Custodia

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Saludo

Bendición

martes, 2 de mayo de 2023

Oficio, lecturas, reflexión y laudes +

 


San Atanasio, obispo y doctor de la Iglesia, memoria obligatoria


V/. -Señor, Ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina

Ant: Venid, adoremos a Cristo, Pastor supremo. Aleluya.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Venid, adoremos a Cristo, Pastor supremo. Aleluya.

 
Himno

Cristo, cabeza, rey de los pastores,
el pueblo entero, madrugando a fiesta,
canta a la gloria de tu sacerdote
himnos sagrados.

Con abundancia de sagrado crisma,
la unción profunda de tu Santo Espíritu
le armó guerrero y le nombró en la Iglesia
jefe del pueblo.

Él fue pastor y forma del rebaño,
luz para el ciego, báculo del pobre,
padre común, presencia providente,
todo de todos.

Tú que coronas sus merecimientos,
danos la gracia de imitar su vida,
y al fin, sumisos a su magisterio,
danos su gloria. Amén.

Salmo 101 - I: Deseos y súplicas de un desterrado

Ant: Mi grito, Señor, llegue hasta ti; no me escondas tu rostro. Aleluya.

Señor, escucha mi oración,
que mi grito llegue hasta ti;
no me escondas tu rostro
el día de la desgracia.
Inclina tu oído hacia mi;
cuando te invoco, escúchame en seguida.

Que mis días se desvanecen como humo,
mis huesos queman como brasas;
mi corazón está agostado como hierba,
me olvido de comer mi pan;
con la violencia de mis quejidos,
se me pega la piel a los huesos.

Estoy como lechuza en la estepa,
como búho entre ruinas;
estoy desvelado, gimiendo,
como pájaro sin pareja en el tejado.
Mis enemigos me insultan sin descanso;
furiosos contra mí, me maldicen.

En vez de pan, como ceniza,
mezclo mi bebida con llanto,
por tu cólera y tu indignación,
porque me alzaste en vilo y me tiraste;
mis días son una sombra que se alarga,
me voy secando como la hierba.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Mi grito, Señor, llegue hasta ti; no me escondas tu rostro. Aleluya.

Salmo 101 - II:

Ant: Escucha, Señor, las súplicas de los indefensos. Aleluya.

Tú, en cambio, permaneces para siempre,
y tu nombre de generación en generación.
Levántate y ten misericordia de Sión,
que ya es hora y tiempo de misericordia.

Tus siervos aman sus piedras,
se compadecen de sus ruinas,
los gentiles temerán tu nombre,
los reyes del mundo, tu gloria.

Cuando el Señor reconstruya Sión,
y aparezca en su gloria,
y se vuelva a las súplicas de los indefensos,
y no desprecie sus peticiones,
quede esto escrito para la generación futura,
y el pueblo que será creado alabará al Señor.

Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario,
desde el cielo se ha fijado en la tierra,
para escuchar los gemidos de los cautivos
y librar a los condenados a muerte.

Para anunciar en Sión el nombre del Señor,
y su alabanza en Jerusalén,
cuando se reúnan unánimes los pueblos
y los reyes para dar culto al Señor.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Escucha, Señor, las súplicas de los indefensos. Aleluya.

Salmo 101 - III:

Ant: Tú, Señor, cimentaste la tierra, y el cielo es obra de tus manos. Aleluya.

Él agotó mis fuerzas en el camino,
acortó mis días;

y yo dije: "Dios mío, no me arrebates
en la mitad de mis días."

Tus años duran por todas las generaciones:
al principio cimentaste la tierra,
y el cielo es obra de tus manos.

Ellos perecerán, tú permaneces,
se gastarán como la ropa,
serán como un vestido que se muda.
Tú, en cambio, eres siempre el mismo,
tus años no se acabarán.

Los hijos de tus siervos vivirán seguros,
su linaje durará en tu presencia.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Tú, Señor, cimentaste la tierra, y el cielo es obra de tus manos. Aleluya.

V/. Escucharás una palabra de mi boca. Aleluya.

R/. Y les darás la alarma de mi parte. Aleluya.

Lectura

V/. Escucharás una palabra de mi boca. Aleluya.

R/. Y les darás la alarma de mi parte. Aleluya.

Victoria del Cordero


Ap 14,1-13

Yo, Juan, miré y en la visión apareció el Cordero de pie sobre el monte Sión, y con él ciento cuarenta y cuatro mil que llevaban grabado en la frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre. Oí también un sonido que bajaba del cielo, parecido al estruendo del océano, y como el estampido de un trueno poderoso; era el son de arpistas que tañían sus arpas delante del trono, delante de los cuatro seres vivientes y los ancianos, cantando un cántico nuevo.

Nadie podía aprender el cántico fuera de los ciento cuarenta y cuatro mil, los adquiridos en la tierra. Éstos son los que no se pervirtieron con mujeres, porque son vírgenes; éstos son los que siguen al Cordero adondequiera que vaya; los adquirieron como primicias de la humanidad para Dios y el Cordero. En sus labios no hubo mentira, no tienen falta.

Vi otro ángel que volaba por mitad del cielo; llevaba un mensaje irrevocable para anunciarlo a los habitantes de la tierra, a toda nación, raza, lengua y pueblo. Clamaba:

«Respetad a Dios y dadle gloria, porque ha llegado la hora de su juicio; rendid homenaje al que hizo el cielo, la tierra, el mar y los manantiales.»

Lo siguió otro ángel, el segundo, que decía:

«Cayó, cayó la gran Babilonia, la que ha hecho beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación.»

Les siguió otro ángel, el tercero, clamando:

«Quien venere a la fiera y a su estatua y reciba su marca en la frente o en la mano, ése beberá del vino del furor de Dios, escanciado sin diluir en la copa de su cólera, y será atormentado con fuego y azufre ante los santos ángeles y el Cordero. El humo de su tormento subirá por los siglos de los siglos, pues los que veneran a la fiera y a su estatua y reciben la marca con su nombre no tendrán respiro ni día ni noche.»

¡Aquí del aguante de los santos que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús!

Oí una voz que decía desde el cielo:

«Escribe: ¡Dichosos ya los muertos que mueren en el Señor! Sí (dice el Espíritu), que descansen de sus fatigas, porque sus obras los acompañan.»

R/. Oí en el cielo la voz de una multitud de ángeles que decían: «Respetad a Dios y dadle gloria; rendid homenaje al que hizo el cielo, la tierra, el mar y los manantiales.» Aleluya Aleluya.


V/. Vi un ángel poderoso de Dios que volaba por mitad del cielo, y clamaba, diciendo:

R/. «Respetad a Dios y dadle gloria; rendid homenaje al que hizo el cielo, la tierra, el mar y los manantiales.» Aleluya Aleluya.

L. Patrística

De la encarnación del Verbo
San Atanasio, obispo

Sermón sobre la encarnación del Verno, 8-9: PG 25,110-111)

El Verbo de Dios, incorpóreo, incorruptible e inmaterial, vino a nuestro mundo, aunque tampoco antes se hallaba lejos, pues nunca parte alguna del universo se hallaba vacía de él, sino que lo llenaba todo en todas partes, ya que está junto a su Padre.

Pero él vino por su benignidad hacia nosotros, y en cuanto se nos hizo visible. Tuvo piedad de nuestra raza y de nuestra debilidad y, compadecido de nuestra corrupción, no soportó que la muerte nos dominase, para que no pereciese lo que había sido creado, con lo que hubiera resultado inútil la obra de su Padre al crear al hombre, y por esto tomó para si un cuerpo como el nuestro, ya que no se contentó con habitar en un cuerpo ni tampoco en hacerse simplemente visible. En efecto, si tan sólo hubiese pretendido hacerse visible, hubiera podido ciertamente asumir un cuerpo más excelente; pero él tomó nuestro mismo cuerpo.

En el seno de la Virgen, se construyó un templo, es decir, su cuerpo, y lo hizo su propio instrumento, en el que había de darse a conocer y habitar; de este modo habiendo tomado un cuerpo semejante al de cualquiera de nosotros, ya que todos estaban sujetos a la corrupción de la muerte, lo entregó a la muerte por todos, ofreciéndolo al Padre con un amor sin límites; con ello, al morir en su persona todos los hombres, quedó sin vigor la ley de la corrupción que afectaba a todos, ya que agotó toda la eficacia de la muerte en el cuerpo del Señor, y así ya no le quedó fuerza alguna para ensañarse con los demás hombres, semejantes a él; con ello, también hizo de nuevo incorruptibles a los hombres, que habían caído en la corrupción, y los llamó de muerte a vida, consumiendo totalmente en ellos la muerte, con el cuerpo que había asumido y con el poder de su resurrección, del mismo modo que la paja es consumida por el fuego.

Por esta razón, asumió un cuerpo mortal: para que este cuerpo, unido al Verbo que está por encima de todo, satisficiera por todos la deuda contraída con la muerte; para que, por el hecho de habitar el Verbo en él, no sucumbiera a la corrupción; y, finalmente, para que, en adelante, por el poder de la resurrección, se vieran ya todos libres de la corrupción.

De ahí que el cuerpo que él había tomado, al entregarlo a la muerte como una hostia y víctima limpia de toda mancha, alejó al momento la muerte de todos los hombres, a los que él se había asemejado, ya que se ofreció en lugar de ellos.

De este modo, el Verbo de Dios, superior a todo lo que existe, ofreciendo en sacrificio su cuerpo, templo e instrumento de su divinidad, pagó con su muerte la deuda que habíamos contraído, y, así, el Hijo de Dios, inmune a la corrupción, por la promesa de la resurrección, hizo partícipes de esta misma inmunidad a todos los hombres, con los que se había hecho una misma cosa por su cuerpo semejante al de ellos.

Es verdad, pues, que la corrupción de la muerte no tiene ya poder alguno sobre los hombres, gracias al Verbo, que habita entre ellos por su encarnación.

San Atanasio, obispo y doctor de la Iglesia, memoria obligatoria

Hch 11,19-26: Se pusieron a hablar también a los griegos, anunciándoles al Señor Jesús.

En aquellos días, los que se habían dispersado en la persecución provocada por lo de Esteban llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, sin predicar la palabra más que a los judíos. Pero algunos, naturales de Chipre y de Cirene, al llegar a Antioquía, se pusieron a hablar también. a los griegos, anunciándoles al Señor Jesús. Como la mano del Señor estaba con ellos, gran número creyó y se convirtió al Señor.

