Custodia

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Saludo

Bendición

jueves, 8 de septiembre de 2022

 


La natividad de la Santísima Virgen María, fiesta

Mi 5,1-4a: El tiempo en que la madre dé a luz.

Así dice el Señor:

«Pero tú, Belén de Éfrata,

pequeña entre las aldeas de Judá,

de ti saldrá el jefe de Israel.

Su origen es desde lo antiguo,

de tiempo inmemorial.

Los entrega hasta el tiempo

en que la madre dé a luz,

y el resto de sus hermanos

retornará a los hijos de Israel.

En pie, pastoreará con la fuerza del Señor,

por el nombre glorioso del Señor, su Dios.

Habitarán tranquilos, porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra,

y éste será nuestra paz.»

o bien
Rm 8,28-30: A los que había escogido, Dios los predestinó.

Hermanos: Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó.

Sal 12,6ab.6cd: Desbordo de gozo con el Señor.

Porque yo confío en tu misericordia:
alegra mi corazón con tu auxilio.

Y cantaré al Señor
por el bien que me ha hecho.

Mt 1,1-16.18-23: La criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo.

Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán.

Abrahán engendró a Isaac, Isaac a Jacob, Jacob a Judá y a sus hermanos. Judá engendró, de Tamar, a Farés y a Zará, Farés a Esrón, Esrón a Aram, Aram a Aminadab, Aminadab a Naasón, Naasón a Salmón, Salmón engendró, de Rahab, a Booz; Booz engendró, de Rut, a Obed; Obed a Jesé, Jesé engendró a David, el rey.

David, de la mujer de Urías, engendró a Salomón, Salomón a Roboam, Roboam a Abías, Abías a Asaf, Asaf a Josafat, Josafat a Joram, Joram a Ozías, Ozías a Joatán, Joatán a Acaz, Acaz a Ezequías, Ezequías engendró a Manasés, Manasés a Amós, Amós a Josías; Josías engendró a Jecomas y a sus hermanos, cuando el destierro de Babilonia.

Después del destierro de Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel a Zorobabel, Zorobabel a Abiud, Abiud a Eliaquín, Eliaquín a Azor, Azor a Sadoc, Sadoc a Aquim, Aquim a Eliud, Eliud a Eleazar, Eleazar a Matán, Matán a Jacob; y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.

El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera:

María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.

José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:

–«José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.»

Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta:

«Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo

y le pondrá por nombre Emmanuel,

que significa "Dios–con–nosotros".»

o bien, más breve:
Mt 1,18-23: La criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo.

El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera:

María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.

José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:

–«José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.»

Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta:

«Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios–con–nosotros".»



8 de septiembre

NATIVIDAD DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA*


Fiesta

— Alegría en el Nacimiento de Nuestra Señora.

— La fiesta de hoy nos lleva también a mirar con hondo respeto la concepción y nacimiento de todo ser humano.

— El valor de los días corrientes.

I. Celebremos con alegría el Nacimiento de María, la Virgen: de Ella salió el Sol de justicia, Cristo, nuestro Dios1.

La invitación a la alegría de los textos litúrgicos es constante desde los antiquísimos comienzos de esta fiesta2. Es lógico que así sea: si se alegran la familia y los amigos y vecinos cuando nace una criatura, y si se celebran los cumpleaños con júbilo, ¿cómo no nos íbamos a llenar de alegría en la conmemoración del nacimiento de nuestra Madre? Este acontecimiento feliz nos señala que el Mesías está ya próximo: María es la Estrella de la mañana que, en la aurora que precede a la salida del sol, anuncia la llegada del Salvador, el Sol de justicia en la historia del género humano3. «Convenía señala un antiguo escritor sagrado que esta fulgurante y sorprendente venida de Dios a los hombres fuera precedida de algún hecho que nos preparara para recibir con gozo el gran don de la salvación. Y este es el significado de la fiesta que hoy celebramos, ya que el Nacimiento de la Madre de Dios es el exordio de todo este cúmulo de bienes (...). Que toda la creación, pues, rebose de contento y contribuya a su modo a la alegría propia de este día. Cielo y tierra se aúnen en esta celebración y que la festeje con gozo todo lo que hay en el mundo y por encima del mundo»4.

