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martes, 5 de agosto de 2025

Laudes, lecturas y reflexiones +

 Dedicación de la Basílica de Santa María


Memoria libre

05 Agosto

Biografía


Después del Concilio de Éfeso (431), en el que la madre de Jesús fue proclamada Madre de Dios, el papa Sixto III (432 - 440) erigió en Roma, sobre el monte Esquilino, una basílica dedicada a la Santa Madre de Dios, basílica que fue llamada más tarde «Santa María la Mayor». Es la iglesia más antigua dedicada en Occidente a la Virgen María.



Laudes


V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

Te damos gracias, Señor,
porque has depuesto la ira
y has detenido ante el pueblo
la mano que lo castiga.

Tú eres el Dios que nos salva,
la luz que nos ilumina,
la mano que nos sostiene
y el techo que nos cobija.

Y sacaremos con gozo
del manantial de la vida
las aguas que dan al hombre
la fuerza que resucita.

Entonces proclamaremos:
«¡Cantadle con alegría!
¡El nombre de Dios es grande!
¡Su caridad infinita!

¡Que alabe al Señor la tierra!
Cantemos sus maravillas.
¡Qué grande en medio del pueblo
el Dios que nos justifica!» Amén.

SALMODIA

Ant. 1. Envíame, Señor, tu luz y tu verdad.

Salmo 42

DESEO DEL TEMPLO
Yo he venido al mundo como luz. (Jn 12, 46)

Hazme justicia, ¡oh Dios!, defiende mi causa
contra gente sin piedad,
sálvame del hombre traidor y malvado.

Tú eres mi Dios y protector,
¿Por qué me rechazas?
¿por qué voy andando sombrío,
hostigado por mi enemigo?

Envía tu luz y tu verdad:
que ellas me guíen
y me conduzcan hasta tu monte santo,
hasta tu morada.

Que yo me acerque al altar de Dios,
al Dios de mi alegría;
que té de gracias al son de la cítara,
Señor, Dios mío.

¿Por qué te acongojas, alma mía,
por qué te me turbas?
Espera en Dios, que volverás a alabarlo,
«salud de mi rostro, Dios mío».

Ant. Envíame, Señor, tu luz y tu verdad.

Ant. 2. Protégenos, Señor, todos los días de nuestra vida

Cántico Is. 38,10-14. 17-20

ANGUSTIAS DE UN MORIBUNDO Y ALEGRÍA DE LA CURACIÓN
Yo soy el que vive y estaba muerto.... y tengo las llaves de la muerte. (Ap 1, 17. 18)

Yo pensé: «En medio de mis días
tengo que marchar hacia las puertas del abismo;
me privan del resto de mis años.»

Yo pensé: «Ya no veré más al Señor
en la tierra de los vivos,
ya no miraré a los hombres
entre los habitantes del mundo.

Levantan y enrollan mi vida,
como una tienda de pastores
Como un tejedor devanaba yo mi vida,
y me cortan la trama.»

Día y noche me estás acabando,
sollozo hasta el amanecer.
Me quiebran los huesos como un león,
día y noche me estás acabando.

Estoy piando como una golondrina,
gimo como una paloma.
Mis ojos mirando al cielo se consumen:
¡Señor, que me oprimen, sal fiador por mí!

Me has curado, me has hecho revivir,
la amargura se me volvió paz
cuando detuviste mi alma ante la tumba vacía
y volviste la espalda a todos mis pecados.

El abismo no te da gracias,
ni la muerte te alaba,
ni esperan en tu fidelidad
los que bajan a la fosa.

Los vivos, los vivos son quienes te alaban:
como yo ahora.
El Padre enseña a sus hijos tu fidelidad.

Sálvame, Señor, y tocaremos nuestras arpas
todos nuestros días en la casa del Señor.

Ant. Protégenos, Señor, todos los días de nuestra vida

Ant. 3. ¡Oh Dios!, tú mereces un himno en Sión. 

Salmo 64

SOLEMNE ACCIÓN DE GRACIAS
Cuando se habla de Sión debe entenderse del reino eterno. (Orígenes)

¡Oh Dios!, tu mereces un himno en Sión,
 y a ti se te cumplen los votos,
porque tú escuchas las suplicas.

A ti acude todo mortal
a causa de sus culpas;
nuestros delitos nos abruman,
pero tú los perdonas.

