Custodia

Custodia

Saludo

Bendición

jueves, 31 de octubre de 2024

Lecturas y reflexiones +

 



Primera lectura


Ef 6,10-20

Tomen las armas de Dios para poder mantenerse firmes después de haber superado todas las pruebas

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios.

HERMANOS:
Busquen su fuerza en el Señor y en su invencible poder. Pónganse las armas de Dios, para poder afrontar las asechanzas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire.
Por eso, tomen las armas de Dios para poder resistir en el día malo y manténganse firmes después de haber superado las pruebas. Estén firmes; cíñanse la cintura con la verdad, y revistan la coraza de la justicia; calcen los pies con la prontitud para el evangelio de la paz. Tomen en brazos el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del maligno. Pónganse el casco de la salvación y empuñen la espada del Espíritu que es la palabra de Dios.
Siempre en oración y súplica, oren en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con constancia, y suplicando por todos los santos. Pidan también por mí, para que cuando abra mi boca, se me conceda el don de la palabra, y anuncie con valentía el misterio del Evangelio, del que soy embajador en cadenas, y tenga valor para hablar de él como debo.

Palabra de Dios.

Salmo


Sal 144(143),1.2.9-10 R. 1a)

R. ¡Bendito el Señor, mi alcázar!

V. Bendito el Señor, mi Roca,
que adiestra mis manos para el combate,
mis dedos para la pelea. R.

V. Mi bienhechor, mi alcázar,
baluarte donde me pongo a salvo,
mi escudo y refugio,
que me somete los pueblos. R.

V. Dios mío, te cantaré un cántico nuevo,
tocaré para ti el arpa de diez cuerdas:
para ti que das la victoria a los reyes,
y salvas a David, tu siervo, de la espada maligna. R.

Aclamación


R. Aleluya, aleluya, aleluya
V. Bendito el rey que viene en nombre del Señor;
paz en el cielo y gloria en las alturas. R.

Evangelio


Lc 13,31-35.

No cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel día, se acercaron unos fariseos a decir a Jesús:
«Sal y marcha de aquí, porque Herodes quiere matarte».
Jesús les dijo:
«Vayan y digan a ese zorro: "Mira, yo arrojo demonios y realizo curaciones hoy y mañana, y al tercer día mi obra quedará consumada.
Pero es necesario que camine hoy y mañana y pasado, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén".
¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te envían!
Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, y no han querido.
Miren, su casa va a ser abandonada.
Les digo que no me verán hasta el día en que digan: "¡Bendito el que viene en nombre del Señor!"».

Palabra del Señor.



Pistas para la Lectio Divina

PAPA FRANCISCO

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA DEL SANTO PADRE
ANTE LA TUMBA DE JUAN PABLO II EN LA CAPILLA DE SAN SEBASTIÁN DE LA BASÍLICA VATICANA

Dos imágenes y una pregunta

Jueves 31 de octubre de 2013

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 45, viernes 8 de noviembre de 2013

Con el Santo Padre concelebraron más de ciento veinte sacerdotes, la mayor parte polacos, entre ellos el limosnero pontificio monseñor Konrad Krajewski. Comentando las lecturas del día tomadas de la carta a los Romanos (8, 31-39) y del Evangelio de san Lucas (13, 31-35) el Papa pronunció la siguiente homilía.

En estas lecturas hay dos cosas que impresionan. Primero, la seguridad de Pablo: «Nadie puede separarme del amor de Cristo». Pero tanto amaba al Señor —porque le había visto, le había encontrado, el Señor le había cambiado la vida—, tanto le amaba que decía que nada podía alejarlo de Él. Justamente este amor del Señor era el centro, precisamente el centro de la vida de Pablo. En las persecuciones, en las enfermedades, en las traiciones, pero, todo eso que él vivió, todas estas cosas que le pasaron en su vida, nada de esto pudo alejarlo del amor de Cristo. Era el centro de su vida, la referencia: el amor de Cristo. Y sin el amor de Cristo, sin vivir de este amor, reconocerlo, nutrirnos de ese amor, no se puede ser cristiano: el cristiano, quien se siente mirado por el Señor, con esa mirada tan bella, amado por el Señor y amado hasta el final. Siente... El cristiano siente que su vida ha sido salvada por la sangre de Cristo. Y esto hace el amor: esta relación de amor. Eso es lo primero que me ha impactado mucho. La otra cosa que me impresiona es esta tristeza de Jesús cuando contempla Jerusalén. «Pero tú, Jerusalén, que no has comprendido el amor». No comprendió la ternura de Dios, con esa imagen tan bella, que dice Jesús. No entender el amor de Dios: lo contrario de lo que sentía Pablo. Sí, Dios me ama, Dios nos ama, pero es algo abstracto, es algo que no me toca el corazón y yo me arreglo como puedo en la vida. Allí no hay fidelidad. Y el llanto del corazón de Jesús por Jerusalén es este: «Jerusalén, tú no eres fiel; tú no te has dejado amar; y tú te has fiado de muchos ídolos que te prometían todo, te decían que te daban todo, luego te abandonaron». El corazón de Jesús, el sufrimiento del amor de Jesús: un amor no aceptado, no acogido. Estas dos imágenes hoy: la de Pablo que permanece fiel al amor de Jesús hasta el final, allí encuentra la fuerza para seguir adelante, para soportar todo. Él se siente débil, se siente pecador, pero tiene la fuerza del amor de Dios, en ese encuentro que tuvo con Jesucristo. Por otra parte, la ciudad y el pueblo infiel, no fiel, que no acepta el amor de Jesús, o peor aún, ¿eh?, que vive este amor, pero a mitad: un poco sí, un poco no, según las propias conveniencias. Miremos a Pablo con su valor que viene de este amor, y miremos a Jesús que llora ante esa ciudad que no es fiel. Miremos la fidelidad de Pablo y la infidelidad de Jerusalén, y en el centro contemplemos a Jesús, su corazón, que tanto nos ama. ¿Qué podemos hacer por Él? La pregunta: ¿me parezco más a Pablo o a Jerusalén? Mi amor a Dios, ¿es tan fuerte como el de Pablo o mi corazón es un corazón tibio como el de Jerusalén? Que el Señor, por intercesión del beato Juan Pablo II, nos ayude a responder a esta pregunta. Así sea.

Francisco Fernández-Carvajal
Hablar con Dios

30ª semana. Jueves

EL AMOR DE JESÚS

— Nuestro refugio y protección están en el amor a Dios. Acudir al Sagrario.

