Custodia

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Bendición

domingo, 16 de febrero de 2025

Meditación +

 Francisco Fernández-Carvajal

Hablar con Dios

3er domingo de san José

JOSÉ, EL ESPOSO DE MARÍA

— Matrimonio entre San José y Nuestra Señora. El «guardián de su virginidad».

— El amor purísimo de José.

— La paternidad del Santo Patriarca sobre Jesús.

I. A todos los santos se les suele conocer por una cualidad, por una virtud en la que son especialmente modelo para los demás cristianos y en la que sobresalieron de una manera particular: San Francisco de Asís, por su pobreza; el Santo Cura de Ars es modelo del sacerdote entregado al servicio de las almas; Santo Tomás Moro se distingue por la fidelidad a sus obligaciones como ciudadano y por la fortaleza para no ceder en su fe, que le llevó al martirio... De San José nos dice San Mateo: José, el esposo de María1. De ahí le vino su santidad y su misión en la vida. Nadie, excepto Jesús, quiso tanto a Nuestra Señora, nadie la protegió mejor. Ningún otro ha gastado su vida por el Salvador como lo hizo San José.

La Providencia quiso que Jesús naciera en el seno de una familia verdadera. José no fue un mero protector de María, sino su esposo. Entre los judíos, el matrimonio constaba de dos actos esenciales, separados por un período de tiempo: los esponsales y las nupcias. Los primeros no eran simplemente la promesa de una unión matrimonial futura, sino que constituían ya un verdadero matrimonio. El novio depositaba las arras en manos de la mujer, y se seguía una fórmula de bendición. Desde este momento la novia recibía el nombre de esposa de... La costumbre fijaba el plazo de un año como intermedio entre los esponsales y las nupcias. En ese tiempo, la Virgen recibió la visita del Ángel, y el Hijo de Dios se encarnó en su seno; a San José le fue revelado en sueños el misterio divino que se había obrado en Nuestra Señora y se le pidió que aceptara a María como esposa en su casa. «Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer (Mt 1, 24). Él la tomó en todo el misterio de su maternidad; la tomó junto con el Hijo que llegaría al mundo por obra del Espíritu Santo, demostrando de tal modo una disponibilidad de voluntad, semejante a la de María, en orden a lo que Dios le pedía por medio de su mensajero»2.

Esta segunda parte era como la perfección del contrato matrimonial y entrega mutua que ya se había realizado. La esposa -según la costumbre era llevada a la casa del esposo en medio de grandes festejos y de singular regocijo3. Ante todos, el enlace era válido desde los esponsales, y su fruto reconocido como legítimo.

El objeto de la unión matrimonial son los derechos que recíprocamente se otorgan los cónyuges sobre sus cuerpos en orden a la generación. Estos derechos existían en la unión de María y de José (si no hubieran existido, tampoco se hubiera dado un verdadero matrimonio), aunque ellos, de mutuo acuerdo, habían renunciado a su ejercicio; y esto, por una inspiración y gracias muy particulares que Dios derramaría sobre sus almas. La exclusión de los derechos habría anulado el matrimonio, pero no lo anulaba el propósito de no usar de tales derechos. Todo se llevó a cabo en un ambiente delicadísimo, que nosotros entendemos bien cuando lo miramos con un corazón puro. José, virgen por la Virgen, la custodió con extrema delicadeza y ternura4.

Santo Tomás señala diversas razones por las cuales convenía que la Virgen estuviera casada con José en matrimonio verdadero5: para evitar la infamia de cara a los vecinos y parientes cuando vieran que iba a tener un hijo; para que Jesús naciera en el seno de una familia y fuera tomado como legítimo por quienes no conocían el misterio de su concepción sobrenatural; para que ambos encontraran apoyo y ayuda en José; para que fuera oculta al diablo la llegada del Mesías; para que en la Virgen fueran honrados a la vez el matrimonio y la virginidad... Nuestra Señora quiso a José con un amor intenso y purísimo de esposa. Ella, que le conoció bien, desea que busquemos en él apoyo y fortaleza. En María y José tienen los esposos el ejemplo acabado de lo que deben ser el amor y la delicadeza. En ellos encuentran también su imagen perfecta quienes han entregado a Dios todo su amor, indiviso corde, en un celibato apostólico o en la virginidad, vividos en medio del mundo, pues «la virginidad y el celibato por el Reino de Dios no solo no contradicen la dignidad del matrimonio, sino que la presuponen y la confirman. El matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y de vivir el único Misterio de la Alianza de Dios con su pueblo»6.