La Liturgia de la Misa de hoy aplica a la Virgen recién nacida el pasaje de la Carta a los Romanos5 en el que San Pablo describe la misericordia divina que elige a los hombres para un destino eterno: María, desde la eternidad, es predestinada por la Trinidad Beatísima para ser la Madre de su Hijo. Para este fin fue adornada de todas las gracias: «El alma de María fue la más bella que Dios crió, de tal manera que, después de la encarnación del Verbo, esta fue la obra mayor y más digna que el Omnipotente llevó a cabo en este mundo»6. La gracia de María en el momento de su concepción sobrepasó las gracias de todos los santos y ángeles juntos, pues Dios da a cada uno la gracia que corresponde a su misión en el mundo7. La inmensa gracia de María fue suficiente y proporcionada a la singular dignidad a la que Dios la había llamado desde la eternidad8. Fue tan grande María en santidad y belleza expone San Bernardo, que no convenía que Dios tuviese otra Madre, ni convenía tampoco que María tuviese otro Hijo que Dios9. Y San Buenaventura afirma que Dios puede hacer un mundo mayor, pero no puede hacer una madre más perfecta que la Madre de Dios10.

Recordemos hoy también nosotros que hemos recibido de Dios una llamada a la santidad, a cumplir una misión concreta en el mundo. Además de la alegría que nos produce siempre el contemplar la plenitud de gracia y la belleza de Nuestra Señora, también debemos pensar que Dios nos da a cada uno las gracias necesarias y suficientes, sin que falte una, para llevar a cabo nuestra vocación específica en medio del mundo. También hoy podemos considerar que es lógico que deseemos festejar el aniversario del propio nacimiento nuestro cumpleaños porque Dios quiso expresamente que naciéramos, y porque nos llamó a un destino eterno de felicidad y de amor.

II. Que se alegre tu Iglesia, Señor (...), y se goce en el nacimiento de la Virgen María, que fue para el mundo esperanza y aurora de salvación11.

¿Cuántos años cumple hoy Nuestra Madre?... Para Ella el tiempo ya no pasa, porque ha alcanzado la plenitud de la edad, esa juventud eterna y plena que nace de la participación en la juventud de Dios que, según nos dice San Agustín, «es más joven que todos»12, precisamente por ser eterno e inmutable. Quizá hemos podido ver de cerca la alegría y la juventud interior de alguna persona santa, y contemplar cómo de un cuerpo que llevaba el peso de los años surgía una juventud del corazón con una energía y una vida incontenible. Esta juventud interior es más honda cuanto mayor es la unión con Dios. María, por ser la criatura que más íntimamente ha estado unida a Él, es ciertamente la más joven de todas las criaturas. Juventud y madurez se confunden en Ella, y también en nosotros cuando vamos derechamente ad Deum, qui laetificat iuventutem meam, hacia Dios que nos rejuvenece cada día por dentro y, con su gracia, nos inunda de alegría13.

Desde su adolescencia, la Virgen gozó de una madurez interior plena y proporcionada a su edad. Ahora, en el Cielo, con la plenitud de la gracia la inicial y la que alcanzó con sus méritos uniéndose a la Obra de su Hijo nos contempla y presta oído a nuestras alabanzas y a nuestras peticiones. Hoy escucha nuestro canto de acción de gracias a Dios por haberla creado, y nos mira y nos comprende porque Ella -después de Dios es quien más sabe de nuestra vida, de nuestras fatigas, de nuestros empeños14.

Todos los padres piensan cuando nace un hijo que es incomparable. También debieron de pensarlo San Joaquín y Santa Ana cuando nació María, y ciertamente no se equivocaban. Todas las generaciones la llaman bienaventurada... «No podían sospechar aquel día, Joaquín y Ana, lo que había de ser aquel fruto de su limpio amor. Nunca se sabe. ¿Quién puede decir lo que será una criatura recién nacida? Nunca se sabe...»15. Cada una es un misterio de Dios que viene al mundo con un específico quehacer del Creador.

La fiesta de hoy nos lleva a mirar con hondo respeto la concepción y el nacimiento de todo ser humano, a quien Dios le ha dado el cuerpo a través de los padres y le ha infundido un alma inmortal e irrepetible, creada directamente por Él en el momento de la concepción. «La gran alegría que como fieles experimentamos por el nacimiento de la Madre de Dios (...) comporta a la vez, para todos nosotros, una gran exigencia: debemos sentirnos felices por principio cuando en el seno de una madre se forma un niño y cuando ve la luz del mundo. Incluso cuando el recién nacido exige dificultades, renuncias, limitaciones, gravámenes, deberá ser siempre acogido y sentirse protegido por el amor de sus padres»16. Todo ser humano concebido está llamado a ser hijo de Dios, a darle gloria y a un destino eterno y feliz.

Dios Padre, al contemplar a María recién nacida, se alegró con una alegría infinita al ver a una criatura humana sin el pecado de origen, llena de gracia, purísima, destinada a ser la Madre de su Hijo para siempre. Aunque Dios concedió a Joaquín y a Ana una alegría muy particular, como participación de la gracia derramada sobre su Hija, ¿qué habrían sentido si, al menos de lejos, hubieran vislumbrado el destino de aquella criatura, que vino al mundo como las demás? En otro orden, tampoco nosotros podemos sospechar la eficacia inconmensurable de nuestro paso por la tierra si somos fieles a las gracias recibidas para llevar a cabo nuestra propia vocación, otorgada por Dios desde la eternidad.