— Jesús Sacramentado nos prestará todas las ayudas necesarias.

— Cerca del Sagrario, ganaremos todas las batallas. Almas de Eucaristía,

I. En el camino hacia Jerusalén, que con tanto detalle describe San Lucas, Jesús dejó escapar del fondo de su corazón esta queja hacia la Ciudad Santa que rehusó su mensaje: Jerusalén, Jerusalén..., cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina a sus polluelos bajo las alas...1. Así nos sigue protegiendo el Señor: como la gallina a sus polluelos indefensos. Desde el Sagrario, Jesús vela nuestro caminar y está atento a los peligros que nos acechan, cura nuestras heridas y nos da constantemente su Vida. Muchas veces le hemos repetido: Pie pellicane, Iesu Domine, me immundum munda tuo sanguine... Señor Jesús, bondadoso pelícano, límpiame, a mí, inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero2. En Él está nuestra salud y nuestro refugio.

La imagen del justo que busca protección en el Señor «como los polluelos se cobijan bajo las alas de su madre» se encuentra con frecuencia en la Sagrada Escritura: Guárdame como a la niña de tus ojos, escóndeme bajo la sombra de tus alas3, pues Tú eres mi refugio, la torre fortificada frente al enemigo. Sea yo tu huésped por siempre en tu tabernáculo, me acogeré bajo el amparo de tus alas4, leemos en los Salmos. El Profeta Isaías recurre a esta imagen para asegurar al Pueblo elegido que Dios lo defenderá contra los sitiadores. Así como los pájaros despliegan sus alas sobre sus hijos, así el Eterno todopoderoso protegerá a Jerusalén5.

Al final de nuestra vida, Jesús será nuestro Juez y nuestro Amigo. Mientras vivía aquí en la tierra, y también mientras dure nuestro peregrinar, su misión es salvarnos, dándonos todas las ayudas que necesitemos. Desde el Sagrario Jesús nos protege de mil formas. ¿Cómo podemos tener la imagen de un Jesús distanciado de las dificultades que padecemos, indiferente a lo que nos preocupa?

Ha querido quedarse en todos los rincones del mundo para que le encontremos fácilmente y hallemos remedio y ayuda al calor de su amistad. «Si sufrimos penas y disgustos, Él nos alivia y nos consuela. Si caemos enfermos, o bien será nuestro remedio, o bien nos dará fuerzas para sufrir, a fin de que merezcamos el cielo. Si nos hacen la guerra el demonio y las pasiones, nos dará armas para luchar, para resistir y para alcanzar victoria. Si somos pobres, nos enriquecerá con toda suerte de bienes en el tiempo y en la eternidad»6. No dejemos cada día de acompañarle. Esos pocos minutos que dure la Visita serán los momentos mejor aprovechados del día. «¡Ah!, y ¿qué haremos, preguntáis algunas veces, en la presencia de Dios Sacramentado? Amarle, alabarle, agradecerle y pedirle. ¿Qué hace un pobre en la presencia de un rico? ¿Qué hace un enfermo delante del médico? ¿Qué hace un sediento en vista de una fuente cristalina?»7.

II. Nuestra confianza en que saldremos adelante en todas las pruebas, peligros y padecimientos no está en nuestra fuerzas, siempre escasas, sino en la protección de Dios, que nos ha amado desde la eternidad y no dudó en entregar a su Hijo a la muerte para nuestra salvación. El mismo Jesús se ha quedado cerca, en el Sagrario, quizá a no mucha distancia de donde vivimos o trabajamos, para ayudarnos, curar las heridas y darnos nuevos ánimos en ese camino que ha de acabar en el Cielo. Basta que nos acerquemos a Él, que espera siempre. Nada de lo que nos puede ocurrir podrá separarnos de Dios, como nos enseña San Pablo en una de las lecturas de la Misa8, pues si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará en Él todas las cosas?... ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, o la persecución, o el hambre, o la desnudez, o el peligro, o la espada? Nada nos podrá separar de Él, si nosotros no nos alejamos.

«Revestidos de la gracia, cruzaremos a través de los montes (cfr. Sal 103, 10), y subiremos la cuesta del cumplimiento del deber cristiano, sin detenernos. Utilizando estos recursos, con buena voluntad, y rogando al Señor que nos otorgue una esperanza cada día más grande, poseeremos la alegría contagiosa de los que se saben hijos de Dios: si Dios está con nosotros, ¿quién nos podrá derrotar? (Rom 8, 31)»9.

Aunque el Señor permita tentaciones muy fuertes o que crezcan las dificultades familiares, y llegue la enfermedad o se haga más costoso el camino..., ninguna prueba por sí misma es lo suficientemente fuerte para separarnos de Jesús. Es más, con una visita al Sagrario más próximo, con una oración bien hecha, nos encontraremos con la mano poderosa de Dios y podremos decir: Omnia possum in eo qui me confortat10. Todo lo puedo en Aquel que me conforta. Porque estoy convencido –continúa San Pablo en la Primera lectura de la Misa– de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni las cosas presentes, ni las futuras, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios, que está en Cristo Jesús. Es un canto de confianza y de optimismo que hoy podemos hacer nuestro.

San Juan Crisóstomo nos recuerda que «Pablo mismo tuvo que luchar contra numerosos enemigos. Los bárbaros le atacaban, sus propios guardianes le tendían trampas, hasta los fieles, a veces en gran número, se levantaron contra él, y sin embargo Pablo triunfó de todo. No olvidemos que el cristiano fiel a las leyes de su Dios vencerá tanto a los hombres como a Satanás mismo»11. Si nos mantenemos muy cerca de Jesús, presente en la Eucaristía, venceremos en todas las batallas, aunque a veces parezca que perdemos... El Sagrario será nuestra fortaleza, pues Jesús se ha querido quedar para ampararnos, para ayudarnos en cualquier necesidad. Venid a Mí... nos llama todos los días.

III. La serenidad que hemos de tener no nace de cerrar los Ojos a la realidad o de pensar que no tendremos tropiezos y dificultades, sino de mirar el presente y el futuro con optimismo, porque sabemos que el Señor ha querido quedarse para socorrernos.