II. En Nazareth se desposaron José y María, y allí tuvo lugar el inefable misterio de la Encarnación del Verbo de Dios. Con los desposorios, María recibió una dote integrada –según la costumbre7– por alguna joya de no mucho valor, vestidos y muebles. Recibió un pequeño patrimonio, en el que quizá habría un poco de terreno... Tal vez todo ello no montara mucho, pero cuando se es pobre se aprecia más. Siendo José carpintero, le prepararía los mejores muebles que había fabricado hasta entonces. Como ocurre en los pueblos no demasiado grandes, la noticia debió correr de boca en boca: «María se ha desposado con José, el carpintero». La Virgen quiso aquellos esponsales, a pesar de haber hecho entrega a Dios de su virginidad. «Lo sencillo es pensar -escribe Lagrange que el matrimonio con un hombre como José la ponía al abrigo de instancias, renovadas sin cesar, y aseguraría su tranquilidad»8. Hemos de pensar que José y María se dejaron guiar en todo por las mociones e inspiraciones divinas. A ellos, como a nadie, se les puede aplicar aquella verdad que expone Santo Tomás: «a los justos es familiar y frecuente ser inducidos a obrar en todo por inspiración del Espíritu Santo»9. Dios siguió muy de cerca aquel cariño humano entre María y José, y lo alentó con la ayuda de la gracia para dar lugar a los esponsales entre ambos.

Cuando José supo que el hijo que María llevaba en su seno era fruto del Espíritu Santo, que Ella sería la Madre del Salvador, la quiso más que nunca, «pero no como un hermano, sino con un amor conyugal limpio, tan profundo que hizo superflua toda cualquier relación carnal, tan delicado que le convirtió no solo en testigo de la pureza virginal de María -virgen antes del parto, en el parto y después del parto, como nos lo enseña la Iglesia sino en su custodio»10. Dios Padre preparó detenidamente la familia virginal en la que nacería su Hijo Unigénito.

No es nada probable que José fuera mucho mayor que la Virgen, como frecuentemente se le ve pintado en los lienzos, con la buena intención de destacar la perpetua virginidad de María, pues «para vivir la virtud de la castidad, no hay que esperar a ser viejo o a carecer de vigor. La pureza nace del amor y, para el amor limpio, no son obstáculos la robustez y la alegría de la juventud. Joven era el corazón y el cuerpo de San José cuando contrajo matrimonio con María, cuando supo del misterio de su Maternidad divina, cuando vivió junto a Ella respetando la integridad que Dios quería legar al mundo, como una señal más de su venida entre las criaturas»11.

Ese es el amor que nosotros –cada uno en el estado en el que le ha llamado Dios– pedimos al Santo Patriarca; ese amor «que ilumina el corazón»12 para llevar a cabo con alegría la tarea que nos ha sido encomendada.

III. Los Evangelios nombran a San José como padre en repetidas ocasiones13. Este era, sin duda, el nombre que habitualmente utilizaba Jesús en la intimidad del hogar de Nazareth para dirigirse al Santo Patriarca. Jesús fue considerado por quienes le conocían como hijo de José14. Y, de hecho, él ejerció el oficio de padre dentro de la Sagrada Familia: al imponer a Jesús el nombre, en la huida a Egipto, al elegir el lugar de residencia a su vuelta... Y Jesús obedeció a José como a padre: Bajó con ellos y vino a Nazareth y les estaba sujeto...15.