Llegó la noticia a la Iglesia de Jerusalén, y enviaron a Bernabé a Antioquia; al llegar y ver la acción de la gracia de Dios, se alegró mucho, y exhortó a todos a seguir unidos al Señor con todo empeño; como era hombre de bien, lleno de Espíritu Santo y de fe, una multitud considerable se adhirió al Señor.

Más tarde, salió para Tarso, en busca de Saulo; lo encontró y se lo llevó a Antioquía. Durante un año fueron huéspedes de aquella Iglesia e instruyeron a muchos. Fue en Antioquía donde por primera vez llamaron a los discípulos cristianos.

Sal 86,1-3.4-5.6-7: Alabad al Señor, todas las naciones.

Él la ha cimentado sobre el monte santo;
y el Señor prefiere las puertas de Sión
a todas las moradas de Jacob.
¡Qué pregón tan glorioso para ti,
ciudad de Dios!

Contaré a Egipto y a Babilonia
entre mis fieles,
filisteos, tirios y etíopes
han nacido allí.»
Se dirá de Sión: «Uno por uno
todos han nacido en ella;
el Altísimo en persona la ha fundado.»

El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
«Este ha nacido allí.»
Y cantarán mientras danzan:
«Todas mis fuentes están en ti.»

Jn 10,22-30: Yo y el Padre somos uno.

Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón. Los judíos, rodeándolo, le preguntaban:

- «¿Hasta cuando nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente.»

Jesús les respondió:

- «Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de mi. Pero vosotros no creéis, porque no sois ovejas mías. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno.»



Pascua. 4ª semana. Martes

PRIMEROS CRISTIANOS. UNIVERSALIDAD DE LA FE


— Rápida propagación del cristianismo. Los primeros cristianos se santificaron en medio del ambiente en el que encontraron a Cristo.

— Ciudadanos ejemplares en medio del mundo. Llevar a Cristo a todos los ambientes.

— Costumbres cristianas en el seno de la familia.

I. «Nuestro Señor funda su Iglesia sobre la debilidad –pero también sobre la fidelidad– de unos hombres, los Apóstoles, a los que promete la asistencia constante del Espíritu Santo (...).

»La predicación del Evangelio no surge en Palestina por la iniciativa personal de unos cuantos fervorosos. ¿Qué podían hacer los Apóstoles? No contaban nada en su tiempo; no eran ricos, ni cultos, ni héroes a lo humano. Jesús echa sobre los hombros de este puñado de discípulos una tarea inmensa, divina»1. Quien hubiera contemplado sin visión sobrenatural los comienzos apostólicos de aquel pequeño grupo, habría creído que se trataba de un empeño destinado al fracaso desde el principio. Sin embargo, aquellos hombres tuvieron fe, fueron fieles y comenzaron a predicar por todas partes aquella doctrina insólita que chocaba frontalmente con muchas costumbres paganas; en poco tiempo el mundo conoció que Jesucristo era el Redentor del mundo.

Desde el principio la Buena Nueva es predicada a todos los hombres, sin distinción alguna. Los que se habían dispersado en la persecución provocada por la muerte de Esteban –leemos en la Misa de hoy2–, llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía. En esta ciudad fueron tantas las conversiones que allí por primera vez llamaron cristianos a los discípulos del Señor. Pocos años más tarde encontramos seguidores de Cristo en Roma y en todo el Imperio.

En los comienzos, la fe cristiana arraigó principalmente entre personas de condición sencilla: soldados de tropa, bataneros, cardadores de lana, esclavos...; también comerciantes.

Considerad, hermanos –escribía San Pablo–, quiénes son los que han sido llamados a la fe de entre vosotros: cómo no sois muchos los sabios según la carne, ni muchos los poderosos, ni muchos los nobles...3.

Para Dios no existe acepción de personas, y los primeros llamados –ignorantes y débiles a los ojos humanos– serán los instrumentos que utilizará para la expansión de la Iglesia. Así se vio con más claridad que la eficacia era divina.

También entre los primeros cristianos existían personas cultas, sabias, importantes, humanamente hablando –un ministro etíope, centuriones, hombres como Apolo y Dionisio Areopagita, mujeres como Lidia–, pero fueron los menos dentro del gran número de conversos a la nueva fe. Comenta Santo Tomás que «también pertenece a la gloria de Dios el que por medio de gente sencilla haya atraído a Sí a los sublimes del mundo»4.

Los primeros cristianos ejercían todas las profesiones comunes en su tiempo, salvo aquellas que entrañaban algún peligro para su fe, como «intérpretes de sueños», adivinos, guardianes de templos... Y aunque en la vida pública estaban presentes las prácticas religiosas paganas, permaneció cada uno en el lugar y profesión donde encontró la fe, procurando dar su tono a la sociedad, esforzándose por llevar una conducta ejemplar, sin rehuir el trato –al contrario– con sus vecinos y conciudadanos. Intervenían en el foro, en el mercado, en el ejército... «Nosotros los cristianos –dirá Tertuliano–, no vivimos separados del mundo, frecuentamos el foro, los baños, los talleres, las tiendas, los mercados y las plazas públicas. Ejercemos los oficios de marino, de soldado, de labriego, de negociante...»5.

El Señor nos recuerda que también hoy llama a todos, sin distinción de profesión, de condición social o de raza. «¡Qué compasión te inspiran!... Querrías gritarles que están perdiendo el tiempo... ¿Por qué son tan ciegos, y no perciben lo que tú –miserable– has visto? ¿Por qué no han de preferir lo mejor?

»—Reza, mortifícate, y luego –¡tienes obligación!– despiértales uno a uno, explicándoles –también uno a uno– que, lo mismo que tú, pueden encontrar un camino divino, sin abandonar el lugar que ocupan en la sociedad»6.

Así hicieron nuestros primeros hermanos en la fe.

II. A finales del siglo ii, los cristianos están extendidos por todo el Imperio: «No hay raza alguna de hombre, llámense bárbaros o griegos o con otros nombres cualesquiera, ora habiten en casas o se llamen nómadas sin viviendas o moren en tiendas de pastores, entre los que no se ofrezcan por el nombre de Jesús crucificado oraciones y acciones de gracias al Padre y Hacedor de todas las cosas»7.

Los fieles cristianos no huyen del mundo para buscar con plenitud a Cristo: se consideran parte constituyente de ese mismo mundo, al que tratan de vivificar desde dentro, con su oración, con su ejemplo, con una caridad magnánima: «lo que es el alma para el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo»8. Vivificaron su mundo, que en muchos puntos había perdido el sentido de la dignidad humana, siendo ciudadanos como los demás, y sin distinguirse de ellos ni por su vestido, ni por insignias, ni por cambiar de ciudadanía9.

No solo son ciudadanos, sino que procuraban serlo ejemplarmente: «obedecen las leyes, pero con su vida sobrepasan las leyes»10, las cumplen acabadamente en beneficio de todos. Ya San Pablo enseñó que se había de pedir a Dios por los constituidos en autoridad11.

Como ciudadanos ejemplares, honraban a la autoridad civil, pagaban los tributos y cumplían las demás obligaciones sociales. Y esto, en épocas de paz y en momentos de persecución y de odio manifiesto. Un ejemplo de la heroicidad de los primeros fieles en vivir estas virtudes cívicas nos lo proporciona San Justino Mártir, a mediados del siglo ii: «Como hemos aprendido de Él (de Cristo), nosotros procuramos pagar los tributos y las contribuciones, íntegramente y con rapidez, a vuestros encargados (...). De aquí que adoramos solo a Dios, pero os obedecemos gustosamente a vosotros en todo lo demás, reconociendo abiertamente que sois los reyes y los gobernadores de los hombres y pidiendo en la oración que, junto con el poder imperial, encontréis también un arte de gobierno lleno de sabiduría»12. Y Tertuliano, que atacaba con vehemencia la degeneración del mundo pagano, escribía que los fieles oraban en sus asambleas por los emperadores, por sus ministros y autoridades, por el bienestar temporal y por la paz13.

Los cristianos, en cualquier época, no podemos vivir de espaldas a la sociedad de la que formamos parte. En el mismo corazón del mundo procuramos vivir responsablemente nuestros quehaceres temporales para, desde dentro, informarlos con un espíritu nuevo, con la caridad cristiana. Cuanto más se haga sentir el alejamiento de Cristo, tanto más urgente se hace la presencia de los cristianos en esos lugares, para llevar, como los primeros en la fe, la sal de Cristo, y devolver al hombre su dignidad humana, perdida en muchas ocasiones. «Para seguir las huellas de Cristo, el apóstol de hoy no viene a reformar nada, ni mucho menos a desentenderse de la realidad histórica que le rodea... —Le basta actuar como los primeros cristianos, vivificando el ambiente»14.

Podemos preguntarnos si donde vivimos llevamos la luz de Cristo a esas personas, a ese ambiente, como hicieron los primeros cristianos.

III. Los caminos de acercamiento a la fe fueron muy variados, algunos extraordinarios, como le sucedió a San Pablo15. A otros los llamará el Señor a través del ejemplo de un mártir; la mayoría de las veces conocían la Buena Nueva por mediación de algún compañero de trabajo, de vecindad, de prisión, de viaje, etcétera. Ya en la época apostólica se hizo costumbre bautizar a los niños, incluso antes de tener uso de razón. San Pablo bautizó familias enteras, y junto con los demás Apóstoles transmitió esta costumbre a toda la Iglesia. Dos siglos más tarde, Orígenes podía escribir este texto: «la Iglesia ha recibido de los Apóstoles la costumbre de administrar el bautismo incluso a los niños»16.

Las casas de los primeros fieles, iguales externamente a las demás, se convirtieron en hogares cristianos. Los padres transmitían la fe a sus hijos, y estos a los suyos, y así la familia se convirtió en un pilar fundamental de la consolidación de la fe y de las costumbres cristianas. Empapados por la caridad, los hogares cristianos eran lugares de paz en medio, no infrecuentemente, de incomprensiones externas, de calumnias, de persecución. En el hogar se aprendía a ofrecer el día, a dar gracias, a bendecir los alimentos, a dirigirse a Dios en la abundancia y en la escasez.