III. Ningún acontecimiento acompañó el Nacimiento de María, y nada nos dicen de él los Evangelios. Nació, quizá, en una ciudad de Galilea, probablemente en el mismo Nazareth, y aquel día nada se reveló a los hombres. El mundo seguía dándole importancia a otros acontecimientos que luego serían completamente borrados de la faz de la tierra sin dejar la menor huella. Con frecuencia, lo importante para Dios pasa oculto a los ojos de los hombres que buscan algo extraordinario para sobrellevar su existencia. Solo en el Cielo hubo fiesta, y fiesta grande.

Después, durante muchos años, la Virgen pasa inadvertida. Todo Israel esperaba a esa doncella anunciada en la Escritura17 y no sabe que ya vive entre los hombres. Externamente, apenas se diferencia de los demás. Tenía voluntad, quería, amaba con una intensidad difícil de comprender para nosotros, con un amor que en todo se ajustaba al amor de Dios. Tenía entendimiento, al servicio de los misterios que poco a poco iba descubriendo, comprendía la perfecta relación que había entre ellos, las profecías que hablaban del Redentor...; y entendimiento para aprender cómo se hilaba o se cocinaba... Y tenía memoria guardaba las cosas en su corazón18- y pasaba de unos recuerdos a otros, se valía de referencias concretas. Poseía Nuestra Señora una viva imaginación que le hizo tener una vida llena de iniciativas y de sencillo ingenio en el modo de servir a los demás, de hacerles más llevadera la existencia, a veces penosa por la enfermedad o por la desgracia... Dios la contemplaba lleno de amor en los menudos quehaceres de cada día y se gozaba con un inmenso gozo en estas tareas sin apenas relieve.

Al contemplar su vida normal, nos enseña a nosotros a obrar de tal modo que sepamos hacer lo de todos los días de cara a Dios: a servir a los demás sin ruido, sin hacer valer constantemente los propios derechos o los privilegios que nosotros mismos nos hemos otorgado, a terminar bien el trabajo que tenemos entre manos... Si imitamos a Nuestra Madre, aprenderemos a valorar lo pequeño de los días iguales, a dar sentido sobrenatural a nuestros actos, que quizá nadie ve: limpiar unos muebles, corregir unos datos en el ordenador, arreglar la cama de un enfermo, buscar las referencias precisas para explicar la lección que estamos preparando... Estas pequeñas cosas, hechas con amor, atraen la misericordia divina y aumentan de continuo la gracia santificante en el alma. María es el ejemplo acabado de esta entrega diaria, «que consiste en hacer de la propia vida una ofrenda al Señor»19.

Bajo diversas advocaciones, muchos pueblos y ciudades celebran hoy su fiesta, con intuición acertada, pues «si Salomón enseña San Pedro Damián, con motivo de la dedicación del templo material, celebró con todo el pueblo de Israel solemnemente un sacrificio tan copioso y magnífico, ¿cuál y cuánta no será la alegría del pueblo cristiano al celebrar el nacimiento de la Virgen María, en cuyo seno, como en un templo sacratísimo, descendió Dios en persona para recibir de ella la naturaleza humana y se dignó vivir visiblemente entre los hombres?»20. No dejemos de festejar hoy a Nuestra Señora con esas delicadezas propias de los buenos hijos.

Desde muy antiguo se tienen noticias de esta fiesta de la Virgen, primero en Oriente y luego en la Iglesia universal. Esta festividad, en la que se conmemora el nacimiento de la que habría de ser la Madre de Dios, y también Madre nuestra, está llena de alegría. Su llegada al mundo es el anuncio de la Redención ya próxima. Muchos pueblos y ciudades, bajo diversas advocaciones, celebran hoy a su Patrona.


23ª semana. Jueves

EL MÉRITO DE LAS BUENAS OBRAS


— La recompensa sobrenatural de las buenas obras.

— Los méritos de Cristo y de María.

— Ofrecer a Dios nuestra vida corriente. Merecer por los demás.

I. El Señor nos habla muchas veces del mérito que tiene hasta la más pequeña de nuestras obras, si las realizamos por Él: ni siquiera un vaso de agua ofrecido por Él quedará sin su recompensa1. Si somos fieles a Cristo encontraremos un tesoro amontonado en el Cielo por una vida ofrecida día a día al Señor. La vida es en realidad el tiempo para merecer, pues en el Cielo ya no se merece, sino que se goza de la recompensa; tampoco se adquieren méritos en el Purgatorio, donde las almas se purifican de la huella que dejaron sus pecados. Este es el único tiempo para merecer: los días que nos queden aquí en la tierra; quizá, pocos.