Jesús fue concebido milagrosamente por obra del Espíritu Santo y nació virginalmente para María y para José, por voluntad divina. Dios quiso que Jesús naciera dentro de una familia y estuviera sometido a un padre y a una madre y cuidado por ellos. Y de la misma manera que escogió a María para que fuese su Madre, escogió también a José para que fuera su padre, cada uno en el terreno que le competía16.

San José tuvo para Jesús verdaderos sentimientos de padre; la gracia encendió en aquel corazón bien dispuesto y preparado un amor ardiente hacia el Hijo de Dios y hacia su esposa, mayor que si se hubiera tratado de un hijo por naturaleza. José cuidó de Jesús amándole como a su hijo y adorándole como a su Dios. Y el espectáculo -que tenía constantemente ante sus ojos de un Dios que daba al mundo su amor infinito era un estímulo para amarle más y más y para entregarse cada vez más, con una generosidad sin límites.

Amaba a Jesús como si realmente lo hubiera engendrado, como un don misterioso de Dios otorgado a su pobre vida humana. Le consagró sin reservas sus fuerzas, su tiempo, sus inquietudes, sus cuidados. No esperaba otra recompensa que poder vivir cada vez mejor esta entrega de su vida. Su amor era a la vez dulce y fuerte, tranquilo y ferviente, emotivo y tierno. Podemos representárnoslo tomando al Niño en sus brazos, meciéndole con canciones, acunándole para que duerma, fabricándole pequeños juguetes, estando con Él como hacen los padres, prodigándole sus caricias como actos de adoración y testimonio más profundo de afecto17. Constantemente vivió sorprendido de que el Hijo de Dios hubiera querido ser también su hijo. Hemos de pedirle que sepamos nosotros quererle y tratarle como él lo hizo.

jueves, 13 de febrero de 2025

Vísperas +

 

Vísperas

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.


HIMNO

Vengo, Señor, cansado;
¡cuánta fatiga
van cargando mis hombros
al fin del día!
Dame tu fuerza
y una caricia tuya
para mis penas.

Salí por la mañana
entre los hombres,
¡y encontré tantos ricos
que estaban pobres!
La tierra llora,
porque sin ti la vida
es poca cosa.

¡Tantos hombres maltrechos,
sin ilusiones!;
en ti buscan asilo
sus manos torpes.
Tu amor amigo,
todo tu santo fuego,
para su frío.

Yo roturé la tierra
y puse trigo;
tú diste el crecimiento
para tus hijos.
Así, en la tarde,
con el cansancio a cuestas,
te alabo, Padre.

Quiero todos los días
salir contigo,
y volver a la tarde
siendo tu amigo.
Volver a casa
y extenderte las manos,
dándote gracias. Amén.

SALMODIA

Ant. 1. Señor, Dios mío, a ti grité, y tú me sanaste; te daré gracias por siempre.

Salmo 29

ACCIÓN DE GRACIAS POR LA CURACIÓN DE UN ENFERMO EN PELIGRO DE MUERTE

Cristo, después de su gloriosa resurrección, da gracias al Padre. (Casiodoro)

Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.

Señor, Dios mío, a ti grité,
y tú me sanaste.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.

Tañed para el Señor, fieles suyos,
dad gracias a su nombre santo;
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto,
por la mañana, el júbilo.

Yo pensaba muy seguro:
«No vacilaré jamás.»
Tu bondad, Señor, me aseguraba
el honor y la fuerza;
pero escondiste tu rostro,
y quedé desconcertado.

A ti, Señor, llamé,
supliqué a mi Dios:
« ¿Qué ganas con mi muerte,
con que yo baje a la fosa?

¿Te va a dar gracias el polvo,
o va a proclamar tu lealtad?
Escucha, Señor, y ten piedad de mí:
Señor, socórreme.»

Cambiaste mi luto en danzas,
me desataste el sayal y me has vestido de fiesta;
te cantará mi alma sin callarse.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre.