Las enseñanzas de los padres brotaban con naturalidad al compás de la vida, y así la familia cumplía su función educadora. Estos son los consejos que da San Juan Crisóstomo a un matrimonio cristiano: «muéstrale a tu mujer que aprecias mucho vivir con ella y que por ella prefieres quedarte en casa que andar por la calle. Prefiérela a todos los amigos e incluso a los hijos que te ha dado; ama a estos por razón de ella (...). Haced en común vuestras oraciones (...). Aprended el temor de Dios; todo lo demás fluirá como de una fuente y vuestra casa se llenará de innumerables bienes»17. Otras veces es un hijo o una hija el foco de expansión del cristianismo en su familia: atrae a otros hermanos a la fe; quizá luego a sus padres, y estos a los tíos... y acaban acercándose hasta los abuelos.

Son muchas las costumbres cristianas que pueden vivirse en el seno de la familia: el rezo del Santo Rosario, los cuadros o imágenes de la Virgen, hacer el Nacimiento en Navidad, la bendición de la mesa... y otras muchas. Si sabemos cuidarlas, contribuirán a que en el hogar se respire siempre un clima amable, de familia cristiana, donde desde pequeños se aprende con naturalidad a tratar a Dios y a su Madre Santísima.


R/. Serás mi boca, frente a este pueblo te pondré como muralla de bronce inexpugnable; lucharán contra ti, y no te podrán, porque yo estoy contigo. Aleluya.


V/. Habrá falsos maestros que introducirán sectas perniciosas, y negarán al Señor que los rescató.

R/. Lucharán contra ti, y no te podrán, porque yo estoy contigo. Aleluya.

Salmo 100: Propósitos de un príncipe justo

Ant: Para ti es mi música, Señor, voy a explicar el camino perfecto. Aleluya.

Voy a cantar la bondad y la justicia,
para ti es mi música, Señor;
voy a explicar el camino perfecto:
¿cuándo vendrás a mí?

Andaré con rectitud de corazón
dentro de mi casa;
no pondré mis ojos
en intenciones viles.

Aborrezco al que obra mal,
no se juntará conmigo;
lejos de mí el corazón torcido,
no aprobaré al malvado.

Al que en secreto difama a su prójimo
lo haré callar;
ojos engreídos, corazones arrogantes
no los soportaré.

Pongo mis ojos en los que son leales,
ellos vivirán conmigo;
el que sigue un camino perfecto,
ese me servirá.

No habitará en mi casa
quien comete fraudes;
el que dice mentiras
no durará en mi presencia.

Cada mañana haré callar
a los hombres malvados,
para excluir de la ciudad del Señor
a todos los malhechores.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Para ti es mi música, Señor, voy a explicar el camino perfecto. Aleluya.

Daniel 3, 26-29.34-41: Oración de Azarías en el horno

Ant: No apartes de nosotros tu misericordia, Señor. Aleluya.

Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres,
digno de alabanza y glorioso es tu nombre.

Porque eres justo en cuanto has hecho con nosotros
y todas tus obras son verdad,
y rectos tus caminos,
y justos todos tus juicios.

Porque hemos pecado y cometido iniquidad
apartándonos de ti, y en todo hemos delinquido.
Por el honor de tu nombre,
no nos desampares para siempre,
no rompas tu alianza,
no apartes de nosotros tu misericordia.

Por Abrahán, tu amigo;
por Isaac, tu siervo;
por Israel, tu consagrado;
a quienes prometiste
multiplicar su descendencia
como las estrellas del cielo,
como la arena de las playas marinas.

Pero ahora, Señor, somos el más pequeño
de todos los pueblos;
hoy estamos humillados por toda la tierra
a causa de nuestros pecados.

En este momento no tenemos príncipes,
ni profetas, ni jefes;
ni holocausto, ni sacrificios,
ni ofrendas, ni incienso;
ni un sitio donde ofrecerte primicias,
para alcanzar misericordia.

Por eso, acepta nuestro corazón contrito
y nuestro espíritu humilde,
como un holocausto de carneros y toros
o una multitud de corderos cebados.

Que éste sea hoy nuestro sacrificio,
y que sea agradable en tu presencia:
porque los que en ti confían
no quedan defraudados.

Ahora te seguimos de todo corazón,
te respetamos y buscamos tu rostro.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: No apartes de nosotros tu misericordia, Señor. Aleluya.

Salmo 143,1-10: Oración por la victoria y la paz

Ant: Te cantaré, Dios mío, un cántico nuevo. Aleluya.

Bendito el Señor, mi Roca,
que adiestra mis manos para el combate,
mis dedos para la pelea;

mi bienhechor, mi alcázar,
baluarte donde me pongo a salvo,
mi escudo y mi refugio,
que me somete los pueblos.

Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él?;
¿qué los hijos de Adán para que pienses en ellos?
El hombre es igual que un soplo;
sus días, una sombra que pasa.

Señor, inclina tu cielo y desciende;
toca los montes, y echarán humo;
fulmina el rayo y dispérsalos;
dispara tus saetas y desbarátalos.

Extiende la mano desde arriba:
defiéndeme, líbrame de las aguas caudalosas,
de la mano de los extranjeros,
cuya boca dice falsedades,
cuya diestra jura en falso.

Dios mío, te cantaré un cántico nuevo,
tocaré para ti el arpa de diez cuerdas:
para ti que das la victoria a los reyes,
y salvas a David, tu siervo.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Te cantaré, Dios mío, un cántico nuevo. Aleluya.

Lectura

Hb 13,7-9a

Acordaos de vuestros dirigentes, que os anunciaron la palabra de Dios; fijaos en el desenlace de su vida e imitad su fe. Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre. No os dejéis arrastrar por doctrinas complicadas y extrañas.

V/. Sobre tus murallas, Jerusalén, he colocado centinelas. Aleluya, aleluya.

R/. Sobre tus murallas, Jerusalén, he colocado centinelas. Aleluya, aleluya.

V/. Ni de día ni de noche dejarán de anunciar el nombre del Señor.

R/. Aleluya, aleluya.

V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

R/. Sobre tus murallas, Jerusalén, he colocado centinelas. Aleluya, aleluya.

Cántico Ev.

Ant: No seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Aleluya.



Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: No seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Aleluya.

Preces

Demos gracias a Cristo, el buen Pastor que entregó la vida por sus ovejas, y supliquémosle, diciendo:

Apacienta a tu pueblo, Señor

- Señor Jesucristo, que en los santos pastores nos has revelado tu misericordia y tu amor,
haz que por ellos continúe llegando a nosotros tu acción misericordiosa.


- Señor Jesucristo, que a través de los santos pastores sigues siendo el único pastor de tu pueblo,
no dejes de guiarnos siempre por medio de ellos.


- Señor Jesucristo, que por medio de los santos pastores eres el médico de los cuerpos y de las almas,
haz que nunca falten a tu Iglesia los ministros que nos guíen por las sendas de una vida santa.


- Señor Jesucristo que has adoctrinado a la Iglesia con la prudencia y el amor de los santos,
haz que, guiados por nuestros pastores, progresemos en la santidad.

Ya que Dios nos muestra siempre su amor de Padre, velando amorosamente por nosotros, nos atrevemos a decir:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Final

Dios todopoderoso y eterno, que hiciste de tu obispo san Atanasio un preclaro defensor de la divinidad de tu Hijo, concédenos, en tu bondad, que, fortalecidos con su doctrina y protección, te conozcamos y te amemos cada vez más plenamente. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

lunes, 1 de mayo de 2023

Completas +

 


Lunes IV de Pascua, feria
Completas

(se hace la señal de la cruz mientras se dice:)
V/. -Dios mío, ven en mi auxilio.
R/. -Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya

 
Examen de conciencia

Hermanos: Llegados al fin de esta jornada que Dios nos ha concedido, reconozcamos humildemente nuestros pecados.
Todos examinan en silencio su conciencia. Después se prosigue con una de las fórmulas siguientes:
Primera fórmula:
Yo confieso ante Dios todopoderoso
y ante vosotros, hermanos,
que he pecado mucho
de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

Por eso ruego a santa María, siempre Virgen,
a los ángeles, a los santos
y a vosotros, hermanos,
que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.

Segunda fórmula:
V/. Señor, ten misericordia de nosotros.
R/. Porque hemos pecado contra ti.
V/. Muéstranos, Señor, tu misericordia.
R/. Y danos tu salvación.

Tercera fórmula:
V/. Tú que has sido enviado a sanar los corazones afligidos: Señor, ten piedad.
R/. Señor, ten piedad.
V/. Tú que has venido a llamar a los pecadores: Cristo, ten piedad.
R/. Cristo, ten piedad.
V/. Tú que estás sentado a la derecha del Padre para interceder por nosotros: Señor, ten piedad.
R/. Señor, ten piedad.

Si preside la celebración un ministro, él solo dice la conclusión siguiente; en caso contrario, la dicen todos:
V/. Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.

 
Himno

De la vida en la arena
me llevas de la mano
al puerto más cercano,
al agua más serena.
El corazón se llena,
Señor, de tu ternura;
y es la noche más pura
y la ruta más bella
porque tú estás en ella,
sea clara u oscura.

La noche misteriosa
acerca a lo escondido;
el sueño es el olvido
donde la paz se posa.
Y esa paz es la rosa
de los vientos. Velero,
inquieto marinero,
ya mi timón preparo
-tú el mar y cielo claro-
hacia el alba que espero.

Gloria al Padre, y al Hijo,
y al Espíritu Santo. Amén.

Salmo 85: Oración de un pobre ante las adversidades

Ant: Tú, Señor, eres clemente y rico en misericordia. Aleluya.

Inclina tu oído, Señor, escúchame,
que soy un pobre desamparado;
protege mi vida, que soy un fiel tuyo;
salva a tu siervo, que confía en ti.

Tú eres mi Dios, piedad de mí, Señor,
que a ti te estoy llamando todo el día;
alegra el alma de tu siervo,
pues levanto mi alma hacia ti;

porque tú, Señor, eres bueno y clemente,
rico en misericordia con los que te invocan.
Señor, escucha mi oración,
atiende a la voz de mi súplica.

En el día del peligro te llamo,
y tú me escuchas.
No tienes igual entre los dioses, Señor,
ni hay obras como las tuyas.