Dichoso el que tú eliges y acercas
para que viva en tus atrios:
que nos saciemos de los bienes de tu casa,
de los dones sagrados de tu templo.

Con portentos de justicia nos respondes,
Dios, salvador nuestro;
tú, esperanza del confín de la tierra
y del océano remoto;

tú, que afianzas los montes con tu fuerza,
ceñido de poder;
tú, que reprimes el estruendo del mar,
el estruendo de las olas
y el tumulto de los pueblos.

Los habitantes del extremo del orbe
se sobrecogen ante tus signos,
y a las puertas de la aurora y del ocaso
las llenas de júbilo.

Tú cuidas de la tierra, la riegas
y la enriqueces sin medida;
la acequia de Dios va llena de agua
preparas los trigales;

riegas los surcos, igualas los terrones.
Tu llovizna los deja mullidos,
bendices sus brotes;
coronas el año con tus bienes,
las rodadas de tu carro rezuman abundancia;

rezuman los pastos del páramo,
y las colinas se orlan de alegría;
y las praderas se cubren de rebaños,
y los valles se visten de mieses,
que aclaman y cantan.

Ant. ¡Oh Dios!, tú mereces un himno en Sión.

LECTURA BREVE 1Ts 5, 4-5

No viváis, hermanos, en tinieblas para que el día del Señor no os sorprenda como ladrón; porque todos sois hijos de la luz e hijos del día. No somos de la noche ni de las tinieblas.



Primera lectura


Nm 12,1-13

No hay otro profeta como Moisés; ¿cómo se han atrevido a hablar contra él?

Lectura del libro de los Números.

EN aquellos días, María y Aarón hablaron contra Moisés a causa de la mujer cusita que había tomado por esposa. Decían:
«¿Ha hablado el Señor solo a través de Moisés? ¿No ha hablado también a través de nosotros?».
El Señor lo oyó.
Moisés era un hombre muy humilde, más que nadie sobre la faz de la tierra.
De repente, el Señor habló a Moisés, Aarón y María:
«Salgan los tres hacia la Tienda del Encuentro».
Y los tres salieron.
El Señor bajó en la columna de nube y se colocó a la entrada de la Tienda, y llamó a Aarón y a María. Ellos se adelantaron y el Señor les habló:
«Escuchen mis palabras: si hay entre ustedes un profeta del Señor, me doy a conocer a él en visión y le hablo en sueños; no así a mi siervo Moisés, el más fiel de todos mis siervos. A él le hablo cara a cara; abiertamente y no por enigmas; y contempla la figura del Señor. ¿Cómo se han atrevido a hablar contra mi siervo Moisés?».
La ira del Señor se encendió contra ellos, y el Señor se marchó.
Al apartarse la Nube de la Tienda, María estaba leprosa, con la piel como la nieve. Aarón se volvió hacia ella y vio que estaba leprosa.
Entonces Aarón dijo a Moisés:
«Perdón, señor. No nos exijas cuentas del pecado que hemos cometido insensatamente. No dejes a María como un aborto que sale del vientre con la mitad de la carne consumida».
Moisés suplicó al Señor:
«Por favor, cúrala».

Palabra de Dios.

Salmo


Sal 51(50),3-4.5-6.12-13 (R. cf. 3a)

R. Misericordia, Señor, hemos pecado.

V. Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R.

V. Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad en tu presencia. R.

V. En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre. R.

V. Oh, Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R.

Aclamación


R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. R.

Evangelio


Mt 14,22-36

Mándame ir a ti sobre el agua

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

DESPUÉS que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.
Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo.
Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma.
Jesús les dijo enseguida:
«¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!».
Pedro le contestó:
«Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua».
Él le dijo:
«Ven».
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:
«Señor, sálvame».
Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
«¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?».
En cuanto subieron a la barca amainó el viento.
Los de la barca se postraron ante él diciendo:
«Realmente eres Hijo de Dios».
Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Y los hombres de aquel lugar apenas lo reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y le trajeron a todos los enfermos.
Le pedían tocar siquiera la orla de su manto. Y cuantos la tocaban quedaban curados.

Palabra del Señor.

Pistas para la Lectio Divina

1. (Año I) Números 12,1-13

 

a) Esta vez la rebelión y la protesta le viene a Moisés de su misma familia: su hermano mayor Aarón, el sacerdote, que tanto había trabajado en colaboración con Moisés, y su hermana María (Miriam), la que había vigilado en el río la canasta donde su madre había depositado al niño Moisés. Ahora ambos le atacan y murmuran de él.