Ant. Señor, Dios mío, a ti grité, y tú me sanaste; te daré gracias por siempre.

Ant. 2. Dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito.

Salmo 31

ACCIÓN DE GRACIAS DE UN PECADOR PERDONADO

David proclama dichoso al hombre a quien Dios confiere la justificación haciendo caso omiso de las obras. (Rm 4, 6)

Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor
no le apunta el delito.

Mientras callé se consumían mis huesos,
rugiendo todo el día,
porque día y noche tu mano
pesaba sobre mí;
mi savia se me había vuelto
un fruto seco.

Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito;
propuse: «Confesaré al Señor mi culpa»,
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.

Por eso, que todo fiel te suplique
en el momento de la desgracia:
la crecida de las aguas caudalosas
no lo alcanzará.

Tú eres mi refugio, me libras del peligro,
me rodeas de cantos de liberación.

Te instruiré y te enseñaré el camino que has de seguir,
fijaré en ti mis ojos.

No seáis irracionales como caballos y mulos,
cuyo brío hay que domar con freno y brida;
si no, no puedes acercarte.

Los malvados sufren muchas penas;
al que confía en el Señor,
la misericordia lo rodea.

Alegraos, justos, y gozad con el Señor,
aclamadlo, los de corazón sincero.

Ant. Dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito.

Ant. 3. El Señor le dio el poder, el honor y el reino, y todos los pueblos le servirán.

Cántico Ap 11, 17-18; 12, 10b-12a

EL JUICIO DE DIOS


Gracias te damos, Señor Dios omnipotente,
el que eres y el que eras,
porque has asumido el gran poder
y comenzaste a reinar.

Se encolerizaron las naciones,
llegó tu cólera,
y el tiempo de que sean juzgados los muertos,
y de dar el galardón a tus siervos los profetas,
y a los santos y a los que temen tu nombre,
y a los pequeños y a los grandes,
y de arruinar a los que arruinaron la tierra.

Ahora se estableció la salud y el poderío,
y el reinado de nuestro Dios,
y la potestad de su Cristo;
porque fue precipitado
el acusador de nuestros hermanos,
el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche.

Ellos le vencieron en virtud de la sangre del Cordero
y por la palabra del testimonio que dieron,
y no amaron tanto su vida que temieran la muerte.
Por esto, estad alegres, cielos,
y los que moráis en sus tiendas.

Ant. El Señor le dio el poder, el honor y el reino, y todos los pueblos le servirán.

LECTURA BREVE 1Pe 1, 6-9

Saltad de júbilo, aunque de momento tengáis que sufrir un poco en diversas pruebas. Así la pureza de vuestra fe resultará más preciosa que el oro (que, aun después de acrisolado por el fuego, perece) y será para vuestra alabanza y gloria y honor en el día de la manifestación de Jesucristo. A él no lo habéis visto, y lo amáis; en él creéis ahora, aunque no lo veis; y os regocijaréis con un gozo inefable y radiante, al recibir el fruto de vuestra fe, la salud de vuestras almas.

RESPONSORIO BREVE

V. Nos alimentó el Señor con flor de harina.
R. Nos alimentó el Señor con flor de harina.

V. Nos sació con miel silvestre.
R. Con flor de harina.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Nos alimentó el Señor con flor de harina.

CÁNTICO EVANGÉLICO

Ant. El Señor derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes.

Cántico de la Santísima Virgen María Lc 1, 46-55

ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
como lo había prometido a nuestros padres
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloría al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.


Ant.  El Señor derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes.

PRECES

Invoquemos a Dios, nuestro refugio y nuestra fortaleza, y digámosle:
Escucha, Señor, nuestra oración.

Dios de amor que has hecho alianza con tu pueblo,
haz que recordemos siempre tus maravillas.

Que los sacerdotes, Señor, crezcan en la caridad
y que los fieles vivan en la unidad del Espíritu y en el vínculo de la paz.