En el Evangelio de la Misa de hoy2 nos enseña el Señor que las obras del cristiano han de ser superiores a las de los paganos para obtener esa recompensa sobrenatural. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tendréis?, pues también los pecadores aman a quienes los aman. Y si hacéis bien a quienes os hacen bien, ¿qué mérito tendréis?, pues también los pecadores prestan a los pecadores para recibir otro tanto... La caridad debe abarcar a todos los hombres, sin limitación alguna, y no debe extenderse solo a quienes nos hacen bien, a los que nos ayudan o se portan correctamente con nosotros, porque para esto no sería necesaria la ayuda de la gracia: también los paganos aman a quienes los aman a ellos. Lo mismo ocurre con las obras de un buen cristiano: no solo han de ser «humanamente» buenas y ejemplares, sino que el amor de Dios hará que sean generosas en su planteamiento, y sean así sobrenaturalmente meritorias.

El Señor ya había asegurado por el Profeta Isaías: Electi mei non laborabunt frustra3, mis elegidos no trabajarán nunca en vano, pues ni la más pequeña obra hecha por Dios quedará sin su fruto. Muchas de estas ganancias las veremos ya aquí en la tierra; otras, quizá la mayor parte, cuando nos encontremos en la presencia de Dios en el Cielo. San Pablo recordó a los primeros cristianos que cada uno recibirá su propia recompensa, según su trabajo4. Y, al final, cada uno recibirá el pago debido a las buenas o a las malas acciones que haya hecho mientras estaba revestido de su cuerpo5. Ahora es el tiempo de merecer. «Vuestras buenas obras deben ser vuestras inversiones, de las que un día recibiréis considerables intereses»6, enseña San Ignacio de Antioquía. Ya en esta vida el Señor nos paga con creces.

II. Electi mei non laborabunt frustra... Las obras de cada día –el trabajo, los pequeños servicios que prestamos a los demás, las alegrías, el descanso, el dolor y la fatiga llevados con garbo y ofrecidos al Señor– pueden ser meritorias por los infinitos merecimientos que Cristo nos alcanzó en su vida aquí en la tierra, pues de su plenitud recibimos todos gracia sobre gracia7. A unos dones se añaden otros, en la medida en que correspondemos; y todos brotan de la fuente única que es Cristo, cuya plenitud de gracia no se agota nunca. «Él no tiene el don recibido por participación, sino que es la misma fuente, la misma raíz de todos los bienes: la Vida misma, la Luz misma, la Verdad misma. Y no retiene en sí mismo las riquezas de sus bienes, sino que los entrega a todos los demás; y habiéndolos dispensado, permanece lleno; no disminuye en nada por haberlos distribuido a otros, sino que llenando y haciendo participar a todos de estos bienes permanece en la misma perfección»8.

Una sola gota de su Sangre, enseña la Iglesia, habría bastado para la Redención de todo el género humano. Santo Tomás lo expresó en el himno Adoro te devote, que muchos cristianos meditan frecuentemente para crecer en amor y devoción a la Sagrada Eucaristía: Pie pellicane, Iesu Domine, me immundum munda tuo sanguine... Misericordioso pelícano, Señor Jesús, // purifica mis manchas con tu Sangre, // de la cual una sola gota es suficiente // para borrar todos los pecados del mundo entero.

El menor acto de amor de Jesús, en su niñez, en su vida de trabajo en Nazaret..., tenía un valor infinito para obtener la gracia santificante, la vida eterna y las ayudas necesarias para llegar a ella, a todos los hombres pasados, presentes y a los que han de venir9.

Nadie como la Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra, participó con tanta plenitud de los méritos de su Hijo. Por su impecabilidad, sus méritos fueron mayores, incluso más estrictamente «meritorios», que los de todas las demás criaturas, porque, al estar inmune de las concupiscencias y de otros estorbos, su libertad era mayor, y la libertad es el principio radical del mérito. Fueron meritorios todos los sacrificios y pesares que le llevó el ser Madre de Dios: desde la pobreza de Belén, la zozobra de la huida a Egipto..., hasta la espada que atravesó su corazón al contemplar los sufrimientos de Jesús en la Cruz. Y fueron meritorias todas las alegrías y todos los gozos que le produjeron su inmensa fe y su amor que todo lo penetraba, pues no es lo oneroso de una acción lo que la hace meritoria, sino el amor con que se hace. «No es la dificultad que hay en amar al enemigo lo que cuenta para lo meritorio, si no es en la medida en que se manifiesta en ella la perfección del amor, que triunfa de dicha dificultad. Así, pues, si la caridad fuera tan completa que suprimiese en absoluto la dificultad, sería entonces más meritoria»10, enseña Santo Tomás de Aquino. Así fue la caridad de María.

