

Señor Jesús, sacerdote eterno, que has querido que tu pueblo participara de tu sacerdocio:
haz que ofrezcamos siempre sacrificios espirituales, agradables al Padre.

Danos, Señor, la abundancia de los frutos del Espíritu Santo:
comprensión, bondad, amabilidad.

Que la luz de la fe ilumine este nuevo día
y que durante el mismo caminemos por las sendas del amor.

Haz que busquemos siempre el bien de nuestros hermanos
y les ayudemos a progresar en su salvación.

Se pueden añadir algunas intenciones libres.

Con el gozo que nos da el sabernos hijos de Dios, digamos confiadamente: Padre nuestro.

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.

Señor, Dios todopoderoso, que nos has hecho llegar al comienzo de este día: danos tu ayuda para que no caigamos hoy en pecado, sino que nuestras palabras, pensamientos y acciones sigan el camino de tus mandatos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

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