De las mismas pruebas de la vida resultará un gran bien, y nunca estaremos solos en las circunstancias más difíciles. Si en estas ocasiones se agradece tanto la cercanía de un amigo, ¿cómo será la paz que alcanzaremos junto al Amigo, en el Sagrario más próximo? Allí hemos de ir enseguida a encontrar el consuelo, la paz y las fuerzas necesarias. «¿Qué más queremos tener al lado que un tan buen Amigo, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones, como hacen los del mundo?»12, escribe Santa Teresa de Jesús.

Cuando ya podía vislumbrarse que iba a ser perseguido, Santo Tomás Moro fue llamado a comparecer ante el tribunal de Lambeth. Moro se despidió de los suyos, pero no quiso que le acompañaran, como era su costumbre, hasta el embarcadero. Solo iban con él William Roper, esposo de su hija mayor y predilecta, Margaret, y algunos criados. Nadie en el bote se atrevía a romper el silencio. Al cabo de un rato, y de improviso, susurró Tomás al oído de Roper: Son Roper, I thank our Lord the field is won: «Hijo mío Roper, doy gracias a Dios, porque la batalla está ganada». Roper confesaría más tarde no haber entendido bien el significado de esas palabras. Más tarde comprendió que el amor de Moro había crecido tanto que le daba esta seguridad de triunfar sobre cualquier obstáculo13. Era la certeza del que, sabiéndose cercano a su último combate, esperaba que el Señor no le abandonaría en el momento supremo. Si nos mantenemos cerca de Jesús, si somos almas de Eucaristía, Él nos cobijará, como las aves a sus polluelos, y siempre, ante los mayores obstáculos, podremos decir de antemano: la batalla está ganada.

«¡Sé alma de Eucaristía!

»—Si el centro de tus pensamientos y esperanzas está en el Sagrario, hijo, ¡qué abundantes los frutos de santidad y de apostolado!»14.

Santa María, que tantas veces habló con Él aquí en la tierra y ahora le contempla para siempre en el Cielo, nos pondrá en los labios las palabras oportunas si alguna vez no sabemos muy bien qué decirle. Ella acude siempre prontamente para remediar nuestra torpeza.

miércoles, 30 de octubre de 2024

Lecturas y reflexiones +

 



Primera lectura


Ef 6,1-9

No como quien sirve a los hombres, sino como esclavos de Cristo

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios.

HIJOS, obedezcan a sus padres en el Señor, porque eso es justo.
«Honra a tu padre y a tu madre» es el primer mandamiento al que se añade una promesa:
«Te irá bien y vivirás largo tiempo en la tierra».
Padres, no exasperen a sus hijos; críenlos educándolos y corrigiéndolos según el Señor.
Esclavos, obedezcan a sus amos de la tierra con respeto y temor, con la sencillez de su corazón, como a Cristo. No por las apariencias, para quedar bien ante los hombres, sino como esclavos de Cristo que hacen, de corazón, lo que Dios quiere, de buena gana, como quien sirve al Señor y no a hombres. Saben que lo que uno haga de bueno, sea esclavo o libre, se lo pagará el Señor.
Amos, compórtense también ustedes del mismo modo, dejándose de amenazas; sepan que ellos y ustedes tienen un amo en el cielo y que ese no es parcial con nadie.

Palabra de Dios.

Salmo


Sal 145(144),10-11.12-13ab.13cd-14 R. 13c)

R. El Señor es fiel a sus palabras.

V. Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles.
Que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas. R .

V. Explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad. R.

V. El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan. R.

Aclamación


R. Aleluya, aleluya, aleluya
V. Dios nos llamó por medio del Evangelio para que lleguemos a adquirir la gloria de nuestro Señor Jesucristo. R.

Evangelio


Lc 13, 22-30.

Vendrán de oriente y occidente, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.

Lectura del Santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, Jesús pasaba por ciudades y aldeas enseñando y se encaminaba hacia Jerusalén.
Uno le preguntó:
«Señor, ¿son pocos los que se salvan?».
Él les dijo:
«Esfuércense en entrar por la puerta estrecha, pues les digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, se quedarán fuera y llamarán a la puerta diciendo:
"Señor, ábrenos";
pero él les dirá:
"No sé quiénes son".
Entonces comenzarán a decir:
"Hemos comido y bebido contigo, y tu has enseñado en nuestras plazas".
Pero él les dirá:
"No sé de dónde son. Aléjense de mí todos los que obran la iniquidad".
Así será el llanto y el rechinar de dientes, cuando vean a Abrahán, a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero ustedes se vean arrojados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.
Miren: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos».

Palabra del Señor.



Pistas para la Lectio Divina

Lucas 13,22-30: Lo que se exige para entrar en el Reino.
“Señor, ¿son pocos los que se salvan?”

Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la América Latina (CEBIPAL) del CELAM

Jesús sigue el viaje de subida hacia Jerusalén sin por ello detener la misión: “Atravesaba ciudades y pueblos enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén” (13,22). Parte de su misión no es solamente predicar sino también escuchar y responder preguntas de la gente, como efectivamente sucede en el pasaje de hoy.

Aparece la pregunta de una persona, anónima, que en con su pregunta deja ver que conoce tanto el texto del 4º libro de Esdras 8,1-3 (escrito en la segunda mitad del S.I dC) que dice: “Solamente pocas personas serán salvadas”, como también el pensamiento de los escribas: “Israel entero tendrá parte en el mundo futuro”, solamente algunos pecadores particularmente culpables serán excluidos (pensamiento recogido tardíamente en la Mishná, Sanhedrín 10,1). La contradicción de las dos corrientes de pensamientos parece estar detrás de la pregunta planteada ahora: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?” (13,23).

A la pregunta Jesús responde con una exhortación. A un planteamiento de tipo cuantitativo (el “pocos” implica cantidad) Jesús responde con otro de tipo cualitativo (“quienes” lo logran): “Luchad por entrar por la puerta estrecha...” (13,24).

De la respuesta de Jesús aprendemos que:

· Es urgente hacer todo lo que podamos para ser admitidos en el Reino, antes que sea demasiado tarde.

· La conversión verdadera es la condición indispensable para que seamos admitidos, nada podrá remplazar esta condición.

En el evangelio de Lucas la “puerta estrecha” no es la entrada a un camino (como en Mt 7,13-14) sino un acceso directo al lugar de salvación. Allí se entra con “agonía” (como dice literalmente en griego Lc 13,24), es decir, con un esfuerzo moral.

Luego, con una parábola, Jesús indica lo que va a suceder cuando termine el tiempo final, en el cual ya no habrá “puerta estrecha” sino “puerta cerrada” (13,25-29).