Todos los pueblos vendrán
a postrarse en tu presencia, Señor;
bendecirán tu nombre:
«Grande eres tú, y haces maravillas;
tú eres el único Dios.»

Enséñame, Señor, tu camino,
para que siga tu verdad;
mantén mi corazón entero
en el temor de tu nombre.

Te alabaré de todo corazón, Dios mío;
daré gloria a tu nombre por siempre,
por tu gran piedad para conmigo,
porque me salvaste del abismo profundo.

Dios mío, unos soberbios se levantan contra mí,
una banda de insolentes atenta contra mi vida,
sin tenerte en cuenta a ti.

Pero tú, Señor, Dios clemente y misericordioso,
lento a la cólera, rico en piedad y leal,
mírame, ten compasión de mí.

Da fuerza a tu siervo,
salva al hijo de tu esclava;
dame una señal propicia,
que la vean mis adversarios y se avergüencen,
porque tú, Señor, me ayudas y consuelas.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Tú, Señor, eres clemente y rico en misericordia. Aleluya.

Lectura
1Ts 5,9-10
Dios nos ha destinado a obtener la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo; él murió por nosotros, para que, despiertos o dormidos, vivamos con él.

V/. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. Aleluya, aleluya.
R/. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. Aleluya, aleluya.
V/. Tú, el Dios leal, nos librarás.
R/. Aleluya, aleluya.
V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
R/. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. Aleluya, aleluya.

Cántico Ev.

Ant: Sálvanos, Señor, despiertos, protégenos mientras dormimos, para que velemos con Cristo y descansemos en paz. Aleluya.

(se hace la señal de la cruz mientras se comienza a recitar)
Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz.

Porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos:

luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Sálvanos, Señor, despiertos, protégenos mientras dormimos, para que velemos con Cristo y descansemos en paz. Aleluya.

Final


Oremos:

Concede, Señor, a nuestros cuerpos fatigados el descanso necesario, y haz que la simiente del reino, que con nuestro trabajo hemos sembrado hoy, crezca y germine para la cosecha de la vida eterna. Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.

(se hace la señal de la cruz mientras se dice:)
V/. El Señor todopoderoso nos conceda una noche tranquila y una muerte santa.
R/. Amén.
 

 
Se canta o se dice la siguiente antífona mariana:
 
Reina del Cielo, alégrate, aleluya,
porque el Señor,
a quien has merecido llevar, aleluya,
ha resucitado, según su palabra, aleluya.
Ruega al Señor por nosotros, aleluya.

V. Alégrate y goza, Virgen María, aleluya.
R. Porque verdaderamente ha resucitado el Señor, aleluya.

Vísperas +

 


Lunes IV de Pascua, feria
Vísperas

(se hace la señal de la cruz mientras se dice:)
V/. -Dios mío, ven en mi auxilio.
R/. -Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya

 
Himno

Nuestra Pascua inmolada, aleluya,
es Cristo el Señor, aleluya, aleluya.

Pascua sagrada, ¡oh fiesta de la luz!,
despierta, tú que duermes,
y el Señor te alumbrará.

Pascua sagrada, ¡oh fiesta universal!,
el mundo renovado
canta un himno a su Señor.

Pascua sagrada, ¡victoria de la cruz!
La muerte, derrotada,
ha perdido su aguijón.

Pascua sagrada, ¡oh noche bautismal!
Del seno de las aguas
renacemos al Señor.

Pascua sagrada, ¡eterna novedad!
Dejad al hombre viejo,
revestíos del Señor.

Pascua sagrada. La sala del festín
se llena de invitados
que celebran al Señor.

Pascua sagrada, ¡Cantemos al Señor!
Vivamos la alegría
dada a luz en el dolor.

o bien:



Quédate con nosotros,
la noche está cayendo.

¿Cómo te encontraremos
al declinar el día,
si tu camino no es nuestro camino?
Detente con nosotros;
la mesa está servida,
caliente el pan y envejecido el vino.

¿Cómo sabremos que eres
un hombre entre los hombres,
si no compartes nuestra mesa humilde?
Repártenos tu cuerpo,
y el gozo irá alejando
la oscuridad que pesa sobre el hombre.

Vimos romper el día
sobre tu hermoso rostro,
y al sol abrirse paso por tu frente.
Que el viento de la noche
no apague el fuego vivo
que nos dejó tu paso en la mañana.

Arroja en nuestras manos,
tendidas en tu busca,
las ascuas encendidas del Espíritu;
y limpia, en lo más hondo
del corazón del hombre,
tu imagen empañada por la culpa.

o bien:



¿Qué ves en la noche,
dinos centinela?

Dios como un almendro
con la flor despierta;
Dios que nunca duerme
busca quien no duerma,
y entre las diez vírgenes
sólo hay cinco en vela.
¿Qué ves en la noche,
dinos centinela?

Gallos vigilantes
que la noche alertan.
Quien negó tres veces
otras tres confiesa,
y pregona el llanto
lo que el miedo niega.
¿Qué ves en la noche,
dinos centinela?

Muerto lo bajaban
a la tumba nueva.
Nunca tan adentro
tuvo al sol la tierra.
Daba el monte gritos,
piedra contra piedra.
¿Qué ves en la noche,
dinos centinela?

Vi los cielos nuevos
y la tierra nueva.
Cristo entre los vivos,
y la muerte muerta.
Dios en las criaturas,
¡y eran todas buenas! Amén.

o bien:



Porque anochece ya,
porque es tarde, Dios mío,
porque temo perder
las huellas del camino,
no me dejes tan solo
y quédate conmigo.

Porque he sido rebelde
y he buscado el peligro
y escudriñé curioso
las cumbres y el abismo,
perdóname, Señor,
y quédate conmigo.

Porque ardo en sed de ti
y en hambre de tu trigo,
ven, siéntate a mi mesa,
bendice el pan y el vino.
¡Qué aprisa cae la tarde!
¡Quédate al fin conmigo! Amén.

Salmo 135-A: Himno pascual

Ant: El que es de Cristo es una criatura nueva. Aleluya.

Dad gracias al Señor porque es bueno:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Dios de los dioses:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Señor de los señores:
porque es eterna su misericordia.

Sólo él hizo grandes maravillas:
porque es eterna su misericordia.

Él hizo sabiamente los cielos:
porque es eterna su misericordia.

Él afianzó sobre las aguas la tierra:
porque es eterna su misericordia.

Él hizo lumbreras gigantes:
porque es eterna su misericordia.

El sol que gobierna el día:
porque es eterna su misericordia.

La luna que gobierna la noche:
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El que es de Cristo es una criatura nueva. Aleluya.

Salmo 135-B:

Ant: Amemos a Dios, porque él nos amó primero. Aleluya.

Él hirió a Egipto en sus primogénitos:
porque es eterna su misericordia.

Y sacó a Israel de aquel país:
porque es eterna su misericordia.

Con mano poderosa, con brazo extendido:
porque es eterna su misericordia.

Él dividió en dos partes el mar Rojo:
porque es eterna su misericordia.

Y condujo por en medio a Israel:
porque es eterna su misericordia.

Arrojó en el mar Rojo al faraón:
porque es eterna su misericordia.

Guió por el desierto a su pueblo:
porque es eterna su misericordia.

Él hirió a reyes famosos:
porque es eterna su misericordia.

Dio muerte a reyes poderosos:
porque es eterna su misericordia.

A Sijón, rey de los amorreos:
porque es eterna su misericordia.

Y a Hog, rey de Basán:
porque es eterna su misericordia.

Les dió su tierra en heredad:
porque es eterna su misericordia.

En heredad a Israel su siervo:
porque es eterna su misericordia.

En nuestra humillación, se acordó de nosotros:
porque es eterna su misericordia.

Y nos libró de nuestros opresores:
porque es eterna su misericordia.

Él da alimento a todo viviente:
porque es eterna su misericordia.

Dad gracias al Dios del cielo:
porque es eterna su misericordia.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Amemos a Dios, porque él nos amó primero. Aleluya.

Efesios 1, 3-10: El Dios Salvador

Ant: De su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Aleluya.

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Este es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: De su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Aleluya.

Lectura

Hb 8,1b-3a
Tenemos un sumo sacerdote tal, que está sentado a la derecha del trono de la Majestad en los cielos y es ministro del santuario y de la tienda verdadera, construida por el Señor y no por hombre. En efecto, todo sumo sacerdote está puesto para ofrecer dones y sacrificios.

V/. Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya, aleluya.
R/. Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya, aleluya.
V/. Al ver al Señor.
R/. Aleluya, aleluya.
V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
R/. Los discípulos se llenaron de alegría. Aleluya, aleluya.

Cántico Ev.

Ant: Tengo otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor. Aleluya.

(se hace la señal de la cruz mientras se comienza a recitar)
Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Tengo otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor. Aleluya.

Preces

Llenos de gozo, oremos a Cristo, el Señor, que con su resurrección ha iluminado el mundo entero, y digámosle:
Cristo, vida nuestra, escúchanos
  • - Señor Jesús, que te hiciste compañero de camino de los discípulos que dudaban de ti,
    acompaña también a tu Iglesia peregrina entre las dificultades e incertidumbres de esta vida
  • - No permitas que tus fieles sean torpes y necios para creer, aumenta su fe,
    para que te proclamen vencedor de la muerte
  • - Mira, Señor, con bondad a cuantos no te reconocieron en su camino,
    y manifiéstate a ellos, para que te confiesen como su Salvador
  • - Tú que por la cruz reconciliaste a todos los hombres, uniéndolos en tu cuerpo,
    concede la paz y la unidad a las naciones
  • - Tú que eres el juez de vivos y muertos,
    otorga a los difuntos que creyeron en ti, la remisión de todas sus culpas

Unidos a Jesucristo, supliquemos ahora al Padre con la oración de los hijos de Dios:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
No nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.

Final

Oh Dios, que por medio de la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída, concede a tus fieles la verdadera alegría, para que quienes han sido librados de la esclavitud del pecado alcancen también la felicidad eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.

Santa Misa y nona +

 https://youtu.be/S64GjKrx-wc

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Lunes, IV semana de Pascua, feria


Hora Intermedia (Nona)


Inicio



(se hace la señal de la cruz mientras se dice:)


V/. -Dios mío, ven en mi auxilio.