 

Un primer motivo es su matrimonio con una extranjera: hecho del que no sabemos apenas nada. Pero, además, ponen en tela de juicio su carácter de profeta o, al menos, de profeta único. ¿No oían también ellos la voz de Dios?

 

Hay una doble reacción ante este ataque inesperado. Por parte de Moisés, la paciencia, porque «era el hombre de más aguante del mundo». Pero Dios se enfada y sale en defensa de su profeta: «¿cómo os habéis atrevido a hablar contra mi siervo Moisés?». El libro interpreta como castigo de Dios la lepra que sufrió María.

 

Aarón se arrepiente de su falta. El salmo parece recoger sus sentimientos: «misericordia, oh Dios, por tu inmensa compasión borra mi culpa». Y Moisés muestra, una vez más, su corazón magnánimo intercediendo ante Dios por su hermana.

 

b) Por desgracia, en todas las familias y comunidades pueden darse situaciones como éstas: interpretaciones torcidas, o celos ante los carismas y talentos de los otros. A Jesús se le enfrentaron sus enemigos poniendo también en duda la autoridad con la que hablaba y actuaba.

 

¿Cómo reaccionamos cuando nos enteramos de que alguien de los más cercanos está hablando mal de nosotros? Lo primero que deberíamos pensar es en qué pueden tener razón. Porque todos tenemos defectos, y la corrección fraterna -incluso la que se hace sin demasiada oportunidad- nos puede ayudar a recapacitar y mejorar.

 

Pero puede suceder que, en conciencia, no nos creamos merecedores de los ataques que recibimos. En tales casos, ¿tenemos un corazón tolerante y paciente, como el de Moisés? ¿somos capaces, como él, de interceder ante Dios por quienes nos atacan?

 

Jesús nos enseñó a perdonar. Es lo que más nos cuesta. El ejemplo de Moisés nos debería animar a ser más generosos en nuestras reacciones ante el trato que recibimos de los demás, cuando nos parezca injusto.

 

2. Mateo 14,22-36

 

a) El simpático episodio de Pedro, que se hunde en las aguas del lago, describe bien el carácter de este impetuoso discípulo y nos ayuda a sacar lecciones provechosas para nuestra vida.

 

Después de la multiplicación de los panes, Jesús se retira al monte a solas a orar, mientras sus discípulos suben a la barca y se adentran en el lago. Durante la noche se levanta el viento y pasan momentos de miedo, miedo que se convierte en espanto cuando ven llegar a Jesús, en la oscuridad, caminando sobre las aguas.

 

Ahí se convierte Pedro en protagonista: pide a Jesús que le deje ir hacia él del mismo modo, y empieza a hacerlo, aunque luego tiene que gritar «Señor, sálvame», porque ha empezado a dudar y se hunde. Pedro es primario y un poco presuntuoso. Tiene que aprender todavía a no fiarse demasiado de sus propias fuerzas (el evangelio no nos dice qué cara pondrían los demás discípulos al presenciar el ridículo de Pedro).

 

La presencia de Jesús hizo que amainara el viento. La reacción del grupo de apóstoles está llena de admiración: «realmente eres Hijo de Dios».

 

b) Ante todo, mirándonos al espejo de Jesús, aprendemos cómo compaginaba su trabajo misionero -intenso, generoso- con los momentos de retiro y oración. En el diálogo con su Padre es donde encontraba, también él, la fuerza para su entrega a los demás. ¿No será ésta la causa de nuestros fracasos y de nuestra debilidad: que no sabemos retirarnos y hacer oración? ¿es la oración el motor de nuestra actividad? No se trata de refugiarnos en la oración para no trabajar. Pero tampoco de refugiarnos en el trabajo y descuidar la oración. Porque ambas cosas son necesarias en nuestra vida de cristianos y de apóstoles.

 

Para que nuestra actividad no sólo sea humanamente honrada y hasta generosa, sino que lo sea en cristiano, desde las motivaciones de Dios.