Fuera del lugar de la salvación se quedan todos aquellos que conocieron la misión de Jesús, pero no aceptaron sus enseñanzas. Éstos le hacen una protesta al dueño de la casa para que les abra, pero la respuesta repetida dos veces es “No sé de dónde sois” (o “no sé de qué parte están”). No importa que hayan sido misioneros o que hayan realizado curaciones, éstos se quedarán fuera porque al no tomar en serio la Palabra de Jesús, tampoco pusieron en práctica la voluntad de Dios que era la de conformar su vida con la de Jesús. Más bien, por el contrario, se convirtieron en “agentes de injusticia” (=obreros de iniquidad).

Los que caminaron como discípulos y evangelizadores, pero no clasificaron para meta, se ven todavía más humillados cuando son testigos de lo que sucede dentro (13,28-29): en la comunión definitiva con Dios (“mesa del Reino”) se encuentran todos sus predecesores israelitas y también los paganos (los que vienen de los cuatro puntos cardinales), mientras que ellos, los que tuvieron el mejor chance con Jesús, se quedan fuera.

La moraleja de la parábola resuena también como un último llamado: “Hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos” (13,30).

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

Sugerimos retomar la Lectio más amplia que presentamos el pasado 22 de Agosto.

1. ¿Se sigue repitiendo con otros términos la pregunta inicial del evangelio de hoy? ¿Qué movimientos promueven la idea de que sólo hay unos pocos elegidos para la salvación?

2. ¿Qué implican las imágenes simbólicas de la “puerta estrecha” y la “puerta abierta”?

3. ¿Qué se le exige de manera especial a las personas que se han comprometido con Jesús? ¿Se corona la meta por el simple hecho de haber trabajado por Jesús? ¿Qué más se requiere?

“Del infierno acosado aunque se viere,
burlará sus furores quien a Dios tiene”

(Santa Teresa de Jesús)

Francisco Fernández-Carvajal
Hablar con Dios

30ª semana. Miércoles

LO ENTENDERÁS MÁS TARDE

— Estamos en las manos de Dios. Todo los acontecimientos que Él manda o permite tienen su significado y están dirigidos a nuestro provecho.

— El sentido de nuestra filiación divina. Omnia in bonum!, todo es para bien.

— La confianza en Dios no nos lleva a la pasividad, sino a poner los medios a nuestro alcance.

I. La última noche que Jesús pasó con sus discípulos antes de su Pasión y Muerte, en un momento de aquella Cena entrañable, se levantó de la cena, se quitó el manto, tomó una toalla y se la ciñó1. San Juan, el Evangelista que nos ha dejado escritos sus recuerdos inolvidables del Jueves Santo, describe pausadamente aquellos acontecimientos, que con tanta hondura se le quedaron grabados para siempre: después echó agua en una jofaina y comenzó a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido. Todo transcurría con normalidad, ante el asombro de los Apóstoles, que no se atrevían a decir palabra, hasta que el Señor llegó a Pedro, que mostró su sorpresa y su negativa: ¿Tú me vas a lavar a mí los pies? Jesús le respondió: Lo que Yo hago no lo entiendes ahora, lo comprenderás más tarde. Después de un afable forcejeo, Jesús lavará los pies a Pedro como a los demás Apóstoles. Con la venida del Espíritu Santo, al rememorar de nuevo aquellos sucesos, Simón comprendió el significado profundo de aquel gesto del Maestro, que quiso enseñar su misión de servicio a los que iban a ser las columnas de la Iglesia.

Lo que Yo hago no lo entiendes ahora... También a nosotros nos ocurre lo mismo que a Pedro: no comprendemos a veces los acontecimientos que el Señor permite: el dolor, la enfermedad, la ruina económica, la pérdida del puesto de trabajo, la muerte de un ser querido cuando estaba en los comienzos de la vida... Él tiene unos planes más altos, que abarcan esta vida y la felicidad eterna. Nuestra mente apenas alcanza lo más inmediato, una felicidad a corto plazo. Incluso nos ocurre que no entendemos muchos asuntos humanos que, sin embargo, aceptamos. ¿No nos vamos a fiar del Señor, de su Providencia amorosa? ¿Solo vamos a confiar en Él cuando los acontecimientos nos parezcan humanamente aceptables? Estamos en sus manos, y en ningún otro sitio podíamos estar mejor. Un día, al final de la vida, el Señor nos explicará con pormenores el porqué de tantas cosas que aquí no entendimos, y veremos la mano providente de Dios en todo, hasta en lo más insignificante.

Si ante cada fracaso, ante los sucesos que no sabemos discernir, ante la injusticia que nos subleva, oímos la voz consoladora de Jesús que nos dice: Lo que Yo hago, tú no lo entiendes ahora. Lo entenderás más tarde, entonces no habrá lugar para el resentimiento o la tristeza. «Porque todo cuanto sucede está previsto por Dios y ordenado a la salvación del hombre y su plena realización en la gloria; si lo que ocurre es bueno, Dios lo quiere; si es malo, no lo quiere, lo permite, porque respeta la libertad del hombre y el orden de la naturaleza, pero tiene en su mano el poder sacar bien y provecho para el alma incluso del mal»2. Ante los acontecimientos y sucesos que hacen padecer, nos saldrá del fondo del alma una oración sencilla, humilde, confiada: Señor, Tú sabes más, en Ti me abandono. Ya entenderé más tarde.

II. En una de las lecturas previstas para la Misa de hoy, San Pablo escribe a los primeros cristianos de Roma: Diligentibus Deum omnia cooperantur in bonum... Todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios3. «¿Penas?, ¿contradicciones por aquel suceso o el otro?... ¿No ves que lo quiere tu Padre-Dios..., y Él es bueno..., y Él te ama –¡a ti solo!– más que todas las madres juntas del mundo pueden amar a sus hijos?»4. El sentido de la filiación divina nos lleva a descubrir que estamos en las manos de un Padre que conoce el pasado, el presente y el futuro, y que todo lo ordena para nuestro bien, aunque no sea el bien inmediato que quizá nosotros deseamos y queremos porque no vemos más lejos. Esto nos lleva a vivir con serenidad y paz, incluso en medio de la mayores tribulaciones. Por eso seguiremos siempre el consejo de San Pedro a los primeros fieles: Descargad sobre Él todas vuestras preocupaciones, porque Él cuida de vosotros5. No existe nadie que pueda cuidarnos mejor: Él jamás se equivoca. En la vida humana, incluso aquellos que más nos quieren, a veces no aciertan y, en vez de arreglar, descomponen. No pasa así con el Señor, infinitamente sabio y poderoso, que, respetando nuestra libertad, nos conduce suaviter et fortiter6, con suavidad y con mano de padre, a lo que realmente importa, a una eternidad feliz. Incluso las mismas faltas y pecados pueden acabar siendo para bien, pues «Dios endereza absolutamente todas las cosas para su provecho (de sus hijos), de suerte que aun a los que se desvían y extralimitan les hace progresar en la virtud, porque se vuelven más humildes y experimentados»7. La contrición conduce al alma a un amor más hondo y confiado, a una mayor cercanía de Dios.