R/. -Señor, date prisa en socorrerme.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya


 

Himno


Fundamento de todo lo que existe,

de tu pueblo elegido eterna roca,

de los tiempos Señor, que prometiste

dar tu vigor al que con fe te invoca.


Mira al hombre que es fiel y no te olvida,

tu Espíritu, tu paz háganlo fuerte

para amarte y servirte en esta vida

y gozarte después de santa muerte.


Jesús, Hijo del Padre, ven aprisa

en este atardecer que se avecina,

serena claridad y dulce brisa

será tu amor que todo lo domina. Amén.


o bien:


Fuerza tenaz, firmeza de las cosas,

inmóvil en ti mismo;

origen de la luz, eje del mundo

y norma de su giro:


Concédenos tu luz en una tarde

sin muerte ni castigo,

la luz que se prolonga tras la muerte

y dura por los siglos. Amén.


o bien:


Se cubrieron de luto los montes

a la hora de nona.

El Señor rasgó el velo del templo

a la hora de nona.

Dieron gritos las piedras en duelo

a la hora de nona.

Y Jesús inclinó la cabeza

a la hora de nona.


Hora de gracia,

en que Dios da su paz a la tierra

por la sangre de Cristo.


Levantaron sus ojos los pueblos

a la hora de nona.

Contemplaron al que traspasaron

a la hora de nona.

Del costado manó sangre y agua

a la hora de nona.

Quien lo vio es el que da testimonio

a la hora de nona.


Hora de gracia,

en que Dios da su paz a la tierra

por la sangre de Cristo. Amén.


Salmodia


Salmo 125: Dios, alegría y esperanza nuestra


Ant: Aleluya, aleluya, Aleluya.


Si sois compañeros en el sufrir, también lo sois en el buen ánimo (2Co 1,7)


Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,

nos parecía soñar:

la boca se nos llenaba de risas,

la lengua de cantares.


Hasta los gentiles decían:

«El Señor ha estado grande con ellos».

El Señor ha estado grande con nosotros,

y estamos alegres.


Que el Señor cambie nuestra suerte,

como los torrentes del Negueb.

Los que sembraban con lágrimas

cosechan entre cantares.


Al ir, iba llorando,

llevando la semilla;

al volver, vuelve cantando,

trayendo sus gavillas.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Salmo 126: El esfuerzo humano es inútil sin Dios


Sois edificio de Dios (1Co 3,9)


Si el Señor no construye la casa,

en vano se cansan los albañiles;

si el Señor no guarda la ciudad,

en vano vigilan los centinelas.


Es inútil que madruguéis,

que veléis hasta muy tarde,

que comáis el pan de vuestros sudores:

¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!


La herencia que da el Señor son los hijos;

su salario, el fruto del vientre:

son saetas en manos de un guerrero

los hijos de la juventud.


Dichoso el hombre que llena

con ellas su aljaba:

No quedará derrotado cuando litigue

con su adversario en la plaza.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Salmo 127: Paz doméstica en el hogar del justo


"Que el Señor te bendiga desde Sión", es decir, desde su Iglesia (Arnobio)


Dichoso el que teme al Señor

y sigue sus caminos.


Comerás del fruto de tu trabajo,

serás dichoso, te irá bien;

tu mujer, como parra fecunda,

en medio de tu casa;


tus hijos, como renuevos de olivo,

alrededor de tu mesa:

ésta es la bendición del hombre

que teme al Señor.


Que el Señor te bendiga desde Sión,

que veas la prosperidad de Jerusalén

todos los días de tu vida;

que veas a los hijos de tus hijos.

¡Paz a Israel!


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Ant: Aleluya, aleluya, Aleluya.


Lectura Bíblica


2Tm 2,8.11


Haz memoria de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Éste ha sido mi Evangelio. Es doctrina segura: Si morimos con él, viviremos con él.


V/. Quédate con nosotros, Señor. Aleluya.


R/. Porque atardece. Aleluya.


Final


Oremos:


Oh Dios, que por medio de la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída, concede a tus fieles la verdadera alegría, para que quienes han sido librados de la esclavitud del pecado alcancen también la felicidad eterna. Por Jesucristo nuestro Señor.


Amén.



(se hace la señal de la cruz mientras se dice:)


V/. Bendigamos al Señor.

R/. Demos gracias a Dios

Oficio, lecturas, reflexión y laudes +

 


Lunes IV de Pascua, feria



V/. -Señor, Ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina

Ant: Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

 
Himno

Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.

Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.

Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.

"¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?"
"A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,

los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!

Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua."

Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.

Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa. Amén. Aleluya.


Salmo 72 - I: Por qué sufre el justo

Ant: ¡Qué bueno es el Dios de Israel para los justos! Aleluya.

¡Qué bueno es Dios para el justo,
el Señor para los limpios de corazón!

Pero yo por poco doy un mal paso,
casi resbalaron mis pisadas:
porque envidiaba a los perversos,
viendo prosperar a los malvados.

Para ellos no hay sinsabores,
están sanos y orondos;
no pasan las fatigas humanas,
ni sufren como los demás.

Por eso su collar es el orgullo,
y los cubre un vestido de violencia;
de las carnes les rezuma la maldad,
el corazón les rebosa de malas ideas.

Insultan y hablan mal,
y desde lo alto amenazan con la opresión.
Su boca se atreve con el cielo.
Y su lengua recorre la tierra.

Por eso mi pueblo se vuelve a ellos
y se bebe sus palabras.
Ellos dicen: "¿Es que Dios lo va a saber,
se va a enterar el Altísimo?"
Así son los malvados:
siempre seguros, acumulan riquezas.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: ¡Qué bueno es el Dios de Israel para los justos! Aleluya.

Salmo 72 - II:

Ant: Su risa se convertirá en llanto, y su alegría en tristeza. Aleluya.

Entonces, ¿para qué he limpiado yo mi corazón
y he lavado en la inocencia mis manos?
¿Para qué aguanto yo todo el día
y me corrijo cada mañana?

Si yo dijera: "Voy a hablar como ellos",
renegaría de la estirpe de tus hijos.

Meditaba yo para entenderlo,
pero me resultaba muy difícil;
hasta que entré en el misterio de Dios,
y comprendí el destino de ellos.

Es verdad: los pones en el resbaladero,
los precipitas en la ruina;
en un momento causan horror,
y acaban consumidos de espanto.

Como un sueño al despertar, Señor,
al despertarte desprecias sus sombras.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Su risa se convertirá en llanto, y su alegría en tristeza. Aleluya.

Salmo 72 - III:

Ant: Para mí lo bueno es estar junto a Dios, pues los que se alejan de ti se pierden. Aleluya.

Cuando mi corazón se agriaba
y me punzaba mi interior,
yo era un necio y un ignorante,
yo era un animal ante ti.

Pero yo siempre estaré contigo,
tu agarras mi mano derecha,
me guías según tus planes,
y me llevas a un destino glorioso.

¿No te tengo a ti en el cielo?
Y contigo, ¿qué me importa la tierra?
Se consumen mi corazón y mi carne
por Dios, mi lote perpetuo.

Sí: los que se alejan de tí se pierden;
tú destruyes a los que te son infieles.

Para mí lo bueno es estar junto a Dios,
hacer del Señor mi refugio,
y contar todas tus acciones
en las puertas de Sión.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Para mí lo bueno es estar junto a Dios, pues los que se alejan de ti se pierden. Aleluya.

V/. Mi corazón y mi carne. Aleluya.

R/. Retozan por el Dios vivo. Aleluya.

Lectura

V/. Mi corazón y mi carne. Aleluya.

R/. Retozan por el Dios vivo. Aleluya.

Visión de las dos fieras


Ap 13,1-18

Yo, Juan, vi una fiera que salía del mar; tenía diez cuernos y siete cabezas, llevaba en los cuernos diez diademas y en las cabezas un título blasfemo. La fiera que vi parecía una pantera con patas de oso y fauces de león. El dragón le confirió su poder, su trono y gran autoridad.

Una de sus cabezas parecía tener un tajo mortal, pero su herida mortal se había curado. Todo el mundo, admirado, seguía a la fiera; rindieron homenaje al dragón por haber dado su autoridad a la fiera y rindieron homenaje a la fiera, exclamando:

«¿Quién hay como la fiera?, ¿quién puede combatir con ella?»

Dieron a la fiera una boca grandilocuente y blasfema y el derecho de actuar cuarenta y dos meses. Abrió su boca para maldecir a Dios, insultar su nombre y su morada y a los que habitaban en el cielo. Le permitieron guerrear contra los santos y vencerlos y le dieron autoridad sobre toda raza, pueblo, lengua y nación. Le rendirán homenaje todos los habitantes de la tierra, excepto aquellos cuyos nombres están escritos desde que empezó el mundo en el libro de la vida que tiene el Cordero degollado.

Quien tenga oídos que oiga: El que está destinado al cautiverio, al cautiverio va. El que mata a espada, a espada tiene que morir. ¡Aquí del aguante y la fe de los consagrados!

Vi después otra fiera que salía de la tierra; tenía dos cuernos de cordero, pero hablaba como un dragón, y ejerce toda la autoridad de la primera fiera, a su vista; consigue que el mundo entero y todos sus habitantes veneren a la primera fiera, la que tenía curada su herida mortal.

Realizaba grandes señales, incluso hacía bajar fuego del cielo a la tierra, a la vista de la gente. Con las señales que le concedieron hacer a la vista de la fiera, extraviaba a los habitantes de la tierra, incitándolos a que hiciesen una estatua de la fiera que había sobrevivido a la herida de la espada. Se le concedió dar vida a la estatua de la fiera, de modo que la estatua de la fiera pudiera hablar e hiciera dar muerte al que no venerase la estatua de la fiera. A todos, grandes y pequeños, ricos y pobres, esclavos y libres, hizo que los marcaran en la mano derecha o en la frente, para impedir comprar ni vender al que no llevase la marca con el nombre de la fiera o la cifra de su nombre.

Aquí del talento: quien sea inteligente descifre la cifra de la fiera, que es una cifra humana. Y su cifra es seiscientos sesenta y seis.

R/. El que salga vencedor se vestirá todo de blanco, y no borraré su nombre del libro de la vida, pues ante mi Padre y ante sus ángeles reconoceré su nombre. Aleluya.