Que el mundo prospere y avance según tus designios
y que los que lo construyen no trabajen en vano.

Envía, Señor, operarios a tu mies
para que tu nombre sea conocido en el mundo.

Se pueden añadir algunas intenciones libres.

A nuestros familiares y bienhechores difuntos dales un lugar entre los santos
y haz que nosotros un día nos encontremos con ellos en tu reino.

Ya que por Jesucristo hemos llegado a ser hijos de Dios, nos atrevemos a decir: Padre nuestro.

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.

Oración

Tú, Señor, que iluminas la noche y haces que después de las tinieblas amanezca nuevamente la luz, haz que, durante la noche que ahora comienza, nos veamos exentos de toda culpa y que, al clarear el nuevo día, podamos reunimos otra vez en tu presencia para darte gracias nuevamente. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.

martes, 4 de febrero de 2025

Oficio de lecturas +

 

Oficio de lectura

V. Señor abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.


Ant.  Al Señor, al Dios grande, venid, adorémosle

Salmo 94

INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA
Animaos unos a otros, día tras día, mientras perdura el «hoy». (Hb 3, 13)

Se recita la antífona que corresponda y la asamblea la repite.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.

Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes.
Suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.

Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto:
cuando vuestros padres me pusieron a prueba,
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.

Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado, 
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

O bien:

Salmo 99

ALEGRÍA DE LOS QUE ENTRAN EN EL TEMPLO
Los redimidos deben entonar un canto de victoria. (S. Atanasio)

Se recita la antífona que corresponda y la asamblea la repite.

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

O bien:

Salmo 66

QUE TODOS LOS PUEBLOS ALABEN AL SEÑOR
Sabed que esta salvación de Dios ha sido enviada a los gentiles. (Hch 28, 28)

Se recita la antífona que corresponda y la asamblea la repite.

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.

¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.

¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.

La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

O bien:

Salmo 23

ENTRADA SOLEMNE DE DIOS EN SU TEMPLO
Las puertas del cielo se abren ante Cristo que como hombre sube al cielo. (S. Ireneo)

Se recita la antífona que corresponda y la asamblea la repite.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.

¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?

El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.

Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.

¡Portones!, alzad los dinteles,
levantaos, puertas antiguas:
va a entrar el Rey de la gloria.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.

¡Portones!, alzad los dinteles,
levantaos, puertas antiguas:
va a entrar el Rey de la gloria.

¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.


HIMNO

¡Espada de dos filos
es, Señor, tu palabra!
Penetra como fuego
y divide la entraña.

¡Nada como tu voz,
es terrible tu espada!
¡Nada como tu aliento,
es dulce tu palabra!

Tenemos que vivir
encendida la lámpara,
que para virgen necia
no es posible la entrada.
No basta con gritar
sólo palabras vanas,
ni tocar a la puerta
cuando ya está cerrada.

Espada de dos filos
que me cercena el alma,
que hiere a sangre y fuego
esta carne mimada,
que mata los ardores
para encender la gracia.

Vivir de tus incendios,
luchar por tus batallas,
dejar por los caminos
rumor de tus sandalias.
¡Espada de dos filos
es, Señor, tu palabra! Amén.

SALMODIA

Ant. 1. Mi grito, Señor, llegue hasta ti; no me escondas tu rostro.

Salmo 101

DESEOS Y SÚPLICAS DE UN DESTERRADO

Dios nos consuela en todas nuestras luchas. (2Co 1, 4)

I

Señor, escucha mi oración,
que mi grito llegue hasta ti;
no me escondas tu rostro
el día de la desgracia.
Inclina tu oído hacia mí;
cuando te invoco, escúchame en seguida.

Que mis días se desvanecen como humo,
mis huesos queman como brasas;
mi corazón está agostado como hierba,
me olvido de comer mi pan;
con la violencia de mis quejidos,
se me pega la piel a los huesos.