Por eso, en la medida en que nos sentimos hijos de Dios, la vida se convierte en una continua acción de gracias. Incluso detrás de lo que humanamente parece una catástrofe, el Espíritu Santo nos hace ver «una caricia de Dios», que nos mueve a la gratitud. ¡Gracias, Señor!, le diremos en medio de una enfermedad dolorosa o al tener noticia de un acontecimiento lleno de pesar. Así reaccionaron los santos, y así hemos de aprender nosotros a comportarnos ante la desgracias de esta vida. «Es muy grato a Dios el reconocimiento a su bondad que supone recitar un “Te Deum” de acción de gracias, siempre que acontece un suceso algo extraordinario, sin dar peso a que sea –como lo llama el mundo– favorable o adverso: porque viniendo de sus manos de Padre, aunque el golpe del cincel hiera la carne, es también una prueba de Amor, que quita nuestras aristas para acercarnos a la perfección»8.

III. El abandono y la confianza en Dios no nos llevan de ninguna manera a la pasividad, que en muchos casos sería negligencia, pereza o complicidad. Hemos de combatir el mal físico y el moral con los medios que están a nuestro alcance, sabiendo que ese esfuerzo, con muchos resultados o aparentemente con ninguno, es grato a Dios y origen de muchos frutos sobrenaturales y humanos. Ante la enfermedad, además de aceptarla y ofrecer los padecimientos y dolores que lleve consigo, pondremos el remedio que el caso requiera: acudir al médico, descansar, tomar la medicina que nos indiquen... Y la injusticia, la desigualdad social, la penuria de tantos... nos llevarán a los cristianos, junto a otros hombres de buena voluntad, a buscar los recursos o las soluciones que nos parezcan más aptas, y lo mismo reaccionaremos ante la ignorancia y la falta de formación de tantas gentes... Nada más ajeno al espíritu cristiano que una mal entendida confianza en Dios que nos llevara a quedarnos inactivos ante el sufrimiento y la necesidad en cualquiera de las formas que se presente.

Dios es nuestro Padre y cuida amorosamente de nosotros, pero cuenta con la inteligencia y el buen sentido de sus hijos para seguir en el camino por el que Él nos quiere llevar, y también con el amor fraterno para actuar a través de nosotros en la vida de otros hijos suyos. Nos ha dado unos talentos para ponerlos constantemente en juego. Nos santificamos aun cuando al poner los medios que el caso requería nos parece que hemos fracasado, que no han dado el resultado esperado. El Señor santifica los «fracasos» que se originan después de haber puesto los medios que parecían oportunos, pero no bendice las omisiones, pues nos trata como a hijos inteligentes, de quienes espera que pongan en juego los remedios adecuados.

Apliquemos en cada caso lo que esté de nuestra parte, y después, omnia in bonum! todo será para bien. Los resultados, aparentemente buenos o malos, nos llevarán a amar más a Dios, nunca a separarnos de Él. En el sentido de la filiación divina encontraremos la protección y el calor paternal que todos necesitamos. «Si tenéis confianza en Él y ánimos animosos, que es muy amigo Su Majestad de esto, no hayáis miedo que os falte nada»9, escribe Santa Teresa después de una larga experiencia. Junto al Señor se ganan todas las batallas, aunque, aparentemente, algunas se pierdan.

viernes, 25 de octubre de 2024

Laudes +

 

Laudes

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. (Aleluya).


HIMNO

Edificaste una torre
para tu huerta florida;
un lagar para tu vino
y, para el vino, una viña.

Y la viña no dio uvas,
ni el lagar buena bebida:
sólo racimos amargos
y zumos de amarga tinta.

Edificaste una torre,
Señor, para tu guarida;
un huerto de dulces frutos,
una noria de aguas limpias,
un blanco silencio de horas
y un verde beso de brisas.

Y esta casa que es tu torre,
este mi cuerpo de arcilla,
esta sangre que es tu sangre
y esta herida que es tu herida
te dieron frutos amargos,
amargas uvas y espinas.

¡Rompe, Señor, tu silencio,
rompe tu silencio y grita!
Que mi lagar enrojezca
cuando tu planta lo pise,
y que tu mesa se endulce
con el vino de tu viña. Amén.

SALMODIA

Ant. 1. Aceptarás los sacrificios, ofrendas y holocaustos, sobre tu altar, Señor.

Salmo 50

CONFESIÓN DEL PECADOR ARREPENTIDO

Renovaos en la mente y en el espíritu y vestíos de la nueva condición humana. (Cf. Ef 4, 23-24)

Misericordia, Dios mío, por tu bondad;
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón,
en el juicio brillará tu rectitud.
Mira, que en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.

Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.

Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.

¡Oh Dios!, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.

Líbrame de la sangre, ¡oh Dios,
Dios, Salvador mío!,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen;
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado:
un corazón quebrantado y humillado
tú no lo desprecias.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.

Ant. Aceptarás los sacrificios, ofrendas y holocaustos, sobre tu altar, Señor.

Ant. 2. Con el Señor triunfará y se gloriará la estirpe de Israel.

Cántico Is 45, 15-25

QUE LOS PUEBLOS TODOS SE CONVIERTAN AL SEÑOR

Al nombre de Jesús toda rodilla se doble. (Flp 2, 10)

Es verdad: tú eres un Dios escondido,
el Dios de Israel, el Salvador.
Se avergüenzan y se sonrojan todos por igual,
se van avergonzados los fabricantes de ídolos;
mientras el Señor salva a Israel
con una salvación perpetua,
para que no se avergüencen ni se sonrojen
nunca jamás.

Así dice el Señor, creador del cielo
—él es Dios—,
él modeló la tierra,
la fabricó y la afianzó;
no la creó vacía,
sino que la formó habitable:
«Yo soy el Señor y no hay otro.»