V/. El que persevere hasta el final se salvará.

R/. Pues ante mi Padre y ante sus ángeles reconoceré su nombre. Aleluya.

L. Patrística

El Espíritu, dador de vida
San Basilio Magno

Libro sobre el Espíritu Santo 15,35-36

El Señor, que nos da la vida, estableció con nosotros la institución del bautismo, en el que hay un símbolo y principio de muerte y de vida: la imagen de la muerte nos la proporciona el agua, la prenda de la vida nos la ofrece el Espíritu.

En el bautismo se proponen como dos fines, a saber, la abolición del cuerpo de pecado, a fin de que no fructifique para la muerte, y la vida del Espíritu, para que abunden los frutos de santificación; el agua representa la muerte, haciendo como si acogiera al cuerpo en el sepulcro; mientras que el Espíritu es el que da la fuerza vivificante, haciendo pasar nuestras almas renovadas de la muerte del pecado a la vida primera.

Esto es, pues, lo que significa nacer de nuevo del agua y del Espíritu: puesto que en el agua se lleva a cabo la muerte y el Espíritu crea la nueva vida nuestra. Por eso precisamente el gran misterio del bautismo se efectúa mediante tres inmersiones y otras tantas invocaciones, con el fin de expresar la figura de la muerte, y para que el alma de los que se bautizan quede iluminada con la infusión de la luz divina.

Porque la gracia que se da por el agua no proviene de la naturaleza del agua, sino de la presencia del Espíritu, pues el bautismo no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una conciencia pura

Por el Espíritu Santo se nos concede de nuevo la entrada en el paraíso, la posesión del reino de los cielos, la recuperación de la adopción de hijos: se nos da la confianza de invocar a Dios como Padre, la participación de la gracia de Cristo, el podernos llamar hijos de la luz, el compartir la gloria eterna, y para decirlo todo de una sola vez, el poseer la plenitud de las bendiciones divinas, así en este mundo como en el futuro; pues al esperar por la fe los bienes prometidos, contemplamos ya, como en un espejo y como si estuvieran presentes, los bienes de que disfrutaremos.

Y si tal es el anticipo ¿cuál no será la realidad? Y si tan grandes son las primicias ¿cuál no será la plena realización?

Lunes IV de Pascua, feria

Hch 11,1-18: También a los gentiles les ha otorgado Dios la conversión que lleva a la vida.

En aquellos días, los apóstoles y los hermanos de Judea se enteraron de que también los gentiles habían recibido la palabra de Dios. Cuando Pedro subió a Jerusalén, los partidarios de la circuncisión le reprocharon:

«Has entrado en casa de incircuncisos y has comido con ellos.»

Pedro entonces se puso a exponerles los hechos por su orden:

«Estaba yo orando en la ciudad de Jafa, cuando tuve en éxtasis una visión: Algo que bajaba, una especie de toldo grande, cogido de los cuatro picos, que se descolgaba del cielo hasta donde yo estaba. Miré dentro y vi cuadrúpedos, fieras, reptiles y pájaros.

Luego oí una voz que me decía:

"Anda, Pedro, mata y come."

Yo respondí:

"Ni pensarlo, Señor; jamás ha entrado en mi boca nada profano o impuro."

La voz del cielo habló de nuevo:

"Lo que Dios ha declarado puro, no lo llames tú profano." Esto se repitió tres veces, y de un tirón lo subieron todo al cielo.

En aquel preciso momento se presentaron en la casa donde estábamos tres hombres que venían de Cesarea con un recado para mí. El Espíritu me dijo que me fuera con ellos sin más. Me acompañaron estos seis hermanos, y entramos en casa de aquel hombre. Él nos contó que había visto en su casa al ángel que, en pie, le decía:

"Manda recado a Jafa e invita a Simón Pedro a que venga; lo que te diga te traerá la salvación a ti y a tu familia."

En cuanto empecé a hablar, bajó sobre ellos el Espíritu Santo, igual que había bajado sobre nosotros al principio; me acordé de lo que había dicho el Señor:

"Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo."

Pues, si Dios les ha dado a ellos el mismo don que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para oponerme a Dios?»

Con esto se calmaron y alabaron a Dios, diciendo:

«También a los gentiles les ha otorgado Dios la conversión que lleva a la vida.»

Sal 41,2.3;42,3.4: Mi alma tiene sed de ti, Dios vivo.

Como busca la cierva
corrientes de agua,
así mi alma te busca
a ti, Dios mío.

Tiene sed de Dios,
del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver
el rostro de Dios?

Envía tu luz y tu verdad:
que ellas me guíen
y me conduzcan hasta tu monte santo,
hasta tu morada.

Que yo me acerque al altar de Dios,
al Dios de mi alegría;
que te dé gracias al son de la cítara,
Dios, Dios mío.

Jn 10,1-10: Yo soy la puerta de las ovejas.

En aquel tiempo, dijo Jesús:

-«Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda, y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.»

Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús:

-«Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mi son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.»

O bien en el año A, cuando el evangelio precedente se ha leído el domingo anterior:
Jn 10,11-18: El buen pastor da la vida por las ovejas.

En aquel tiempo, dijo Jesús:

-«Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas.

Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.

Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor.

Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre.»

Pascua. 4ª semana. Lunes

DESEOS DE SANTIDAD


— Querer ser santos es el primer paso necesario para recorrer el camino hasta el final. Deseos sinceros y eficaces.

— El aburguesamiento y la tibieza matan los deseos de santidad. Estar vigilantes.

— Contar con la gracia de Dios y con el tiempo. Evitar el desánimo en la lucha por mejorar.

I. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo. Como el ciervo desea las fuentes de las aguas, así te desea mi alma, oh Dios... ¿Cuándo vendré y apareceré ante la cara de Dios?1. Así rezamos en la liturgia de la Misa. El ciervo que busca saciar su sed en la fuente es la figura que emplea el salmista para descubrir el deseo de Dios que anida en el corazón de un hombre recto: ¡sed de Dios, ansias de Dios! He aquí la aspiración de quien no se conforma con los éxitos que el mundo ofrece para satisfacer las ilusiones humanas. ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si luego pierde su alma?2. Esta pregunta de Jesús nos sitúa de un modo radical ante el grandioso horizonte de nuestra vida, de una vida cuya razón última está en Dios. ¡Mi alma tiene sed de Dios! Los santos fueron hombres y mujeres que tuvieron un gran deseo de saciarse de Dios, aun contando con sus defectos. Cada uno de nosotros puede preguntarse: ¿tengo verdaderamente ganas de ser santo? Es más, ¿me gustaría ser santo? La respuesta sería afirmativa, sin duda: sí. Pero debemos procurar que no sea una respuesta teórica, porque la santidad para algunos puede ser «un ideal inasequible, un tópico de la ascética, pero no un fin concreto, una realidad viva»3. Nosotros queremos hacerla realidad con la gracia del Señor.

Así te desea mi alma, oh Dios. Hemos de comenzar por fomentar en nuestra alma el deseo de ser santos, diciendo al Señor: «quiero ser santo»; o, al menos, si me encuentro flojo y débil, «quiero tener deseos de ser santo». Y para que se disipe la duda, para que la santidad no se quede en sonido vacío, volvamos nuestra mirada a Cristo: «El divino Maestro y Modelo de toda perfección, el Señor Jesús, predicó a todos y cada uno de sus discípulos, cualquiera que fuese su condición, la santidad de vida, de la que Él es iniciador y consumador: Sed, pues, perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5, 48)»4.

Él es el iniciador. Si no fuera así, nunca se nos habría ocurrido la posibilidad de aspirar a la santidad. Pero Jesús la plantea como un mandato: sed perfectos, y por eso no es extraño que la Iglesia haga sonar con fuerza esas palabras en los oídos de sus hijos: «Quedan, pues, invitados y aun obligados todos los fieles cristianos a buscar insistentemente la santidad y la perfección dentro de su estado»5.

Como consecuencia, ¡qué clara ha de ser nuestra ansia de santidad! En la Sagrada Escritura, el profeta Daniel es llamado vir desideriorum, «varón de deseos»6. ¡Ojalá cada uno mereciese ese apelativo! Porque tener deseos, querer ser santos, es el paso necesario para tomar la decisión de emprender un camino con el firme propósito de recorrerlo hasta el final: «... aunque me canse, aunque no pueda, aunque reviente, aunque me muera»7.

«Deja que se consuma tu alma en deseos... Deseos de amor, de olvido, de santidad, de Cielo... No te detengas a pensar si llegarás alguna vez a verlos realizados –como te sugerirá algún sesudo consejero–: avívalos cada vez más, porque el Espíritu Santo dice que le agradan los “varones de deseos”.

»Deseos operativos, que has de poner en práctica en la tarea cotidiana»8.

Por tanto, es preciso que examinemos si nuestros deseos de santidad son sinceros y eficaces; más aún, si los tomamos como una «obligación» –como hemos visto que dice el Concilio Vaticano II– de fiel cristiano, que responde a los requerimientos divinos. En ese examen quizá encontremos la explicación de tanta debilidad, de tanta desgana en la lucha interior. «Me dices que sí, que quieres. —Bien, pero ¿quieres como un avaro quiere su oro, como una madre quiere a su hijo, como un ambicioso quiere los honores o como un pobrecito sensual su placer?

»—¿No? —Entonces no quieres»9.

Alimentemos esos deseos con la virtud de la esperanza: solo se puede querer eficazmente algo cuando hay esperanza de conseguirlo. Si se considera imposible, si pensamos que una meta no es para nosotros, tampoco la desearemos realmente; y nuestra esperanza teologal se fundamenta en Dios.

II. La conversión del centurión Cornelio, que se lee en la Primera lectura de la Misa, demuestra que Dios no hace acepción de personas. San Pedro explica a los demás lo que ha sucedido: el Espíritu Santo descendió sobre ellos, así como sobre nosotros al principio10.