Debe darnos una gran alegría considerar con frecuencia los méritos infinitos de Cristo, la fuente de nuestra vida espiritual. Contemplar también las gracias que Santa María nos ha ganado fortalecerá la esperanza y nos reanimará de modo eficaz en momentos de desánimo o de cansancio, o cuando las personas que queremos llevar a Cristo parece que no responden y nos damos cuenta de la necesidad de merecer por ellas. «Me decías: “me veo, no solo incapaz de ir adelante en el camino, sino incapaz de salvarme –¡pobre alma mía!–, sin un milagro de la gracia. Estoy frío y –peor– como indiferente: igual que si fuera un espectador de ‘mi caso’, a quien nada importara lo que contempla. ¿Serán estériles estos días?

»Y, sin embargo, mi Madre es mi Madre, y Jesús es –¿me atrevo?– ¡mi Jesús! Y hay almas santas, ahora mismo, pidiendo por mí”.

»—Sigue andando de la mano de tu Madre, te repliqué, y “atrévete” a decirle a Jesús que es tuyo. Por su bondad, Él pondrá luces claras en tu alma»11.

III. Electi mei non laborabunt frustra. El mérito es el derecho a la recompensa por las obras que se realizan, y todas nuestras obras pueden ser meritorias, de tal manera que convirtamos la vida en un tiempo de merecimiento. Enseña la teología12 que el mérito propiamente dicho (de condigno) es aquel por el que se debe una retribución, en justicia o, al menos, en virtud de una promesa; así, en el orden natural, el trabajador merece su salario. Existe también otro mérito, que se suele llamar de conveniencia (de congruo), por el que se debe una recompensa, no en estricta justicia ni como consecuencia de una promesa, sino por razones de amistad, de estima, de liberalidad...; así, en el orden natural, el soldado que se ha distinguido en la batalla por su valor merece (de congruo) ser condecorado: su condición militar le pide esa valentía, pero si pudo ceder y no cedió, si pudo limitarse a cumplir y se esmeró en su cometido, el general magnánimo se ve movido a recompensar sobreabundantemente –por encima de lo estipulado– aquella acción.

En el orden sobrenatural, nuestros actos merecen, en virtud del querer de Dios, una recompensa que supera todos los honores y toda la gloria que el mundo puede ofrecernos. El cristiano en estado de gracia logra con su vida corriente, cumpliendo sus deberes, un aumento de gracia en su alma y la vida eterna: por la momentánea y ligera tribulación nos prepara un peso eterno de incalculable gloria13.

Cada jornada, las obras son meritorias si las realizamos bien y con rectitud de intención: si las ofrecemos a Dios al comenzar el día, en la Santa Misa, o al iniciar una tarea o al terminarla. Especialmente serán meritorias si las unimos a los méritos de Cristo... y a los de la Virgen. Nos apropiamos así las gracias de valor infinito que el Señor nos alcanzó, principalmente en la Cruz, y los de su Madre Santísima, que tan singularmente corredimió con Él. Nuestro Padre Dios ve entonces estos quehaceres revestidos de un carácter infinito, del todo nuevo. Nos hacemos solidarios con los méritos de Cristo.

Conscientes de esta realidad sobrenatural, ¿procuramos ofrecer todo al Señor?, ¿lo ordinario de cada jornada y, si se presentan, las circunstancias más extraordinarias y difíciles: una grave enfermedad, la persecución, la calumnia? Especialmente entonces debemos recordar lo que ayer leíamos en el Evangelio de la Misa14alegraos y regocijaos en aquel día, porque es muy grande vuestra recompensa. Son ocasiones para amar más al Señor, para unirnos más a Él.

También nos ayudará a realizar con perfección nuestros quehaceres el saber que, con un mérito de conveniencia, fundado en la amistad con el Señor, con estas obras –hechas en gracia de Dios, por amor, con perfección, buscando solo la gloria de Dios–, podemos merecer la conversión de un hijo, de un hermano, de un amigo: así han actuado los santos. Aprovechemos tantas oportunidades para ayudar a los demás en su camino hacia el Cielo. Con más interés y tesón a los que Dios ha puesto más cerca de nuestra vida y a quienes andan más necesitados de estas ayudas espirituales.

 


La natividad de la Santísima Virgen María, fiesta
Oficio de Lecturas

V/. -Señor, Ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio
Salmo 94: Invitación a la alabanza divina

Ant: Celebremos el nacimiento de la Virgen María; adoremos a su Hijo Jesucristo, el Señor.
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

 
Himno

Niña de Dios, por nuestro bien nacida;
tierna, pero, tan fuerte, que la frente,
en soberbia maldad endurecida,
quebrantasteis de la infernal serpiente;
brinco de Dios, de nuestra muerte vida,
pues vos fuisteis el medio conveniente
que redujo a pacífica concordia
de Dios y el hombre la mortal discordia.