 

La barca de los discípulos, zarandeada por vientos contrarios, se ve fácilmente como símbolo de la Iglesia, agitada por los problemas internos y la oposición externa (cuando Mateo escribe su evangelio, la comunidad ya sabe muy bien lo que son los vientos contrarios). También es símbolo de la vida de cada uno de nosotros, con sus tempestades particulares. En ambos casos, hay una diferencia decisiva: sin Jesús en la barca, toda perece hundirse. Cuando le dejamos subir, el viento amaina. En los momentos peores, tendremos que recordar la respuesta de Jesús: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo». Y confiar en él.

 

La aventura de Pedro también nos interpela, por si tenemos la tendencia a fiarnos de nuestras fuerzas y a ser un tanto presuntuosos. Por una parte, hay que alabar la decisión de Pedro, que deja la (relativa) seguridad de la barca para intentar avanzar sobre las aguas. Tenemos que saber arriesgarnos y abandonar seguridades cuando Dios nos lo pide (recordemos a Abrahán, a sus 75 años) y no instalarnos en lo fácil. Lo que le faltó a Pedro fue una fe perseverante. Empezó bien, pero luego empezó a calcular sus fuerzas y los peligros del viento y del agua, y se hundió.

 

La vida nos da golpes, que nos ayudan a madurar. Como a Pedro. No está mal que, alguna vez, nos salga espontánea, y con angustia, una oración tan breve como la suya: «Señor, sálvame». Seguramente Jesús nos podrá reprochar también a nosotros: «¡qué poca fe! ¿por qué has dudado?». E iremos aprendiendo a arriesgarnos a pesar del viento, pero convencidos de que la fuerza y el éxito están en Jesús, no en nuestras técnicas y talentos: «realmente eres Hijo de Dios».

 

J. ALDAZABAL

ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5

Tiempo Ordinario. Semanas 10-21

Barcelona 1997. Págs. 227-232

Francisco Fernández-Carvajal
Hablar con Dios

5 de agosto

SANTA MARÍA DE LAS NIEVES*


Dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor

Memoria libre

— Origen del templo dedicado a Santa María Madre de Dios, en Roma.

— Madre de Dios y Madre Nuestra.

— María es el Acueducto por el que nos llegan todas las gracias.

I. Hoy celebramos la Dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor de Roma, la iglesia más antigua consagrada en Occidente a la Virgen María, donde han tenido lugar tantos acontecimientos de la historia de la Iglesia. Esta Basílica mariana guarda una estrecha relación con la definición dogmática de la Maternidad divina de María, proclamada en el Concilio de Éfeso. Bajo esta advocación se levantó este templo en el siglo iv, sobre otro ya existente, poco tiempo después de terminado el Concilio. El pueblo de la ciudad de Éfeso celebró con enorme entusiasmo la declaración dogmática de esta verdad, que, por otra parte, creía desde siempre. Esta alegría se extendió a toda la Iglesia, y en Roma se levantó con todo fervor bajo esta advocación una grandiosa Basílica. Ese júbilo nos llega a nosotros también en la fiesta de hoy, en la que debernos alabar a Santa María como Madre de Dios, y también como Madre nuestra.

Según una piadosa leyenda, un patricio romano, llamado Juan, de común acuerdo con su esposa, determinó consagrar su hacienda a honrar a la Madre de Dios, pero sin saber a ciencia cierta cómo hacerlo. Al mismo tiempo tuvo un sueño, y también el Papa, por el que supo que la Virgen deseaba que se edificara un hermoso templo en su honor en el monte Esquilino, que apareció cubierto de nieve, cosa insólita, el día 5 de agosto. Aunque la leyenda es posterior a la edificación de la Basílica, ha servido para que la fiesta de hoy se conozca en muchos lugares como de la Virgen de las Nieves, y para que muchos amantes de las cumbres la tengan como Patrona.

En Roma, desde tiempo inmemorial, el pueblo fiel honra a Nuestra Madre en este templo bajo la advocación de Salus Populi Romani. Allí acuden a pedir favores y gracias, como al lugar en el que son escuchados siempre. El Papa Juan Pablo II también visitó a Nuestra Señora en este templo romano, poco tiempo después de su elección al Pontificado. «María decía entonces el Papa está llamada a llevar a todos al Redentor. A dar testimonio de Él, aun sin palabras, solo con el amor, en el que se manifiesta la índole de madre. A acercar incluso a quienes oponen más resistencia, para los que es más difícil creer en el amor (...). Está llamada para acercar a todos, es decir, a cada uno, a su Hijo». Y a sus pies hacía esta dedicación de toda su vida y de todos sus afanes a la Madre de Dios, que nosotros imitándole filialmente- podemos hacer nuestra: «Totus tuus ego sum et omnia mea tua sunt. Accipio Te in mea omnia (Soy todo tuyo, y todas mis cosas tuyas son. Sé Tú mi guía en todo)»1. Con su protección iremos bien seguros.