Estoy como lechuza en la estepa,
como búho entre ruinas;
estoy desvelado, gimiendo,
como pájaro sin pareja en el tejado.
Mis enemigos me insultan sin descanso;
furiosos contra mí, me maldicen.

En vez de pan, como ceniza,
mezclo mi bebida con llanto,
por tu cólera y tu indignación,
porque me alzaste en vilo y me tiraste;
mis días son una sombra que se alarga,
me voy secando como la hierba.

Ant. Mi grito, Señor, llegue hasta ti; no me escondas tu rostro.

Ant. 2. Escucha, Señor, las súplicas de los indefensos.

II

Tú, en cambio, permaneces para siempre,
y tu nombre de generación en generación.
Levántate y ten misericordia de Sión,
que ya es hora y tiempo de misericordia.

Tus siervos aman sus piedras,
se compadecen de sus ruinas:
los gentiles temerán tu nombre,
los reyes del mundo, tu gloria.

Cuando el Señor reconstruya Sión,
y aparezca en su gloria,
y se vuelva a las súplicas de los indefensos,
y no desprecie sus peticiones,
quede esto escrito para la generación futura,
y el pueblo que será creado alabará al Señor:

Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario,
desde el cielo se ha fijado en la tierra,
para escuchar los gemidos de los cautivos
y librar a los condenados a muerte,

para anunciar en Sión el nombre del Señor,
y su alabanza en Jerusalén,
cuando se reúnan unánimes los pueblos
y los reyes para dar culto al Señor.

Ant. Escucha, Señor, las súplicas de los indefensos.

Ant. 3. Tú, Señor, cimentaste la tierra, y el cielo es obra de tus manos.

III

Él agotó mis fuerzas en el camino,
acortó mis días;

y yo dije: «Dios mío, no me arrebates
en la mitad de mis días.»

Tus años duran por todas las generaciones:
al principio cimentaste la tierra,
y el cielo es obra de tus manos.

Ellos perecerán, tú permaneces,
se gastarán como la ropa,
serán como un vestido que se muda.
Tú, en cambio, eres siempre el mismo,
tus años no se acabarán.

Los hijos de tus siervos vivirán seguros,
su linaje durará en tu presencia.

Ant. Tú, Señor, cimentaste la tierra, y el cielo es obra de tus manos.

V. Escucha, pueblo mío, mi enseñanza.
R. Inclina el oído a las palabras de mi boca.

PRIMERA LECTURA

Año I:

De la carta a los Romanos 13, 1-14

CONSEJOS DIVERSOS

Hermanos: Todos debéis vivir sometidos a las autoridades públicas; que no hay autoridad que no venga de Dios; y las que existen han sido ordenadas por Dios. Por consiguiente: Quien se rebela contra la autoridad resiste a la ordenación de Dios; y los que la resisten recibirán condena. ´

Los magistrados no son de temer, cuando se ejecuta una buena acción, sino cuando se hace una mala. ¿Quieres vivir sin temor a la autoridad? Haz el bien, y serás elogiado por ella; porque es ministro de Dios para ti en orden al bien. Pero, si haces el mal, teme; que no en vano lleva la espada. Es ministro de Dios para la ejecución de la cólera vengadora de Dios contra el malhechor. Por lo cual, es preciso que viváis sometidos, no sólo por temor al castigo, sino por deber de conciencia.

Y, por este motivo, pagadles también el tributo, que son funcionarios de Dios, ocupados asiduamente en su obligación. Pagad a todos lo que debéis: a quien tributo, tributo; a quien impuesto, impuesto; temor, a quien debáis temor; y honor, a quien debáis honor.

No tengáis deuda con nadie, a no ser en amaros los unos a los otros. Porque quien ama al prójimo ya ha cumplido la ley. En efecto: el «no adulterarás», el «no matarás», el «no robarás», el «no codiciarás» y los demás mandamientos, cualesquiera que ellos sean, se resumen en estas palabras: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» La caridad no hace nada malo al prójimo. Así que amar es cumplir la ley entera.