Creced, hermosa planta, y dad el fruto
presto en sazón, por quien el alma espera
cambiar en ropa rozagante el luto
que la gran culpa le vistió primera.
De aquel inmenso y general tributo,
la paga conveniente y verdadera
en vos se ha de fraguar: creced, Señora,
que sois universal remediadora.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu,
por los siglos de los siglos. Amén.

Salmo 23: Entrada solemne de Dios en su templo

Ant: María ha recibido la bendición del Señor, le ha hecho justicia el Dios de salvación.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
Él la fundó sobre los mares,
Él la afianzó sobre los ríos.

- ¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

- El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ese recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

- Este es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

- ¿Quién es ese Rey de la gloria?
- El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.

- ¿Quién es ese Rey de la gloria?
- El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: María ha recibido la bendición del Señor, le ha hecho justicia el Dios de salvación.

Salmo 45: Dios, refugio y fortaleza de su pueblo

Ant: El Altísimo ha consagrado su morada.

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.

Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,
y los montes se desplomen en el mar.

Que hiervan y bramen sus olas,
que sacudan a los montes con su furia:

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.

Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios la socorre al despuntar la aurora.

Los pueblos se amotinan, los reyes se rebelan;
pero él lanza su trueno, y se tambalea la tierra.

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra:

Pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe,
rompe los arcos, quiebra las lanzas,
prende fuego a los escudos.

«Rendíos, reconoced que yo soy Dios:
más alto que los pueblos, más alto que la tierra.»

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: El Altísimo ha consagrado su morada.

Salmo 86: Himno a Jerusalén, madre de todos los pueblos

Ant: Nuestros años se acaban como la hierba, pero tú, Señor, permaneces desde siempre y por siempre.

Él la ha cimentado sobre el monte santo;
y el Señor prefiere las puertas de Sión
a todas las moradas de Jacob.

¡Qué pregón tan glorioso para ti,
ciudad de Dios!
«Contaré a Egipto y a Babilonia
entre mis fieles;
filisteos, tirios y etíopes
han nacido allí.»

Se dirá de Sión: «Uno por uno
todos han nacido en ella;
el Altísimo en persona la ha fundado.»

El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
«Este ha nacido allí.»
Y cantarán mientras danzan:
«Todas mis fuentes están en ti.»

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Nuestros años se acaban como la hierba, pero tú, Señor, permaneces desde siempre y por siempre.

V/. María conservaba todas estas cosas.
R/. Meditándolas en su corazón.


en Adviento/Navidad:


en Adviento/Navidad:

V/. Dichosos los que escuchan la palabra de Dios.
R/. Y la cumplen.


Lectura

V/. María conservaba todas estas cosas.
R/. Meditándolas en su corazón.


en Adviento/Navidad:


en Adviento/Navidad:

V/. Dichosos los que escuchan la palabra de Dios.
R/. Y la cumplen.

Sentencia contra el pecado y promesa de salvación
Gn 3,9-20
En aquellos días, el Señor llamó al hombre:
«¿Dónde estás?»
Él contestó:
«Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí.»
El Señor le replicó:
«¿Quién te informó de que estabas desnudo? ¿Es que has comido del árbol del que te prohibí comer?»
Adán respondió:
«La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto, y comí.»
El Señor dijo a la mujer:
«¿Qué es lo que has hecho?»
Ella respondió:
«La serpiente me engañó, y comí.»
El Señor Dios dijo a la serpiente:
«Por haber hecho eso, serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón.»
A la mujer le dijo:
«Mucho te haré sufrir en tu preñez, parirás hijos con dolor, tendrás ansia de tu marido, y él te dominará.»
Al hombre le dijo:
«Porque le hiciste caso a tu mujer y comiste del árbol del que te prohibí comer, maldito el suelo por tu culpa: comerás de él con fatiga mientras vivas; brotará para ti cardos y espinas, y comerás hierba del campo. Con sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella te sacaron; pues eres polvo y al polvo volverás.»
El hombre llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven.
R/. Hoy ha nacido la Virgen María del linaje de David; por ella vino la salvación del mundo a los creyentes, y por su vida gloriosa todo el orbe quedó iluminado.
V/. Celebremos con devoción el nacimiento de la bienaventurada Virgen María.
R/. Por ella vino la salvación del mundo a los creyentes, y por su vida gloriosa todo el orbe quedó iluminado.