II. El misterio de la Encarnación ha permitido a la Iglesia penetrar y esclarecer cada vez mejor el misterio de la Madre del Verbo encarnado. En este profundizar tuvo particular importancia el Concilio de Éfeso (a. 431)2. Cuenta San Cirilo cómo la proclamación de este dogma mariano conmovió a todos los cristianos de Éfeso, y nos conmueve a nosotros ahora cuando meditamos que la Madre de Dios es también Madre nuestra. Describía así este Padre de la Iglesia aquellos acontecimientos: «todo el pueblo de la ciudad de Éfeso, desde las primeras horas de la mañana hasta la noche, permaneció ansioso en espera de la resolución... Cuando se supo que el autor de las blasfemias (Nestorio) había sido depuesto, todos a una comenzamos a glorificar a Dios y a aclamar al Sínodo, porque había caído el enemigo de la fe.

»Apenas salidos de la iglesia, fuimos acompañados con antorchas a nuestras casas. Era de noche: toda la ciudad estaba alegre e iluminada»3. ¡Cómo vibraban por su fe aquellos cristianos de los primeros tiempos! ¡Cómo debemos vibrar nosotros!

El mismo San Cirilo, en una homilía pronunciada en aquel Concilio, alaba de esta forma la Maternidad de Nuestra Señora: «Dios te salve, María, Madre de Dios, Virgen Madre, Estrella de la mañana... Dios te salve, María, la joya más preciosa de todo el orbe...»4. Por «ser Madre de Dios, tiene una dignidad en cierto modo infinita, a causa del bien infinito que es Dios. Y en esa línea no puede imaginarse una dignidad mayor, como no puede imaginarse cosa mayor que Dios»5, afirma Santo Tomás de Aquino. Está por encima de todos los ángeles y de todos los santos. Después de la Humanidad Santísima de su Hijo, es el reflejo más puro de la gloria de Dios. En Ella brilla como en ninguna otra criatura la participación de los dones divinos: la Sabiduría, la Belleza, la Bondad... Nada manchado hay en Ella. Es el esplendor de la luz eterna, el espejo sin mancha del actuar de Dios, imagen de su bondad6.

No dejemos hoy de recordarle muchas veces esa Maternidad divina, de la que proceden todas las gracias, virtudes y perfecciones que la adornan y embellecen: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros... No nos dejes de tu mano, cuida de nosotros como las madres protegen a sus hijos más débiles y necesitados.

III. San Bernardo afirma que Santa María es para nosotros el acueducto por el que nos llegan todas las gracias que cada día necesitamos. A Ella debemos acudir siempre, «porque esta es la voluntad de aquel Señor que quiso que todo lo recibiéramos por María»7, y de modo particular cuando nos encontremos más débiles, en las dificultades, en las tentaciones..., y tanto en las necesidades del alma como en las del cuerpo.

En el Calvario, junto a su Hijo, culminó la maternidad espiritual de María. Cuando todos desertan la Virgen se encuentra junto a la cruz de Jesús8, en perfecta conformidad con la voluntad divina, sufriendo y padeciendo con su Hijo, corredimiendo. Ella «no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres»9. Esta maternidad de la Virgen perdura sin cesar, y ahora, en el Cielo, «no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna»10.

Hemos de agradecer mucho a Dios que nos haya querido dar una Madre a quien acudir en la Vida de la gracia. Y que esta haya sido su propia Madre. María es Madre nuestra no solo porque nos ama como una madre, o porque hace sus veces. La maternidad espiritual de Nuestra Señora es muy superior, más efectiva que cualquier maternidad legal o de afecto. Es Madre porque realmente nos ha engendrado en el orden sobrenatural. Si se nos ha dado poder de llegar a ser hijos de Dios, de participar en la naturaleza divina11. es gracias a la acción redentora de Cristo, que nos hace semejantes a Él. Pero ese influjo pasa a través de María. Y así del mismo modo que Dios Padre tiene un solo Hijo según la naturaleza, e innumerables según la gracia, por María, Madre de Cristo, hemos llegado a ser hijos de Dios. De su mano recibimos todo el alimento espiritual, la defensa contra los enemigos, el consuelo en medio de las aflicciones.