Y, sobre todo, ya sabéis en qué tiempos vivimos. Porque ya es hora que despertéis del sueño, pues la salud está ahora más cerca que cuando abrazamos la fe. La noche va pasando, el día está encima; desnudémonos, pues, de las obras de las tinieblas y vistámonos de las armas de la luz. Andemos como en pleno día, con dignidad. No andemos en comilonas y borracheras, ni en deshonestidad ni lujuria, ni en riñas ni envidias; sino revestíos de Jesucristo, el Señor; y no os preocupéis de satisfacer las pasiones de esta vida mortal.

Responsorio Rm 13, 8; Ga 5, 14

R. No tengáis deuda con nadie, a no ser en amaros los unos a los otros; porque quien ama al prójimo ya ha cumplido la ley.

V. Pues toda la ley se concentra en esta frase: amarás al prójimo como a ti mismo.

R. Porque quien ama al prójimo ya ha cumplido la ley.

SEGUNDA LECTURA

Del Tratado de san Ireneo, obispo, Contra las herejías

(Libro 3, 19, 1. 3-20, 1: SC 34, 332. 336-338)

CRISTO PRIMICIAS DE NUESTRA RESURRECCIÓN

El Verbo de Dios se hizo hombre y el Hijo de Dios se hizo Hijo del hombre para que el hombre, unido íntimamente al Verbo de Dios, se hiciera hijo de Dios por adopción.

En efecto, no hubiéramos podido recibir la incorrupción y la inmortalidad si no hubiéramos estado unidos al que es la incorrupción y la inmortalidad en persona. ¿Y cómo hubiésemos podido unirnos al que es la incorrupción y la inmortalidad, si antes él no se hubiese hecho uno de nosotros, a fin de que nuestro ser corruptible fuera absorbido por la incorrupción y nuestro ser mortal fuera absorbido por la inmortalidad, para que recibiésemos la filiación adoptiva?

Así pues, este Señor nuestro es Hijo de Dios y Verbo del Padre por naturaleza, y también es Hijo del hombre, ya que tuvo una generación humana, hecho Hijo del hombre a partir de María, la cual descendía de la raza humana y a ella pertenecía.

Por esto el mismo Señor nos dio una señal en las profundidades de la tierra y en lo alto de los cielos, señal que no había pedido el hombre, porque éste no podía imaginar que una virgen concibiera y diera a luz, y que el fruto de su parto fuera Dios con nosotros, que descendiera a las profundidades de la tierra para buscar a la oveja perdida (el hombre, obra de sus manos), y que, después de haberla hallado, subiera a las alturas para presentarla y encomendarla al Padre, convirtiéndose él en primicias de la resurrección. Así, del mismo modo que la cabeza resucitó de entre los muertos, también todo el cuerpo (es decir, todo hombre que participa de su vida, cumplido el tiempo de su condena, fruto de su desobediencia) resucitará, por la trabazón y unión que existe entre los miembros y la cabeza del cuerpo de Cristo, que va creciendo por la fuerza de Dios, teniendo cada miembro su propia y adecuada situación en el cuerpo. En la casa del Padre hay muchas moradas, porque muchos son los miembros del cuerpo.

Dios se mostró magnánimo ante la caída del hombre y dispuso aquella victoria que iba a conseguirse por el Verbo. Al mostrarse perfecta la fuerza en la debilidad, se puso de manifiesto la bondad y el poder admirable de Dios.

Responsorio 1Co 15, 20. 22. 21

R. Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos. Y lo mismo que en Adán todos mueren, en Cristo todos serán llamados de nuevo a la vida.

V. Lo mismo que por un hombre hubo muerte, por otro hombre hay resurrección de los muertos.

R. Y lo mismo que en Adán todos mueren, en Cristo todos serán llamados de nuevo a la vida.

Oración

Concédenos, Señor, Dios nuestro, venerarte con toda el alma y amar a todos los hombres con afecto espiritual. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.