La fuerza del Espíritu Santo no conoce límites ni barreras. Tampoco –como en el caso de Cornelio, que no pertenecía a la raza ni al pueblo judío– en nuestra vida personal. Por una parte, hemos de desear ser santos; por otra, si Dios no construye la casa, en vano trabajan los que la edifican11. La humildad nos llevará a contar siempre y ante todo con la gracia de Dios. Luego vendrá nuestro esfuerzo por adquirir virtudes y por vivirlas continuamente; junto a ese empeño, nuestro afán apostólico, pues no podemos pensar en una santidad personal que ignora a los demás, que no se preocupa de la caridad, porque eso es un contrasentido; y, por último, nuestro deseo de estar con Cristo en la Cruz, es decir, de ser mortificados, de no rehuir el sacrificio ni en lo pequeño, ni en lo grande si es preciso.

Hemos de estar prevenidos para no acercarnos a Dios con regateos, sin renuncias, tratando de hacer compatible el amor a Dios con lo que no le agrada. Debemos vigilar para alimentar continuamente en la oración nuestros deseos de santidad, pidiendo a Dios que sepamos luchar todos los días, que sepamos descubrir en el examen de conciencia en qué puntos se está apagando nuestro amor. Los deseos de santidad se harán realidad en el cumplimiento delicado de nuestros actos de piedad, sin abandonarlos ni retrasarlos por cualquier motivo, sin dejarnos llevar por el estado de ánimo ni por los sentimientos, pues «el alma que ama a Dios de veras no deja por pereza de hacer lo que pueda para encontrar al Hijo de Dios, su Amado. Y después que ha hecho todo lo que puede, no se queda satisfecha, pues piensa que no ha hecho nada»12.

La humildad es la virtud que no nos dejará satisfacernos ingenuamente en lo que hemos hecho ni quedarnos solo en deseos teóricos, pues siempre nos hará ver que podemos hacer más para traducir en obras de amor nuestros deseos, impidiendo que la realidad de nuestros pecados, ofensas y negligencias dé por tierra con nuestras ilusiones. La humildad, pues, no corta las alas a los deseos, sino al contrario: nos hace comprender la necesidad de recurrir a Dios para convertirlos en realidades. Con la gracia divina haremos todo lo posible para que las virtudes se desarrollen en nuestra alma, quitando obstáculos, alejándonos de las ocasiones de pecar y resistiendo con valentía a las tentaciones.

III. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo. ¿Es compatible esa sed con la experiencia de nuestros defectos e incluso de nuestras caídas? Sí, porque santos son, no los que no han pecado nunca, sino los que se han levantado siempre. Renunciar a la santidad porque nos vemos llenos de defectos es un modo encubierto de soberbia y una evidente cobardía, que acabará ahogando nuestras ansias de Dios. «Es propio de un alma cobarde y que no tiene la virtud vigorosa de confiar en las promesas del Señor, el abatirse demasiado y sucumbir ante las adversidades»13.

Dejar a Dios, abandonar la lucha porque tenemos defectos o porque existen adversidades es un grave error, una tentación muy sutil y muy peligrosa, que nos puede llevar a una manifestación de soberbia, que es la pusilanimidad, falta de ánimo y valor para tolerar las desgracias o para intentar cosas grandes. Quizá no necesitemos hacernos falsas ilusiones, porque quisiéramos ser santos en un día, y eso no es posible, salvo que Dios decidiera hacer un milagro, que no tiene por qué hacer, ya que nos da continua y progresivamente –por conductos ordinarios– las gracias que necesitamos.

El deseo de ser santos, cuando es eficaz, es el impulso consciente y decidido que nos lleva a poner los medios necesarios para alcanzar la santidad. Sin deseos, no hay nada que hacer; ni siquiera se intenta. Con deseos solo, no basta. «Hay pues, que tener paciencia, y no pretender desterrar en un solo día tantos malos hábitos como hemos adquirido, por el poco cuidado que tuvimos de nuestra salud espiritual»14.

Dios cuenta con el tiempo y tiene paciencia con cada uno de nosotros. Si nos desanimamos ante la lentitud de nuestro adelanto espiritual, hemos de recordar lo pésimo que es apartarse del bien, detenerse ante la dificultad y descorazonarse por nuestros defectos. Precisamente Dios puede concedernos más luz para ver mejor nuestra conciencia y para que emprendamos con más ánimo la lucha en nuevos frentes de batalla, recordando que los santos se han considerado siempre grandes pecadores, de ahí que procurasen esforzadamente acercarse más a Dios por medio de la oración y de la mortificación, confiados en la misericordia divina: «Esperemos con paciencia que vamos a mejorar y, en vez de inquietarnos por haber hecho poca cosa en el pasado, procuremos con diligencia hacer más en el futuro»15.

Como el ciervo desea las fuentes de las aguas, así te desea mi alma, oh Dios. Mantengamos vivo el deseo de Dios; encendamos cada día la hoguera de nuestra fe y de nuestra esperanza con el fuego del amor a Dios, que aviva nuestras virtudes y quema nuestra miseria, y saciaremos nuestra sed de santidad con el agua que salta hasta la vida eterna16.


1 de mayo

SAN JOSÉ OBRERO*


Memoria

— El trabajo, un don de Dios.

— Sentido humano y sobrenatural del trabajo.

— Amar el propio quehacer profesional.

I. Comerás el fruto de tu trabajo...1.

La Iglesia, al presentarnos hoy a San José como modelo, no se limita a valorar una forma de trabajo, sino la dignidad y el valor de todo trabajo humano honrado. En la Primera lectura de la Misa2 leemos la narración del Génesis en la que se muestra al hombre como partícipe de la Creación. También nos dice la Sagrada Escritura que puso Dios al hombre en el jardín del Edén para que lo cultivara y guardase3. El trabajo, desde el principio, es para el hombre un mandato, una exigencia de su condición de criatura y expresión de su dignidad. Es la forma en la que colabora con la Providencia divina sobre el mundo. Con el pecado original, la forma de esa colaboración, el cómo, sufrió una alteración: Maldita sea la tierra por tu causa -leemos también en el Génesis4-; con fatiga te alimentarás de ella todos los días de tu vida... Con el sudor de tu frente comerás el pan...

Lo que habría de realizarse de un modo apacible y placentero, después de la caída original se volvió dificultoso, y muchas veces agotador. Con todo, permanece inalterado el hecho de que la propia labor está relacionada con el Creador y colabora en el plan de redención de los hombres. Las condiciones que rodean al trabajo han hecho que algunos lo consideren como un castigo, o que se convierta, por la malicia del corazón humano cuando se aleja de Dios, en una mera mercancía o en «instrumento de opresión», de tal manera que en ocasiones se hace difícil comprender su grandeza y su dignidad. Otras veces, el trabajo se considera como un medio exclusivo de ganar dinero, que se presenta como fin único, o como manifestación de vanidad, de propia autoafirmación, de egoísmo..., olvidando el trabajo en sí mismo, como obra divina, porque es colaboración con Dios y ofrenda a Él, donde se ejercen las virtudes humanas y las sobrenaturales.

Durante mucho tiempo se despreció el trabajo material como medio de ganarse la vida, considerándolo como algo sin valor o envilecedor. Y con frecuencia observamos cómo la sociedad materialista de hoy divide a los hombres «por lo que ganan», por su capacidad de obtener un mayor nivel de bienestar económico, muchas veces desorbitado. «Es hora de que los cristianos digamos muy alto que el trabajo es un don de Dios, y que no tiene ningún sentido dividir a los hombres en diversas categorías según los tipos de trabajo, considerando unas tareas más nobles que otras. El trabajo, todo trabajo, es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación. Es ocasión de desarrollo de la propia personalidad. Es vínculo de unión con los demás seres, fuente de recursos para sostener a la propia familia; medio de contribuir a la mejora de la sociedad, en la que se vive, y al progreso de toda la Humanidad»5. Esto es lo que nos recuerda la fiesta de hoy6, al proponernos como modelo y patrono a San José, un hombre que vivió de su oficio, al que debemos recurrir con frecuencia para que no se degrade ni se desdibuje la tarea que tenemos entre manos, pues no raras veces, cuando se olvida a Dios, «la materia sale del taller ennoblecida, mientras que los hombres se envilecen»7. Nuestro trabajo, con ayuda de San José, debe salir de nuestras manos como una ofrenda gratísima al Señor, convertido en oración.

II. El Evangelio de la Misa8 nos muestra, una vez más, cómo a Jesús le conocen en Nazareth por su trabajo. Cuando vuelve Jesús a su tierra, sus vecinos decían: ¿No es este el hijo del carpintero? ¿No es su madre María?... En otro lugar se dice que Jesús siguió el oficio del que le hizo las veces de padre aquí en la tierra, como ocurre en tantas ocasiones: ¿No es este el carpintero, hijo de María?...9. El trabajo quedó santificado al ser asumido por el Hijo de Dios y, desde entonces, puede convertirse en tarea redentora, al unirlo a Cristo Redentor del mundo. La fatiga, el esfuerzo, las condiciones duras y difíciles, consecuencia del pecado original, se convierten con Cristo en valor sobrenatural inmenso para uno mismo y para toda la humanidad. Sabemos que el hombre ha sido asociado a la obra redentora de Jesucristo, «que ha dado una dignidad eminente al trabajo ejecutándolo con sus propias manos en Nazareth»10.

Cualquier trabajo noble puede llegar a ser tarea que perfecciona a quien lo realiza, a la sociedad entera, y puede convertirse, con todas sus incidencias, en medio para ayudar a otros a través de la comunión que existe entre todos los miembros del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia. Pero para esto es necesario no olvidar el fin sobrenatural, además del humano, que deben tener todos los actos de la vida, incluso los que se presentan como más duros y difíciles: «el condenado a galeras bien sabe que rema con el fin de mover un barco, pero para reconocer que esto da sentido a su existencia, tendría que profundizar en el significado que el dolor y el castigo tiene para un cristiano; es decir, tendría que ver su situación como una posibilidad de identificarse con Cristo. Ahora bien, si por ignorancia o por desprecio no lo logra, llegará a odiar su “trabajo”. Un efecto similar puede darse cuando el fruto o el resultado del trabajo (no su retribución económica, sino lo que se ha “trabajado”, “elaborado” o “hecho”) se pierde en una lejanía de la que casi no se tiene noticia»11. ¡Cuántos cada mañana, por desgracia, se dirigen a su «trabajo» como si fueran a galeras! A remar para un barco que no saben a dónde va, ni siquiera les importa. Solo esperan el fin de semana y la paga mensual. Ese trabajo, evidentemente, no dignifica, no santifica, difícilmente servirá para desarrollar la propia personalidad y ser un bien para la sociedad.