No te hablé a escondidas,
en un país tenebroso,
no dije a la estirpe de Jacob:
«Buscadme en el vacío.»

Yo soy el Señor que pronuncia sentencia
y declara lo que es justo.
Reuníos, venid, acercaos juntos,
supervivientes de las naciones.
No discurren los que llevan su ídolo de madera,
y rezan a un dios que no puede salvar.

Declarad, aducid pruebas,
que deliberen juntos:
¿Quién anunció esto desde antiguo,
quién lo predijo desde entonces?
¿No fui yo, el Señor?
—No hay otro Dios fuera de mí—.

Yo soy un Dios justo y salvador,
y no hay ninguno más.

Volveos hacia mí para salvaros,
confines de la tierra,
pues yo soy Dios y no hay otro.

Yo juro por mi nombre,
de mi boca sale una sentencia,
una palabra irrevocable:
«Ante mí se doblará toda rodilla.
por mí jurará toda lengua»,
dirán: «Sólo el Señor
tiene la justicia y el poder.»

A él vendrán avergonzados
los que se enardecían contra él,
con el Señor triunfará y se gloriará
la estirpe de Israel.

Ant. Con el Señor triunfará y se gloriará la estirpe de Israel.

Ant. 3. Entrad en la presencia del Señor con aclamaciones.

Salmo 99

ALEGRÍA DE LOS QUE ENTRAN EN EL TEMPLO

Los redimidos deben entonar un canto de victoria. (S. Atanasio)

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

«El Señor es bueno.
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»

Ant. Entrad en la presencia del Señor con aclamaciones.

LECTURA BREVE Ef 4, 29-32

No salga de vuestra boca palabra desedificante, sino la que sirva para la necesaria edificación, comunicando la gracia a los oyentes. Y no provoquéis más al Santo Espíritu de Dios, con el cual fuisteis marcados para el día de la redención. Desterrad de entre vosotros todo exacerbamiento, animosidad, ira, pendencia, insulto y toda clase de maldad. Sed, por el contrario, bondadosos y compasivos unos con otros, y perdonaos mutuamente como también Dios os ha perdonado en Cristo.

RESPONSORIO BREVE

V. En la mañana hazme escuchar tu gracia.
R. En la mañana hazme escuchar tu gracia.

V. Indícame el camino que he de seguir.
R. Hazme escuchar tu gracia.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. En la mañana hazme escuchar tu gracia.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant.  El Señor ha visitado y redimido a su pueblo.


Cántico de Zacarías Lc 1, 68-79

EL MESÍAS Y SU PRECURSOR

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con
nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén


Ant.  El Señor ha visitado y redimido a su pueblo.

PRECES

Adoremos a Cristo, que salvó al mundo con su cruz, y supliquémosle diciendo:
Señor, ten misericordia de nosotros.

Señor Jesucristo, cuya claridad es nuestro sol y nuestro día,
haz que, desde el amanecer, desaparezca de nosotros todo sentimiento malo.

Vela, Señor, sobre nuestros pensamientos, palabras y obras,
a fin de que nuestro día sea agradable ante tus ojos.

Aparta de nuestros pecados tu vista,
y borra en nosotros toda culpa.

Por tu cruz y tu resurrección,
llénanos del gozo del Espíritu Santo.

Se pueden añadir algunas intenciones libres.

Ya que somos hijos de Dios, oremos a nuestro Padre como Cristo nos enseñó: Padre nuestro.


Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.


Oración

Dios misericordioso, que has iluminado las tinieblas de nuestra ignorancia con la luz de tu palabra: acrecienta en nosotros la fe que tú mismo nos has dado; que ninguna tentación pueda nunca destruir el ardor de la fe y de la caridad que tu gracia ha encendido en nuestro espíritu. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.


V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

miércoles, 23 de octubre de 2024

Lecturas y reflexiones +

 San Juan de Capistrano




Memoria libre

23 Octubre

Biografía


Nació en Capistrano, en la región de los Abruzos, el año 1386. Estudió derecho en Perusa y ejerció por un tiempo el cargo de juez. Ingresó en la Orden de los Frailes Menores y, ordenado sacerdote, ejerció incansablemente el apostolado por toda Europa, trabajando en la reforma de costumbres y en la lucha contra las herejías. Murió en Ilok (Austria) el año 1456.



Primera lectura


Ef 3,2-12

El misterio de Cristo ha sido revelado ahora: también los gentiles son coherederos de la misma promesa

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios.

HERMANOS:
Han oído hablar de la distribución de la gracia de Dios que se me ha dado en favor de ustedes, los gentiles. Ya que se me dio a conocer por revelación el misterio, sobre el cual acabo de escribirles brevemente.
Léanlo y vean cómo comprendo yo el misterio de Cristo, que no había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo, y partícipes de la misma promesa en Jesucristo, por el Evangelio, del cual soy yo servidor por la gracia que Dios me dio con su fuerza y su poder.
A mí, el más insignificante de los santos, se me ha dado la gracia de anunciar a los gentiles la riqueza insondable de Cristo; e iluminar la realización del misterio, escondido desde el principio de los siglos en Dios, creador de todo.
Así, mediante la Iglesia, los principados y potestades celestes conocen ahora la multiforme sabiduría de Dios, según el designio eterno, realizado en Cristo, Señor nuestro, por quien tenemos libre y confiado acceso a Dios por la fe en él.

Palabra de Dios.

Salmo


Sal Is 12,2-3.4bcd.5-6 R. cf. 3)

R. Sacarán agua con gozo
de las fuentes del Salvador.

V. «Él es mi Dios y Salvador:
confiaré y no temeré,
porque mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación».
Y sacarán aguas con gozo
de las fuentes de la salvación. R.

V. «Den gracias al Señor,
invoquen su nombre,
cuenten a sus pueblos las hazañas,
proclamen que su nombre es excelso». R.

V. Tañan para el Señor, que hizo proezas,
anúncienlas a toda la tierra;
griten jubilosos, habitantes de Sion,
porque es grande en medio de ti el Santo de Israel. R.

Aclamación


R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Estén en vela y preparados, porque a la hora que menos piensen viene el Hijo del hombre. R.

Evangelio


Lc 12, 39-48.

Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Comprendan que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, velaría y no le dejaría abrir un boquete en casa.
Lo mismo ustedes, estén preparados, porque a la hora que menos piensen viene el hijo del hombre».
Pedro le dijo:
«Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?».
Y el Señor dijo:
«¿Quién es el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para que reparta la ración de alimento a sus horas?
Bienaventurado aquel criado a quien su señor, al llegar, lo encuentre portándose así. En verdad les digo que lo pondrá al frente de todos sus bienes.
Pero si aquel criado dijere para sus adentros: "Mi señor tarda en llegar", y empieza a pegarles a los criados y criadas, a comer y beber y emborracharse, vendrá el señor de ese criado el día que no espera y a la hora que no sabe y lo castigará con rigor, y le hará compartir la suerte de los que no son fieles.
El criado que, conociendo la voluntad de su señor, no se prepara ni obra de acuerdo con su voluntad, recibirá muchos azotes; pero el que, sin conocerla, ha hecho algo digno de azotes, recibirá menos.
Al que mucho le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá».

Palabra del Señor.



Pistas para la Lectio Divina

Lucas 12,39-48:
Servidores responsables. “¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente…?”

Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la América Latina (CEBIPAL) del CELAM

Continuamos en la misma línea de ayer, pero –como siempre- dando un paso hacia delante. La actitud de la “vigilancia”, tal como la vimos, se le pide a todo discípulo del Señor, quien quiera él sea. En cambio, hoy, la atención se centra de manera particular en la vigilancia propia de los líderes de las comunidades.

También el texto de hoy tiene dos parábolas, siempre en torno al tema de la vigilancia:

(1) La primera, que se titula “del amo de la casa” (12,39-40).

(2) La segunda, que se titula “del administrador fiel y prudente” (12,41-48).

Como conclusión de la primera parábola, la más breve, resuena el imperativo: “¡Estad preparados!” (12,40).

Jesús trae a colación algo que constatamos perfectamente hoy: la preocupación por la seguridad. Vemos incremento en la vigilancia privada, sofisticación de las cerraduras de las puertas y de las alarmas para las casas y los carros, afán por tener un seguro para cuanto implemento tenemos, etc. ¿Quién no quiere proteger sus pertenencias?

Lo extraño es que no sabemos estar preparados para el momento en que otro ladrón irremediablemente llega: la muerte. La venida del Señor tiene esta gran característica: es imprevisible.

Sin embargo, Jesús dice: “¡Estad preparados!” (12,40). No nos ha dicho que nos pongamos a calcular la hora, eso de nada sirve. Lo que nos pide es que estemos trabajando y que lo hagamos lo mejor posible. De esta forma la vigilancia se convierte en una ética de la responsabilidad de nuestras realidades cotidianas. Hay que evitar un pietismo que nos lleve a olvidarnos de nuestras obligaciones.

Si miramos el evangelio en el versículo 41, veremos que a Pedro no le quedó claro si la parábola se aplicaba solamente a todos los discípulos o más bien a los líderes de la comunidad. Por eso viene la segunda parábola (12,41-48) que transporta la misma exigencia del “¡Estad preparados!” en el asumir las responsabilidades típicas de un animador de la comunidad, a quien Jesús llama “el administrador fiel y prudente” (12,42).

Como vimos en la parábola de ayer, también ésta se desarrolla en dos partes:

(1) Las características del administrador “fiel y prudente”: sabe que los bienes no son suyos, no es tacaño ni rígido, sabe hacer que alcance para todos la comida (12,42). Éste recibirá la “bienaventuranza” de su Señor (12,43) y se le concederán funciones de mayor responsabilidad en la comunidad (12,44).

2. Las características del administrador “infiel”: primero se descuida en la vigilancia, se da buena vida, se aprovecha de las circunstancias; luego, ya no sabe dirigir la comunidad, se pone agresivo y se olvida de los demás. Primero se olvida de sí mismo y luego de los demás (12,45). El castigo es todavía mayor (46-48ª).

La parábola concluye con la moraleja: “A quien se le dio mucho se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más” (12,48b). Si los dones que el Señor nos da van creciendo junto con nosotros, ¡cuánto más tendremos que crecer en nuestro sentido de la gratitud y de la responsabilidad!

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Qué debe caracterizar a un “líder” de comunidad?

2. ¿Cuál es la enseñanza de cada una de las parábolas de hoy?

3. ¿Qué le dice a un discípulo del Señor el “¡Estad preparados!”? ¿Cómo se hace la preparación?

“Eleva tu pensamiento, al cielo sube,
por nada te acongojes, nada te turbe”

(Santa Teresa de Jesús)

Francisco Fernández-Carvajal
Hablar con Dios

29ª semana. Martes

LA VIGILANCIA EN EL AMOR

— Con las lámparas encendidas.

— La lucha en lo que parece de poca importancia nos mantendrá vigilantes.

— Alerta contra la tibieza.

I. Tened ceñidas vuestras cinturas y las lámparas encendidas, y estad como quienes aguardan a su amo cuando vuelve de las nupcias, para abrirle en cuanto venga y llame, leemos en el Evangelio de la Misa1. El tener «ceñida la cintura» es una metáfora basada en las costumbres de los hebreos, y en general de todos los habitantes de Oriente Medio, que ceñían sus amplias vestiduras antes de emprender un viaje para caminar sin dificultad. En el relato del Éxodo se narra la prescripción de Dios a los israelitas de celebrar el sacrificio de la Pascua con la ropa ceñida, las sandalias calzadas y el bastón en la mano2, porque iba a comenzar el itinerario hacia la tierra de promisión. Del mismo modo, tener las lámparas encendidas indica la actitud atenta, propia del que espera la llegada de alguien.

El Señor nos dice una vez más que nuestra actitud ha de ser como la de aquel que está a punto de emprender un viaje, o de quien espera a alguien importante. La situación del cristiano no puede ser de somnolencia y de descuido. Y esto por dos razones: porque el enemigo está siempre al acecho, como león rugiente, buscando a quien devorar3, y porque quien ama no duerme4. «Vigilar es propio del amor. Cuando se ama a una persona, el corazón vigila siempre, esperándola, y cada minuto que pasa sin ella es en función de ella y transcurre vigilante (...). Jesús pide el amor. Por eso solicita vigilancia»5. En Italia, muy cerca de Castelgandolfo, hay una imagen de la Virgen colocada junto a una bifurcación de carreteras, y tiene la siguiente inscripción: Cor meum vigilat. El Corazón de la Virgen está vigilante por Amor. Así debe estar el nuestro: vigilante por amor, y para descubrir al Amor que pasa cerca de nosotros. Enseña San Ambrosio que si el alma está adormecida, Jesús se marcha sin haber llamado a nuestra puerta, pero si el corazón está en vela, llama y pide que se le abra6. Muchas veces a lo largo del día pasa Jesús a nuestro lado. ¡Qué pena si la tibieza impidiera verlo!