L. Patrística

Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado
San Andrés de Creta
Sermón 1: PG 97, 806-810
Cristo es el fin de la ley: él nos hace pasar de la esclavitud de esta ley a la libertad del espíritu. La ley tendía hacia él como a su complemento; y él, como supremo legislador, da cumplimiento a su misión, transformando en espíritu la letra de la ley. De este modo, hacía que todas las cosas lo tuviesen a él por cabeza. La gracia es la que da vida a la ley y, por esto, es superior a la misma, y de la unión de ambas resulta un conjunto armonioso, conjunto que no hemos de considerar como una mezcla, en la cual alguno de los dos elementos citados pierda sus características propias, sino como una transmutación divina, según la cual todo lo que había de esclavitud en la ley se cambia en suavidad y libertad, de modo que, como dice el Apóstol, no vivamos ya esclavizados por lo elemental del mundo, ni sujetos al yugo y a la esclavitud de la ley.
Éste es el compendio de todos los beneficios que Cristo nos ha hecho; ésta es la revelación del designio amoroso de Dios: su anonadamiento, su encarnación y la consiguiente divinización del hombre. Convenía, pues, que esta fulgurante y sorprendente venida de Dios a los hombres fuera precedida de algún hecho que nos preparara a recibir con gozo el gran don de la salvación. Y éste es el significado de la fiesta que hoy celebramos, ya que el nacimiento de la Madre de Dios es el exordio de todo este cúmulo de bienes, exordio que hallará su término y complemento en la unión del Verbo con la carne que le estaba destinada. El día de hoy nació la Virgen; es luego amamantada y se va desarrollando; y es preparada para ser la Madre de Dios, rey de todos los siglos.
Un doble beneficio nos aporta este hecho: nos conduce a la verdad y nos libera de una manera de vivir sujeta a la esclavitud de la letra de la ley. ¿De qué modo tiene lugar esto? Por el hecho de que la sombra se retira ante la llegada de la luz, y la gracia sustituye a la letra de la ley por la libertad del espíritu. Precisamente la solemnidad de hoy representa el tránsito de un régimen al otro, en cuanto que convierte en realidad lo que no era más que símbolo y figura, sustituyendo lo antiguo por lo nuevo.
Que toda la creación, pues, rebose de contento y contribuya a su modo a la alegría propia de este día. Cielo y tierra se aúnen en esta celebración, y que la festeje con gozo todo lo que hay en el mundo y por encima del mundo. Hoy, en efecto, ha sido construido el santuario creado del Creador de todas las cosas, y la creación, de un modo nuevo y más digno, queda dispuesta para hospedar en sí al supremo Hacedor.
R/. Celebremos, con devoción, en este día el nacimiento de María, Virgen perpetua y Madre de Dios cuya vida ilustre da esplendor a todas las Iglesias.
V/. Con todo el corazón y toda el alma, cantemos la gloria de Cristo en esta sagrada fiesta de María, la excelsa Madre de Dios.
R/. Cuya vida ilustre da esplendor a todas las Iglesias.

Te Deum

(sólo domingos, solemnidades y fiestas)
A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.

A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.

Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.

Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:

Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.

Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.

A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.

A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te proclama:

Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.

Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.

Tú eres el Hijo único del Padre.

Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.

Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el reino del cielo.

Tú te sientas a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.

Creemos que un día
has de venir como juez.

Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.

Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.


(lo que sigue puede omitirse)

Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.

Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.

Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.

Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.


Oremos:

Concede, Señor, a tus hijos el don de tu gracia, para que cuantos hemos recibido las primicias de la salvación por la maternidad de la Virgen María, consigamos aumento de paz en la fiesta de su nacimiento. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.

sábado, 27 de agosto de 2022

 https://youtu.be/y48pgG1eDSM

 


Santa Mónica, memoria obligatoria

Laudes

Si Laudes es la primera oración del día se reza el Invitatorio

V/. -Señor, Ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.

Invitatorio

Salmo 94: Invitación a la alabanza divina

Ant: Venid, adoremos al Señor; aclamemos al Dios admirable en sus santos.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

-se repite la antífona

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

-se repite la antífona

Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

-se repite la antífona

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.

-se repite la antífona

Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»

-se repite la antífona

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

 
Himno

Dichosas sois vosotras que guardasteis
con amor maternal en vuestro seno
la palabra del Hijo que engendrasteis
en la vida de fe y de amor pleno.

Dichosas sois vosotras que en la vida
hicisteis de la fe vuestra entereza,
vuestra gracia en la Gracia fue asumida,
maravilla de Dios y de belleza.

Dichosas sois vosotras que supisteis
ser hijas del amor que Dios os daba,
y así, en la fe, de muchos madres fuisteis,
fecunda plenitud que nunca acaba.

No dejéis de ser madres en la gloria
de los hombres que luchan con anhelo,
ante Dios vuestro amor haga memoria
de los hijos que esperan ir al cielo. Amén.

Salmo 118,145-152: XIX (Coph)

Ant: Me adelanto a la aurora pidiendo auxilio.