Pensemos hoy, junto a San José, en el amor y aprecio que tenemos a nuestra tarea, el cuidado que ponemos en acabarla con perfección, la puntualidad, el prestigio profesional, el sosiego –no reñido con la urgencia– con que lo llevamos a cabo, la consideración y el respeto que tenemos por todo trabajo, la laboriosidad... Si nuestro quehacer está humanamente bien hecho, podremos decir con la liturgia de la Misa de hoy: Señor, Dios nuestro, fuente de misericordia, acepta nuestra ofrenda en la fiesta de San José obrero, y haz que estos dones se transformen en fuente de gracia para los que te invocan12.

III. La obra bien hecha es la que se lleva a cabo con amor. Apreciar la propia profesión, el oficio al que nos dedicamos es, quizá, el primer paso para dignificarlo y para elevarlo al plano sobrenatural. Debemos poner el corazón en lo que tenemos entre manos, y no hacerlo «porque no hay más remedio». «Aquel hombre, hijo mío, que vino a verme esta mañana –¿sabes?, el de la cazadora color de tierra– no es un hombre honesto (...). Este hombre ejerce la profesión de caricaturista en un periódico ilustrado. Esto le da de qué vivir; esto le ocupa las horas de la jornada. Y, sin embargo, él habla siempre con asco de su oficio, y me dice: “¡Si yo pudiera ser pintor! Pero me es indispensable dibujar esas tonterías para comer. ¡No mires los muñecos, chico, no los mires! Comercio puro...”. Quiere decir que él cumple únicamente por la ganancia. Y que ha dejado que su espíritu se vaya lejos de la labor que le ocupa las manos. Porque él tiene su labor por muy vil. Pero dígote, hijo, que si la faena de mi amigo es tan vil, si sus dibujos pueden ser llamados tonterías, la razón está justamente en que él no metió allí su espíritu. Cuando el espíritu en ella reside, no hay faena que no se vuelva noble y santa. Lo es la del caricaturista, como la del carpintero y la del que recoge las basuras (...). Hay una manera de dibujar caricaturas, de trabajar la madera (...), que revela que en la actividad se ha puesto amor, cuidado de perfección y armonía, y una pequeña chispa de fuego personal: eso que los artistas llaman estilo propio, y que no hay obra ni obrilla humana en que no pueda florecer. Manera de trabajar que es la buena. La otra, la de menospreciar el oficio, teniéndolo por vil, en lugar de redimirlo y secretamente transformarlo, es mala e inmoral. El visitante de la cazadora color de tierra es, pues, un hombre inmoral, porque no ama su oficio»13.

San José nos enseña a amar el oficio en el que empleamos tantas horas: el hogar, el laboratorio, el arado o el ordenador, el traer y llevar paquetes o el cuidar de la portería de aquel gran edificio... La categoría de un trabajo reside en su capacidad de perfeccionarnos humana y sobrenaturalmente, en las posibilidades que nos ofrece de sacar la familia adelante y de colaborar en obras buenas en favor de los hombres, en la ayuda que a través de él prestamos a la sociedad...

San José tuvo delante a Jesús mientras trabajaba. A veces le pedía que le sostuviera una madera mientras aserraba y, otras, le enseñaba a manejar el formón o la garlopa... Cuando estaba cansado miraba a su hijo, que era el Hijo de Dios, y aquella tarea adquiría un nuevo vigor porque sabía que con su trabajo estaba colaborando en los planes misteriosos, pero reales, de la salvación. Pidámosle hoy que nos enseñe a tener esa presencia de Dios que él tuvo mientras ejercía su oficio. No olvidemos a Santa María, a la que vamos a dedicar, con mucho amor, este mes de mayo que hoy comenzamos. No olvidemos ofrecer cada día alguna hora de trabajo o de estudio, más intensa, mejor acabada, en su honor.

Desde 1955 se celebra litúrgicamente la Memoria de San José Obrero. La Iglesia recuerda así -«a ejemplo de San José y con su patrocinio»- el valor humano y sobrenatural del trabajo. Todo trabajo humano es colaboración en la obra de Dios, Creador, y por Jesucristo se convierte -según el amor a Dios y la caridad con los demás- en verdadera oración y en apostolado.


R/. Al salir del baño bautismal, purificados ya de nuestros delitos, el Espíritu desciende del cielo sobre nosotros, como la paloma del diluvio, para ofrecernos la paz de Dios, pues la antigua arca era figura de la Iglesia. Aleluya Aleluya.


V/. ¡Dichoso sacramento del agua, en el cual somos liberados para la vida eterna!

R/. El Espíritu desciende del cielo sobre nosotros, como la paloma del diluvio, para ofrecernos la paz de Dios, pues la antigua arca era figura de la Iglesia. Aleluya Aleluya.


Salmo 89: Baje a nosotros la bondad del Señor

Ant: Baje a nosotros la bondad del Señor. Aleluya.

Señor, tú has sido nuestro refugio
de generación en generación.

Antes que naciesen los montes
o fuera engendrado el orbe de la tierra,
desde siempre y por siempre tú eres Dios.

Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: «retornad, hijos de Adán.»
Mil años en tu presencia
son un ayer, que pasó;
una vela nocturna.

Los siembras año por año,
como hierba que se renueva:
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca.

¡Cómo nos ha consumido tu cólera
y nos ha trastornado tu indignación!
Pusiste nuestras culpas ante ti,
nuestros secretos ante la luz de tu mirada:
y todos nuestros días pasaron bajo tu cólera,
y nuestros años se acabaron como un suspiro.

Aunque uno viva setenta años,
y el más robusto hasta ochenta,
la mayor parte son fatiga inútil,
porque pasan aprisa y vuelan.

¿Quién conoce la vehemencia de tu ira,
quién ha sentido el peso de tu cólera?
Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.

Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos;
por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.

Danos alegría, por los días en que nos afligiste,
por los años en que sufrimos desdichas.
Que tus siervos vean tu acción
y sus hijos tu gloria.

Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Baje a nosotros la bondad del Señor. Aleluya.

Isaías 42,10-16: Cántico nuevo al Dios vencedor y salvador

Ant: Convertiré ante ellos la tiniebla en luz. Aleluya.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
llegue su alabanza hasta el confín de la tierra;
muja el mar y lo que contiene,
las costas y sus habitantes;

alégrese el desierto con sus tiendas,
los cercados que habita Cadar;
exulten los habitantes de Petra,
clamen desde la cumbre de las montañas;
den gloria al Señor,
anuncien su alabanza en las costas.

El Señor sale como un héroe,
excita su ardor como un guerrero,
lanza el alarido,
mostrándose valiente frente al enemigo.

"Desde antiguo guardé silencio,
me callaba, aguantaba;
como parturienta, grito,
jadeo y resuello.

Agostaré montes y collados,
secaré toda su hierba,
convertiré los ríos en yermo,
desecaré los estanques;
conduciré a los ciegos
por el camino que no conocen,
los guiaré por senderos que ignoran;
ante ellos convertiré la tiniebla en luz,
lo escabroso en llano."

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Convertiré ante ellos la tiniebla en luz. Aleluya.

Salmo 134-I: Himno a Dios, realizador de maravillas

Ant: El Señor todo lo que quiere lo hace. Aleluya.

Alabad el nombre del Señor,
alabadlo, siervos del Señor,
que estáis en la casa del Señor,
en los atrios de la casa de nuestro Dios.

Alabad al Señor porque es bueno,
tañed para su nombre, que es amable.
Porque él se escogió a Jacob,
a Israel en posesión suya.

Yo sé que el Señor es grande,
nuestro dueño más que todos los dioses.
El Señor todo lo que quiere lo hace:
en el cielo y en la tierra,
en los mares y en los océanos.

Hace subir las nubes desde el horizonte,
con los relámpagos desata la lluvia,
suelta los vientos de sus silos.

Él hirió a los primogénitos de Egipto,
desde los hombres hasta los animales.
Envió signos y prodigios
-en medio de ti, Egipto-
contra el Faraón y sus ministros.

Hirió de muerte a pueblos numerosos,
mató a reyes poderosos:
a Sijón, rey de los amorreos,
a Hog, rey de Basán,
y a todos los reyes de Canaán.
Y dió su tierra en heredad,
en heredad a Israel, su pueblo.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El Señor todo lo que quiere lo hace. Aleluya.

Lectura

Rm 10,8b-10

La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón. Se refiere a la palabra de la fe que os anunciamos. Porque, si tus labios profesan que Jesús es el Señor y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás. Por la fe del corazón llegamos a la justificación, y por la profesión de los labios, a la salvación.

V/. El Señor ha resucitado del sepulcro. Aleluya, aleluya.

R/. El Señor ha resucitado del sepulcro. Aleluya, aleluya.

V/. El que por nosotros colgó del madero.

R/. Aleluya, aleluya.

V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

R/. El Señor ha resucitado del sepulcro. Aleluya, aleluya.

Cántico Ev.

Ant: Yo soy el buen Pastor, que apaciento mis ovejas y doy mi vida por las ovejas. Aleluya.



Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Yo soy el buen Pastor, que apaciento mis ovejas y doy mi vida por las ovejas. Aleluya.

Preces

Oremos a Dios Padre todopoderoso, que ha sido glorificado en la muerte y resurrección de su Hijo, y digámosle confiados:

Ilumina, Señor, nuestras mentes

- Dios, Padre de los astros, que has querido iluminar el mundo con la gloria de Cristo resucitado,
ilumina desde el principio de este día nuestras almas con la luz de la fe


- Tú que por medio de tu Hijo resucitado de entre los muertos has abierto a los hombres las puertas de la salvación,
haz que a través de los trabajos de este día se acreciente nuestra esperanza


- Tú que por medio de tu Hijo resucitado has derramado sobre el mundo el Espíritu Santo,
enciende nuestros corazones con el fuego de este mismo Espíritu


- Que Cristo, el Señor, clavado en la cruz para librarnos,
sea hoy para nosotros salvación y redención

Acudamos a Dios Padre, tal como nos enseñó Jesucristo:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Final

Oh Dios, que por medio de la humillación de tu Hijo levantaste a la humanidad caída, concede a tus fieles la verdadera alegría, para que quienes han sido librados de la esclavitud del pecado alcancen también la felicidad eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.