«¡Cuánto te amo, Señor, mi fortaleza, mi alcázar, mi libertad! (Sal 17, 2-3). Eres lo más deseable y amable que puede imaginarse. ¡Dios mío, ayuda mía! Te amaré según me lo concedas y yo pueda, mucho menos de lo debido, pero no menos de lo que puedo... Podré más si aumentas mi capacidad, pero nunca llegaré a lo que te mereces»7. No permitas que, por falta de vigilancia, otras cosas ocupen el lugar que solo Tú debes llenar. Enséñame a mantener el alma libre para Ti, y el corazón dispuesto para cuando llegues.

II. Me pondré de centinela, // haré la guardia oteando a ver qué me dice, // qué respondo a su llamada8. San Bernardo, comentando estas palabras del Profeta, nos exhorta: «Estemos también nosotros, hermanos, vigilantes, porque es la hora del combate»9. Es necesario luchar cada día, frecuentemente en pequeños detalles, porque en cada jornada vamos a encontrar obstáculos que nos separan de Dios. Muchas veces el empeño por mantenernos en este estado de vigilia, bien opuesto a la tibieza, se concretará en fortaleza para cumplir nuestros actos de piedad, esos encuentros con el Señor que nos llenan de fuerzas y de paz. Hemos de estar atentos para no abandonarlos por cualquier imprevisto que se presente, sin dejarnos llevar por el estado de ánimo de ese día o de ese momento.

Otras veces nuestra lucha estará más centrada en el modo de vivir la caridad, corrigiendo formas destempladas del carácter (del mal carácter), esforzándonos en ser cordiales, en servir a los demás, en tener buen humor...; o tendremos que empeñarnos en realizar mejor el trabajo, en ser más puntuales, en poner los medios oportunos para que nuestra formación humana, profesional y espiritual no se estanque... Este estado de vigilia, como el del centinela que guarda la ciudad, no nos garantiza que siempre hayamos de vencer: junto a las victorias, tendremos también derrotas (metas que no alcanzamos, propósitos que no acabamos de cumplir bien...). Muchos de estos fracasos carecerán ordinariamente de importancia; otros sí la tendrán, pero el desagravio y la contrición nos acercarán más aún al Señor, y nos darán fuerzas para recomenzar de nuevo... «Lo grave –escribe San Juan Crisóstomo a uno que se había separado de la fe– no es que quien lucha caiga, sino que permanezca en la caída; lo grave no es que uno sea herido en la guerra, sino desesperarse después de recibido el golpe y no curar la herida»10.

No olvidemos que en la lucha en lo pequeño, el alma se fortalece y se dispone para oír las continuas inspiraciones y mociones del Espíritu Santo. Y es ahí también, en el descuido de lo que parece de poca importancia (puntualidad, dedicar al Señor el mejor tiempo para la oración, la pequeña mortificación en las comidas, en la guarda de los sentidos...), donde el enemigo se hace peligroso y difícil de vencer. «Hemos de convencernos de que el mayor enemigo de la roca no es el pico o el hacha, ni el golpe de cualquier otro instrumento, por contundente que sea: es esa agua menuda, que se mete, gota a gota, entre las grietas de la peña, hasta arruinar su estructura. El peligro más fuerte para el cristiano es despreciar la pelea en esas escaramuzas, que calan poco a poco en el alma, hasta volverla blanda, quebradiza e indiferente, insensible a las voces de Dios»11.

III. Es tan grata a Dios la actitud del alma que, día tras día y hora tras hora, aguarda vigilante la llegada de su Señor, que Jesús exclama en la parábola que nos propone: ¡Dichosos aquellos siervos a los que al volver su amo los encuentre vigilando! Y, olvidando quién es el criado y quién el señor, sienta a la mesa al criado y él mismo le sirve. Es el amor infinito que no teme invertir los puestos que a cada uno corresponden: En verdad os digo que se ceñirá la cintura, les hará sentar a la mesa y acercándose les servirá. Las promesas de intimidad con Dios van más allá de lo que podemos imaginar. Vale la pena estar vigilantes, con el alma llena de esperanza, atentos a los pasos del Señor que llega.

El corazón que ama está alerta, como el centinela en la trinchera; el que anda metido en la tibieza, duerme. El estado de tibieza se parece a una pendiente inclinada que cada vez se separa más de Dios. Casi insensiblemente nace una cierta preocupación por no excederse, por quedarse en lo suficiente para no caer en el pecado mortal, aunque se acepta con frecuencia el venial. Y se justifica esta actitud de poca lucha y de falta de exigencia personal con razones de naturalidad, de eficacia, de salud, que ayudan al tibio a ser indulgente con sus pequeños afectos desordenados, apegos a personas o cosas, caprichos, excesiva tendencia a buscar una mayor comodidad..., que llegan a presentarse como una necesidad subjetiva. La fuerzas del alma se van debilitando cada vez más, hasta llegar, si no se remedia, a pecados más graves.

El alma adormecida en la tibieza vive sin verdaderos objetivos en la lucha interior que atraigan e ilusionen. «Se va tirando». Se ha dejado el empeño por ser mejores, o se lleva una lucha ficticia e ineficaz. Queda en el corazón un vacío de Dios que el tibio intenta llenar con otras cosas, que no son Dios y no llenan; y un especial y característico desaliento impregna toda la vida de relación con el Señor. Se pierde la prontitud y la alegría en la entrega, y la fe queda apagada, precisamente porque se ha enfriado el amor. A un estado de tibieza le ha precedido siempre un conjunto de pequeñas infidelidades, cuya culpa –no zanjada– está influyendo en las relaciones de esa alma con Dios.

Tened ceñidas las cinturas y las lámparas encendidas..., atentos a los pasos del Señor. Es una llamada a mantenernos alerta, con la lucha diaria planteada en puntos muy concretos. Nadie estuvo más atento a la llegada de Cristo a la tierra que su Madre Santa María. Ella nos enseñará a mantenernos vigilantes si alguna vez sentimos que ese mal sueño hace su presencia en el alma.

«¡Señor, qué bueno eres para el que te busca! Y ¿para el que te encuentra?»12. Nosotros lo hemos encontrado. No lo perdamos.