Para Nuestra Madre del Cielo «jamás dejamos de ser pequeños, porque Ella nos abre el camino hacia el Reino de los Cielos, que será dado a los que se hacen niños (cfr. Mt 19, 14). De Nuestra Señora no debemos apartarnos nunca. ¿Cómo la honraremos? Tratándola, hablándole, manifestándole nuestro cariño, ponderando en nuestro corazón las escenas de su vida en la tierra, contándole nuestras luchas, nuestros éxitos y nuestros fracasos.

»Descubrimos así como si las recitáramos por vez primera el sentido de las oraciones marianas, que se han rezado siempre en la Iglesia. ¿Qué son el Ave María y el Ángelus sino alabanzas encendidas a la Maternidad divina? Y en el Santo Rosario (...) pasan por nuestra cabeza y por nuestro corazón los misterios de la conducta admirable de María, que son los mismos misterios fundamentales de la fe (...).

»En las fiestas de Nuestra Señora no escatimemos las muestras de cariño; levantemos con más frecuencia el corazón pidiéndole lo que necesitemos, agradeciéndole su solicitud maternal y constante, encomendándole las personas que estimamos. Pero, si pretendemos comportarnos como hijos, todos los días serán ocasión propicia de amor a María, como lo son todos los días para los que se quieren de verdad».

A Ella le decimos hoy con un antiguo himno de la Iglesia: monstra te esse matrem!, muestra que eres Madre y, que por ti nos atienda el que tomó sangre en tus venas para redimir nos.

Después de la proclamación del dogma de la Maternidad divina de María en el Concilio de Éfeso (año 431), el Papa Sixto III consagró en Roma una Basílica en honor de la Virgen, llamada después Santa María la Mayor. Es la iglesia más antigua dedicada a Nuestra Señora.

La fiesta de hoy también es conocida como Nuestra Señora de las Nieves, debido a una antigua leyenda que cuenta cómo un matrimonio romano, que pedía a la Virgen luz acerca del modo de emplear su fortuna, recibió en sueños el deseo de Santa María de que se le erigiera un templo precisamente donde apareciera cubierto de nieve el monte Esquilino. Esto ocurrió en la noche del 4 al 5 de agosto. Al día siguiente, de modo sorprendente, se encontró cubierto de nieve un solar donde hoy se levanta la Basílica.

V. Escucha mi voz, Señor; espero en tu palabra.
R. Escucha mi voz, Señor; espero en tu palabra.

V. Me adelanto a la aurora pidiendo auxilio.
R. Espero en tu palabra.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Escucha mi voz, Señor; espero en tu palabra.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. De la mano de nuestros enemigos, líbranos, Señor.

Cántico de Zacarías Lc 1, 68-79

EL MESÍAS Y SU PRECURSOR

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con
nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén

Ant.  De la mano de nuestros enemigos, líbranos, Señor.

PRECES

Bendigamos a nuestro Salvador, que con su resurrección ha iluminado el mundo, y digámosle suplicantes:
Haz, Señor, que caminemos por tu senda.

Señor Jesús, al consagrar nuestra oración matinal en memoria de tu santa resurrección,
te pedimos que la esperanza de participar de tu gloria ilumine todo nuestro día.

Te ofrecemos, Señor, los deseos y proyectos de nuestra jornada:
dígnate aceptarlos y bendecirlos como primicias de nuestro día.

Concédenos crecer hoy en tu amor,
a fin de que todo concurra para nuestro bien y el de nuestros hermanos.

Haz, Señor, que el ejemplo de nuestra vida resplandezca como una luz ante los hombres,
para que todos den gloria al Padre que está en los cielos.

Se pueden añadir algunas menciones libres.

Porque deseamos que la luz de Cristo ilumine a todos los hombres, pidamos al Padre que su reino llegue a nosotros:

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.

Señor Jesucristo, luz verdadera que alumbras a todo hombre y le muestras el camino de la salvación: concédenos la abundancia de tu gracia para que preparemos, delante de ti, sendas de justicia y de paz. Tú que vives y reinas.

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.