Te invoco de todo corazón:
respóndeme, Señor, y guardaré tus leyes;
a ti grito: sálvame,
y cumpliré tus decretos;
me adelanto a la aurora pidiendo auxilio,
esperando tus palabras.

Mis ojos se adelantan a las vigilias,
meditando tu promesa;
escucha mi voz por tu misericordia,
con tus mandamientos dame vida;
ya se acercan mis inicuos perseguidores,
están lejos de tu voluntad.

Tú, Señor, estás cerca,
y todos tus mandatos son estables;
hace tiempo comprendí que tus preceptos
los fundaste para siempre.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Me adelanto a la aurora pidiendo auxilio.

Exodo 15,1-4.8-13.17-18: Himno a Dios, después de la victoria del mar Rojo

Ant: Mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación.

Cantaré al Señor, sublime es su victoria,
caballos y carros ha arrojado en el mar.
Mi fuerza y mi poder es el Señor,
Él fue mi salvación.

Él es mi Dios: yo lo alabaré;
el Dios de mis padres: yo lo ensalzaré.
El Señor es un guerrero,
su nombre es "El Señor."

Los carros del Faraón los lanzó al mar,
ahogó en el mar Rojo a sus mejores capitanes.

Al soplo de tu nariz, se amontonaron las aguas,
las corrientes se alzaron como un dique,
las olas se cuajaron en el mar.

Decía el enemigo: "Los perseguiré y alcanzaré,
repartiré el botín, se saciará mi codicia,
empuñaré la espada, los agarrará mi mano."

Pero sopló tu aliento, y los cubrió el mar,
se hundieron como plomo en las aguas formidables.

¿Quién como tú, Señor, entre los dioses?
¿Quién como tú, terrible entre los santos,
temible por tus proezas, autor de maravillas?

Extendiste tu diestra: se los tragó la tierra;
guiaste con misericordia a tu pueblo rescatado,
los llevaste con tu poder hasta tu santa morada.

Lo introduces y lo plantas en el monte de tu heredad,
lugar del que hiciste tu trono, Señor;
santuario, Señor, que fundaron tus manos.
El Señor reina por siempre jamás.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación.

Salmo 116: Invitación universal a la alabanza divina

Ant: Alabad al Señor, todas las naciones.

Alabad al Señor, todas las naciones,
aclamadlo, todos los pueblos.

Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: Alabad al Señor, todas las naciones.

Lectura

Rm 12,1-2

Os exhorto hermanos, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable. Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.

V/. Dios la socorre al despuntar la aurora.

R/. Dios la socorre al despuntar la aurora.

V/. Teniendo a Dios en medio no vacila.

R/. Al despuntar la aurora.

V/. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

R/. Dios la socorre al despuntar la aurora.

Cántico Ev.

Ant: La escuchaste, Señor, y no despreciaste sus lágrimas abundantes, que regaron la tierra cuando oraba.



Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Ant: La escuchaste, Señor, y no despreciaste sus lágrimas abundantes, que regaron la tierra cuando oraba.

Preces

Unidos, hermanos, a las mujeres santas, aclamemos a nuestro Salvador, y supliquémosle, diciendo:

Ven, Señor Jesús

- Señor Jesús, que perdonaste a la mujer pecadora sus muchos pecados, porque tenía mucho amor,
perdónanos también a nosotros, pues hemos pecado mucho.


- Señor Jesús, a quien servían en el camino las piadosas mujeres,
concédenos que sigamos tus pasos.


- Señor Jesús, Maestro bueno, a quien María escuchaba y Marta servía,
concédenos servirte siempre con fe y amor.


- Señor Jesús, que llamaste hermano, hermana y madre a todos los que cumplen tu voluntad,
haz que todos nosotros la cumplamos siempre de palabra y obra.

Con la misma confianza que tienen los hijos con su padres, acudamos nosotros a nuestro Dios, diciéndole:

Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

No nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.

Final

Oh Dios, consuelo de los que lloran, que acogiste piadosamente las lágrimas de santa Mónica impetrando la conversión de su hijo Agustín, concédenos, por intercesión de madre e hijo, la gracia de llorar nuestros pecados y alcanzar tu misericordia y tu perdón. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Amén.

domingo, 2 de enero de 2022

De la Natividad de la Virgen a la muerte del patriarca San José- Sección 11

De la Natividad de la Virgen a la muerte del patriarca San José- Sección 11: L Celebra la Sagrada Familia la fiesta del Sábado Mientras me hallaba meditando en la historia de la borriquilla empeñada ahora para cubrir los gastos de la circuncisión, y pensando que el próximo Domingo, día en que tendrá lugar la ceremonia, se leería el Evangelio del Domingo de Ramos, que relata la entrada de Jesús …